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  2. La guía secreta de la Hermandad de la Daga Negra
  3. Capítulo 10
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recostó contra las sábanas de satén negro y su cara llena de cicatrices y su cuerpo ya no parecían tan tensos.

Bella esperaba que eso se debiera a que el orgasmo lo había relajado. Pero temía que fuese porque no creía que ella fuese a regresar pronto.

Bella pasó a la habitación contigua, hizo un cambio rápido de pañal y luego se sentó en la mecedora y le dio a Nalla lo que necesitaba. Mientras abrazaba a su hijita y se mecía, se dio cuenta de lo cierto que era aquello de que tener un hijo lo cambia todo.

Entre otros, el concepto de tiempo.

Lo que ella pretendía que fuera una sesión de quince minutos se convirtió en una maratón de dos horas, llena de regurgitaciones, llantos, cambios de pañal y agitación.

Cuando Nalla por fin se calmó, Bella dejó caer la cabeza contra el respaldo de la mecedora, en un estado mezcla de cansancio y satisfacción que había llegado a conocer muy bien.

Eso de la maternidad era asombroso, y un poco adictivo, y ahora podía entender por qué las hembras tendían a centrarse tanto en sus hijos. Una se alimenta, por así decirlo, del placer de cuidarlos y atenderlos. Y también se sentía todopoderosa, pues, cuando se trataba de Nalla, se hacía todo lo que ella decía.

Sin embargo, el problema era que echaba de menos la condición de shellan de Z. Añoraba el placer de despertarse con él encima, excitado y ardiendo en deseos. Extrañaba el pinchazo de los colmillos en su cuello. Echaba de menos la expresión de su cara llena de cicatrices después de hacer el amor, totalmente ruborizada y cubierta por un velo de reverencia y amor.

El hecho de que él fuera tan duro con todos los demás, incluso con sus hermanos, hacía que su dulzura con ella fuese todavía más especial. Siempre había sido así.

Pero, Dios, también estaba aquella pesadilla. Bella sabía que haber hablado no era la solución de todos los problemas que existían entre ellos, aunque sí había sido suficiente para que ella ya no estuviera pensando en abandonarlo. Lo que no sabía, ni podía imaginar, era qué ocurriría a continuación. Z necesitaba más ayuda de la que ella podía brindarle. Necesitaba ayuda profesional y no sólo el amoroso apoyo de su compañera.

Tal vez ahí era donde Mary podía intervenir. Ella tenía experiencia en terapia y había sido la que había enseñado a leer y a escribir a Z. Era imposible que él hablara con un desconocido, pero con Mary…

Ah, demonios, no había manera de que Z hablara con la shellan de Rhage acerca de los detalles de su pasado. Se trataba de experiencias demasiado horribles, y el dolor de su macho era muy profundo. Además, Z detestaba mostrar sus emociones delante de la gente.

Bella se levantó y puso a Nalla en la cuna pequeña que le tenían preparada en ese cuarto, con la esperanza de que Zsadist todavía estuviera en la cama, desnudo y con ganas de estar con ella.

Pero no. Se encontraba en el baño y, a juzgar por el zumbido de una máquina y el ruido del agua, se estaba cortando el pelo en la ducha. En la mesita de noche había unas tijeras y trozos de las vendas que tenía en las manos, así que Bella pensó en lo mucho que le habría gustado quitárselas ella misma. Sin duda la había esperado un buen rato, hasta que se dio por vencido. No sólo dio por perdido el sexo, sino también su ayuda para quitarse las vendas. Debía de haber sido bien difícil manejar las tijeras teniendo libres sólo las yemas de los dedos… pero teniendo en cuenta la hora que era, tenía que quitarse las vendas o no podría ducharse antes de salir a combatir.

Bella se sentó en la cama y se sorprendió arreglándose la bata de manera que cuando cruzara las piernas no se viera nada. Entonces se dio cuenta de que aquello se había convertido en un ritual familiar: esperar a que Z saliera del baño. Cuando él terminaba de bañarse, salía envuelto en una toalla y hablaban un poco de todo mientras se vestía. Luego Z bajaba a la primera comida y ella se bañaba y se vestía con la misma discreción.

Dios, qué pequeña se sentía ante los problemas que tenían, las exigencias de su hija y su tremendo deseo de tener como hellren a un amante, y no a un amable compañero de cuarto.

Un golpecito en la puerta la sobresaltó.

—¿Sí?

—Soy Jane.

—Entra.

La doctora asomó la cabeza por la puerta.

—Hola. ¿Está Z por ahí? Pensé que querría que le quitara las vendas… Bueno, es evidente que ya lo habéis hecho.

A pesar de que la doctora llegó a una conclusión errada, Bella guardó silencio.

—Está a punto de salir del baño. ¿También se puede quitar la escayola?

—Creo que sí. ¿Por qué no le dices que me busque abajo, en la sala de terapia física, cuando esté listo? Estoy trabajando en la ampliación de las instalaciones médicas, así que estaré dando vueltas por aquí y por allá con mis herramientas.

—De acuerdo, se lo diré.

Hubo un largo momento en el que sólo se escuchó el zumbido mezclado de la maquinilla de afeitar y del agua de la ducha.

La doctora Jane frunció el ceño.

—¿Estás bien, Bella?

Mientras se obligaba a sonreír, Bella levantó las dos manos como para protegerse.

—Estoy perfectamente bien, gracias. No necesito ningún examen. Nunca más.

—Entiendo que digas eso. —Jane sonrió y luego miró hacia la puerta del baño—. Oye… tal vez deberías ir a ayudarle a lavarse la espalda, ¿no crees?

—Prefiero esperar.

Otro silencio.

—¿Puedo hacer una sugerencia absolutamente entrometida?

—Es difícil imaginar que puedas entrometerte en mi vida más de lo que ya lo hiciste —dijo Bella con picardía.

—Estoy hablando en serio.

—Te escucho.

—Mantén la cuna principal de Nalla en su cuarto y deja la puerta entornada cuando ella duerma allí. Puedes conseguir unos intercomunicadores para oírla si llora. —La doctora Jane recorrió la habitación con los ojos—. Ésta es la habitación que tú y tu esposo compartís… tú tienes que ser algo más que una mamá y él te necesita para él un ratito cada día. Nalla estará bien y es importante que se acostumbre a dormir en su propio cuarto.

Bella miró la cuna. La idea de sacarla era extraña e irracionalmente aterradora. Como si estuviese arrojando a su hija a los lobos. Sólo que si quería tener algo más que un compañero de cuarto, necesitaban un espacio que no tenía nada que ver con la cantidad de metros cuadrados.

—Eso podría ser buena idea.

—He trabajado con mucha gente que ha tenido hijos. A los médicos les gusta traer bebés al mundo, qué te voy a contar. Cuando llega el primero, para toda pareja siempre hay un periodo de adaptación. Eso no significa que haya problemas en el matrimonio, sólo significa que hay que establecer nuevos límites.

—Gracias… De verdad te agradezco el consejo.

La doctora Jane asintió con la cabeza.

—Estoy a tu disposición si me necesitas.

Cuando la puerta se cerró, Bella se acercó a la cuna y acarició las cintas de colores que colgaban de las barandillas. Mientras la tela sedosa y fría se deslizaba por sus dedos, pensó en la ceremonia de las ofrendas y en todo el amor que habían compartido ese día. Nalla siempre sería adorada en esa casa y todo el mundo la cuidaría y la protegería.

Tuvo un momento de pánico mientras quitaba los frenos de las ruedas y comenzaba a empujar la cuna hacia la habitación contigua, pero se dominó y se dijo que pronto se repondría. Tenía que hacerlo. Y saldría a comprar un intercomunicador hoy mismo.

Colocó la cuna principal al lado de la que ya había allí, aquélla en la que Nalla nunca dormía bien. En ese momento, la niña tenía la frente arrugada y agitaba los brazos y las piernas. Señal de que iba a despertarse.

—Ssshhh, aquí está mahmen. —Bella levantó a la niña y la puso en su sitio preferido. La pequeña suspiró y emitió un gorjeo mientras se acomodaba y metía una mano entre los barrotes, para agarrar las cintas rojas y negras de Wrath y Beth.

Aquello parecía muy prometedor. Una respiración profunda y una barriga llena auguraban un buen rato de sueño.

Al menos, Nalla no parecía sentirse como si la hubiesen abandonado en la calle.

Bella regresó a la habitación. El baño estaba en silencio y, cuando asomó la cabeza por la puerta, vio el vapor que flotaba en el aire proveniente de la ducha y percibió el olor a champú de cedro.

Z ya se había ido.

—¿Has cambiado la cuna?

Bella dio media vuelta. Z estaba frente a la puerta de su armario, con los pantalones de cuero puestos y una camisa negra en la mano. Su pecho brillaba gracias a la luz que le caía sobre los hombros, y causaba reflejos en la marca de la Hermandad y los aros que tenía en los pezones.

Bella miró de reojo hacia el sitio donde Nalla solía estar.

—Bueno, éste es… ya sabes, nuestro espacio. Y ella estará muy bien en la otra habitación.

—¿Estás segura de que vas a sentirte cómoda con este nuevo arreglo?

Si eso significaba que podía volver a estar con él como su shellan…

—Nalla no tendrá problemas. Está en la habitación de al lado si me necesita, y ya ha empezado a dormir ratos cada vez más largos, así que… sí, me siento bien y muy cómoda con el asunto.

—¿Estás… segura?

Bella levantó la mirada hacia Z.

—Sí. Absolutamente segura…

Z dejó caer la camisa, se desmaterializó hasta donde ella estaba y la tumbó sobre la cama. El olor que expiden los machos al aparearse se hizo más fuerte cuando la besó en la boca y dejó caer su peso sobre el colchón. Sus manos rasgaron con brusquedad el camisón, abriéndolo por la mitad. Cuando los senos de Bella quedaron al descubierto, Z soltó un gruñido profundo y lento.

—Sí, sí… —gimió ella, con el mismo frenesí.

Bella bajó las manos con tanta pasión que se partió una uña tratando de abrir la bragueta de los pantalones de Z…

Él dejó escapar otro gemido animal cuando su erección saltó a la mano de Bella y, dando un paso hacia atrás, casi destrozó los pantalones al tratar de sacárselos por encima de la pierna escayolada. Finalmente, después de forcejear un poco, los dejó alrededor de las rodillas con un sonoro «a la mierda».

Entonces volvió a saltar sobre ella, terminó de rasgarle el camisón y le abrió las piernas. Pero en ese momento se detuvo y una expresión de preocupación amenazó con reemplazar la pasión que irradiaba su cara. Abrió la boca, evidentemente para preguntar una vez más si ella estaba bien…

—Cállate y sigue —le ordenó Bella, al tiempo que lo agarraba de la nuca y lo empujaba hacia sus labios.

Z rugió y la embistió con fuerza. La penetración fue como una bomba que estallara dentro del cuerpo de Bella, encendiéndole la sangre. Ella le clavó las manos en el trasero, mientras Z bombeaba con las caderas hasta que los dos llegaron al orgasmo juntos, con una intensa contracción del torso.

En ese instante, Z echó la cabeza hacia atrás, descubrió sus colmillos y siseó como un felino, mientras ella se arqueaba sobre la almohada y volvía la cabeza hacia un lado para darle acceso a su garganta…

Tan pronto como Zsadist la mordió con ferocidad, ella volvió a tener un orgasmo y, mientras él bebía su sangre, el sexo siguió palpitando entre los dos. Entonces Bella pensó que Z se estaba desenvolviendo incluso mejor de lo que ella

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