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  2. La guía secreta de la Hermandad de la Daga Negra
  3. Capítulo 18
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estaba al fondo, entrenando con un saco de arena. Sus poderosos puños sacudían el saco de un lado a otro. Su torso desnudo era espectacular, con músculos perfectamente labrados, los aros de los pezones brillando bajo la luz y una postura de combate perfecta, asombrosa aun para ojos profanos.

A un lado había un chico que estaba absolutamente hipnotizado y llevaba una chaqueta en la mano. Mientras miraba a Zsadist, boquiabierto y con los ojos desorbitados, la expresión del muchacho era una combinación de terror y reverencia.

En cuanto se oyeron los ecos del llanto de Nalla, Z dio media vuelta.

—Siento interrumpirte —dijo Bella por encima de los gritos de su hija—. Pero la nena quiere ver a su papá.

La cara de Z se fundió en una expresión de amor absoluto y la feroz concentración se desvaneció de sus ojos y fue reemplazada de inmediato por lo que a Bella le gustaba llamar la «mirada Nalla». Z se dirigió enseguida hacia ellas y besó a Bella en la boca, al tiempo que acunaba a la niña entre sus brazos.

Nalla se acomodó de inmediato en brazos de su padre, pasándole sus manitas por el cuello y apretándose contra su pecho descomunal.

Cuando Z miró hacia atrás y vio al chico al otro lado de las colchonetas, le dijo con voz profunda:

—El autobús llegará pronto, hijo. Será mejor que te apresures.

Luego se volvió a sus chicas y Bella sintió que el brazo de su hellren la rodeaba por la cintura y la arrastraba hacia él. Después la besó en la boca una vez más y murmuró:

—Necesito una ducha. ¿Te gustaría ayudarme?

—Ah, claro.

Entonces los tres salieron del gimnasio y regresaron a la mansión. A medio camino, Nalla se quedó profundamente dormida, así que cuando llegaron a su habitación, fueron directamente al cuarto de Nalla, la pusieron en la cuna y disfrutaron de una ducha muy ardiente… y no sólo por la temperatura del agua.

Cuando terminaron, Nalla ya estaba despierta otra vez, justo a tiempo para oír su cuento.

Mientras Bella se secaba el pelo con una toalla, Z fue a la habitación de Nalla, la sacó de la cuna y padre e hija se instalaron en la cama grande. Cuando Bella salió un momento después, se quedó unos instantes recostada contra la puerta, mirando fijamente a Z y Nalla. Estaban tan juntos que parecían una sola persona. Z tenía unos pantalones de pijama negros y una camiseta de tirantes y Nalla llevaba una de mangas de color rosa pálido que tenía un letrero en blanco que decía: «La niña de papá».

—Ah, los lugares a los que irás —leyó Zsadist—, escrito por el doctor Seuss.

Mientras Z leía el libro que tenía en el regazo, Nalla daba golpecitos a las páginas con la palma de la mano.

Era la nueva rutina. Al final de cada noche, cuando Z regresaba a casa de patrullar o de sus clases por lo general tomaba una ducha mientras Bella alimentaba a Nalla y luego él y su hija se metían juntos entre la cama y él le leía hasta que la pequeña se dormía.

Luego él la llevaba con cuidado hasta su cuarto… y regresaba para disfrutar del tiempo de mahmen y papá, como él decía.

Tanto la lectura como la forma en que él se había acostumbrado a abrazar a Nalla eran verdaderos milagros y Mary había tenido que ver en ambos. Z y Mary seguían reuniéndose una vez por semana en el sótano, frente al horno. Los dos le habían contado a Bella algo de lo que ocurría en las sesiones y algunas veces Z hablaba sobre lo que habían discutido, pero en general lo que allí se decía se quedaba en el sótano, aunque Bella era consciente de que algunas de las cosas que allí se desvelaban eran terribles: lo sabía porque, después, Mary solía irse directamente a la habitación que compartía con Rhage y no salía en un buen rato. Pero estaba funcionando. Z se estaba relajando. Otras veces ya se había calmado, pero ahora lo hacía de una manera diferente y novedosa.

Eso se notaba con Nalla. Cuando la niña lo agarraba de las muñecas, ya no se zafaba de inmediato, sino que dejaba que ella le diera palmaditas o lo besara encima de las bandas. También la dejaba gatear sobre su espalda llena de cicatrices y restregarse contra su cara, igualmente marcada. Y había hecho que tatuaran el nombre de su hija en su piel, debajo del de Bella, bellamente caligrafiado por sus hermanos.

También se notaba el cambio en que las pesadillas cesaron. De hecho, hacía meses desde la última vez que se había levantado de un salto, bañado en sudor.

Y también se percibía en su sonrisa, más generosa y frecuente que nunca.

Súbitamente, la imagen de Z abrazando a su hija se volvió un poco borrosa y, como si hubiese sentido las lágrimas que se asomaron a los ojos de Bella, Z levantó la vista enseguida. Siguió leyendo, pero frunció el ceño con gesto de preocupación.

Bella le mandó un beso y, en respuesta, él le dio unos golpecitos al colchón, justo a su lado.

—«Así que… ¡ponte en camino!» —terminó de leer, cuando Bella se acostó junto a él.

Nalla hizo un ruidito de felicidad y luego le dio una palmadita a la cubierta del libro que él acababa de cerrar.

—¿Estás bien? —susurró Z al oído de Bella.

Ella le puso una mano en la mejilla y le empujó la cara hasta acercarla a sus labios.

—Sí. Estoy muy bien.

Mientras se besaban, Nalla volvió a golpear el libro.

—¿Estás segura de que estás bien? —preguntó Z.

—Sí, sí.

Nalla agarró el libro y Z sonrió y se lo quitó con suavidad.

—Oye, ¿qué estás haciendo, pequeña? ¿Quieres más? Tú sí que eres demasiado… Ah, no… No me pongas otra vez esa carita con el labio tembloroso… No. —Nalla soltó una carcajada—. ¡No puede ser! Quieres más y sabes que lo vas a conseguir si mueves ese labio, ¿verdad? Caramba, tú sí que manejas a tu papá con el meñique, ¿no?

Nalla hizo un ruidito de felicidad cuando su padre volvió a abrir el libro y a leer la historia una vez más, con su voz resonante.

—«¡Felicidades! Hoy es tu día».

Bella cerró los ojos, puso la cabeza sobre el hombro de su hellren y prestó atención a la historia.

De todos los lugares en los que había estado, éste era el mejor. Justo allí. Con ellos dos.

Y Bella sabía que Zsadist sentía lo mismo. Se notaba en todas las horas que pasaba con Nalla y en todos los días que buscaba a Bella por debajo de las sábanas cuando estaban solos. Se notaba en el hecho de que había vuelto a cantar y pelearse con sus hermanos, pero no para entrenarse con ellos sino para divertirse bromeando. Se notaba en su nueva sonrisa, esa que ella nunca antes había visto y que se moría por ver otra vez.

Se notaba en la luz de sus ojos y de su corazón.

Z estaba… feliz con su vida. Y cada día se sentía más feliz.

Como si le hubiese leído la mente, Z le agarró la mano y le dio un apretón.

Sí, él sentía exactamente lo mismo. Ése también era su lugar favorito.

Bella escuchó la historia y se dejó llevar, tal como hacía su hija, a sabiendas de que todo estaba donde debía estar.

Su compañero había regresado a donde estaban ellas… y había vuelto para quedarse.

Los expedientes de la Hermandad

Su Alteza Real Wrath, hijo de Wrath

Bienvenido al maravilloso mundo de los celos —pensó—. Por el precio de su entrada, se lleva un maldito dolor de cabeza, un deseo casi irresistible de cometer un homicidio y un complejo de inferioridad. ¡Fantástico!

Amante oscuro, CAPÍTULO 13

Edad: 343 años.

Fecha de ingreso en la Hermandad: Es una larga historia…

Estatura: 1,95 m.

Peso: 123 kg.

Color del pelo: Negro, liso, le llega hasta la parte baja de la espalda.

Color de los ojos: Verde pálido.

Señales físicas particulares: Tatuajes en los dos antebrazos con los escudos de su linaje real; cicatriz de la Hermandad en el pectoral izquierdo; el nombre «Elizabeth» grabado en la piel de la parte superior de la espalda y los hombros, en escritura antigua.

Nota: Su vista no es muy buena; hipersensibilidad a la luz, probablemente debido a la pureza de su linaje. Usa siempre gafas oscuras.

Arma preferida: Hira shuriken (estrellas voladoras de las artes marciales).

Descripción: Wrath medía un metro noventa y cinco de puro terror vestido de cuero. Su cabello, largo y negro, caía directamente desde un mechón en forma de uve sobre la frente. Unas grandes gafas de sol ocultaban sus ojos, que nadie había visto jamás. Sus hombros medían el doble que los de la mayoría de los machos. Con un rostro tan aristocrático como brutal, parecía el rey que en realidad era por derecho propio y el guerrero en que el destino lo había convertido.

Amante oscuro, CAPÍTULO 1

Compañera: Elizabeth Anne Randall.

Preguntas personales (respondidas por Wrath)

Última película que viste: Los incorregibles albóndigas (por culpa de Rhage).

Último libro que leíste: Buenas noches, luna, de Margaret Wise Brown (se lo leí a Nalla).

Programa de televisión favorito: Las noticias de la noche de NBC, con Brian Williams.

Último programa de televisión que viste: The Office (otro de mis programas favoritos).

Último juego que jugaste: Monopoli.

Mayor temor: La muerte.

Amor más grande: Beth.

Cita favorita: «Gobierna con el corazón y la fuerza».

Bóxer o calzoncillos: Bóxer, negro.

Reloj de pulsera: Braille.

Coche: Beth me lleva en su Audi, o salgo con Fritz.

¿Qué hora es en estos momentos?: 2 p. m.

¿Dónde te encuentras?: En mi estudio.

¿Qué llevas puesto?: Pantalones de cuero negros, camiseta Hanes negra, botas de combate.

¿Qué clase de ropa hay en tu armario?: Más de lo mismo, además de un traje negro de Brooks Brothers y ropa blanca para las audiencias con la Virgen Escribana.

¿Qué fue lo último que comiste?: Un emparedado de cordero que me preparó Beth.

Describe tu último sueño: No es de tu incumbencia.

¿Coca-Cola o Pepsi-Cola?: Coca.

¿Audrey Hepburn o Marilyn Monroe?: Beth Randall.

¿Kirk o Picard?: Kirk.

¿Fútbol o béisbol?: Rugby.

La parte más sexy de una hembra: La garganta de mi shellan.

¿Qué es lo que más te gusta de Beth?: Todo. Sí, eso es.

Las primeras palabras que le dijiste a Beth: «Pensé que deberíamos intentarlo de nuevo».

Su respuesta fue: «¿Quién eres tú?».

Último regalo que le hiciste: Pendientes de diamantes de Graff, para hacer juego con el anillo que le regalé.

Lo más romántico que has hecho por Beth: Tendrías que preguntárselo a ella.

Lo más romántico que ella ha hecho por ti: Cómo me ha despertado hace una hora.

¿Cambiarías algo de Beth?: Sólo haber podido conocerla un par de siglos antes.

Mejor amigo (aparte de tu shellan): Lo perdí hace cerca de tres años. Con eso basta.

Última vez que lloraste: No es de tu incumbencia.

Última vez que te reíste: Hace cerca de veinte minutos, porque tuve la oportunidad de ver cómo Nalla se descubría los dedos de los pies.

Entrevista de J. R. con Wrath

El problema con el rey es que él permite que lo entrevisten, pero bajo sus condiciones. Lo cual lo describe perfectamente. Wrath siempre insiste en poner sus condiciones, pero, claro, cuando eres el último vampiro completamente puro sobre la faz de la tierra y el rey de tu raza y… Bueno, cuando eres tan grande como él y tienes una mirada que puede perforar el vidrio como si fuera un diamante, el mundo es un lugar que tú gobiernas, no en el que te escondes.

¿He dicho que llevo puestas unas botas de pescar, que estoy metida en un helado río de los Adirondacks y el agua me llega hasta la mitad

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