Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. La guía secreta de la Hermandad de la Daga Negra
  3. Capítulo 1
Next

Prepárense para penetrar en el oscuro y apasionado mundo de La Hermandad de la Daga Negra y para entrar en contacto directo con cada uno de los hermanos…

Dosieres. Fichas informativas de los hermanos. Los estatutos de la Hermandad. Entrevistas. Cómo se escribe en Lenguaje Antiguo. Escenas censuradas. Información de primerísima mano de la autora. Un anticipo de Amante vengado. Y mucho más.

La serie más popular del romance paranormal que ha ganado infinitud de premios y se ha colocado en los primeros puestos en las listas de venta de The New York Times.

Un compendio que no debería perderse ningún fan, y una Guía Secreta que seducirá tanto como el sexy grupo de hermanos y el «ferozmente popular» mundo en el que viven.

J. R. Ward

La guía secreta de la Hermandad de la Daga Negra

La Hermandad de la Daga Negra – 0

ePub r1.1

sleepwithghosts 22.03.15

Título original: The Black Dagger Brotherhood: An Insider’s Guide

J. R. Ward, 2008

Traducción: Patricia Torres Londoño

Editor digital: sleepwithghosts

ePub base r1.2

A LOS HERMANOS

Agradecimientos

Kara Cesare, sin quien todo este asunto de la Hermandad de la Daga Negra no habría podido llegar tan lejos como ha llegado. Tú eres la campeona y la animadora y el cerebro de todo lo que hago… y suspendo los elogios aquí porque si no este libro sería más largo que el de Phury.

Todo el personal de New American Library, en especial para:

Claire Zion, Kara Welsh y Leslie Gelbman, Craig Burke y Jodi Rosoff, Lindsay Nouis, el gran Anthony y la maravillosa Rachel Granfield, que maneja con tanta elegancia mis manuscritos de diez kilos.

Steve Axelrod, que es el capitán de mi barco.

Inmensos agradecimientos para la Incomparable Suzanne Brockmann (le estoy mandando hacer una banda con esa leyenda y una corona llena de brillantes), Christine Feehan (cuyo obelisco estoy construyendo mientras hablamos) y su maravillosa familia (Domini, Manda, Denise y Brian), Sue Grafton, alias Mamá Sue, Linda Francis Lee, Lisa Gardner y todos mis otros amigos escritores.

Una vez más, un inmenso agradecimiento para los mejores equipos dentales del mundo: Scott A. Norton, DMD, MSD y Kelly Eichler, junto con Kim y Rebecca y Crystal; y David B. Fox, DMD y Vickie Stein.

D. L. B., que es el mejor chico corrector dental del mundo, y también el más apuesto, te quiere, Mamá.

N. T. M., de quien fue toda la idea de esta Guía secreta y que trabajó tanto en ella y cuya gentileza sólo es superada por su paciencia y su sentido del humor.

Dr. Jessica Andersen, mi socia crítica y mi confidente y compañera de lucha.

LeElla Scott, a esta altura ya tienes demasiados sobrenombres para enumerarlos. Así que sólo mencionaré el más importante: la Mejor.

Y la mamá de Kaylie, que sigue siendo mi ídolo.

Como siempre, gracias a Mamá, Boat y Boo.

Padre mío

Uno

—

E

ntonces, Bella tiene buen aspecto.

En la gran mesa de la cocina de la Hermandad, Zsadist agarró un cuchillo, sostuvo con la otra mano una lechuga romana y comenzó a cortar trozos pequeños, de dos o tres centímetros.

—Sí, así es.

Le caía bien la doctora Jane. Demonios, estaba en deuda con ella. Pero de todas formas tuvo que hacer un esfuerzo para mantener los buenos modales: sería muy feo arrancar la cabeza a una hembra que no sólo era la shellan de su hermano, sino que había salvado al amor de su vida cuando estaba en trance de desangrarse en la mesa de partos.

—Se ha recuperado muy bien en los últimos dos meses. —La doctora Jane observaba a Zsadist desde la mesa que estaba enfrente, con el maletín de Marcus Welby, doctor en medicina al lado de su fantasmagórica mano—. Y Nalla está progresando mucho. Joder, los bebés vampiros se crían mucho más rápido que los humanos. Desde el punto de vista cognitivo, es como si tuviera nueve meses.

—Las dos están muy bien, sí. —Zsadist seguía cortando, moviendo la mano arriba y abajo, abajo y arriba. Al otro lado del filo del cuchillo, las hojas de lechuga saltaban y parecían entorchados verdes.

—Y, ¿cómo te va a ti con la novedad de ser padre?

—¡Mierda!

Al tiempo que soltaba el cuchillo, Zsadist lanzó una maldición y levantó la mano que tenía sobre la lechuga. El corte era profundo, hasta el hueso, y la sangre, intensamente roja, manaba profusamente y se escurría por la piel.

La doctora Jane se le acercó.

—Espera, acércate al fregadero.

Lo notable fue que ella no lo tocó ni trató de empujarlo hacia el fregadero; sólo se quedó allí y apuntó con el dedo hacia la llave del agua.

A pesar de que había hecho algunos progresos, a Zsadist seguía sin gustarle que la gente le pusiera las manos encima, excepto Bella. Ahora, si el contacto era inesperado, al menos ya no reaccionaba llevándose la mano al arma que tenía escondida y matando a quien se hubiese atrevido a tocarlo.

Cuando estuvieron frente al fregadero, la doctora Jane abrió toda la llave y la empujó hacia atrás, de manera que empezó a salir un chorro de agua caliente.

—Mételo debajo —dijo.

Zsadist estiró el brazo y metió el pulgar debajo del agua caliente. La herida le dolía horriblemente, pero ni siquiera hizo una mueca de dolor.

—Déjame adivinar lo que ha ocurrido. Bella te pidió que vinieras a hablar conmigo.

—No. —Al ver que él le clavaba los ojos, la buena doctora negó con la cabeza—. Sólo las examiné a ella y a la recién nacida. Nada más.

—Perfecto. Porque yo estoy bien.

—Tenía el presentimiento de que ibas a decir eso. —La doctora Jane cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró con unos ojos que lo hicieron desear que hubiese un muro de ladrillo entre los dos. Ya estuviera en estado sólido o fuera transparente, como ocurría ahora, cuando aquella hembra te miraba así, tú te sentías como si estuvieras en medio de una tormenta de arena. No era de extrañar que ella y V se entendieran tan bien.

—Bella sí mencionó que hace tiempo que no te alimentas como es debido, es decir, de su vena.

Z se encogió de hombros.

—Nalla necesita más que yo lo que el cuerpo de Bella puede producir.

—Pero no tiene por qué haber exclusividad. Bella es joven, está muy bien de salud y tiene muy buenos hábitos alimentarios. Tiene para los dos. Y, además, te lo debe, tú sí la has dejado alimentarte de ti.

—Por supuesto. Y lo volvería a hacer. Haré por ella cualquier cosa. Por ella y la pequeña.

Hubo un largo silencio, luego la doctora Jane lo rompió.

—¿No te gustaría hablar con Mary?

—¿Sobre qué? —Zsadist cerró la llave del agua y se sacudió la mano sobre el lavaplatos—. Sólo porque respeto las exigencias de mi shellan, ¿crees que necesito un loquero? ¿Qué demonios te pasa?

Arrancó una toalla de papel del rollo que colgaba de un soporte incrustado en la pared, debajo de los armarios, y se secó la mano.

—¿Para quién es la ensalada, Z? —preguntó la doctora.

—¿Qué?

—La ensalada. ¿Para quién es?

Zsadist sacó el cubo de la basura y arrojó la toalla.

—Para Bella. Es para Bella. Mira, no te ofendas, pero…

—¿Y cuándo fue la última vez que comiste?

Zsadist levantó las manos como queriendo decir «ya está bien, no más, ¡por el amor de Dios!».

—Suficiente. Ya sé que tus intenciones son buenas, pero yo me exalto con facilidad y lo último que necesitamos es que Vishous se enfurezca conmigo porque te he dado una bofetada. Entiendo tu punto…

—Mira tu mano.

Zsadist bajó la mirada. La sangre seguía chorreando desde la yema del pulgar hacia la muñeca y el antebrazo. Si no hubiese tenido puesta una camiseta de manga corta, la sangre se habría almacenado en la parte anterior del codo. Pero en lugar de eso estaba goteando sobre las baldosas de terracota.

La voz de la doctora Jane resonó con irritante neutralidad y su lógica resultó ofensivamente acertada:

—Tú tienes un oficio peligroso, en el cual dependes de que tu cuerpo haga cosas que te mantengan a salvo. ¿No quieres hablar con Mary? Bien, allá tú. Pero tienes que hacer ciertas concesiones físicas. Ese corte ya debería haberse cerrado. Pero no lo ha hecho y te apuesto lo que quieras a que va a seguir sangrando durante una o dos horas más, porque no estás en forma. —La doctora Jane sacudió la cabeza—. La cosa es así: Wrath me nombró médica particular de la Hermandad. Si sigues saltándote las comidas y sin alimentarte ni dormir como es debido, y de esa forma perjudicas tu rendimiento laboral, te sacaré del juego, te daré de baja.

Z se quedó mirando las gotas de líquido rojo brillante que brotaban de la herida. La hemorragia pasaba por encima de la banda negra de esclavo, de dos centímetros de anchura, que le habían tatuado en la muñeca hacía casi doscientos años. Tenía otra en el otro brazo y otra más alrededor del cuello.

Entonces alargó el brazo y arrancó otra toalla de papel. La sangre se limpiaba con facilidad, pero no había manera de borrar la marca que su maldita Ama le había hecho. La tinta había impregnado el tejido y había sido puesta allí para mostrar que él era una propiedad, un objeto que se podía usar, y no un individuo que mereciera vivir su vida libremente.

Sin tener ninguna razón en particular, Zsadist pensó en la piel de bebé de Nalla, tan increíblemente suave e inmaculada. Todo el mundo había notado lo suave que era. Bella. Todos sus hermanos. Todas las shellans de la casa. Era una de las primeras cosas que comentaban cuando la alzaban en brazos. Eso y el hecho de que era como una almohadilla, algo que invitaba a darle abrazos.

—¿Alguna vez has pensado en pedir que te quiten esos tatuajes? —preguntó la doctora Jane con voz suave.

—No se pueden quitar —respondió Zsadist con brusquedad, al tiempo que dejaba caer la mano—. La tinta es permanente.

—Pero, ¿alguna vez lo has intentado? Hoy en día hay láseres que…

—Será mejor que vaya a ponerme algo en esta herida, para poder terminar aquí. —Zsadist agarró otra toalla de papel—. Necesito un poco de gasa y esparadrapo…

—Tengo de eso en mi maletín. —Jane dio media vuelta para dirigirse a la mesa—. Tengo todo lo que…

—No, gracias. Yo me ocuparé del asunto.

La doctora Jane se quedó mirándolo fijamente.

—No me importa que seas independiente. Pero la estupidez sí me parece abominable. ¿Te queda claro? Puedo retirarte de la circulación en cualquier momento.

Si ella fuera uno de sus hermanos, seguro que Zsadist habría enseñado los colmillos y le habría gruñido. Pero no podía hacerle eso a la doctora Jane, y no sólo porque fuera una hembra. El problema era que no había manera de discutir con ella, pues sus palabras sólo eran la expresión de una opinión médica objetiva.

—¿Está claro? —repitió la doctora Jane, sin dejarse intimidar por la ferocidad de la expresión de Zsadist.

—Sí. Está claro.

—Bien.

‡ ‡ ‡

—Tiene esas pesadillas… Dios, las pesadillas.

Bella se inclinó y metió el pañal sucio dentro del cubo de la basura. Al levantarse, agarró otro pañal del compartimento correspondiente del cambiador y sacó el talco y las toallitas húmedas. Luego agarró los tobillos de Nalla, tiró hacia arriba hasta levantar el diminuto trasero de su hija, la limpió rápidamente con una de las toallitas húmedas, le echó un poco de talco y por último deslizó el pañal limpio por debajo y lo acomodó en el centro.

Desde el otro extremo del cuarto, Phury le habló en voz baja.

—¿Pesadillas de sus días de esclavo de sangre?

—Me imagino. —Bella dejó caer suavemente el trasero limpio de Nalla sobre el pañal y fijó las cintas en su lugar—. Pero la verdad es que nunca ha querido

Next
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.