autopsias de acero inoxidable, con manchas de sangre recientes.
Mesa que él había lanzado contra el rincón como si fuese un mero desperdicio.
Todavía recordaba con claridad su irrupción en aquel siniestro sitio. Llevaba semanas buscando a Bella, después de que aquel asesino asaltara su casa y se la llevara. Todo el mundo pensaba que estaba muerta, pero él se había negado a creerlo. Lo torturaba la necesidad de encontrarla… una necesidad que en ese momento todavía no entendía, pero que no podía negar.
El momento clave de la búsqueda llegó cuando un vampiro civil se escapó de ese «centro de persuasión», como lo llamaban en la Sociedad Restrictiva, y pudo darles la localización exacta del lugar, pues se fue desmaterializando por etapas de cien metros a través del bosque. Después de estudiar el mapa que le había dibujado a la Hermandad, Z había ido a buscar a su hembra.
Lo primero que encontró fue un círculo de tierra quemada ante la puerta y entonces pensó que tal vez habían dejado a Bella al sol. Se había arrodillado y había puesto la mano sobre las cenizas, y cuando su visión se volvió borrosa no pudo explicar qué le había sucedido.
Lágrimas. Sus ojos se habían llenado de lágrimas. Hacía tanto tiempo que no lloraba que no había reconocido la sensación.
Z regresó al presente, logró dominarse y dio un paso adelante, pisando con sus botas el suelo lleno de maleza. Por lo general, después de que Vishous pusiera la mano en un lugar, no quedaban sino cenizas y pequeños trozos de metal, y eso también había sucedido allí. Y con el bosque creciendo a su alrededor, pronto ya no quedarían rastros de lo que hubo en el claro.
Sin embargo, los tres tubos que había enterrados en el suelo habían sobrevivido. Y seguirían existiendo, por muchos pinos que les crecieran encima.
Z se arrodilló, sacó su linterna y enfocó el rayo sobre el agujero en el que había hallado a Bella. Ahora estaba cubierto de agujas de pino y el agua lo llenaba hasta la mitad.
Era diciembre cuando la había encontrado allí enterrada y Z pensó en el frío que debía de haber pasado metida allí abajo… Pensó en el frío y la oscuridad, y en la sensación de opresión que produce el metal.
Entonces recordó que casi había pasado por alto aquellas prisiones subterráneas. Después de arrojar la mesa de autopsias al otro extremo de la habitación, había oído un gemido y eso fue lo que lo llevó hasta allí, hasta esos tres tubos. Cuando quitó la reja que cubría el tubo del que había salido el ruido, supo que la había encontrado.
Sólo que no fue así. Cuando tiró de las cuerdas que se hundían en el agujero, salió un macho civil, que temblaba como un chiquillo.
Bella estaba inconsciente en otro agujero.
Z acabó con una bala en la pierna mientras luchaba por liberarla, debido a un sistema de seguridad que Rhage sólo había descubierto en parte. Pero a pesar de tener la pierna herida, no sintió nada cuando se agachó y agarró las sogas y comenzó a tirar lentamente. Lo primero que avistó fue el pelo color caoba de su amada. Sintió un enorme alivio.
Pero luego vio su cara.
Bella tenía los ojos cerrados.
Z se puso de pie. Su cuerpo parecía enfermo por culpa de aquel terrible recuerdo. Sintió que se le cerraba la garganta… Después él la había cuidado. La había bañado. Había permitido que ella bebiera sangre de sus venas. Aunque ofrecerle la mierda que corría por sus venas lo puso muy nervioso.
Y también la había servido durante su periodo de necesidad. Que era cuando habían engendrado a Nalla.
¿Y, a cambio de eso, que recibió?
Bella le devolvió el mundo.
Zsadist echó un último vistazo al lugar, y no sólo vio el paisaje, sino también la verdad. Bella podía ser más pequeña que él, tal vez pesaba cincuenta kilos menos y no tenía entrenamiento en artes marciales, y quizá no sabía nada de armas… pero era más fuerte que él.
Ella había superado lo que le habían hecho.
¿Acaso el pasado podía ser así?, se preguntó Z mientras miraba a su alrededor: ¿es una estructura mental que uno puede destruir a su gusto para liberarse de ella?
Z se movió ligeramente sobre la hierba. Había nueva vegetación en las zonas más soleadas.
De las cenizas brotaba la vida.
Z sacó su teléfono móvil y escribió un mensaje que nunca se imaginó que enviaría.
Necesitó hacer tres intentos hasta redactarlo apropiadamente. Y cuando pulsó la tecla de enviar, se dio cuenta de alguna manera de que acababa de cambiar el curso de su vida.
Y eso era algo que uno podía hacer, pensó, mientras se guardaba el teléfono en el bolsillo. Uno podía elegir unos caminos y no otros. No siempre, claro. A veces el destino te empujaba hacia un destino y te dejaba caer sin más.
Pero en ocasiones uno podía elegir su rumbo. Y, si tenía un poco de inteligencia, sin importar lo difícil que fuera o lo sobrenatural que pareciera, volvería a casa.
Y así se encontraría a sí mismo.
Once
U
na hora después, Zsadist estaba en el sótano de la mansión de la Hermandad, sentado frente al viejo horno de carbón. El horno era una reliquia de finales del siglo XIX, pero funcionaba tan bien que no había razón para cambiarlo.
Además, había que alimentarlo permanentemente y a los doggen les encantaba ese tipo de tareas rutinarias. Cuantos más trabajos hubiese que hacer, mejor.
La panza del enorme horno de hierro tenía una ventanita en la parte frontal, hecha de grueso vidrio templado, y al otro lado se veían las llamas bailando, lentas y ardientes.
—¿Zsadist?
Zsadist se restregó la cara con las manos y no se volvió al oír esa voz femenina que conocía tan bien. En cierta forma todavía no podía creer lo que estaba a punto de hacer y el deseo de salir huyendo lo acosaba.
Entonces se aclaró la garganta y pudo hablar.
—Hola.
—Hola. —Hubo una pausa y luego Mary dijo—: ¿Esa silla vacía que está a tu lado es para mí?
En ese momento, Zsadist se volvió al fin. Mary estaba al pie de las escaleras que bajaban al sótano, vestida como siempre, con pantalones de dril y un suéter estilo polo. En la mano izquierda llevaba un descomunal Rolex de oro. Llevaba pequeños aretes de perlas en las orejas.
—Sí —dijo Z—. Sí, así es… Gracias por venir.
Mary se acercó y sus mocasines produjeron un ligero roce sobre el suelo de cemento. Cuando se sentó en una de las sillas del jardín, se acomodó de manera que quedara mirándolo a él y no al horno.
Zsadist se pasó la mano por la cabeza.
Mientras el silencio se instalaba entre los dos, se oyó un secador de pelo que se encendía a lo lejos… y arriba alguien conectó el lavavajillas… y el timbre de un teléfono sonó en el fondo de la cocina.
Se sentía como un idiota por no decir nada. Al cabo de un rato Zsadist levantó una de sus muñecas y rompió el silencio.
—Necesito saber qué le voy a decir a Nalla cuando pregunte qué es esto. Yo sólo… sólo necesito tener algo que contestarle. Algo que… sea apropiado, ya sabes.
Mary asintió lentamente con la cabeza.
—Sí, lo entiendo.
Zsadist se volvió hacia el horno y recordó cómo había quemado en él la calavera de su Ama. De repente se dio cuenta de que eso era el equivalente de lo que V había hecho al incendiar el lugar en el que Bella había sido retenida, ¿o no? No se puede quemar un castillo… pero de todas maneras hubo una especie de purificación a través del fuego.
Lo que él no había logrado hacer era la otra parte de la recuperación.
Después de un rato, fue Mary la que habló.
—Zsadist, una pregunta…
—¿Sí?
—¿Qué son esas marcas?
Z frunció el ceño y la miró con irritación, pensando «como si no lo supieras». Pero luego recordó que Mary era humana. Y tal vez no lo sabía.
—Son bandas de esclavo. Yo fui… esclavo.
—¿Te dolió cuando te las hicieron?
—Sí.
—¿La misma persona que te cortó la cara te hizo esas bandas?
—No, eso lo hizo el hellren de mi dueña. Mi dueña… ella fue la que me puso las bandas. Y él fue quien me cortó la cara.
—¿Cuánto tiempo fuiste esclavo?
—Cien años.
—¿Y cómo te liberaste?
—Phury. Phury me rescató. Así fue como perdió la pierna.
—¿Te lastimaron cuando fuiste esclavo?
Z tragó saliva con fuerza.
—Sí.
—¿Todavía piensas en eso?
—Sí. —Z bajó la vista hacia sus manos, que le comenzaron a doler de repente. Ah, claro. Había cerrado los puños y los estaba apretando tanto que estaba a punto de romperse los dedos.
—¿Todavía se practica la esclavitud?
—No. Wrath la prohibió. Una especie de regalo de matrimonio para Bella y para mí.
—¿Qué clase de esclavo eras?
Zsadist cerró los ojos. Ah, claro, allí estaba la pregunta que no quería responder.
Durante un rato, lo único que pudo hacer fue controlarse para quedarse en la silla. Pero, luego, con voz forzada respondió.
—Era un esclavo de sangre. Una hembra me utilizaba para alimentarse de mí.
Cuando terminó de hablar, el silencio cayó sobre él como un peso tangible.
—Zsadist, ¿puedo ponerte una mano en la espalda?
Z debió de hacer un gesto que parecía claramente una señal de asentimiento, porque la mano de Mary descendió suavemente sobre su hombro y comenzó a darle una especie de masaje con movimientos lentos y circulares.
—Las que me has dado son las respuestas correctas —dijo—. Todas ellas.
Zsadist tuvo que parpadear muchas veces, pues el fuego que se veía a través de la ventana del horno se volvió borroso.
—¿De verdad crees eso? —dijo con voz ronca.
—No lo creo. Lo sé.
Epílogo
Seis meses después…
—¿
Y
qué es lo que está pasando aquí? ¿Qué es todo ese ruido, preciosa?
Bella entró a la habitación de Nalla y la encontró de pie en la cuna, agarrada de la barandilla, con la carita roja y apretada por el llanto. Todo estaba en el suelo: la almohada, los muñecos de peluche, la manta.
—Otra vez parece como si el mundo se estuviera acabando —dijo Bella, sacándola de la cuna y mirando el desastre—. ¿Fue por algo que ellos dijeron?
La atención que estaba recibiendo sólo sirvió para que la pequeña comenzase a llorar con más ganas.
—Vamos, vamos, trata de respirar… eso te permitirá gritar más fuerte… Está bien, acabas de comer, así que sé que no tienes hambre. Y el pañal está seco. —Más alaridos—. Tengo el presentimiento de que sé de qué va todo esto…
Bella miró su reloj.
—Mira, podemos intentarlo, pero no sé si aún es pronto.
Entonces se agachó, recogió del suelo la manta favorita de Nalla, envolvió a la criatura en ella y se dirigió a la puerta. Nalla se calmó un poco mientras salían de la habitación y atravesaban el corredor de las estatuas hasta la escalera, y el viaje a lo largo del túnel que llevaba hasta el centro de entrenamiento también fue relativamente tranquilo, pero cuando salieron a la oficina y vieron que estaba vacía, el llanto volvió a empezar.
—Espera, veremos si…
Fuera, en el pasillo, varios chicos en plena fase de pretransformación estaban saliendo de los vestidores y se dirigían hacia el aparcamiento. Era bueno verlos y no sólo porque eso significaba que Nalla probablemente iba a conseguir lo que quería. Después de los ataques a la glymera, las clases para los futuros soldados habían sido suspendidas. Pero ahora la Hermandad estaba otra vez entrenando a la nueva generación. Con una diferencia: en esta ocasión no todos eran aristócratas.
Bella entró al gimnasio a través de la puerta trasera y se sintió feliz con lo que vio. Zsadist