Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. La guía secreta de la Hermandad de la Daga Negra
  3. Capítulo 73
Prev
Next

arrojó una lata vacía de cerveza. (¿Y quién estaba tomando cerveza? Beth… recuerden que a ella le gusta la Sam Adams). Al final V terminó por sentarse con Phury y Butch. Los solteros, como les dicen los otros.

Así que ésa fue la noche (el día) de cine. La siguiente será un maratón de Aliens. Y, sí, Rhage va a insistir en representar en vivo y en directo la parte en que un extraterrestre sale del estómago. *suspiro*. Ustedes ya saben, Hollywood es así.

Wrath y el abrecartas

Colgado el 23 de julio de 2006

Éste es más oficial y es largo, pero, caramba, vaya escena la de Beth y Wrath al final, ¿no?

Q

uienquiera que haya dicho que no podía nevar en julio es un maldito imbécil.

Wrath estaba sentado en su trono y observaba las montañas blancas que se alzaban frente a él: cartas solicitando la intervención del rey en asuntos civiles. Poderes a nombre de Fritz para gestionar transacciones bancarias. El permanente flujo de «sugerencias útiles» de la glymera, con las que buscaban solamente su beneficio.

Era un milagro que ese escritorio tan frágil fuera capaz de soportar todo ese peso.

Desde atrás Wrath oyó una serie de clics metálicos y luego las persianas se levantaron con un zumbido. Con el sonido del acero llegó un rugido sordo, advertencia de que pronto estallaría una de esas tormentas de verano de Caldwell.

Wrath se inclinó hacia delante y tomó su lupa. El maldito chisme se estaba volviendo una verdadera extensión de su brazo y Wrath lo odiaba. En primer lugar, esa mierda no servía para nada: no podía ver mucho mejor cuando la usaba. Y, en segundo lugar, le recordaba que, en términos prácticos, su vida se había reducido a hacer un trabajo de escritorio.

Un trabajo de escritorio que tenía un propósito muy claro y suponía un gran honor y mucha nobleza, por supuesto, pero un trabajo de escritorio al fin y al cabo.

De manera casual, Wrath tomó un abrecartas de plata en forma de cuchillo que llevaba su sello real y lo apoyó verticalmente sobre la yema de su índice, tratando de hacer equilibrio con él. Para ponerle más emoción al juego, cerró los ojos y comenzó a mover la mano a diestra y siniestra, creando corrientes de aire que podían desestabilizarlo, probándose a sí mismo para usar otros sentidos distintos de la vista.

Luego soltó una maldición y abrió los ojos. Por Dios, ¿por qué demonios estaba desperdiciando así el tiempo? Tenía diez mil cosas que hacer. Y todas eran urgentes…

A través de las puertas dobles del estudio, que estaban abiertas, oyó voces y, siguiendo ese irracional impulso a seguir aplazando el trabajo, arrojó el abrecartas sobre el montón de papeles y se marchó. En el balcón, plantó las manos sobre la baranda dorada y miró hacia abajo.

En el vestíbulo estaban Vishous, Rhage y Phury, preparándose para salir y conversando mientras revisaban por segunda vez sus armas. Y a un lado estaba Zsadist, recostado contra una columna de malaquita, con una bota cruzada sobre la otra. Tenía una daga negra en su mano y estaba jugando con ella, lanzándola al aire y volviéndola a agarrar. En cada viaje la hoja de la daga reflejaba la luz en relámpagos de un color azul profundo.

Maldición, esas dagas que hacía V eran fantásticas. Afiladas como una cuchilla, tenían el peso perfecto y el mango se ajustaba con precisión a la mano de Z. No eran en realidad armas sino verdaderas obras de arte que, además, significaban la supervivencia de la raza, pues cuando estaban frente a un restrictor era sólo hundirlas y muchas-gracias-y-buen-viaje-de regreso-al-Omega.

—Vámonos —dijo Rhage, al tiempo que se dirigía a la puerta. Al atravesar el suelo de mosaico del vestíbulo, se movió con ese aire de superioridad e impaciencia que lo caracterizaba y que indicaba las ganas que tenía de encontrar la pelea que seguramente iba a encontrar, mientras que su bestia debía estar tan lista para el combate como él.

Vishous iba detrás, con ese andar de pasos largos e indiferentes y ese aire de calma letal. Phury también tenía un aspecto amenazador y caminaba sin que se le notara para nada su limitación, gracias a esa nueva prótesis que usaba.

Cerrando la fila, Zsadist se retiró de la columna y enfundó la daga. El ruido del metal contra el metal reverberó en el aire hasta subir a donde estaba Wrath, como si fuera un suspiro de satisfacción.

Los aterradores ojos negros de Z siguieron el sonido a medida que subía. Iluminado por la luz del techo, su cicatriz resaltaba y el labio superior deformado parecía más pronunciado que nunca.

—Buenas noches, mi lord.

Wrath se despidió de su hermano con un gesto de la cabeza, mientras pensaba que ese macho que estaba allá abajo era como un verdadero demonio para la Sociedad Restrictiva. Aunque Bella ya había entrado en la vida de Z, cada vez que salía a luchar, su odio volvía a regresar. Rodeado de una energía peligrosa, el odio parecía entretejerse con sus huesos y sus músculos y se confundía con su cuerpo, convirtiéndolo en lo que siempre había sido: un salvaje capaz de cualquier cosa.

Aunque, considerando lo que había tenido que pasar la shellan de Z, Wrath no lo culpaba por sentir tanto odio. En lo más mínimo.

Z avanzó hacia la puerta y de pronto se detuvo. Por encima del hombro dijo:

—Pareces tenso esta noche.

—Ya pasará.

La sonrisa que le respondió desde abajo fue como una bofetada agresiva.

—Yo no puedo contar hasta diez durante mucho rato. ¿Tú sí?

Wrath frunció el ceño, pero el hermano ya había salido por la puerta hacia la noche.

Cuando se quedó solo, Wrath regresó al estudio. Se sentó detrás del ridículo escritorio y, cuando su mano volvió a encontrar el abrecartas, comenzó a deslizar el índice por el lado romo. Mientras lo observaba, vio que uno podía matar con ese abrecartas. Sólo que resultaría un poco sangriento.

Entonces cerró el puño, como si el abrecartas de plata fuera realmente un arma, lo apuntó hacia el frente y lo clavó sobre la montaña de papeles. Mientras se movía, los tatuajes que subían por su antebrazo se estiraron, exhibiendo con claridad la pureza de su linaje.

Por Dios, ¿qué diablos hacía pudriéndose en ese trono?

¿Cómo había llegado hasta allí? Sus hermanos luchando fuera y él sentado ahí, con un maldito abrecartas.

—¿Wrath?

Wrath levantó la mirada. Beth estaba en la puerta, vestida con un par de viejas bermudas vaqueras y una camiseta sin mangas. El pelo le caía por los hombros y olía a rosas florecidas… a rosas de las que florecen por la noche, mezcladas con el olor de él.

Mientras la miraba, por alguna razón Wrath pensó en los ejercicios que hacía en el gimnasio… esas agotadoras masturbaciones de todo el cuerpo que no le servían para nada.

Dios… hay tensiones que no se pueden aliviar en una cinta andadora. Había cosas que le faltaban, a pesar de que se ejercitara físicamente hasta que el sudor le corriera por el cuerpo con la misma rapidez que la sangre por las venas.

Sí… uno podía perder su esencia en un segundo, casi sin darse cuenta. En un momento era una daga y de pronto se convertía en un adorno de escritorio. Como si lo hubiesen castrado.

—¿Wrath? ¿Estás bien?

Wrath asintió con la cabeza.

—Sí. Estoy bien.

Beth entrecerró los ojos azules y Wrath pensó que tenían el mismo color que el reflejo que se proyectaba desde la daga de Z: azul profundo. Hermosos.

Y la inteligencia que brillaba en ellos era tan afilada como esa arma.

—Wrath, háblame.

‡ ‡ ‡

En el centro, en la calle 10, Zsadist iba corriendo por el pavimento tan rápido como la brisa, sigiloso como un fantasma, un espectro vestido de cuero en persecución de su presa. Acababa de encontrar a sus primeras víctimas de la noche, pero por el momento estaba conteniéndose, a la espera de dar con un lugar apartado.

La Hermandad nunca peleaba en lugares públicos. A menos que fuera indispensable hacerlo.

Y este pequeño sarao que le esperaba iba a ser un poco ruidoso. Los tres restrictores que iban delante de él eran veteranos, completamente descoloridos, y se dirigían a la pelea con ganas y moviéndose sobre el pavimento sólido con el ritmo mortal de sus pesados cuerpos.

Por Dios santo, necesitaba llevarlos a un callejón.

Mientras que los cuatro avanzaban, la tormenta estiró los brazos y comenzó a azotar la noche con rayos que iluminaban el cielo y truenos que parecían maldecir. El viento se aceleró por las calles y luego tropezó, formando ráfagas que a veces empujaban y a veces frenaban la espalda de Z.

Z se repetía a sí mismo que debía tener paciencia, pero sentía ese esfuerzo como un castigo.

Sólo que en ese momento, como si fuera un regalo de la Virgen Escribana, el trío giró por un callejón y dio media vuelta para enfrentarse a él.

Ah, así que no era un regalo ni producto de la suerte. Ellos sabían que los estaban siguiendo y habían buscado un rincón oscuro para hacer su transacción.

Sí, bueno, hora de bailar, hijos de puta.

Z desenfundó su daga y comenzó a correr, lo cual fue como accionar un gatillo. Cuando se acercó, los restrictores retrocedieron, desapareciendo en el fondo del callejón, en busca de un lugar suficientemente oscuro para evitar que ojos humanos presenciaran lo que estaba a punto de suceder.

Zsadist se concentró en el asesino que estaba a la derecha porque era el más grande y tenía el cuchillo de mayor tamaño, así que desarmarlo era una prioridad táctica. También era algo que Z sencillamente se moría por hacer.

La adrenalina lo fue llevando cada vez más rápido hasta que sus botas apenas parecían tocar el pavimento. A medida que avanzaba, parecía como el viento que arrastra todo lo que encuentra.

Los restrictores se prepararon, cambiando de posición y poniéndose en cuclillas, de modo que el grande quedó al frente, mientras que los otros dos lo flanqueaban.

En el último momento Z se dobló sobre sí mismo como si fuera un ovillo y rodó por el asfalto. Luego se levantó y, precedido por la daga, le asestó un golpe al grande en el estómago y lo abrió por la mitad como si fuera una almohada. Joder, las cavidades abdominales siempre producían un reguero asqueroso, aunque la gente no comiera, y el asesino cayó en medio de una cascada de sangre negra.

Desafortunadamente, cuando iba camino de su siesta eterna, logró golpear a Z justo en el cuello con su navaja.

Z sintió que la piel se le abría y la vena comenzaba a sangrar, pero no había tiempo de quedarse pensando en la herida. Se concentró en los otros dos asesinos, al tiempo que sacaba su segunda daga, de manera que parecía una máquina cortadora de dos rieles. La pelea se volvió más seria cuando recibió otra herida en el hombro y entonces pensó que tal vez iba a terminar muerto.

En especial cuando una cadena de acero se le enroscó en el cuello, tensándose dolorosamente. De un tirón lo tumbaron y cayó con tanta fuerza contra el pavimento que sintió que todo el aire abandonaba sus pulmones como si hubiese recibido una orden de desalojo; su caja torácica se negaba a expandirse, a pesar del esfuerzo que él hacía con la boca.

Justo antes de desmayarse, pensó en Bella y el pánico que le produjo la idea de dejarla le proporcionó el impulso que necesitaba. Su esternón se hinchó hasta el cielo, arrastrando el aire con tanta fuerza que sintió que le entraba hasta las pelotas. Y justo a

Prev
Next
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.