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  2. La guía secreta de la Hermandad de la Daga Negra
  3. Capítulo 40
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nieve y camas con dosel, llenas de pesados cubrecamas y almohadones.

Phury se sienta a mi lado en el sofá y se recoge un poco los pantalones a la altura de los muslos antes de sentarse. Cuando cruza las piernas, lo hace al estilo europeo, poniendo una rodilla sobre la otra y no el tobillo sobre la rodilla. Junta las manos sobre el regazo y el enorme anillo de diamante que lleva en el meñique resplandece… y me hace pensar en V.

Phury: Déjame adivinar… la entrevista con ese tipo alto, de pelo negro y actitud hermética no salió muy bien.

J. R.: Aunque no me sorprende. [Trato de sobreponerme]. Entonces, dime, ¿les está gustando este lado a las Elegidas?

Phury: [Entorna los ojos]. Si no quieres hablar sobre él, no lo haremos.

J. R.: Agradezco la amabilidad, pero, de verdad, así es como son las cosas. Estaré bien.

Phury: [Después de una larga pausa]. Está bien… las Elegidas van sorprendentemente bien. Sólo cinco han venido a visitar este lado y lo que hacen aquí depende de su personalidad y sus predilecciones. Así es como funciona: por lo general, tenemos entre seis y diez, allá en la casa en el norte… No me estás escuchando.

J. R.: Entre seis y diez. Personalidad. Predilecciones.

Phury: [Se pone de pie]. Vamos.

J. R.: ¿Adónde?

Phury: [Me tiende una mano]. Confía en mí.

Al igual que Z, y en ese sentido todos los hermanos, Phury es alguien en quien puedes confiar, así que pongo la palma de la mano sobre la suya y él me ayuda a levantarme. Espero que no vayamos a ver a V y me siento aliviada cuando, en lugar de dirigirnos a la cocina, subimos las escaleras. Me sorprendo al ver que me lleva a su antigua habitación y lo primero en lo que pienso es que huele a humo rojo, esa mezcla de café y chocolate.

Phury: [Se detiene en el umbral y frunce el ceño]. De hecho… vamos mejor a la habitación de huéspedes de al lado.

Es evidente que también ha notado el olor y me alegro de poder ayudarlo a evitar lo que sin duda debe ser difícil para él. Salimos otra vez al pasillo que da sobre el vestíbulo y entramos a la habitación en la que se alojó Cormia cuando vivió en la mansión. Es grande y preciosa, al igual que la de Phury, al igual que todas las habitaciones de los hermanos. Darius tenía un gusto espectacular, pienso para mis adentros, mientras observo las lujosas cortinas de seda, las cómodas Chippendale que parecen salidas de un museo y los paisajes maravillosos colgados en la pared. La cama no parece un lugar para dormir sino un santuario en el que uno se deja absorber; con su dosel y esas enormes sábanas de satén rojo, es exactamente lo que tenía en la cabeza cuando estábamos abajo, frente al fuego.

Phury: [Se quita la chaqueta del traje]. Siéntate aquí [señala el suelo].

J. R.: [Me siento y cruzo las piernas]. ¿Qué vamos a…?

Phury: [Me imita al sentarse en el suelo y extiende las palmas de sus manos hacia mí]. Dame tus manos y cierra los ojos.

J. R.: [Hago lo que dice]. ¿Dónde…?

Después me siento como si me hubiera sumergido en una bañera de agua caliente, sólo que luego me doy cuenta de que en efecto me he vuelto líquida; soy el agua y fluyo hacia alguna parte. Siento pánico y comienzo a…

Phury: [Oigo su voz a lo lejos]. No abras los ojos. Todavía no.

Un siglo después, siento como si me estuviera condensando de nuevo, como si volviera a ser yo… y hay un nuevo olor, un aroma a flores y luz del sol. Mis párpados cerrados perciben una fuente de luz y siento como si estuviera sentada sobre algo suave y acolchado, distinto de la alfombra oriental en que me había sentado.

Phury: [Retira las manos]. Bien, ya puedes abrir los ojos.

Lo hago… y me siento abrumada. Comienzo a parpadear, pero no porque esté desorientada sino porque sé perfectamente dónde estamos.

Cuando era pequeña, solía pasar los veranos en un lago en los Adirondacks. Mi madre y yo nos trasladábamos allí al final de junio y nos quedábamos hasta comienzos de septiembre, y mi padre iba durante los fines de semana y un par de semanas completas al final de julio y comienzos de agosto. Esos veranos han sido las épocas más felices de mi vida, aunque, a medida que voy envejeciendo, me voy dando cuenta de que parte de eso se debe al resplandor de la nostalgia y la sencillez de la juventud. Sin embargo, sea cual sea la causa, los colores parecían más brillantes entonces, la sandía me sabía más fresca y dulce en los días calurosos, el sueño era más profundo y llegaba con mayor facilidad y nadie se moría nunca ni nada cambiaba.

Ya hace muchos años que me siento lejos de ese lugar especial y eso es algo que un viaje hacia el norte del estado ya no puede remediar. Sólo que… en este momento estoy ahí. Estoy sentada en una pradera cubierta de hierba y tréboles y hay mariposas monarca revoloteando de una asclepia a otra. Un pájaro negro de alas rojas pasa cantando mientras vuela en dirección a una fila de nogales. Y más allá… se ve un granero rojo con un asta y una enorme jardinera de lilas color púrpura enfrente. Un Volvo verde oscuro de los años ochenta está estacionado a un lado y unas sillas de mimbre identifican la terraza de piedra. Las jardineras de las ventanas son las que mi madre plantaba todos los años con petunias blancas (para que hicieran juego con las vigas blancas del granero) y las macetas del porche tienen geranios rojos y lobelias azules.

Puedo ver el lago al otro lado de la casa. El agua tiene un color azul profundo y brilla con la luz del sol. Más allá, en el medio, está la isla Odell, el lugar al que llevaba mi bote y a mis amigos y a mi perro para tomar la merienda y nadar. Si vuelvo la cabeza, veo la montaña que se eleva desde la pradera, aquélla donde están enterrados los miembros de mi familia desde hace varias generaciones. Y, si miro hacia atrás, al otro lado de la pradera veo la casa blanca de mi tío abuelo y luego la de mis mejores amigos y luego la mansión victoriana de mis primos.

J. R.: ¿Cómo conocías este lugar?

Phury: No lo conocía. Pero es la imagen que tienes en mente.

J. R.: [Vuelvo a mirar hacia el granero]. Por Dios, siento como si mi madre se hallara ahí dentro preparando la cena y mi padre estuviera a punto de llegar. Me refiero a que… de verdad, ¿mi perro todavía está vivo?

Phury: Sí. Eso es lo hermoso de los recuerdos. No cambian y nunca desaparecen. Y, si ya no puedes recordar todo, las asociaciones que crean en tu cerebro siempre estarán contigo. Ése es el infinito de los mortales.

J. R.: [Después de un rato]. Se supone que debería estar haciéndote un millón de preguntas.

Phury: [Encoge los hombros]. Sí, pero pensé que te gustaría esta respuesta.

J. R.: [Sonrío con tristeza]. ¿Qué respuesta?

Phury: [Me pone una mano en el hombro]. Sí, todo está aquí todavía. Y puedes volver cuando lo desees. Siempre.

Me quedo observando el paisaje de mi infancia y pienso… Bueno, mierda. ¿No es esto una demostración de lo que es Phury? Me siento totalmente conmovida por su amabilidad y su capacidad de empatía.

Maldito. Es un maldito absolutamente adorable.

Pero ésa es precisamente su esencia. Él sabe lo que necesitas más que tú mismo y te lo ofrece. Y de paso le ha dado la vuelta a la entrevista, que ahora es sobre mí, no sobre él. Lo cual también es muy propio de Phury.

J. R.: Seguro que haces unos regalos de cumpleaños fantásticos. De esos que son realmente pensados y perfectos.

Phury: [Se ríe]. Creo que no lo hago mal.

J. R.: También eres bueno para envolverlos, ¿verdad?

Phury: De hecho, Z es el hombre que hace los lazos más bonitos.

J. R.: ¿Quién haría algo como esto [hago un gesto con el brazo y muestro el paisaje] por ti?

Phury: Muchas personas. Cormia. Mis hermanos. Las Elegidas. Y también… yo mismo. Es como si todo este asunto de la desintoxicación… [Hace una pausa]. Esto va a sonar mal, totalmente estúpido, pero ¿sabes cómo es este asunto de dejar de consumir drogas? Ése es un regalo que yo me estoy dando a mí mismo. Por ejemplo, ahora mismo tú estás feliz de estar aquí, pero también es difícil, ¿cierto? [Yo hago un gesto de asentimiento con la cabeza]. Pues bien, la recuperación a veces duele como un demonio, y es un ejercicio solitario y también triste, pero incluso en los momentos más difíciles, me siento agradecido por estar haciéndolo y feliz de estar ahí. [Sonríe brevemente].

A Cormia le sucede lo mismo. Hacer la transición desde las estrictas tradiciones de las Elegidas ha sido un verdadero desafío para ella. No es fácil reestructurar completamente toda tu vida. Ella y yo… nos identificamos en eso. Yo estoy reinventando mi manera de vivir, ya sabes, después de ser un drogadicto durante los últimos doscientos años, y estoy descubriendo quién soy realmente. Ella también está haciendo en parte el mismo trabajo. Los dos vacilamos y triunfamos juntos.

J. R.: ¿Es cierto que Cormia va a diseñar el nuevo club de Rehvenge?

Phury: Sí, y ya ha terminado. Están comenzando la construcción en este mismo momento. Y Wrath le acaba de encargar unas instalaciones nuevas para Safe Place. Ella está encantada. Le compré un programa de diseño por ordenador y le enseñé a usarlo… pero a ella le gusta hacer todo en papel. Tiene una oficina en la casa campestre de Rehv con un escritorio de arquitecto, pero sin silla porque permanece de pie mientras dibuja. Le he comprado todos los libros de arquitectura que he encontrado y ella los ha devorado.

J. R.: ¿Crees que las otras Elegidas encontrarán compañeros?

Phury: [Frunce el ceño]. Sí… aunque cualquier macho que venga a husmear por aquí va a tener que vérselas primero conmigo.

J. R.: [Me río]. ¿Vas a ser tan malo como Z con Nalla?

Phury: Ellas son mis hembras. Cada una de ellas. Cormia es mi pareja y la amo de una forma más profunda y diferente, pero todavía soy responsable del futuro de las otras.

J. R.: Algo me dice que vas a ser un estupendo padre para ellas.

Phury: Ya veremos. Eso espero. Pero te digo una cosa, en lo que se refiere a sus hellren, voy a prestarle más atención al carácter que al linaje.

Hay un largo silencio que resulta muy agradable y después de un rato me dejo caer hacia atrás sobre la hierba y me quedo mirando fijamente el cielo. El azul parece resplandecer de verdad, y las nubes blancas como copos de algodón se ven brillantes y me encandilan un poco. Cielo y nubes me hacen pensar por alguna razón en la ropa recién lavada, tal vez porque todo se ve tan limpio y el cielo me calienta y todo huele tan bien…

«Sí», pienso para mis adentros, «éstos son los colores que recuerdo…», los colores de la infancia. Y su brillo se ve ampliado por el asombro y la felicidad de estar observándolos.

J. R.: Gracias por traerme aquí.

Phury: Yo no he hecho nada. Éste era el lugar al que querías venir. Y, por cierto, ha sido un viaje precioso.

J. R.: Totalmente de acuerdo.

Las otras preguntas que podría haberle

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