piel, cada hilo de su pelo, cada esperanza y sueño de sus ojos y todo el amor que hay en su hermoso corazón.
Última vez que te reíste: Cuando Bella me hizo cosquillas hace cerca de diez minutos.
Última vez que lloraste: Sólo le incumbe a Bella.
Entrevista con Zsadist
Después de salir de la habitación de Rhage, me quedo un momento en el pasillo, escuchando los sonidos de la mansión. Abajo oigo música de T-Pain saliendo de la sala de billar y el ruido de las bolas de pool chocando unas contra otras. En el otro extremo del vestíbulo, en el comedor, un grupo de doggen están recogiendo la mesa después del desayuno mientras charlan alegremente en voz baja, lo cual interpreto como señal de felicidad por la cantidad de platos y cubiertos que hay que lavar. Detrás de mí, al otro lado de las puertas cerradas del estudio de Wrath, el rey y Beth están discutiendo…
Zsadist: Hola.
J. R.: (Doy media vuelta) Hola…
Z: No era mi intención asustarte.
Zsadist produce una impresión tremenda en persona. Ha engordado mucho, a diferencia de cómo era antes de conocer a Bella. Si le pusiera la mano sobre el pecho, tal vez podría cubrir uno de sus pectorales, pero tendría que abrirla mucho. Así como su cuerpo ha engordado, su cara también se ha llenado y esa cicatriz, aunque sigue siendo muy visible, como siempre, no parece tan terrible porque las mejillas ya no están chupadas. Hoy va vestido con unos vaqueros de cintura caída (Sevens, según creo) y una camisa negra de Team Punishment. Lleva botas de combate y una pistolera con un par de SIG, una debajo de cada brazo.
J. R.: Perdona, me he sobresaltado.
Z: ¿Quieres entrevistarme?
J. R.: Si no te molesta.
Z: [Se encoge de hombros]. Mmm, en realidad no me importa, siempre y cuando pueda decidir qué contesto.
J. R.: Por supuesto que puedes hacerlo. [Miro por encima del balcón]. Podríamos hacerlo en la bibli…
Z: Vamos.
Cuando un hombre como Z dice «Vamos», tú lo sigues por dos razones: una, porque él no te va a hacer daño, y dos, porque no va a permitir que nadie te haga daño. Así que no hay razón para no ir. Tampoco hay razón para preguntar dónde vamos. Claro, él no te va a hacer daño, pero ¿de verdad quieres importunarlo con preguntas? No.
Bajamos por las imponentes escaleras a paso rápido y, cuando llegamos al vestíbulo, atravesamos por encima del mosaico que representa un árbol de manzanas y nos dirigimos a la puerta. Los doggen que están en el comedor levantan la cabeza y aunque van vestidos con uniformes negros y blancos formales, su sonrisa es tan relajada como un día de verano. Z y yo los saludamos con un gesto de la mano al pasar.
Z me abre las dos hojas de la puerta principal.
Fuera, en el patio, respiro profundamente. El aire del otoño al norte del estado de Nueva York es como una soda helada. Se te mete por la nariz hasta los pulmones, al tiempo que chisporrotea en tu interior. Me encanta.
Z: [Se saca la llave de un coche del bolsillo]. Pensé que podíamos dar un paseo.
J. R.: Estupenda idea. [Lo sigo hasta un Porsche 911 Carrera 4S gris acero]. Este coche es…
Z: Mi única posesión, en realidad. [Me abre la puerta y espera a que yo me suba al asiento del copiloto].
Cuando él da la vuelta hasta el lado del conductor y se sube al coche, entro en un estado de ansiedad. Los Porsche son coches deportivos de lujo, pero sus raíces están en las carreras de coches y eso se puede ver con claridad cuando te subes a uno. El tablero no está lleno de artilugios sofisticados. Los asientos no son blandos. No hay ninguna decoración superflua. Es un coche preparado para el funcionamiento de alto nivel y la potencia.
Realmente es el coche perfecto para Z.
Cuando Z arranca, la vibración indica el número de caballos de potencia. Mientras retrocede, rodeando suavemente la fuente que está seca por el invierno, Z maneja el embrague y la palanca de cambios con soltura.
Luego atravesamos la entrada del complejo y, desde cualquiera que sea la montaña en la que nos encontremos, iniciamos el camino de bajada, que se me va haciendo algo borroso por el mhis. Cuando llegamos abajo, el paisaje finalmente vuelve a verse con nitidez, estamos en una de las innumerables intersecciones de la carretera 22. Z gira hacia la izquierda y acelera. El Porsche enloquece y se pega al pavimento como si las ruedas tuvieran púas metálicas y el motor estuviera funcionando con combustible de avión. A medida que avanzamos, casi volando, mi estómago parece hundirse en la cavidad de mis caderas y me agarro al asiento, pero no por miedo a que choquemos con algo, aunque Z no lleva las luces encendidas. No, en medio de la noche sin luna, no hay nada más que el Porsche y la carretera y me siento como si fuéramos volando. Por eso me agarro al asiento, para contrarrestar la sensación de ingravidez.
Pero enseguida me doy cuenta de que no quiero sentirme atada y me suelto.
J. R.: Esto me recuerda a Rhage y a Mary.
Z: [Sin despegar los ojos de la carretera]. ¿Por qué?
J. R.: Él la llevó a dar un paseo en su GTO una noche, cuando se estaban enamorando.
Z: ¿De verdad?
J. R.: Sí.
Z: Maldito romántico.
Avanzamos por la carretera, o podría haber sido a través de la galaxia, y aunque no puedo ver las curvas ni las colinas, sé que él sí puede. La metáfora de la vida es inevitable: cada uno de nosotros va sentado en el coche de su destino, avanzando por una carretera que no podemos ver, llevados por alguien que sí puede ver.
J. R.: Vamos a un sitio concreto.
Z: [Se ríe suavemente]. ¿En serio?
J. R.: No eres de los que les gusta salir sólo a dar vueltas.
Z: Tal vez he superado ese problema.
J. R.: No. No es tu naturaleza y tampoco es algo que necesite arreglo.
Z: [Mientras me mira]. Y ¿adónde crees que voy?
J. R.: No me importa. Sé que vamos a algún sitio, que regresaremos sanos y salvos y que el viaje valdrá la pena.
Z: Esperemos que así sea.
Avanzamos en silencio y no me sorprende. Uno no entrevista a Z. Uno se sienta y abre un espacio que tal vez él quiera llenar, o tal vez no.
La siguiente ciudad más o menos importante después de Caldwell está a unos buenos treinta minutos de los puentes del centro, pero a sólo doce minutos del complejo de la Hermandad. Al llegar a las afueras, Z enciende las luces del coche para cumplir la ley. Pasamos frente a una gasolinera Exxon y una heladería Stewart’s y un McDonald’s y una cantidad de tiendas independientes, como la peluquería The Choppe Shoppe, la imprenta Browning’s Printing and Graphics y la pizzería Luigi’s. La luz de los aparcamientos parece sacada de un cuadro de Edward Hopper: se ven pozos de luz densa alrededor de los coches, las máquinas de hielo y los contenedores de basura. Me impresiona la cantidad de cables que cuelgan de los postes de teléfono y la manera como los semáforos se balancean sobre las intersecciones. Ésas son las vías neuronales del cerebro de la ciudad, pienso para mis adentros.
El silencio no es incómodo. Terminamos en Target.
Z entra en el estacionamiento y se dirige a un lugar apartado, lejos de los seis coches aparcados junto a las puertas de entrada. Cuando nos acercamos al lugar elegido, la luz inmensa que hay sobre nosotros se apaga, probablemente porque él la apaga con el pensamiento.
Nos bajamos y, mientras caminamos hacia el edificio color caramelo adornado con un inmenso blanco de tiro color rojo, Z se acerca a mí como nunca antes. Está unos sesenta centímetros detrás de mí, a la derecha, y, debido a su tamaño, siento como si estuviera encima de mí. Está protegiéndome y lo interpreto como un gesto de amabilidad y no de agresión. Mientras avanzamos, nuestras pisadas sobre el pavimento frío son como dos voces distintas. La mía parece Shirley Temple. Y la de Z es la de James Earl Jones.
Cuando entramos a la tienda, el guardia de seguridad parece molesto al vernos. El vigilante se endereza, pues estaba recostado contra el panel que divide la sección de alimentos, y acerca la mano al espray de pimienta. Z hace caso omiso de él. O, al menos, eso es lo que yo pienso. El hermano todavía está caminando detrás de mí, así que no le puedo ver la cara.
J. R.: ¿Qué sección?
Z: A la izquierda. Espera, voy a sacar un carro.
Después de que Z haya sacado el carro, nos dirigimos… a la sección de bebés. Cuando llegamos a la zona de camisetas y medias diminutas, Z se me adelanta. Manipula la ropa de las estanterías con la mayor suavidad, como si ya estuviera envolviendo el sólido cuerpecillo de Nalla. Z llena el carro de cosas. No me pregunta qué opino sobre lo que está comprando, pero no porque no respete mi opinión. Él sabe lo que quiere. Compra camisillas y pantaloncitos de todos los colores. Zapatos diminutos. Un par de mitones que parece que fueran de una muñeca. Luego nos dirigimos a la sección de juguetería. Libros. Animales de peluche.
Z: Después iremos a la sección de coches, luego a la de música y películas. También a los libros.
Z lleva el carro. Yo lo sigo. Compra productos de limpieza para coches y gamuzas. Luego compra el nuevo CD de Flo-rida. Un libro de cocina de Ina Garten. Cuando pasamos por la sección de alimentos, se lleva una bolsa de caramelos. Nos detenemos un momento en la sección de ropa para hombre y escoge un par de gorras de Miami Ink. En la sección de artículos de papelería, elige un paquete de papel blanco precioso y una caja de lápices de colores. De la sección de accesorios para señoras se lleva una bufanda roja; luego se detiene frente a un expositor de cadenas de plata con dijes. Elige una que tiene un pequeño corazón de cuarzo y la pone con mucho cuidado sobre el montón de camisetas.
Pensé que tocaba la ropa de bebé con tanto cuidado por tratarse precisamente de ropa para bebé, pero, en realidad, trata toda la mercancía con el mismo respeto. Parece un asesino y su expresión es tan sombría como el negro de sus ojos, pero sus manos nunca se mueven con brusquedad. Si toma algo de una estantería o una percha y luego decide que no lo quiere llevar, lo devuelve a su sitio con cuidado. Y si encuentra un suéter que otro cliente ha dejado tirado en una estantería, o un libro que alguien ha puesto en otro lugar, o una camisa que cuelga torcida de una percha, lo va arreglando sobre la marcha.
Z tiene un espíritu amable. En el fondo es igual que Phury.
Cuando nos dirigimos a pagar, el chico de veintitantos años que está en la caja registradora lo mira como si fuera un dios. Mientras observo todos los artículos a medida que van pasando por el escáner, me doy cuenta de que el propósito de ese viaje no sólo era hacer unas compras sino enviar un mensaje. Estos artículos son la entrevista. Z me está diciendo cuánto ama a Nalla, a Bella y a sus hermanos. Lo agradecido que está.
J. R.: [Con voz suave] La bufanda roja es para Beth, ¿cierto?
Z: [Se encoge de hombros y saca una cartera