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  2. La guía secreta de la Hermandad de la Daga Negra
  3. Capítulo 16
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gritarles:

—Buscaos una habitación.

T. W. se echó hacia atrás y con un gesto lleno de ternura le metió a su esposa el pelo por detrás de las orejas.

—Creo que deberíamos seguir su consejo, ¿no te parece? Y, a propósito, vamos a ir a algún lado para celebrar nuestro aniversario… y sin que haya ningún congreso.

Su esposa sonrió y parecía radiante de felicidad.

—¿Y ahora qué mosca te ha picado?

—Esta noche vi a un paciente que fue con su esposa… —Se frotó las sienes al sentir un agudo pinchazo—. Sí… ¿qué estaba diciendo?

—¿Qué tal si cenamos —respondió su esposa, mientras le pasaba la mano por la espalda— y luego vemos qué se puede hacer con respecto a lo del cuarto?

T. W. se recostó contra su esposa y cerró la puerta. Y mientras avanzaban hacia la cocina, la besó.

—Eso suena muy bien. Perfecto.

Diez

D

e regreso en la mansión de la Hermandad, Z estaba frente a una de las ventanas de la habitación que compartía con Bella y miraba hacia la terraza y los jardines de atrás. La muñeca le ardía en la zona de aplicación del láser, pero no era un dolor intenso.

—No me sorprende lo que pasó —dijo—. Lo único que me sorprende es que me haya caído bien el doctor.

Bella llegó por detrás y lo abrazó a la altura de la cintura.

—Buen tipo, ¿verdad?

Mientras se abrazaban, en el aire parecía flotar la pregunta «¿Y ahora qué?». Pero desgraciadamente Z no tenía respuesta para eso. Había puesto sus esperanzas en la posibilidad de borrar las bandas tatuadas, como si eso mejorara de alguna manera toda la situación.

Aunque todavía tenía las cicatrices de la cara.

Desde el otro cuarto, Nalla dejó escapar un gorjeo y un hipo. Luego siguió el llanto.

—Acabo de alimentarla y cambiarla —dijo Bella, al tiempo que se apartaba—. No sé qué pasa ahora…

—Déjame ir a mí —dijo Z con voz tensa—. Déjame ver si puedo…

Bella alzó las cejas y luego asintió con la cabeza.

—Está bien. Yo me quedaré aquí.

—No se me caerá. Lo prometo.

—Ya sé que no la vas a dejar caer. Sólo asegúrate de sostenerle bien la cabeza.

—Correcto. Lo tendré en cuenta.

Cuando entró al cuarto de Nalla, Z se sintió como si estuviera desarmado en un campo de batalla lleno de restrictores.

Como si hubiese sentido su presencia, Nalla dejó escapar un silbido.

—Soy tu padre. Papá. Papi… —¿Cómo le llamaría Nalla?

Z se acercó a la cuna y miró a su hija. Estaba vestida con un peto de los Medias Rojas, seguramente regalo de V y/o Butch, y le estaba temblando el labio inferior, como si quisiera romper a llorar del todo, pero no acabara de atreverse.

—¿Por qué estás llorando, pequeña? —preguntó Z con voz suave.

Cuando la pequeña levantó los brazos hacia él, Z miró hacia la puerta de reojo. Bella no estaba asomada y Z se alegró. No quería que nadie viera su torpeza al agacharse sobre la cuna y…

Nalla cabía perfectamente entre sus manos, el trasero en una y la cabeza en la otra. Cuando se enderezó, Z pensó que la niña era sorprendentemente sólida, tibia y…

El bebé se agarró al cuello del suéter de Z y le dio un tirón, exigiendo mayor cercanía… y Z se sorprendió al ver lo fácil que era hacerle caso. Cuando la recostó contra su pecho, la niña se acomodó de inmediato y se volvió hacia él.

Tenerla entre sus brazos resultaba tan natural… Le resultaba tan fácil como ir a relajarse a la mecedora.

Al mirar las pestañas de la pequeña, sus mejillitas rosadas y la manera como lo había agarrado del jersey, Z se dio cuenta de lo mucho que ella lo necesitaba… y no sólo para que la protegiera. También necesitaba que la amara.

—Parece que os lleváis muy bien —dijo Bella con voz suave desde la puerta.

Z levantó la vista.

—Creo que le gusto.

—¿Cómo podría ser de otra manera?

Z Miró otra vez a su hija y habló al cabo de un rato.

—Habría sido genial que me quitaran los tatuajes. Pero de todas maneras haría preguntas sobre mi cara.

—Ella te adorará en cualquier caso. Mejor dicho, ya te adora.

Z deslizó el índice sobre el brazo de Nalla, acariciándola mientras la niña se apretaba contra su corazón y le daba palmadas a la otra mano.

De forma inesperada, Z cambió de conversación.

—No me has contado mucho sobre el secuestro.

—Yo… Ah, no quería angustiarte.

—¿Sueles protegerme así, ocultarme las cosas que crees que me causarán angustia?

—No.

—¿Estás segura?

—Zsadist, si lo hago es porque…

—No soy suficientemente macho si no puedo estar donde me necesitas.

—Tú siempre estás donde te necesito. Y sí que hablamos un poco del asunto.

—Sólo un poco.

Dios, se sentía como un gusano por todo lo que ella había tenido que hacer sola, simplemente porque él vivía tan atormentado.

La voz de Bella resonó con firmeza y seguridad.

—En lo que se refiere al secuestro, no quiero que tú sepas cada detalle de lo que sucedió. Y no porque crea que no vas a poder soportarlo, sino porque no quiero dar a ese desgraciado más influencia sobre mi vida de la que ya tiene. —Bella sacudió la cabeza—. No voy a darle el poder de perturbarte si puedo evitarlo. Eso no va a suceder y eso sería cierto aunque no hubieses pasado por ninguna circunstancia traumática.

Z emitió algo parecido a un gruñido para mostrar que la había oído, pero no estaba de acuerdo con ella. Quería darle todo lo que ella necesitara. Era lo mínimo que se merecía. Y su pasado los había afectado a los dos. Todavía los afectaba. Por Dios, la manera en que se había comportado con Nalla había sido…

—¿Puedo contarte algo estrictamente confidencial? —preguntó Bella.

—Por supuesto.

—Mary quiere tener un hijo.

Z abrió los ojos.

—¿De verdad? Eso es genial…

—Un hijo biológico.

—Ah.

—Sí. Ella no puede tener un hijo con Rhage, así que él tendría que copular con una Elegida.

Z negó con la cabeza.

—Él nunca lo haría. Nunca estará con nadie distinto de Mary.

—Eso es lo que ella dice. Pero, si no lo hace, entonces ella nunca podrá tener una parte de él entre sus brazos.

Tenía razón, porque la fertilización artificial no funcionaba con los vampiros.

—Mierda.

—Todavía no ha hablado con Rhage, porque antes quiere tener claros sus propios sentimientos. Por eso habla conmigo, para poder aclarar sus emociones sin tener que someterlo a él a esa tortura. Algunos días quiere tener un hijo con tanta desesperación que cree que podrá afrontar la situación. Pero otros días sencillamente no puede tolerar la idea y piensa en la posibilidad de adoptar. Mi opinión es que no siempre puedes ventilar todas tus preocupaciones con tu pareja. Y tampoco debes hacerlo. Tú estuviste conmigo después de lo que pasó. Y estás conmigo ahora. Nunca he cuestionado eso. Pero eso no significa que tenga que arrastrarte a todas mis elucubraciones. La recuperación es un proceso con múltiples facetas.

Z trató de imaginarse contándole a Bella todos los detalles de los abusos a los cuales fue sometido… No… No, de ninguna manera querría romperle el corazón con esa pesadilla por la que había pasado.

—¿Tú hablaste con alguien? —preguntó Z.

—Sí, en la clínica de Havers. Y también hablé con Mary. —Hubo una pausa—. Y luego regresé… al lugar donde me tuvieron cautiva.

Z clavó sus ojos en los de Bella.

—¿De verdad?

Ella asintió con la cabeza.

—Tenía que hacerlo.

—Nunca me lo contaste. —Mierda, ¿Bella había estado en ese lugar? ¿Sin él?

—Tenía que ir. Por mí. Y necesitaba ir sola y no quería discutir. Me aseguré de que Wrath supiera cuándo iba a ir y lo avisé en cuanto regresé.

—Maldición… Quisiera haberlo sabido. Me siento como un hellren de mierda.

—Tú eres cualquier cosa menos eso. En especial ahora que estás abrazando a nuestra hija de esa manera.

Hubo un largo silencio.

—Mira —dijo Bella—, si te ayuda en algo, nunca he sentido que exista algo que no te pueda decir. Nunca he dudado de que vayas a ser capaz de apoyarme. Pero el hecho de que seamos pareja no significa que yo no sea una persona independiente.

—Lo sé… —Z pensó por un minuto—. Yo no quería regresar al lugar donde me… A ese castillo. Y si no fuera por el hecho de que esa mujer tenía a otro macho encerrado en ese calabozo… Nunca habría vuelto.

Y ya no podía hacerlo. El lugar donde lo habían tenido en el Viejo Continente había sido vendido a los humanos hacía ya mucho, y con el tiempo había terminado en manos del England’s National Trust.

—¿Te sentiste mejor —preguntó Z de repente— después de ver el lugar donde estuviste?

—Sí, porque Vishous lo había quemado. Y yo pude cerrar ese episodio de un modo más definitivo.

Z acarició distraídamente la barriga de Nalla, mientras miraba a su shellan.

—Me pregunto por qué no habíamos hablado de eso hasta ahora.

Bella sonrió e hizo un gesto con la cabeza hacia la pequeña.

—Porque estábamos pensando en otra cosa.

—¿Puedo ser sincero? El imbécil que llevo dentro necesita creer que, si tú hubieses querido que yo fuera contigo a ese lugar, sabes que lo habría hecho enseguida y habría estado allí contigo.

—Por supuesto que lo sé. Pero de todas maneras quería ir sola. No lo puedo explicar… sencillamente era algo que tenía que hacer. Una cuestión de valor, de coraje.

Nalla miró en dirección a su madre y le tendió los brazos, al tiempo que emitía un gruñido de exigencia.

—Creo que quiere algo que sólo tú le puedes dar —dijo Z con una sonrisa, levantándose de la mecedora.

Z y Bella se encontraron en el centro de la habitación y cuando le entregó la niña, Z besó a su shellan y se quedaron así un momento, abrazando juntos a su hija.

—Voy a salir un rato, ¿de acuerdo? —dijo Z—. No tardo.

—Cuídate.

—Lo prometo. Tengo que cuidar a mis chicas.

‡ ‡ ‡

Zsadist se puso sus armas y se desmaterializó en dirección al oeste de la ciudad, hacia un terreno baldío en medio del bosque.

El claro estaba a unos veinte metros, justo al lado de un arroyuelo, pero en lugar de ver un terreno baldío entre los pinos, Z se imaginó una construcción sencilla, con fachada de tablas y techo de hojalata.

Esa imagen era tan clara como los árboles que lo rodeaban y las estrellas que brillaban en el cielo: el cobertizo había sido construido rápidamente por la Sociedad Restrictiva y sólo pretendían usarlo temporalmente. Pero lo que hicieron dentro, en cambio, había sido permanente.

Z se acercó al claro y las ramitas que cubrían el suelo crujieron bajo sus botas, recordándole el ruido que hace la leña en la chimenea en una noche tranquila.

Pero sus pensamientos no tenían nada de tranquilo ni de hogareño.

Según recordaba, cuando uno entraba por la puerta del cobertizo lo primero que veía era una ducha y un balde de yeso con un asiento de inodoro encima. Durante seis semanas Bella se había bañado en ese cubículo y Z sabía que no había estado sola. El maldito restrictor la observaba. Y probablemente también había pretendido ayudarla.

Mierda, la sola idea de que eso sucediera le provocó ganas de volver a perseguirlo de nuevo. Pero Bella se había encargado de matar al desgraciado, ¿no? Ella había sido la que le había disparado en la cabeza, cuando el asesino la observaba, cautivado por el enfermizo amor que le profesaba…

Mierda.

Z se sacudió y se imaginó otra vez en la habitación de aquel lugar. A la izquierda había una pared con estanterías llenas de instrumentos de tortura, colocados y ordenados sobre repisas fuertemente sujetas. Formones, cuchillos, serruchos… todavía recordaba cómo brillaban.

También había un cuarto a prueba de balas, del cual arrancó las puertas.

Y una mesa de

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