Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. La guía secreta de la Hermandad de la Daga Negra
  3. Capítulo 7
Prev
Next

sorpresa.

Rhage miró su reloj mientras arrancaban.

—Cuatro… tres… dos…

La casa que estaba detrás de ellos estalló en llamas, llenando el aire de oleadas de energía…

Justo cuando una Minivan llena enemigos aparecía al fondo de la entrada que llevaba hasta la casa, bloqueando la salida hacia la Ruta 9.

‡ ‡ ‡

Bella volvió a revisar lo que había empacado en dos pequeños maletines y se aseguró de tener todo lo que necesitaría al principio. En el maletín de asas verdes había guardado un poco de ropa para ella, junto con el cargador del móvil, su cepillo de dientes y dos mil dólares en efectivo. En el maletín de asas azules iba la ropa de Nalla, los biberones y una provisión de pañales, junto con las toallitas húmedas, la crema para las escoceduras, mantas, un osito de peluche y Ah, los lugares a los que irás, del doctor Seuss.

El título del libro favorito de Nalla resultaba bastante apropiado en una noche como aquélla, ciertamente.

Se oyó un golpecito en la puerta.

—Pase.

Mary, la shellan de Rhage, asomó la cabeza por la puerta. Tenía una expresión seria y sus ojos grises parecían sombríos, aun antes de ver las maletas.

—Rhage me acaba de enviar un mensaje. Z está herido. Sé que estás a punto de irte y las razones de tu decisión no me incumben, pero tal vez quieras esperar un poco. Por lo que Rhage dijo, Z va a necesitar alimentación de vena con urgencia.

Bella se enderezó lentamente.

—¿Qué ha pasado…? ¿Tan grave es? ¿Qué…?

—No sé más detalles, aparte de que vendrán a casa en cuanto puedan.

Ay… Dios. Allí estaba la noticia que ella siempre había temido. Que Z resultara herido en el campo de batalla.

—¿No dijeron cuándo vendrán?

—Rhage no me lo dijo. Sé que tienen que dejar a un civil herido en la nueva clínica de Havers, pero eso les pilla de camino. No estoy segura de si a Z lo van a atender allí o aquí.

Bella cerró los ojos. Zsadist le había enviado el mensaje cuando ya estaba herido. Había tratado de buscarla cuando se encontraba en medio del dolor… y ella le había respondido con una bofetada, diciéndole que lo estaba abandonando, dejándolo a merced de sus demonios.

—¿Qué he hecho? —dijo en voz baja.

—¿Qué dices? —preguntó Mary.

Bella negó con la cabeza tanto para reprenderse a sí misma como para responder a Mary.

Entonces se dirigió a la cuna y miró a su hija. Nalla estaba durmiendo con el cansancio pesado y denso de los niños, y su pecho subía y bajaba con fuerza. Tenía las manitas cerradas y el ceño fruncido, como si estuviera concentrada en el proceso de crecimiento, su única preocupación.

—¿Te quedarías con ella? —preguntó Bella.

—Por supuesto.

—Hay leche en el refrigerador.

—No me moveré de aquí.

‡ ‡ ‡

De regreso a la entrada hacia la casa del Gigante Verde, Z sintió la sacudida que sufrió la camioneta cuando Qhuinn frenó en seco. La Hummer se mantuvo firme, mientras las leyes de la física actuaban sobre su inmensa carrocería poniendo fin a su movimiento antes de que se estrellara de frente contra la Minivan que apareció en el camino.

De las ventanas del coche familiar de la Sociedad Restrictiva brotaron enseguida varios cañones y las balas comenzaron a zumbar, abollando el acero reforzado de la Hummer y rebotando contra sus ventanillas de plexiglass de una pulgada de grosor.

—Es la segunda noche que saco mi coche nuevo —espetó Qhuinn—, ¿y estos malditos lo quieren dejar como un colador? Joder, no. Un momento.

Qhuinn dio marcha atrás, se alejó unos cinco metros y luego cambió a primera y aceleró hasta el fondo. Mientras giraba el volante hacia la izquierda, esquivó la Town & Country de los asesinos, al tiempo que volaban terrones de tierra y matojos que se estrellaban contra los dos coches.

Mientras los pasajeros de la Hummer se mecían como si fueran en un barco en medio de una tormenta, Rhage metió la mano en el interior de su chaqueta y sacó una granada de mano. Entonces abrió la ventanilla sólo lo suficiente para lanzarla, quitó el seguro con los dientes y arrojó el explosivo. Quizás por la gracia divina, la granada rebotó contra el techo de la Minivan y rodó debajo del vehículo.

Los tres restrictores saltaron del coche como si estuviera en llamas.

Y tres segundos después eso fue lo que sucedió, explotó y el cielo se iluminó con el estallido.

Mierda, si Z había pensado que el viaje de salida del túnel había sido malo para su pierna, no fue nada comparado con las sacudidas que sufrió para alejarse de aquellos asesinos. Cuando la Hummer salió a la Carretera 9, después de haber atropellado al menos a uno de los restrictores, Zsadist estaba a punto de desmayarse.

—Dios, está entrando otra vez en shock.

Z apenas se dio cuenta de que Rhage se había vuelto totalmente y lo estaba mirando a él, no al civil.

—No es cierto —musitó mientras entornaba los ojos—. Estoy bien. Sólo estaba descansando un poco.

Rhage entrecerró sus espectaculares ojos azules.

—Fractura. Y múltiple. Demonios. Te estás desangrando mientras hablamos.

Z levantó los ojos para mirar la imagen de Qhuinn reflejada en el espejo retrovisor.

—Disculpa el desastre.

El chico sacudió la cabeza.

—No te preocupes. Por ti, soy capaz de acabar con el coche.

Rhage puso la mano sobre el cuello de Z.

—Mierda, estás tan blanco como la nieve e igual de caliente. Vamos a tener que atenderte en la clínica.

—En casa.

Rhage habló en voz baja.

—Le envié un mensaje a Mary para que no la dejara marcharse, ¿vale? Bella todavía va a estar allí, independientemente de lo que tardemos en volver a la mansión. Ella no se marchará antes de que llegues.

Un silencio lleno de tensión se instaló en la Hummer, como si todos hubiesen decidido fingir que no habían oído nada de lo que dijo Rhage.

Z abrió la boca para protestar.

Pero se desmayó antes de que pudiera decir nada.

Seis

A

unque le temblaban las piernas, Bella daba vueltas y más vueltas alrededor de la sala de terapia del centro de entrenamiento, trazando una especie de órbita alrededor de la camilla de reconocimiento. Se detenía a cada momento para mirar el reloj.

¿Dónde estaban? ¿Qué otra cosa podía haber salido mal? Ya había pasado más de una hora…

«Ay, Dios, permite que Zsadist viva. Por favor, permite que lo traigan vivo».

Después de dar varias vueltas más, se detuvo junto a la cabecera de la camilla y la miró de arriba abajo. Luego puso la mano sobre la parte acolchada y se sorprendió pensando en la ocasión en que ella había estado sobre esa camilla como paciente. Hacía tres meses. El día del nacimiento de Nalla.

Dios, vaya pesadilla.

Y menuda pesadilla la que estaban viviendo ahora… esperando a que trajeran a su hellren herido, sangrando y muerto de dolor. Y eso en el mejor de los casos. El peor era ver entrar una camilla con un cuerpo cubierto del todo por una sábana, algo que ni siquiera podía considerar.

Para no volverse loca, comenzó a pensar en el nacimiento de Nalla, en el momento en que la vida de ella y la de Z habían cambiado para siempre. Al igual que muchas cosas dramáticas, ese gran evento era algo que estaban esperando, pero cuando llegó significó de todas maneras un choque. Bella estaba en el noveno mes de los dieciocho que duraba normalmente el embarazo y era un lunes por la noche.

Buena manera de empezar la semana.

Tenía muchos deseos de comerse un chili con carne y Fritz le había concedido el capricho, preparando un chili que estaba tan picante como el fuego. Cuando el querido mayordomo le llevó un plato humeante, sin embargo, ella se sintió de pronto incapaz de soportar su olor o mirar siquiera el plato. Con náuseas y sudorosa, decidió darse una ducha fría, y cuando entró al baño se preguntó cómo demonios iba a ser capaz de soportar otros nueve meses a un bebé creciendo en su barriga.

Evidentemente, la pequeña Nalla captó ese pensamiento, porque por primera vez en semanas se movió con fuerza y, al dar una patada, rompió aguas.

Bella se levantó la bata y observó lo que pasaba. Al principio se preguntó si habría perdido el control de su vejiga, pero luego cayó en la cuenta de lo que en realidad ocurría. Aunque había seguido el consejo de la doctora Jane y evitó leer la versión vampírica de Qué esperar cuando se está esperando, tenía suficiente información sobre el asunto como para saber que, una vez que se rompen aguas, el autobús ya ha salido de la estación y no hay quien lo pare.

Diez minutos después estaba de espaldas en esa misma camilla y la doctora Jane se movía con rapidez y precisión, mientras la examinaba. La conclusión era que el cuerpo de Bella no parecía dispuesto a seguir el programa habitual y había que sacar a Nalla. Le administraron Pitocín, un medicamento que se usaba con frecuencia para inducir las contracciones del parto en las hembras humanas, y poco después Bella supo cuál era la diferencia entre el dolor y el trabajo de parto.

El dolor atrae parte de tu atención, pero el trabajo de parto no te deja pensar en nada más.

Zsadist estaba en el campo de batalla y cuando llegó se puso tan frenético que se le erizó el poco pelo que se dejaba en la cabeza. Tan pronto como atravesó la puerta, se quitó las armas, que formaron una montaña del tamaño de una silla, y se apresuró a ponerse a su lado.

Bella nunca lo había visto tan asustado. Ni siquiera cuando se despertaba después de soñar con su perversa Ama. Tenía los ojos negros, pero no de rabia sino de miedo, y los labios tan apretados que parecían apenas un par de rayas blancas.

El hecho de tenerlo a su lado la había ayudado a soportar el dolor. Y eso era algo que ciertamente necesitaba. La doctora Jane se había opuesto a ponerle anestesia epidural, porque los vampiros podían sufrir alarmantes cambios en la presión sanguínea. Así que no había recibido ningún calmante.

Y tampoco había tiempo de llevarla a la clínica de Havers, pues después de que el Pitocín desencadenara el proceso, el trabajo de parto había progresado demasiado rápido para llevarla a cualquier lugar, y además el amanecer estaba cerca. Lo cual significaba que tampoco había manera de traer al médico de su raza hasta el centro de entrenamiento.

Bella regresó al presente, mientras acariciaba la delgada almohada que yacía en la camilla. Todavía podía recordar cómo se había aferrado a la mano de Z hasta casi romperle los huesos, mientras ella apretaba los dientes y sentía como si la cortaran en dos.

Y luego sus signos vitales se vinieron abajo.

—¿Bella?

Bella dio media vuelta. Wrath estaba en el umbral de la sala de terapia y el inmenso cuerpo del rey llenaba todo el espacio. Con su pelo negro hasta la cintura, las gafas oscuras y los pantalones de cuero negro, parecía una versión moderna de la Muerte.

—Ay, por favor, no —dijo Bella, al tiempo que se agarraba a la camilla—. Por favor…

—No, tranquila, todo está bien. Z está bien. —Wrath se acercó y la agarró del brazo para ayudarla a recuperar el equilibrio—. Ya está estable.

—¿Estable?

—Tiene una fractura múltiple en una pierna y eso desató una pequeña hemorragia.

Más bien una hemorragia enorme, sin duda.

—¿Dónde está?

—En este momento se dirigen hacia aquí desde la casa de Havers. Me imaginé que estarías preocupada, así que quise avisarte.

—Gracias. Gracias… —A pesar de los problemas que habían tenido últimamente, la idea de perder a su hellren le

Prev
Next
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.