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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 98
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Siuan había dejado en la mesa, puso las manos a ambos lados de aquélla. Así evitaba llevárselas a la cabeza. Quizá si hacía caso omiso del dolor éste desaparecería. Además, para variar, tenía información que compartir con Siuan.

—Al parecer algunas de las Asentadas están hablando de negociar con Elaida —empezó.

Manteniendo el gesto inexpresivo, Siuan tomó asiento en una de las destartaladas banquetas y escuchó atentamente; sólo sus dedos se movieron, como acariciando la falda, hasta que Egwene terminó de hablar. Entonces apretó los puños y masculló unas cuantas maldiciones que sonaron fuertes aun viniendo de ella, empezando con el deseo de que todas se ahogaran en tripas de pescado de una semana y que después bajaran rodando a toda velocidad por una pendiente. El hecho de que salieran de un rostro joven y bonito hacía que sonaran peor.

—Supongo que obrasteis correctamente al dejar que siguiera adelante —murmuró una vez que acabaron sus invectivas—. El asunto se propagará, ahora que ha empezado, y de este modo os adelantáis. Supongo que lo de Beonin no debería sorprenderme. Es ambiciosa, pero siempre pensé que habría vuelto corriendo con Elaida si Sheriam y las otras no la hubieran metido en cintura. —Fijos los ojos en Egwene como para dar peso a sus palabras, siguió más deprisa—. Ojalá me hubieran sorprendido Varilin y esa pandilla, madre. Descontando a las Azules, seis Asentadas de cinco Ajahs huyeron de la Torre después de que Elaida dio su golpe de estado. —Sus labios se torcieron en una mueca al decir esto último—. Y aquí tenemos a una de cada uno de esos cinco. Estuve en el Tel’aran’rhiod anoche, en la Torre…

—Confío en que fueses prudente —la interrumpió secamente Egwene.

A veces Siuan parecía no saber lo que significaba tener prudencia. Había montones de hermanas esperando ansiosas a que les llegara el turno de utilizar los contados ter’angreal para el Sueño que tenían en su posesión, la mayoría para visitar la Torre, y aunque Siuan no lo tenía prohibido exactamente, sí se acercaba mucho a ello. Podría haber esperado una eternidad sin que la Antecámara accediera a que lo usara una sola noche. Aparte de las hermanas que la culpaban por la ruptura de la Torre —no se la había acogido tan afectuosamente como a Leane, debido a ello, ni nadie la mimaba—, aparte de eso, muchas recordaban su rudeza en la enseñanza cuando era una de las pocas que sabían cómo usar ese tipo de ter’angreal. Siuan no tenía paciencia con los necios, y todas lo eran las primeras veces que entraban en el Tel’aran’rhiod, así que ahora tenía que compartir el turno de Leane cuando quería visitar el Mundo de los Sueños. Si alguna hermana la sorprendía allí, la «casi prohibición» pasaría a ser un veto rotundo. O peor aún, pondría en marcha una investigación para descubrir quién le había prestado el ter’angreal, lo que podría acabar desenmascarando a Leane.

—En el Tel’aran’rhiod soy una mujer distinta con ropas distintas cada vez que doy la vuelta a una esquina —dijo Siuan, quitándole importancia con un ademán. Era una buena noticia, aunque lo más probable era que esos cambios tuviesen más que ver con la falta de control que con hacerlo a propósito. La confianza de Siuan en sus propias habilidades a veces superaba lo que estaría justificado—. La cuestión es que anoche vi una lista parcial de Asentadas y conseguí leer casi todos los nombres antes de que la hoja cambiara a una anotación con la cuenta de vinos. —Eso era algo común en el Tel’aran’rhiod, donde nada permanecía igual mucho tiempo a menos que fuese un reflejo de algo permanente en el mundo de vigilia—. Andaya Forae fue ascendida por las Grises, Rina Hafden por las Verdes y Juilaine Madone por las Marrones. Ninguna ha llevado el chal más de setenta años, máximo. Elaida tiene el mismo problema que nosotras, madre.

—Ya veo —dijo lentamente Egwene. Cayó en la cuenta de que se estaba dando masajes en la sien. El dolor punzante tras los ojos no cesaba. Y se haría más intenso. Siempre ocurría así. Para cuando llegara la noche, iba a estar lamentando haberle dicho a Halima que se marchara. Bajó la mano con firmeza y desplazó dos centímetros a la izquierda la carpeta que tenía ante sí para después volver a ponerla donde estaba antes—. ¿Y las demás? Tenían que reemplazar a seis Asentadas.

—Ferane Neheran entró por las Blancas y Suana Dragand por las Amarillas. Ambas habían estado en la Antecámara antes —admitió Siuan—. Sólo era una lista parcial y no conseguí leerla toda. —Enderezó la espalda y alzó la barbilla en un gesto obstinado—. Con que una o dos hubiesen sido nombradas antes de lo habitual ya resultaría chocante. Aunque a veces ocurre, no se da a menudo, y con éstas suman once, quizá doce, entre nosotras y la Torre. No creo en coincidencias tan grandes. Cuando los pescaderos compran al mismo precio, puedes apostar a que todos bebieron en la misma posada la noche antes.

—No tienes que convencerme, Siuan. —Con un suspiro, Egwene se recostó en la silla asiendo de manera automática la pata de la silla que siempre intentaba doblarse cuando hacía eso. No cabía duda de que algo extraño ocurría, pero ¿qué significaba? ¿Y quién podía influir en la elección de Asentadas en todos los Ajahs? En todos excepto en el Azul, al menos; habían elegido una Asentada, pero Moria llevaba siendo Aes Sedai más de cien años. Y quizás el Rojo tampoco se había visto afectado; nadie sabía qué cambios se habían producido entre las Asentadas Rojas, si es que había alguno. El Negro podría estar tras ello, pero ¿qué ganaría a menos que todas esas Asentadas jóvenes fueran Negras? Tal cosa no parecía posible; si el Ajah Negro hubiese tenido mucha influencia, la Antecámara habría estado conformada en su totalidad por Amigas Siniestras desde hacía mucho tiempo. No obstante, si había una pauta y no era producto de la casualidad, entonces tenía que haber alguien metido en el asunto. El mero hecho de barajar las posibilidades y las imposibilidades consiguió que el sordo dolor detrás de los ojos se volviera un poco más intenso.

—Si esto acaba resultando ser una casualidad, Siuan, vas a lamentar cada idea que te pareció un enigma. —Se obligó a sonreír mientras hablaba para quitar hierro a sus palabras. Una Amyrlin tenía que llevar cuidado con lo que decía—. Ahora que me has convencido de que hay un enigma, quiero que lo resuelvas. Quién es responsable y cuál es el propósito. Hasta que no descubramos eso, no sabremos nada.

—¿Sólo queréis eso? —inquirió secamente Siuan—. ¿Antes de la cena o después?

—Para después será suficiente, supongo —espetó Egwene, que después respiró hondo al ver la expresión avergonzada de la otra mujer. No tenía sentido pagar su dolor de cabeza con Siuan. Las palabras de una Amyrlin tenían poder, y a veces consecuencias; debía recordar eso—. Pero bastará con que sea lo antes que puedas —añadió en un tono más suave—. Sé que te darás toda la prisa posible.

Disgustada o no, Siuan pareció entender que el estallido de Egwene no era sólo por su sarcasmo. A pesar de su aspecto juvenil, contaba con años de experiencia en interpretar lo que reflejaba un rostro.

—¿Queréis que vaya a buscar a Halima? —preguntó al tiempo que empezaba a levantarse. La falta de acritud al pronunciar el nombre de la mujer daba medida de su preocupación—. No tardaré nada.

—Si me dejara vencer por cada jaqueca, al final nunca haría nada —repuso Egwene mientras abría la carpeta—. Bien, ¿qué tienes hoy para mí? —Sin embargo, mantuvo las manos sobre los papeles para evitar llevárselas a la cabeza.

Una de las tareas de Siuan todas las mañanas era recoger lo que los Ajahs tenían a bien compartir de sus redes de informadores, junto con lo que quiera que cualquier hermana hubiese pasado a sus Ajahs y éstos hubiesen decidido pasárselo a Egwene. Era un extraño proceso de criba, pero aun así seguía ofreciendo un cuadro del mundo cuando se añadía a lo que tenía Siuan. Ésta había conseguido mantener el control de los agentes que habían sido suyos como Amyrlin por el simple recurso de negarse a decirle a nadie quiénes eran a despecho de todos los esfuerzos de la Antecámara, y al final nadie pudo refutar que esos ojos y oídos eran de la Amyrlin y que debían, por derecho, informar a Egwene. Oh, había habido rezongos sin fin, naturalmente, y todavía los había de vez en cuando, pero nadie podía negar los hechos.

Como siempre, el primer informe procedía no de un Ajah o de Siuan, sino de Leane, escrito en finas hojas de papel con letra elegante. Egwene no sabía exactamente por qué, pero nunca podría dudarse de que cualquier escrito de Leane era obra de la mano de una mujer. Cada página la acercaba a la llama de la lámpara de la mesa una vez leída, asegurándose de que se quemara hasta casi tocarle los dedos, para después deshacerse en ceniza. Ni a Leane ni a ella les interesaba que, comportándose casi como desconocidas en público, uno de esos informes cayera en malas manos.

Muy pocas hermanas estaban enteradas de que Leane tenía informadores en la propia Tar Valon. Quizá fuese la única hermana que los tenía. Vigilar atentamente lo que ocurría en la calle mientras se ignoraba lo que pasaba en casa era un defecto característico del ser humano, y la Luz sabía que las Aes Sedai tenían tantos defectos como cualquier persona. Por desgracia, Leane no tenía casi nada nuevo que comunicar.

Sus agentes en la ciudad se quejaban de que las sucias calles se habían vuelto cada vez más peligrosas después de oscurecer y que eran poco más seguras a la luz del día. En tiempos, los delitos casi habían sido inexistentes en Tar Valon, pero ahora la Guardia de la Torre había abandonado las calles para patrullar los puertos y las torres de los puentes. A excepción de recaudar los impuestos de aduanas y comprar suministros, ambas cosas llevadas a cabo por intermediarios, la Torre Blanca parecía haberse cerrado totalmente a la ciudad. Las grandes puertas por las que accedía el público a la Torre permanecían cerradas a cal y canto y nadie había visto a una hermana fuera del recinto desde que había empezado el asedio, si no antes. Todo eran confirmaciones de lo que Leane había informado anteriormente. La última página, sin embargo, hizo que Egwene enarcara las cejas. En las calles corría el rumor de que Gareth Bryne había hallado un camino secreto a la ciudad y que cualquier día aparecería dentro de las murallas con su ejército al completo.

—Leane lo habría indicado si alguien hubiese utilizado alguna palabra que sonara como si se refiriera a los accesos —se apresuró a decir Siuan al reparar en la expresión de Egwene. Ya había revisado todos los informes antes, por supuesto, y sabía lo que Egwene leía por la página que sostenía. Rebullendo en la inestable banqueta, Siuan casi se cayó a la alfombra al no prestar atención. Empero, no por ello se demoró—. Y podéis estar segura de que a Gareth no se le ha escapado nada —prosiguió mientras se enderezaba—. Tampoco es que sus soldados sean tan necios de querer desertar ahora e ir a la ciudad, pero sabe cuándo debe mantener cerrada la boca. Simplemente tiene reputación de atacar donde sería imposible que lo hiciera. Ha hecho lo

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