nuestro hijo.
—No, no lo sé.
—Todo gobierno que considera que el poder militar de América es un obstáculo para sus planes.
—Pero Ender no será militar, será…
—Esta semana no será un militar de Estados Unidos. Quizá. Ganó una guerra a los doce años, Theresa. ¿Qué te hace creer que nuestro benévolo y democrático gobierno no lo reclutará en cuanto regrese a la Tierra? ¿O que no lo ponga bajo custodia protectora? Quizá nos dejen ir con él y quizá no.
Theresa dejó que las lágrimas le corriesen por la cara.
—Entonces, estás diciendo que cuando se fue de aquí le perdimos para siempre.
—Simplemente digo que cuando tu hijo parte para la guerra, nunca le podrás recuperar. No tal como era, no como el mismo niño. Cambiado, si regresa. Así que deja que te haga una pregunta. ¿Quieres que venga al lugar donde correrá el mayor peligro o quieres que permanezca en un sitio relativamente seguro?
—Crees que Graff intenta que le digamos que deje a Ender en el espacio.
—Creo que a Graff le importa lo que le pase a Ender y nos hace saber… sin decirlo en realidad, porque toda carta que envía se puede usar contra él en el tribunal… que Ender corre mucho peligro. Ni diez minutos después de la victoria de Ender, los rusos intentaron su jugada brutal por el control de la F.I. Sus soldados mataron a miles de oficiales de la F.I. antes de que la F.I. les obligase a rendirse. ¿Qué habrían hecho de haber ganado? ¿Habrían traído a Ender a casa y le habrían organizado un gran desfile?
Theresa ya sabía todo eso. Lo había sabido, al menos visceralmente, desde que había leído la carta de Graff. No, lo había sabido desde antes, lo había intuido como un temor desagradable desde que supo que la guerra contra los insectores había terminado. Ender no volvería a casa.
Sintió la mano de John Paul en el hombro. La apartó con un estremecimiento. La mano regresó, acariciándole el brazo mientras ella seguía tendida, dándole la espalda, llorando porque sabía que había perdido la discusión, llorando porque ni siquiera ella defendía su posición en la discusión.
—Cuando nació sabíamos que no nos pertenecía.
— Nos pertenece.
—Si vuelve a casa, su vida pertenecerá al gobierno que tenga el poder de protegerle y usarle… o matarle. Él es el activo más importante que ha sobrevivido a la guerra. La gran arma. Eso es todo lo que será… eso y una celebridad tan enorme que de todas formas será imposible que tenga una infancia normal. ¿Y podríamos ayudarle, Theresa? ¿Comprendemos su vida durante los últimos siete años? ¿Qué padres podríamos ser para el chico… para el hombre en el que se ha convertido?
—Seríamos maravillosos —exclamó Theresa.
—Y lo sabemos porque somos padres más que perfectos para los niños que tenemos en casa.
Theresa se volvió para tenderse de espaldas.
—Oh, cielos. Pobre Peter. Debe de estar muriéndose por dentro ante la idea de que Ender vuelva a casa.
—Le estará paralizando.
—Oh, no estoy tan segura —dijo Theresa—. Apuesto a que Peter ya está pensando en cómo explotar el regreso de Ender.
—Hasta que descubra que Ender es demasiado inteligente para dejarse explotar.
—¿Qué preparación ha tenido Ender para enfrentarse a la política? Ha pasado toda su vida entre militares.
John Paul rio.
—Vale, sí, aunque por supuesto hay tanto politiqueo entre los militares como en el gobierno.
—Tienes razón —dijo John Paul—. Allí Ender está protegido por gente que pretende explotarle, sí, pero él no tiene que afrontar ninguna batalla burocrática. Probablemente, cuando se trata de maniobras como ésas, Ender no sea más que un cervatillo en el bosque.
—¿Así que Peter podría aprovecharse de él?
—No es eso lo que me preocupa, lo que me preocupa es lo que hará Peter cuando descubra que no puede aprovecharse de él.
Theresa volvió a sentarse y miró a su esposo.
—¡No puedes pensar que Peter levantaría la mano contra Ender!
—Peter no levanta su propia mano para hacer nada difícil o peligroso. Sabes que ha estado usando a Valentine.
—Sólo porque ella se deja usar.
—Precisamente a eso me refiero —dijo John Paul.
—Ender no corre peligro de su propia familia.
—Theresa, tenemos que decidir: ¿qué es lo mejor para Ender? ¿Qué es lo mejor para Peter y Valentine? ¿Qué es lo mejor para el futuro del mundo?
—¿Sentados en la cama, en medio de la noche, nosotros dos decidiremos el destino del mundo?
—Cariño, cuando concebimos al pequeño Andrew, decidimos el destino del mundo.
—Y lo pasamos bien mientras lo hacíamos —añadió ella.
—¿Volver a casa es bueno para Ender? ¿Será feliz?
—¿De verdad crees que nos ha olvidado? —preguntó Theresa—. ¿Crees que a Ender no le importa si vuelve a casa o no?
—Volver a casa dura un día o dos. Luego viene lo de vivir aquí. El peligro por parte de potencias extranjeras, la artificialidad de su vida en la escuela, la violación constante de su intimidad, y no olvidemos la ambición y la envidia insaciables de Peter. Así que vuelvo a preguntarte, ¿la vida de Ender aquí será más feliz que si…?
—¿Si se queda en el espacio? ¿Qué vida será ésa?
—La F.I. se ha comprometido: neutralidad total con respecto a lo que suceda en la Tierra. Si tiene a Ender, entonces todo el mundo, todos los gobiernos, serán conscientes de la inconveniencia de no enfrentarse a la Flota.
—Por tanto, no volviendo a casa, Ender seguirá salvando continuamente al mundo —dijo Theresa—. Tendrá una vida muy útil.
—Lo importante es que nadie más podrá aprovecharse de él.
Theresa adoptó su voz más dulce.
—¿Así que crees que deberíamos escribir a Graff y decirle que no queremos que Ender vuelva a casa?
—No podemos hacer nada de eso —dijo John Paul—. Le escribiremos y le diremos que estamos ansiosos por ver a nuestro hijo y que no creemos que los guardaespaldas sean necesarios.
A Theresa le llevó un momento comprender por qué él daba la impresión de estar invirtiendo por completo su postura anterior.
—Cualquier carta que enviemos a Graff —dijo Theresa— será tan pública como la que él nos envió. E igual de huera. Por tanto, no hagamos nada y dejemos que las cosas sigan su curso.
—No, querida mía —dijo John Paul—. Resulta que viviendo en nuestra casa, bajo nuestro techo, se encuentran los dos forjadores más influyentes de la opinión pública.
—Pero John, oficialmente no sabemos que nuestros hijos rondan por las redes, manipulando los acontecimientos por medio de la red de corresponsales de Peter y el talento brillantemente perverso de Valentine para la demagogia.
—Y ellos no saben que nosotros tenemos cerebro —añadió John Paul—. Parecen creer que las hadas les dejaron en casa, en lugar de haber recibido de nosotros el material genético para formar sus cuerpecitos. Nos tratan como muestras convenientes de la opinión pública ignorante. Por tanto… vamos a ofrecerles algunas opiniones públicas que les impulsarán a hacer lo que es mejor para su hermano.
—Lo que es mejor —repitió Theresa—. No sabemos qué es lo mejor.
—No —dijo John Paul—. Sólo sabemos lo que parece mejor. Pero hay una cosa segura… de eso sabemos más de lo que sabe cualquiera de nuestros hijos.
* * *
Valentine volvió del colegio con la furia hirviendo en su interior. Estúpidos profesores… en ocasiones la volvía loca hacer una pregunta y que el profesor le explicase pacientemente las cosas como si su pregunta fuese una indicación de la incapacidad de Valentine para comprender el tema, en lugar de evidenciar la incompetencia de ese profesor. Pero Valentine se quedaba sentada y se lo tragaba todo, mientras la ecuación aparecía en las holopantallas de todas las mesas y el profesor la repasaba punto por punto.
Luego Valentine trazaba un círculo alrededor del elemento del problema que el profesor no había tratado adecuadamente… la razón para que la respuesta no fuese la correcta. El círculo no aparecía en todas las mesas, claro; sólo el ordenador del profesor disponía de esa opción.
Y, por tanto, a continuación el profesor podía dibujar su propio círculo alrededor de ese número y decía:
—Lo que no comprendes en este caso, Valentine, es que incluso con esta explicación, si ignoras estos elementos sigues sin poder llegar a la respuesta correcta.
Lo que era una excusa más que evidente para proteger su ego. Pero por supuesto sólo era evidente para Valentine. Para los otros alumnos, que de todas formas apenas comprendían la materia (sobre todo porque se las explicaba un incompetente distraído), era Val la que había pasado por alto el detalle rodeado, aunque era precisamente ese elemento el que le había hecho plantear la pregunta.
Y a continuación el profesor le dedicaba esa sonrisa que manifestaba claramente:
«No vas a derrotarme y a humillarme delante de esta clase.»
Pero Valentine no intentaba humillarle. Él no le importaba nada. Simplemente le preocupaba que la materia se enseñase lo suficientemente bien de forma que si, Dios no lo quisiera, algún alumno de la clase se convirtiera en ingeniero civil, sus puentes no se desmoronasen y matasen a alguien.
Ahí radicaba la diferencia entre ella y los idiotas del mundo. Todos intentaban aparentar ser listos y a la vez mantener su posición social, mientras que a Valentine no le importaba la posición social, sólo le importaba hacer las cosas bien. Obtener la verdad… allí donde pudiese encontrarse la verdad.
No le había dicho nada al profesor y nada a ninguno de los alumnos, y sabía que en casa tampoco la comprenderían. Peter se burlaría de ella por importarle tanto la escuela como para permitir que ese payaso de profesor le afectase. El padre examinaría el problema, señalaría la respuesta correcta y volvería a su trabajo sin darse cuenta de que Val no pedía ayuda, pedía conmiseración.
¿Y la madre? Estaría dispuesta a caer sobre la escuela y hacer algo al respecto, pasando al profesor sobre brasas. La madre ni siquiera oiría a Val explicando que no quería avergonzar al profesor, simplemente quería que alguien dijese:
—¡No es irónico que esta escuela especial y avanzada para chicos realmente inteligentes tenga un profesor que no conozca la materia que imparte!
A lo que Val respondería:
—¡Vaya si lo es! —Y se sentiría mejor. Como si alguien estuviese de su lado. Como si alguien lo comprendiese y no estuviese sola.
Mis necesidades son simples y escasas, pensó Valentine. Comida. Ropa. Un lugar cómodo para dormir. Y la ausencia de idiotas.
Pero, por supuesto, un mundo sin idiotas sería solitario. Incluso si a ella la dejaban entrar. No es que