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  2. La guía secreta de la Hermandad de la Daga Negra
  3. Capítulo 82
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R.: ¿Qué es lo que huele? [digo, al tiempo que inhalo]. Mmm…

Wellsie: [Cuelga mi abrigo y arroja a mis pies un par de pantuflas]. Ahora quítate las botas.

J. R.: [Me quito las botas y meto los pies entre —ah, qué delicia— un par de pantuflas de lana]. ¿Huele a jengibre?

Wellsie: ¿Estás suficientemente caliente con ese suéter? ¿O necesitas otro? ¿No? Muy bien, sólo grita si cambias de opinión, ¿vale? [Se dirige a la cocina y va hacia el fogón]. Esto es para John.

J. R.: [La sigo]. ¿Está en casa? ¿Acaso cancelaron las clases por la tormenta?

Wellsie: [Al tiempo que levanta la tapa de una olla]. Sí, pero de todas maneras no habría podido ir. Déjame terminar esto en un segundo e iremos donde Tohr.

J. R.: ¿John está bien?

Wellsie: Lo estará. Toma asiento. ¿Quieres un poco de té?

J. R.: Así estoy bien, gracias.

La cocina está hecha de madera de cerezo y granito, con dos hornos magníficos, un fogón de seis quemadores y una nevera que hace juego con los armarios. En el fondo, en un espacio rodeado de ventanas, hay una mesa de cristal y hierro y me siento en el taburete que está más cerca del fogón.

Wellsie tiene el pelo recogido esta noche y, mientras remueve el arroz en la olla, parece una supermodelo salida de un anuncio de cocinas de lujo. Debajo del suéter de cuello alto que lleva puesto, se ve que tiene el vientre un poco más abultado de lo que lo tenía la última vez que la vi y continuamente se lleva la mano a la barriga y se hace masajes. Parece muy saludable. Está absolutamente radiante.

Wellsie: Verás, la cosa con los vampiros es que, aunque no nos afectan los virus humanos, tenemos los nuestros. Y en esta época del año, al igual que sucede en vuestras escuelas, los estudiantes intercambian microbios. John comenzó con molestias y mucho dolor de garganta anoche y esta tarde se despertó con fiebre. Pobrecillo. [Sacude la cabeza]. John es… un chico especial. Realmente especial. Y me encanta tenerlo en casa… sin embargo quisiera que esta noche estuviera en casa por otra razón. [Levanta la mirada hacia mí].

¿Sabes? Es muy extraño. Llevo muchos años haciendo mis propias cosas… no puedes estar casada con un hermano y no ser independiente. Pero desde que John llegó a vivir aquí, la casa me parece vacía si él no está. Y me muero de ganas de que llegue la hora en que regresa a casa del centro de entrenamiento.

J. R: Puedo entenderlo perfectamente.

Wellsie: [Acariciándose otra vez la barriga] John dice que tiene muchas ganas de que llegue pronto el bebé, porque quiere ayudar. Supongo que en el orfanato en el que se crió, le gustaba cuidar a los más pequeños.

J. R.: ¿Sabes? Estás estupenda.

Wellsie: [Entorna los ojos] Eres muy amable, pero ya parezco una foca. No me imagino cómo voy a estar cuando llegue el bebé. Sin embargo, me encuentro bien. El bebé se mueve todo el tiempo y yo me siento bastante fuerte. Mi madre… a ella le fue muy bien con la maternidad. Tuvo tres hijos, ¿puedes creerlo? Tres. Y mi hermana y mi hermano nacieron antes de los adelantos de la medicina moderna.

Así que creo que voy a ser como ella. A mi hermana también le fue bien. [Vuelve a clavar la mirada en la olla que tiene al fuego]. Eso es lo que le digo a Tohr cuando se pone a pensarlo en mitad del día. [Apaga el fogón y saca una cuchara de servir de un cajón]. Esperemos que John coma algo. No ha probado bocado.

J. R.: Oye, ¿qué piensas de que Rhage se vaya a aparear?

Wellsie: [Mientras sirve un poco de arroz en un tazón]. Ay, por Dios, adoro a Mary. Creo que todo ese asunto del compromiso es genial. Aunque Tohr estaba dispuesto a matar a Hollywood. Rhage… no es muy bueno para aceptar indicaciones. Demonios, ninguno de ellos es bueno para obedecer. Los hermanos son… como seis leones. Es difícil hacerlos funcionar en equipo. El trabajo de Tohr es tratar de mantenerlos juntos, pero es difícil… en especial con Zsadist y esa manera de ser que tiene.

J. R.: Wrath dijo que estaba como loco.

Wellsie: [Sacude la cabeza y se dirige a la nevera]. Bella… estoy rezando por ella. Todos los días. ¿Te das cuenta de que ya lleva seis semanas desaparecida? Seis semanas. [Regresa con un recipiente plástico que mete en el microondas]. No me puedo imaginar lo que esos asesinos… [Carraspea, luego oprime unos botones, se oye un pito que va subiendo de volumen y luego un zumbido]. Bueno, en todo caso, Tohr ni siquiera está tratando de hacer entrar en razón a Z. Nadie puede hacerlo.

Es como si… algo se hubiese activado dentro de él con ese secuestro. En cierto sentido —y sé que esto no va a sonar muy bien—, espero que Z pueda encontrar el cuerpo de Bella. De otra manera no habrá forma de cerrar esta historia y él estará totalmente loco cuando llegue el Año Nuevo. Y será más peligroso de lo que ya es. [El horno deja de sonar y pita].

J. R.: ¿No crees que es… no estoy segura de qué palabra usar… asombroso que él esté tan afectado con esto?

Wellsie: [Sirve un poco de salsa de jengibre sobre el arroz, pone el recipiente de plástico en el lavaplatos y saca una servilleta y una cuchara]. Totalmente asombroso. Al comienzo eso me dio esperanzas… ya sabes, el hecho de ver que él se preocupaba por alguien, por algo. Pero ¿ahora? Estoy todavía más preocupada. No veo cómo va a acabar todo esto. De ninguna manera. Vamos, vamos a la habitación de John.

Sigo a Wellsie a través de la cocina y de un salón alargado decorado con una estupenda mezcla de detalles arquitectónicos modernos, muebles antiguos y obras de arte. Al fondo del salón entramos en el ala de la casa en la que se encuentran las habitaciones. La de John es la última antes del cuarto principal, que conecta con el ala izquierda de la casa. A medida que nos acercamos, oigo…

J. R.: ¿Acaso eso es…

Wellsie: Sí. Una maratón de Godzilla. [Empuja la puerta con sigilo y dice]: Hola, ¿cómo vais?

La habitación de John es de color azul marino y la cómoda, la cabecera de la cama y el escritorio tienen un diseño estilo Frank Lloyd Wright, de madera y de líneas muy limpias. Iluminado por el reflejo azulado de la televisión, veo a John en la cama, acostado de lado; está tan pálido como las sábanas blancas, y tiene las mejillas coloradas por la fiebre. Con los ojos cerrados, respira por la boca y emite un ligero silbido al inhalar. Tohr está a su lado, recostado contra la cabecera de la cama, y el cuerpo inmenso del hermano hace que John parezca un chiquillo de dos años. Tohr tiene el brazo estirado y John está agazapado contra él.

Tohr: [Me saluda con la cabeza y le manda un beso a su shellan]. No va muy bien. Creo que la fiebre ha subido. [Al mismo tiempo, al otro extremo del cuarto, desde la tele, Godzilla ruge amenazante y comienza a destruir edificios… algo parecido a lo que está haciendo el virus con el organismo de John].

Wellsie: [Pone el tazón sobre la cama y se inclina sobre Tohr]. ¿John?

John abre los ojos con dificultad y trata de sentarse, pero Wellsie le pone las manos en las mejillas y le susurra que se quede acostado. Mientras ella habla en voz baja con John, Tohr se inclina hacia delante y reclina la cabeza sobre su hombro. Me doy cuenta de que está exhausto, sin duda por haber pasado todo el día despierto y preocupado por John.

Al mirarlos a los tres juntos, me siento feliz por John, pero también un poco inquieta. Es difícil no imaginárselo en ese apartamento decrépito, en aquel edificio infestado de ratas, solo y enfermo. Lo que habría podido suceder es demasiado perturbador. Para evitar que mi cabeza empiece a dar vueltas, me concentro en Tohr y Wellsie y en el hecho de que ellos lo hayan recibido en su familia.

Después de un momento, Wellsie se sienta al lado de Tohr, que le hace un espacio al recoger las piernas. Con la mano que tiene libre, la que John no le tiene agarrada, comienza a acariciar el vientre de Wellsie.

Wellsie: [Sacudiendo la cabeza]. Voy a llamar a Havers.

Tohr: ¿Crees que debemos llevarlo a la clínica?

Wellsie: Esperemos a ver qué nos dicen.

Tohr: La Range Rover ya tiene las cadenas puestas. Cuando tú digas, salimos.

Wellsie: [Le da unos golpecitos en la pierna y luego se pone de pie]. Por eso me casé contigo.

Wellsie sale del cuarto y yo me quedo en la puerta, sintiéndome totalmente inútil. Dios, tengo toda clase de preguntas que hacerle a Tohr, pero ninguna de ellas parece importante ahora.

J. R.: Debo irme.

Tohr: [Frotándose los ojos]. Sí, tal vez es lo mejor. Siento mucho esto.

J. R.: No, por favor. Tienes que atenderlo a él.

Tohr: [Bajando la mirada hacia John]. Sí, así es.

Wellsie regresa y el veredicto del doctor es que hay que llevar a John a la clínica. Llaman a Fritz para que venga a recogerme, pero como va a tardar algo en llegar, me enseñan cómo debo cerrar la casa al salir. Sigo a Tohr mientras lleva a John en sus brazos a lo largo del pasillo, a través del salón y luego de la cocina. En lugar de poner al chico una chaqueta lo envuelven en una manta; lleva los pies enfundados en unas pantuflas parecidas a las que me prestaron a mí, sólo que más pequeñas.

Wellsie se sube en el asiento trasero de la Range Rover, se abrocha el cinturón de seguridad y, cuando Tohr le pone a John sobre el regazo, lo abraza contra su pecho. Cuando cierran la puerta, levanta la mirada para despedirse de mí a través de la ventanilla y apenas puedo distinguir su cara y su pelo rojo debido a la sombra que proyecta la pared del garaje. Nuestros ojos se cruzan y ella levanta una mano. Y yo hago lo mismo.

Tohr: [Dirigiéndose a mí]. ¿Estarás bien sola? Ya sabes cómo localizarme.

J. R.: Ah, yo estoy bien.

Tohr: Saca lo que quieras de la nevera. Los mandos del televisor del estudio están junto a mi silla.

J. R.: Perfecto. Conduce con cuidado y cuéntame cómo sale todo, ¿vale?

Tohr: Por supuesto.

Tohr me pone su mano inmensa sobre el hombro durante un breve instante, antes de ponerse al volante y dar marcha atrás, hacia la tormenta. Las cadenas resuenan contra el suelo de cemento del garaje hasta que salen a la nieve; luego lo único que escucho es el rugido del motor y el crujido de millones de diminutos copos de nieve que se compactan debajo de las llantas.

Tohr sale de garaje y se detiene; luego mete la primera y arranca, al tiempo que cierra la puerta del garaje. Mientras los paneles metálicos terminan de bajar, alcanzo a tener una última imagen de la camioneta y sus luces traseras brillando en medio de la nieve.

Regreso a la casa. Cierro la puerta detrás de mí y escucho.

El silencio es aterrador. Pero no tengo miedo porque crea que hay alguien más en la casa. Sino porque la gente que debería estar allí ya no está.

Me dirijo al salón, me siento en uno de los sofás tapizados en seda y espero junto a las ventanas, como si tal vez

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