Feyre ha vuelto a la Corte Primavera decidida a desvelar las artimañas de Tamlin y las razones del rey que amenaza Prythian. Pero para hacerlo, tendrá que jugar al mortal juego del engaño… un solo paso en falso podría condenarla, no solo a ella sino a todo su mundo. La guerra se cierne sobre todos, y Feyre tendrá que elegir muy bien en quién confiar.
Sarah J. Maas
Una corte de alas y ruina
Una corte de rosas y espinas – 3
ePub r1.0
NoTanMalo 02.03.18
Título original: A Court of Wings and Ruin
Sarah J. Maas, 2017
Traducción: Julio Sierra
Editor digital: NoTanMalo
ePub base r1.2
Para Josh y Annie…
Un regalo. Todo esto
Rhysand
Dos años antes del muro
El zumbido de las moscas y los gritos de los supervivien tes habían reemplazado el resonar de los tambores de guerra.
El campo de la mortal batalla era para entonces una extensa maraña de cadáveres, tanto de humanos como de inmortales, solo interrumpida por alas quebradas que apuntaban al cielo gris o por el ocasional bulto de un caballo caído.
Con el calor, a pesar de la densidad de las nubes, el olor pronto sería insoportable. Las moscas se movían lentamente sobre ojos que miraban al infinito sin pestañear. No diferenciaban entre la carne mortal y la inmortal.
Tomé mi camino por la llanura otrora cubierta de hierba, esquivando los estandartes enterrados a medias en el barro y la sangre. Necesité la mayor parte de las fuerzas que me quedaban para evitar que mis alas se arrastraran sobre los cuerpos y las armaduras. Mi poder se había agotado mucho antes de que la carnicería llegara a su fin.
Pasé las últimas horas luchando tal como hacían los mortales a mi lado: con la espada, los puños y una brutal e implacable concentración. Habíamos resistido a las legiones de Ravennia. Hora tras hora, resistimos tal como me había ordenado mi padre, tal como yo sabía que debía hacer. Flaquear en esta ocasión habría sido un golpe mortal a nuestra ya debilitada resistencia.
La torre que se alzaba a mi espalda era demasiado valiosa para cedérsela a los leales. No solo por su ubicación en el corazón del continente, sino también por los suministros que guardaba. Por las fraguas que ardían día y noche en el lado occidental, trabajando para abastecer a nuestras fuerzas.
El humo de esas fraguas se mezclaba con el de las piras ya encendidas detrás de mí mientras yo seguía caminando, sin dejar de mirar los rostros de los muertos. Pensé que debía enviar a los soldados que tuvieran estómago para ello a recuperar las armas de ambos ejércitos. Las necesitábamos con mucha urgencia para poder seguir luchando con honor. Sobre todo porque el otro lado luchaba sin el menor sentido del honor.
Cuánta tranquilidad… El campo de batalla estaba tan tranquilo, comparado con la matanza y el caos que finalmente había cesado horas atrás. El ejército leal se había retirado, más que rendido, dejando sus muertos para los cuervos.
Pasé junto a un caballo capón bayo, los ojos de la hermosa bestia todavía abiertos y aterrorizados, con las moscas pegadas a su flanco ensangrentado. El jinete estaba retorcido debajo de él, la cabeza parcialmente cortada. No por un golpe de espada. No. Esos golpes brutales eran de garras.
Ellos no iban a ceder con facilidad. Los reinos y territorios que buscaban sus esclavos humanos no perderían esta guerra a menos que no tuvieran otra posibilidad. Y aun así… Muy pronto aprendimos con dolor que no tenían en cuenta las antiguas reglas y los ritos de la batalla. Y para los territorios fae que luchaban junto a guerreros mortales… nosotros debíamos ser pisoteados como si fuéramos insectos.
Aparté una mosca que zumbaba junto a mi oído con la mano cubierta de sangre, tanto mía como ajena.
Siempre he pensado que la muerte sería una especie de amable recibimiento, una dulce y triste canción de cuna para llevarme a lo que fuera que me esperaba después.
Tropecé con mi pie protegido por la armadura con el mástil de un abanderado leal y salpiqué con barro rojo el jabalí de grandes colmillos bordado en la bandera de color esmeralda.
Entonces me pregunté si la canción de cuna de la muerte no sería el zumbido de las moscas y no una amorosa canción; si las moscas y los gusanos no serían las doncellas de la muerte.
El campo de batalla se extendía hacia el horizonte en todas direcciones salvo la torre a mi espalda.
Durante tres días los tuvimos a raya. Durante tres días peleamos y morimos ahí.
Pero habíamos resistido. Una y otra vez había conducido a humanos y a inmortales, negándome a dejar que los leales avanzaran aunque habían atacado nuestro vulnerable flanco derecho con tropas de refuerzo el segundo día.
Usé mi poder hasta que este no fue más que humo en mis venas, y luego recurrí a mi entrenamiento ilyrio hasta que el movimiento de mi escudo y de mi espada fue todo lo que me quedó, todo lo que pude utilizar contra las hordas.
Un ala ilyria medio destrozada sobresalía de un montón de cuerpos de altos fae, como si se hubieran necesitado esos seis para derribar al guerrero. Como si se los hubiera llevado a todos con él.
Los latidos del corazón reverberaban por todo mi cuerpo maltratado mientras me arrastraba alejándome de los cadáveres apilados.
Los refuerzos llegaron al alba del tercer y último día, enviados por mi padre después de mis súplicas pidiendo ayuda. Yo estaba demasiado inmerso en el furor de la batalla para darme cuenta de quiénes eran, aparte de ser una unidad ilyria, sobre todo porque muchos usaban Sifones.
Pero durante las horas pasadas desde que ellos nos salvaron el pellejo y dieron vuelta al curso de la batalla, yo no había visto a ninguno de mis hermanos entre los vivos. No sabía si Cassian o Azriel habían siquiera luchado en el campo de batalla.
El último era poco probable que lo hubiera hecho, ya que mi padre lo mantenía cerca para espiar, pero a Cassian podrían haberlo reubicado. No me sorprendería que mi padre hubiera destinado a Cassian a una unidad con más probabilidades de ser aniquilada. Como casi lo había sido esta, que a duras penas había salido renqueando del campo de batalla.
Mis doloridos y ensangrentados dedos se clavaron en una armadura abollada y húmeda, mientras yo me alzaba alejándome del último de los cadáveres de los altos fae apilados encima del soldado ilyrio caído.
El cabello oscuro, la piel bronceada… Iguales que los de Cassian.
Pero ese cadavérico rostro gris que miraba al cielo con la boca abierta no era el de Cassian.
Un jadeo escapaba de mí, mis pulmones todavía irritados de tanto gritar, mi labios resecos y agrietados.
Necesitaba agua… con urgencia. Pero cerca, otro par de alas ilyrias sobresalían de entre los muertos apilados.
Tropecé y me arrastré hacia ellas, dejando que mi mente vagara hacia algún lugar oscuro y silencioso mientras enderezaba el cuello retorcido para ver la cara debajo del simple casco.
No era él.
Escogí mi camino entre los cuerpos muertos hacia otro ilyrio.
Luego otro. Y otro.
A algunos los conocía. A otros, no. Y el campo de batalla cubierto de muertos se extendía bajo el cielo.
Kilómetro tras kilómetro. Un reino de los muertos pudriéndose.
Y yo seguía buscando.
PARTE UNO
LA PRINCESA DE CARRIÓN
CAPÍTULO
1
Feyre
El cuadro era una mentira.
Una brillante y bonita mentira, repleta de flores de color rosa pálido y gruesos rayos de sol.
Lo había comenzado el día anterior, una imagen ociosa del jardín de rosas que aparecía más allá de las ventanas abiertas del estudio. A través del enredo de espinas y hojas satinadas, el verde más brillante de las colinas se extendía alejándose.
Una incesante e implacable primavera.
Si yo hubiera pintado esta visión del patio de la manera en que mi instinto me lo había urgido, habrían sido espinas que hieren la piel, flores que tapaban la luz del sol a cualquier planta más pequeña que ellas, y ondulantes colinas teñidas de rojo.
Pero cada pincelada en el ancho lienzo estaba calculada. Cada toque y cada grito de colores mezclados significaban retratar no solo la primavera idílica, sino también una posición del sol. No muy feliz, pero con alegría, finalmente sanando los horrores que yo divulgaba con cuidado.
Suponía que en las últimas semanas yo había elaborado mi conducta tan intrincadamente como una de esas pinturas. Supuse que si también hubiera elegido mostrarme como en verdad deseaba, me habría adornado con garras para desgarrar las carnes y manos que ahogaban la vida de los que entonces me acompañaban. Habría dejado los pasillos dorados manchados de rojo.
Pero todavía no.
Todavía no, me decía a mí misma con cada pincelada, con cada movimiento que había hecho estas semanas. La venganza rápida no le serviría a nadie, salvo a mi propia y furiosa rabia, y nada más.
Incluso cuando les hablaba, oía a Elain sollozando mientras era obligada a entrar en el Caldero. Incluso cuando las miraba, veía a Nesta que apuntaba con el dedo al rey de Hybern en una promesa de muerte. Incluso cada vez que sentía su olor, mis fosas nasales se llenaban con el sabor de la sangre de Cassian que se extendía sobre las piedras oscuras de aquel castillo de huesos.
El pincel se quebró entre mis dedos.
Lo partí en dos, el pálido mango dañado más allá de toda reparación.
Maldiciendo en voz baja, miré hacia las ventanas, hacia las puertas. Este lugar estaba demasiado lleno de ojos atentos para arriesgarme a arrojarlo a la basura.
Mi mente se movió alrededor de mí como una red, buscando a otros suficientemente cercanos para ser testigos, para ser espías. No encontré a ninguno.
Estiré las manos hacia delante, con una mitad del pincel en cada una.
Por un momento, me permití ver el encanto que ocultaba el tatuaje en mi mano y mi antebrazo derechos. Las marcas de mi verdadero corazón. De mi verdadero título.
Alta lady de la Corte Noche.
La mitad de un pensamiento convirtió el pincel roto en llamas.
El fuego no me quemó, aunque devoró la madera, el manojo de pelo y la pintura.
Cuando no fue más que humo y cenizas, invité a un viento para que los barriera de las palmas de mis manos y los sacara por las ventanas abiertas.
Para asegurarme, convoqué una brisa del jardín para que se deslizara por la habitación, limpiando cualquier voluta de humo que quedara, llenándolo todo con el húmedo y sofocante olor de las rosas.
Tal vez cuando mi tarea aquí haya terminado, quemaré esta mansión hasta los cimientos, también. Comenzando con esas rosas.
Dos presencias que se aproximaban aparecieron en el fondo de mi mente y agarré otro pincel, sumergiéndolo en el remolino más cercano de pintura, y bajé las invisibles y oscuras trampas que había erigido alrededor de esta habitación para alertarme ante la presencia de algún visitante.
Estaba trabajando en la forma en que la luz del sol iluminaba las delicadas venas de un pétalo de rosa, tratando de no pensar en cómo una vez lo había visto hacer lo mismo con las alas ilyrias, cuando las puertas se abrieron.
Hice una buena actuación al mostrarme absorta en mi trabajo, con los hombros un poco encorvados, la cabeza inclinada. E hice una actuación todavía mejor al mirar despacio por encima del hombro, como si el esfuerzo de apartarme de la pintura fuera un verdadero sufrimiento.
Sin embargo, la batalla real fue la sonrisa que me obligué a poner en mi boca. En mis ojos, la verdadera manifestación de una sonrisa de naturaleza genuina. La había practicado mucho en el espejo. Una y otra vez.
De modo que mis ojos