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  2. La guía secreta de la Hermandad de la Daga Negra
  3. Capítulo 55
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Havers que vaya a ver a Wrath. Al ver que su hermano evita mirarla a los ojos, Marissa tiene la terrible sospecha de que él ha tenido algo que ver con el ataque. Llena de rabia, se enfrenta a él y le exige que ayude a Wrath. Havers, que se ha sentido todo el tiempo muy mal por lo que ha hecho, admite su culpa y se desmaterializa hasta la granja. Wrath está al borde de la muerte y la única esperanza es que se alimente. Havers comienza a enrollarse la manga cuando Beth lo aparta. Usa tu muñeca, le dice Havers. Después de un rato, Wrath toma la sangre de Beth y su condición se estabiliza lo suficiente para trasladarlo al coche. Tienen que llevarlo en coche porque no puede desmaterializarse. La casa de Darius es un lugar demasiado peligroso y se acerca el amanecer. Deciden ir a la casa de Havers. Tienen que llevarlo entre los dos hasta el laboratorio.

Después de un largo día de angustiosa espera, Wrath sale de peligro. Mientras Beth lo abraza y llora, él maldice su vida de guerrero por primera vez en la vida. Al estar ahora casado con Beth, no quiere que ella esté expuesta a la violencia. Los dos se quedan abrazados hasta que Havers entra al laboratorio con Marissa. Havers parece estar sufriendo horriblemente cuando admite ante Wrath lo que hizo. Se ofrece a permitir que Wrath se vengue de él en un ritual que significará su muerte. Pero Wrath le dice que no. Ahora están en paz por todo lo que él le hizo a Marissa durante años.

Cuando los hermanos se presentan en casa de Havers, Wrath y Beth aceptan la invitación de ir a la casa de Tohrment y Wellsie, mientras Wrath termina de recuperarse. Wrath todavía está muy débil para desmaterializarse, así que Beth, Butch y Marissa deciden llevarlo en coche hasta el oeste. Al salir a la carretera, Beth le sonríe a su marido vampiro y piensa que quería vivir una aventura, y vaya si lo hizo.

Epílogo

Un mes después, en el rancho de Tohrment y Wellsie, en Colorado, los hermanos están en el cuarto de armas preparándose para salir a cazar. Wrath ha asumido el papel de líder de los hermanos y también ha aceptado la posición de jefe de su raza. Los vampiros han comenzado a acudir a él para pedirle que resuelva disputas y bendiga a sus hijos, deberes tradicionales del jefe de la raza que habían sido abandonados desde la muerte del padre de Wrath. Beth se está adaptando a su papel como uta-shellan del jefe. Butch y Marissa están felices, pero tienen que luchar diariamente con las implicaciones de que él sea un mortal.

Mientras los hermanos se preparan para salir, Wrath frunce el ceño al ver que Beth está poniéndose una funda para dagas. ¿Qué estás haciendo?, pregunta. Voy a ir contigo, dice ella. ¿A qué?, pregunta él. A pelear, responde ella. Ah, no, no vas a hacer eso, replica Wrath, porque yo te prohíbo que participes en batallas. Beth levanta la cabeza. ¿Perdón? Tú me prohíbes, repite ella. Al ver que los dos se cuadran en posición de combate, los hermanos salen rápidamente de la habitación.

Desde el otro lado de la puerta, los hermanos oyen el sonido atenuado de voces airadas. Entonces, ¿quién creéis que ganará esta batalla?, pregunta Tohrment. Los hermanos hacen sus apuestas. La puerta se abre. Wrath sale caminando con expresión de ferocidad, mientras se pone la chaqueta de cuero. Un momento después aparece Beth; lleva encima dos pistolas y una daga. Ella está sonriendo. Al ver que los hermanos sueltan una carcajada, Wrath rodea a Beth con su brazo y la besa. Ninguno de vosotros parece muy sorprendido, les dice a sus hermanos. No, contesta Tohrment. Todos apostamos que ella ganaría.

Wrath y Beth desaparecen juntos en medio de la noche.

Escenas suprimidas

Escenas suprimidas

L

a gran mayoría de las cosas que veo en mi cabeza los pongo en los libros, ¡razón por la cual las novelas de la Hermandad son tan largas! Y la mayoría de las veces, si tengo que dejar algo fuera, lo uso en otra parte. Sin embargo, hay algunas escenas que he suprimido y a continuación he incluido algunas, con un pequeño comentario.

Suprimí esta escena del comienzo de Amante despierto debido a problemas de extensión. En realidad me gusta mucho, y quisiera haber podido llevarla más lejos, pues era el comienzo de todo un hilo narrativo nuevo acerca de los aprendices de guerreros. Al leerla otra vez, me doy cuenta de lo lejos que ha llegado John; en este punto de la saga él apenas estaba empezando a conocer a todos los hermanos y tenía mucho que aprender sobre su nuevo mundo.

M

ientras estaba de pie en el gimnasio del centro de entrenamiento, esperando hombro a hombro con los otros aprendices la orden para adoptar la siguiente posición de jujitsu, John se sentía agotado. Tenía el cerebro exhausto y en blanco, y le dolía el cuerpo. Se sentía como si le acabaran de robar todo y lo hubiesen dejado abandonado para que se muriera.

Bueno, eso es un poco melodramático. Pero no está tan lejos de la verdad.

La clase había comenzado a las cuatro de la tarde, como siempre, pero como habían tenido que compensar el tiempo que habían perdido la noche anterior, en lugar de terminar a las diez de la noche, ya eran las dos de la mañana y todavía seguían poniéndolos a prueba.

Los otros chicos también se veían cansados, pero John era absolutamente consciente de que nadie estaba tan agotado como él. Por alguna razón, sus compañeros parecían soportar mejor que él el entrenamiento.

¿Alguna razón? Por Dios, él sabía perfectamente el porqué. No sólo tenía que trabajar más duramente porque era un idiota descoordinado, sino que después de todo ese asunto de la terapeuta indagando las pesadillas de su pasado, no había podido dormir, así que estaba totalmente aturdido, para empezar.

Al frente, Tohr estaba mirando a todos los estudiantes con severidad. Vestido con unos pantalones negros de nylon y una camiseta sin mangas, el hermano era la viva imagen de un sargento instructor, con su corte militar y sus ojos azules y fríos. John trató de erguirse, pero su columna se negaba a obedecerlo. Estaba absolutamente molido.

—Eso es todo por hoy —vociferó Tohr. Al ver que los aprendices se desplomaban como muñecos de trapo, frunció el ceño—. ¿Alguna lesión sobre la que no me hayáis avisado? —Al ver que nadie hablaba, el hermano miró de reojo el reloj de acero que estaba encastrado en la pared de cemento—. Recordad que mañana empezamos al mediodía y trabajamos hasta las ocho p. m., en lugar de nuestro horario habitual. Ahora, a las duchas. El autobús estará listo en quince minutos. John, ¿podemos hablar un minuto?

Mientras que todos los demás se arrastraban por encima de las colchonetas azules hasta los casilleros, John se quedó atrás. Y recitó una pequeña plegaria.

Los viajes en autobús hacia y desde el centro de entrenamiento eran un infierno. En un buen día, ninguno de los otros aprendices le hablaba. En un mal día… deseaba que se aplicara la ley del silencio. Así que aunque eso lo convertía en un cobarde, John abrigaba la esperanza de que Tohr le dijera que se podía quedar y trabajar un rato en la oficina o algo así.

Tohr esperó hasta que la puerta de acero se cerrara, antes de transformarse de sargento en padre. Mientras le ponía una mano sobre el hombro, le dijo:

—¿Cómo vamos, hijo?

John asintió vigorosamente con la cabeza, aunque su absoluto estado de agotamiento lo decía todo.

—Escucha, la hermandad va retrasada esta noche, así que tengo que salir ya mismo a patrullar. Pero hace un rato estuve hablando con Butch y dijo que, si querías quedarte con él un rato, estaría encantado. Puedes ducharte en la Guarida si lo deseas y él podría llevarte a casa más tarde.

A John casi se le salen los ojos de las órbitas. ¿Quedarse con Butch? Que era, más o menos, ¿lo Máximo? Joder… ¡vaya si sus plegarias habían sido escuchadas! El tío había ido al centro de entrenamiento hacía dos días, había impartido una clase estupenda sobre criminalística y desde entonces cada uno de los aprendices había decidido que quería ser un policía de homicidios como él.

¿Quedarse con Butch… y, además, no tener que tomar el Expreso del Infierno para volver a casa?

Tohr sonrió.

—Supongo que eso es un sí, ¿verdad?

John asintió. Y siguió asintiendo.

—¿Sabes cómo llegar hasta allí?

—¿Es la misma contraseña? —preguntó John con señas.

—Sí. —Tohr le apretó el hombro y la inmensa palma de su mano le transmitió toda clase de apoyo y afecto—. Cuídate, hijo.

John se dirigió a los casilleros y por primera vez no vaciló al entrar en el ambiente húmedo y caliente de ese laberinto de casilleros de metal y jerarquías sociales. Como siempre, no miró a nadie al avanzar hasta el número diecinueve.

Curioso, tanto su casillero como él eran los últimos y estaban en lo más bajo.

Cuando agarró su mochila y se la colgó del hombro, Blaylock, el pelirrojo que era uno de los únicos dos aprendices que no lo colmaban de insultos, frunció el ceño.

—¿No te vas a cambiar de ropa para tomar el autobús? —preguntó el chico, mientras se secaba el pelo con una toalla.

John no pudo evitar sonreír mientras negaba con la cabeza y daba media vuelta.

Lo cual, desde luego, hizo que Lash tuviera que interponerse en su camino.

—Parece que nuestro amigo tiene planeado ir a arrastrarse detrás de la Hermandad —dijo el rubio, mientras alardeaba al ponerse su enorme reloj de diamantes de Jacob and Co., ya sabes—. Apuesto a que les va a dar brillo a las dagas. ¿Con qué les vas a limpiar las cuchillas, John?

El impulso de tumbarlo al suelo era tan fuerte, que John de hecho levantó la mano, pero, por Dios, no quería empezar una pelea con ese imbécil. No cuando iba camino de la Guarida y no tenía que tomar el autobús. John dio media vuelta y eligió el camino largo para salir del cuarto de las taquillas, pues prefirió recorrer otro pasillo de bancos y casilleros con tal de evitar el conflicto.

—Diviértete, Johnny —gritó Lash—. Ah, y al salir no olvides pasar por el cuarto de equipos a recoger unas rodilleras.

Mientras la carcajada resonaba en el cuarto, John empujó la puerta y se dirigió a la oficina de Tohr… al tiempo que pensaba en que daría cualquier cosa para que Lash supiera cómo era verse humillado todo el tiempo.

O tal vez para poder golpearlo hasta someterlo a su voluntad.

Atravesar el fondo del armario de suministros de Tohr y salir al otro lado, al túnel subterráneo, era como salir a la luz del sol: todo un alivio. Claro, sólo tenía diez horas de libertad frente a él, pero eso era toda una vida bajo las circunstancias adecuadas.

Y estar con Butch definitivamente era el respiro que necesitaba.

John caminó rápidamente hacia la casa principal y se detuvo cuando llegó a las escaleras que salían al vestíbulo de la mansión. Tohr había dicho que había que seguir otros ciento veinte metros hasta la Guarida… así que siguió. Cuando llegó a otras escaleras, se sintió aliviado. El túnel no era húmedo y estaba iluminado, pero de todas maneras no le gustaba estar ahí solo.

Cuando asomó la cara dentro del campo de visión de una video cámara, pulsó el botón para llamar y resistió la tentación de saludar como

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