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  2. La guía secreta de la Hermandad de la Daga Negra
  3. Capítulo 5
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pie y se quedó inmóvil.

Ni Z ni Rhage se movieron. Usando sus aguzados sentidos, escrutaron el silencio de la casa en busca de algo que sugiriera que había más habitantes.

El gemido que brotó en medio del silencio provenía del fondo y Z caminó rápidamente al lugar de donde llegaba el sonido, precedido por el cañón de su arma. La puerta que bajaba al sótano desde la cocina estaba abierta y Z se desmaterializó hasta allí. Con un rápido movimiento de cabeza echó un vistazo escaleras abajo. Una sola bombilla desnuda colgaba de un cable rojo y negro, al final de las escaleras, pero el haz de luz no mostraba más que un sucio suelo de tablas.

Z apagó la bombilla mentalmente y Rhage lo cubrió desde arriba, mientras evitaba las desvencijadas escaleras y se desmaterializaba camino de la oscuridad.

Abajo, Z percibió olor a sangre fresca y oyó el golpeteo de unos dientes que castañeteaban en algún lugar a la izquierda.

Volvió a encender la luz del sótano con el pensamiento… y se quedó sin aliento.

Había un vampiro civil atado de pies y manos a una mesa. Estaba desnudo y lleno de magulladuras y, en lugar de mirar a Z, cerró los ojos con fuerza, como si no fuera capaz de ver lo que le esperaba.

Por un momento, Z no pudo moverse. Era como estar viendo su propia pesadilla en vivo y en directo, y la realidad se volvió tan borrosa que no estaba seguro de si el que estaba amarrado era él o el tío a quien iba a rescatar.

—¿Qué ocurre? —preguntó Rhage desde arriba—. ¿Qué encontraste?

Z salió de su confusión y se aclaró la garganta.

—Estoy en ello.

Mientras se acercaba al civil, dijo con voz suave en Lengua Antigua:

—No temas.

Los ojos del vampiro se abrieron de repente y volvió rápidamente la cabeza. Primero lo miró con incredulidad y luego con asombro.

—No temas. —Z revisó nuevamente los rincones del sótano y sus ojos penetraron en las sombras en busca de indicios de un sistema de seguridad. Lo único que vio fue una habitación de paredes de cemento y suelo de madera, cuyo techo estaba lleno de tuberías viejas e instalaciones eléctricas igualmente antiguas. Pero no se veía ningún ojo electrónico ni luces que indicaran alarmas.

Estaban solos y sin vigilancia, pero quién sabía durante cuánto tiempo.

—Rhage, ¿todavía sin moros en la costa? —gritó hacia arriba por la escalera.

—¡Todo despejado!

—Un civil. —Z inspeccionó el cuerpo del macho. Lo habían golpeado y, aunque no parecía tener ninguna herida abierta, no había manera de saber si podría desmaterializarse—. Llama a los chicos, por si necesitáramos transporte.

—Ya lo hice.

Z dio un paso hacia delante…

El suelo se abrió bajo sus pies, resquebrajándose completamente justo debajo de él.

Cuando la gravedad se apoderó de él con sus manos codiciosas y comenzó a bajar en caída libre, en lo único en lo que pudo pensar fue en Bella. Dependiendo de lo que hubiese en el fondo, esto podría ser…

Aterrizó en algo que se hizo añicos por el impacto y que causó una lluvia de fragmentos de cristal que cortaron sus pantalones y sus manos antes de rebotar y herirle en la cara y el cuello. Mantuvo el arma en la mano porque estaba entrenado para hacerlo, a pesar de que la punzada de dolor lo paralizó de la cabeza a los pies.

Necesitó respirar varias veces profundamente antes de poder activar de nuevo su cerebro para tratar de evaluar la magnitud de los daños.

Mientras se sentaba lentamente, el tintineo de los fragmentos de cristal cayendo sobre el suelo de piedra pareció resonar aún a su alrededor. En el círculo que formaba la luz que llegaba del sótano, vio que estaba sentado en medio de un resplandor de cristales…

Había caído sobre una araña de cristal del tamaño de una cama.

Y su bota izquierda estaba apuntando hacia abajo.

—Mierda.

La parte inferior de la pierna que se había dislocado comenzó a palpitar de dolor, lo cual le hizo pensar que, si no se hubiese fijado en eso, tal vez habría seguido haciendo caso omiso del dolor.

La cara de Rhage apareció en el borde del hueco que se había formado en el techo.

—¿Estás bien?

—Libera al civil.

—¿Estás bien?

—La pierna está muerta.

—¿Cómo que muerta?

—Pues me estoy viendo el talón de la bota y la parte delantera de la rodilla al mismo tiempo. Y hay una buena probabilidad de que vomite. —Z tragó saliva, tratando de convencer a las arcadas de que, sintiéndolo mucho, tenían que esfumarse—. Suelta al civil y luego veremos cómo sacarme de aquí. Ah, y pisa con mucho cuidado. Es evidente que las tablas están podridas.

Rhage asintió con la cabeza y desapareció. Mientras que las pisadas en el suelo de arriba generaban una lluvia de polvo sobre su cabeza, Z buscó en su chaqueta y sacó una linterna pequeña. Sólo tenía el tamaño de un dedo, pero arrojaba un rayo tan fuerte como los faros de un coche.

Cuando recorrió el lugar con la luz, el problema de su pierna dejó de molestarlo tanto.

—¿Qué… demonios es esto?

Era como estar en una tumba egipcia. La habitación, de doce por doce metros, estaba abarrotada de objetos que brillaban, desde pinturas al óleo con marcos dorados hasta candelabros de plata, pasando por estatuas llenas de joyas y montañas enteras de objetos de plata. Y en el otro extremo había una pila de cajas que probablemente esconderían joyas, así como una fila de quince o más maletines metálicos que debían contener dinero.

Aquello era un almacén de objetos robados y estaba lleno de todas las cosas que habían sido saqueadas de las casas durante el verano anterior. Todas esas mierdas debían de haber pertenecido a la glymera… Z incluso reconoció las caras en algunos de los retratos.

Muchas cosas de valor escondidas allí. Y, qué casualidad, a mano derecha, cerca del suelo de tierra pisada, una lucecilla roja comenzó a titilar. Su caída había activado el sistema de alarma.

La cabeza de Rhage volvió a aparecer en su campo de visión.

—Ya liberé al civil, pero no se puede desmaterializar. Qhuinn estará aquí en un minuto. ¿Sobre qué estás sentado?

—Una araña de cristal, y eso no es todo. Mira, pronto vamos a tener compañía. Este lugar está vigilado y yo activé la alarma.

—¿Ves alguna escalera?

Z se limpió el sudor de la frente y sintió el líquido frío y grasiento que parecía producir el dolor sobre el dorso de la mano. Mientras movía la linterna a su alrededor, negó con la cabeza.

—No veo ninguna, pero tienen que haber metido todo esto aquí de alguna manera y estoy seguro de que no fue a través de ese suelo.

Rhage volvió repentinamente la cabeza y frunció el ceño. El sonido metálico de su daga saliendo de la funda fue como una exclamación de ansiedad.

—Debe ser Qhuinn… o un asesino. Arrástrate hasta salir de la luz mientras me encargo de esto.

Hollywood desapareció del agujero del suelo y sus pasos se volvieron sigilosos.

Z guardó el arma porque no le quedaba otro remedio y retiró algunos de los fragmentos de cristal del camino. Se apoyó en las manos para levantar el trasero del suelo, apoyó el pie bueno y se arrastró hacia las sombras, en dirección a la lucecita de la alarma. Después de sentarse justo encima de la maldita luz, como si fuera el único espacio que pudiera encontrar en medio de los montones de arte y platería, se recostó contra la pared.

Cuando la situación de arriba se volvió demasiado silenciosa, supo que no debía de tratarse de Qhuinn y los chicos. Y sin embargo no se oía ningún combate.

Y luego las cosas empeoraron.

La «pared» contra la que se había apoyado se deslizó y Z cayó de espaldas… a los pies de un par de restrictores de pelo blanco y cara de pocos amigos.

Cuatro

S

er madre implicaba muchas cosas maravillosas.

Abrazar a tu bebé y mecerte con él para dormirlo era definitivamente una de ellas. Al igual que doblar la ropa diminuta. Y alimentarlo. Y ver cómo te mira con alegría y asombro cuando se despierta.

Bella se acomodó en la mecedora del cuarto de Nalla, arregló el borde de la manta debajo de la barbilla de su hija y le acarició la mejilla.

Un resultado no tan agradable de la maternidad, sin embargo, era que todo ese asunto de la intuición femenina se alborotaba.

Mientras se encontraba allí sentada, rodeada por la seguridad de la mansión de la Hermandad, Bella sintió que había algo malo en el ambiente. Aunque ella estaba perfectamente segura, rodeada por un entorno que parecía salido de un artículo titulado «Así vive la familia perfecta», de pronto sintió como si entrara una brisa que olía a muerte. Y Nalla percibió esa misma energía. La criatura estaba curiosamente tensa y silenciosa, con esos ojos amarillos fijos en el centro de la habitación, como si estuviese esperando que se oyera una gran explosión.

Desde luego, el problema con la intuición, ya sea aquella relacionada con el sexto sentido materno o cualquier otra, era que se trataba de una sensación sin palabras ni sentido claro. Aunque te preparaba para las malas noticias, no había sustantivos ni verbos que concretaran la sensación de angustia, ni ofrecía tampoco ningún parámetro de tiempo. De manera que mientras uno convivía con la sensación de pánico que le oprimía la nuca como una toalla fría y húmeda, la mente se ponía a razonar, porque eso era lo mejor que se podía hacer. Tal vez sólo era que la primera comida no le había caído bien. O quizás era una angustia que flotaba en el aire.

Tal vez…

Demonios, a lo mejor lo que le estaba dando vueltas en el estómago no era una intuición. Tal vez se debía a que había llegado a una conclusión que no la hacía muy feliz.

Sí, más bien se trataba de eso. Después de haber pasado un tiempo esperando y soñando y preocupándose y tratando de encontrar una salida a sus problemas con Z, Bella tenía que ser realista. Le había planteado el asunto abiertamente… y no había obtenido una respuesta de parte de él.

Un «quiero que te quedes». O incluso un «voy a hacer un esfuerzo».

Lo único que había conseguido era que le dijera que iba a salir a luchar.

Lo cual, en cierta forma, era una respuesta, ¿verdad?

Mientras observaba a su alrededor, Bella pensó en lo que tendría que empacar… no mucho, sólo una maleta pequeña para Nalla y otra para ella. Podría conseguir otro cubo para tirar los pañales y otra cuna y otro cambiador con facilidad…

¿Adónde iría?

La solución más fácil era mudarse a una de las casas de su hermano. Rehvenge tenía muchas y lo único que tendría que hacer sería pedírsela. Joder, era toda una ironía, ¿no? Después de haber luchado tanto para alejarse de él, ahora estaba contemplando la posibilidad de regresar.

Y en realidad no la estaba contemplando. Ya lo había decidido.

Bella se inclinó hacia un lado, sacó su teléfono móvil del bolsillo de los pantalones y marcó el número de Rehv.

Después de dos timbrazos, una voz profunda y familiar contestó.

—¿Bella?

En el fondo se oía un estruendo de música y gente conversando, como si los distintos ruidos estuvieran compitiendo por prevalecer uno sobre el otro.

—Hola.

—¿Aló? ¿Bella? Espera, espera, que entro a la oficina. —Después de una larga pausa, el estruendo se desvaneció—. Hola, ¿cómo estáis tú y tu pequeño milagro?

—Necesito un lugar donde quedarme.

Silencio. Luego habló su hermano.

—¿Y ese alojamiento sería para tres o para dos?

—Para dos.

Otra larga pausa.

—¿Voy a tener que matar a ese maldito desgraciado?

El tono frío y perverso de su

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