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  2. Veronika decide morir
  3. Capítulo 23
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hiciesen lo mismo, Dios estaría en cada instante, en cada grano de mostaza, en el pedazo de nube que se forma y se deshace en el instante siguiente. Dios estaba allí, y aún así las personas pensaban que era necesario continuar buscando porque parecía demasiado simple aceptar que la vida era un acto de fe.

Recordó el ejercicio tan sencillo, tan simple que había oído enseñar al maestro sufí mientras esperaba que Veronika volviese a tocar el piano: mirar una rosa. ¿Se necesitaba algo más?

Aún así, después de la experiencia de la meditación profunda, después de haber llegado tan cerca de las visiones del Paraíso, allí estaba aquella gente discutiendo, argumentando, criticando y estableciendo teorías.

Cruzó sus ojos con los de Mari. Ella le evitó, pero Eduard estaba decidido a terminar de una vez con aquella situación; se acercó a ella y la cogió por el brazo.

–Déjame, Eduard.

Él podía decir «venga conmigo». Pero no quería hacerlo delante de aquella gente, que se sorprendería por el tono firme de su voz. Por eso prefirió arrodillarse e implorar con los ojos.

Los hombres y las mujeres se rieron.

–Te has transformado en una santa para él, Mari -comentó uno de los presentes-. Fue la meditación de ayer.

Pero los años de silencio de Eduard le habían enseñado a hablar con los ojos; era capaz de concentrar toda su energía en ellos. De la misma manera que tenía la absoluta certeza de que Veronika había percibido su ternura y su amor, sabía que Mari entendería su desesperación, porque él la estaba necesitando mucho.

Durante unos instantes, Mari se mostró reticente. Finalmente se levantó y le tomó de la mano.

–Vamos a dar un paseo -dijo. Estás nervioso.

Los dos volvieron a salir al jardín. En cuanto estuvieron a suficiente distancia, seguros de que nadie los podía escuchar, Eduard rompió el silencio.

–He permanecido aquí en Villete durante años -declaró-. Dejé de avergonzar a mis padres, dejé mis ambiciones de lado, pero las visiones del Paraíso han permanecido.

–Lo sé -respondió Mari-. Ya hemos hablado de eso muchas veces.

También sé lo que quieres decirme: ha llegado la hora de salir.

Eduard miró al cielo; ¿sentiría ella lo mismo?

–Es por causa de la chica -continuó Mari-. Aquí dentro ya hemos visto morir a mucha gente, siempre en el momento en que no lo esperaban y generalmente después de haber renunciado a vivir.

Pero ésta es la primera vez que pasa con una persona joven, atractiva, saludable, con tantos motivos para vivir. »Veronika es la única interna que no desearía continuar en Villete para siempre. Y esto hace que nos preguntemos: ¿Y nosotros? ¿Qué es lo que buscamos aquí?

Él asintió con la cabeza.

–Entonces, anoche, yo también me pregunté qué estaba haciendo en este sanatorio. Y me di cuenta de que sería mucho más interesante estar en la plaza, en los Tres Puentes, en el mercado que hay frente al teatro, comprando manzanas y discutiendo sobre el tiempo. Es cierto que estaría lidiando con asuntos ya olvidados (cuentas por pagar, dificultades con los vecinos, miradas irónicas de la gente que no me comprende, soledad, protestas de mis hijos).

Pero pienso que todo esto forma parte de la vida y el precio de enfrentar estos pequeños problemas es menor que el precio de no reconocerlos como nuestros. »Estoy pensando en ir hoy a casa de mi ex marido sólo para decirle «gracias». ¿Qué te parece?

–Nada. ¿No debería yo también ir a casa de mis padres y decir lo mismo?

–Tal vez. En el fondo, la culpa de todo lo que sucede en nuestra vida es exclusivamente nuestra. Muchas personas pasaron por las mismas dificultades que nosotros y reaccionaron de manera diferente. Nosotros buscamos lo más fácil: una realidad aparte.

Eduard sabía que Mari tenía razón.

–Tengo ganas de recomenzar mi vida, Eduard. Cometiendo los errores en que siempre deseé incurrir y nunca me atreví. Enfrentando el pánico que puede volver a surgir, pero cuya presencia sólo me provocará fastidio, porque sé que no voy a morirme, ni siquiera a desmayarme por su causa. Puedo conseguir nuevos amigos y enseñarles a ser locos para que sean sabios. Les diré que no sigan el manual de la buena conducta sino que descubran sus propias vidas, deseos, aventuras y ¡que vivan! Citaré el Eclesiastés a los católicos, el Corán a los islámicos, la Tora a los judíos, los textos de Aristóteles a los ateos. Ya no quiero volver a ser abogada, pero puedo servirme de mi experiencia para dar conferencias sobre hombres y mujeres que conocieron la verdad de esta existencia y cuyos escritos pueden resumirse en una única palabra: «Vivan». Si vives, Dios vivirá contigo. Si rehúsas correr sus riesgos, Él retornará al distante Cielo y se convertirá tan sólo en un tema de especulación filosófica. »Todos sabemos eso. Pero nadie da el primer paso, quizás por miedo a ser llamado loco. Y, por lo menos, este miedo nosotros ya no lo tenemos, Eduard. Ya pasamos por Villete.

–Tan sólo no podremos ser candidatos a la presidencia de la república. La oposición investigaría muy a fondo nuestro pasado.

Mari se rió y estuvo de acuerdo con él.

–Me he cansado de esta vida. No sé si conseguiré superar mi miedo, pero estoy harta de la Fraternidad, de este jardín, de Villete y de fingir que estoy loca.

–Entonces, si yo lo hago, ¿lo hará usted también?

–No lo harás.

–Pues casi lo hice hace unos pocos minutos.

–No sé. Me cansa todo esto, pero ya estoy acostumbrada.

–Cuando entré aquí, con diagnóstico de esquizofrenia, usted pasó días, meses, prestándome atención y tratándome como a un ser humano. Yo también me estaba acostumbrando a la vida que había decidido llevar con la otra realidad que inventé, pero usted no me dejó. Entonces la odié, pero hoy la quiero. Por eso quiero que salga de Villete, Mari, como yo salí de mi mundo aparte.

Mari se alejó sin responder.

En la pequeña -y nunca frecuentada- biblioteca de Villete, Eduard no encontró el Corán, ni obras de Aristóteles ni de otros filósofos mencionados por Mari. Pero allí estaba el texto de un poeta:

Por eso me dije a mí mismo: «la suerte del insensato será también la mía».

Ve, come tu pan con alegría y bebe a gusto tu vino porque Dios ya aceptó tus obras.

Que tus vestiduras permanezcan siempre blancas y nunca falte perfume en tu cabeza. Disfruta la vida con la mujer amada en todos tus días de vanidad que Dios te concedió bajo el sol. Porque ésta es tu porción de vida y en tu fatigoso trabajo bajo el sol sigue los caminos de tu corazón y el deseo de tus ojos sabiendo que Dios te pedirá cuentas.

–Dios pedirá cuentas al final -dijo Eduard en voz alta-. Y yo diré:

«Durante una época de mi vida permanecí mirando al viento y me olvidé de sembrar; no disfruté mis días, ni siquiera bebí el vino que me era ofrecido.

Pero un día me juzgué preparado y volví a mi trabajo. Relaté a los hombres mis visiones del Paraíso, como el Bosco, Van Gogh, Wagner, Beethoven, Einstein y otros locos lo habían hecho antes que yo». Él dirá que yo me fui del psiquiátrico para no ver morir a una chica, pero ella estará allí en el cielo e intercederá por mí. – ¿Qué estás diciendo? – le interrumpió el encargado de la biblioteca.

–Quiero salir de Villete ahora -respondió Eduard en un tono de voz más alto de lo normal. Tengo que hacer.

El empleado apretó un timbre y al poco tiempo aparecieron dos enfermeros.

–Quiero salir -repitió Eduard, agitado. Estoy bien, déjenme hablar con el doctor Igor.

Pero los dos hombres ya lo habían agarrado, uno por cada brazo. Eduard intentaba soltarse de ellos, aún sabiendo que era inútil.

–Estás teniendo una crisis, tranquilízate -dijo uno de ellos-. Nos ocuparemos de eso.

Eduard comenzó a debatirse. – ¡Suéltenme! – gritaba-. ¡Déjenme hablar por lo menos un minuto!

El trayecto hacia la enfermería atravesaba la sala de estar, y todos los otros internos estaban allí reunidos. Eduard se resistía y el ambiente empezó a soliviantarse. – ¡Déjenlo libre, es un loco!

Algunos reían, otros golpeaban con las manos las mesas y las sillas. – ¡Esto es un manicomio! ¡Nadie está obligado a comportarse como ustedes!

Uno de los hombres susurró al otro:

–Tenemos que amedrentarlos, o dentro de poco la situación será incontrolable.

–Sólo hay una manera.

–Al doctor Igor no le gustará.

–Peor será ver a esta banda de maníacos destrozando su preciado sanatorio.

Veronika se despertó sobresaltada, bañada en un sudor frío. El ruido exterior era muy fuerte y ella necesitaba silencio para continuar durmiendo.

Pero el escándalo proseguía.

Se levantó atontada y caminó hasta la sala de estar, a tiempo de ver cómo Eduard era arrastrado mientras otros enfermeros llegaban corriendo con una jeringa en la mano. – ¡Qué es lo que están haciendo! – gritó. – ¡Veronika! ¡El esquizofrénico la había interpelado! ¡Había pronunciado su nombre! Con una mezcla de vergüenza y sorpresa, la joven intentó acercarse, pero uno de los enfermeros se lo impidió. – ¿Qué es eso? ¡Yo no estoy aquí por ser una loca! ¡Ustedes no pueden tratarme así!

Consiguió empujar al enfermero mientras los otros internos gritaban y armaban una algazara que la asustó. ¿Sería conveniente llamar al doctor Igor y después irse en seguida? – ¡Veronika! Él había vuelto a pronunciar su nombre. En un esfuerzo sobrehumano, Eduard consiguió librarse de los dos hombres. Pero en vez de salir corriendo se quedó de pie, inmóvil, tal como había permanecido la noche anterior Como por arte de magia, los presentes se quedaron inmóviles, aguardando el siguiente movimiento.

Uno de los enfermeros volvió a aproximarse, pero Eduard le miró, usando de nuevo toda su energía.

–Voy con ustedes. Ya sé adónde me están llevando, y sé también que quieren que todos lo sepan.

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