decepción cuando le resultó imposible crear ter’angreal —sólo tres hermanas aparte de Elayne lo habían logrado hasta ese momento, con resultados muy irregulares—, de modo que había puesto un gran empeño en aprender esta habilidad incluso después de que la prueba dejara claro que le faltaba fuerza en el uso de la Tierra.
Salima fue la primera que reparó en Egwene. De cara redonda y tez casi tan oscura como el carbón, la miró de forma inexpresiva y los flecos amarillos de su chal se mecieron un tanto cuando hizo una reverencia correctamente precisa, medida al centímetro. Ascendida a Asentada en Salidar, Salima formaba parte de una pauta inquietante: demasiadas Asentadas excesivamente jóvenes para ese puesto. Hacía sólo treinta y cinco años que Salima era Aes Sedai, y rara vez se nombraba para tal cargo a una mujer que no hubiese llevado el chal durante un siglo o más. Es decir, Siuan veía en ello una pauta y le resultaba inquietante aunque no sabía decir el porqué. A Siuan siempre le producía inquietud no entender cualquier pauta. Aun así, Salima había sido partidaria de declarar la guerra a Elaida y solía apoyar a Egwene en la Antecámara. Pero no siempre, y no en eso.
—Madre —saludó con frialdad.
Janya levantó bruscamente la cabeza y sonrió de oreja a oreja. También había apoyado la guerra y, a excepción de Lelaine y Lyrelle, dos de las Azules, era la única que había sido Asentada antes de que la Torre se dividiera, y si no respaldaba invariablemente a Egwene, en eso sí lo hacía. Como ocurría siempre, habló a borbotones.
—Nunca dejará de maravillarme esto, madre. Es simplemente asombroso. Sé que no tendríamos que sorprendernos ya cuando planteáis algo que no se le había ocurrido a nadie. A veces pienso que nos empeñábamos demasiado en hacer las cosas de determinada manera, convencidas de lo que éramos capaces de hacer y de lo que no. Sin embargo, ¡discurrir cómo hacer cuendillar…! —Hizo una pausa para respirar y Salima aprovechó la interrupción para intervenir suavemente. Y con frialdad.
—Sigo pensando que está mal —manifestó, firme—. Admito que el descubrimiento fue algo brillante por vuestra parte, madre, pero las Aes Sedai no deberían crear cosas para… venderlas. —Salima utilizó el término con todo el desdén de una mujer que aceptaba las rentas de sus heredades en Tear sin plantearse siquiera de dónde habían salido. No era una actitud inusual, a pesar de que la mayoría de las hermanas vivían de la generosa asignación anual de la Torre. O lo habían hecho antes de que la Torre se dividiera—. Y para colmo —continuó—, casi la mitad de las hermanas forzadas a hacer esto son Amarillas. Recibo quejas a diario. Nosotras, al menos, tenemos usos más importantes en los que emplear el tiempo que fabricar… baratijas. —Aquello la hizo merecedora de una mirada fulminante de Ashmanaille, una Gris, y otra gélida de Kairen, que era Azul, pero Salima hizo caso omiso. Era una de esas Amarillas que parecían pensar que los otros Ajahs eran simples complementos del suyo que, naturalmente, para ellas era el único que tenía un propósito útil.
—Y las novicias no deberían llevar a cabo tejidos de tal complejidad —agregó Tiana, que se reunió con ellas. La Maestra de las Novicias nunca se mostraba remisa en dirigirse a las Asentadas ni a la Amyrlin. Su expresión era contrariada y al parecer no se daba cuenta de que el gesto le marcaba más los hoyuelos, dándole apariencia de estar enfurruñada—. Es un descubrimiento extraordinario y desde luego yo no pongo objeciones al comercio, pero algunas de estas chicas son apenas capaces de conseguir que una bola de fuego cambie de color sin vacilaciones. Permitirles manejar tejidos como éste sólo conseguirá que sea más difícil impedirles que salten a cosas que no controlan, y la Luz sabe lo difícil que resulta ya eso. Puede que incluso se hagan daño a sí mismas.
—Bah, tonterías —exclamó Janya mientras agitaba la esbelta mano desestimando la mera idea—. Todas las chicas que se han elegido pueden crear ya tres bolas de fuego a la vez y esto sólo requiere un poco más de Poder. No existe peligro mientras una Aes Sedai supervise lo que hacen, y siempre hay alguna. He visto la lista de turnos. Además, lo que fabricamos en un día nos proporcionará suficiente para pagar al ejército durante una semana o más, pero las hermanas solas no pueden producir tanto ni de lejos. —Estrechó ligeramente los ojos, dando la sensación de estar viendo algo a través de Tiana. La avalancha de palabras no cesó, si bien parecía que hablaba consigo misma, al menos a medias—. Habremos de tener cuidado con las ventas. Los Marinos tienen una voraz apetencia por el cuendillar y todavía hay muchos barcos suyos en Illian y Tear, a decir de todos. Y los nobles de allí también lo buscan con avidez, pero hasta el hambre más voraz tiene un límite. Todavía no estoy segura de si será mejor aparecer con todo a la vez o sacarlo con cuentagotas. Antes o después, el precio del cuendillar empezará a caer. —De repente parpadeó y miró primero a Tiana y después a Salima, con la cabeza ladeada—. Entendéis a lo que me refiero, ¿verdad?
Salima frunció el ceño y se subió el chal a los hombros. Tiana alzó las manos en un gesto exasperado. Egwene siguió callada. Por una vez no sintió vergüenza de que la elogiaran por uno de sus supuestos descubrimientos. A diferencia de casi todo los demás salvo el Viaje, éste era realmente suyo, aunque Moghedien había apuntado la forma de lograrlo antes de escapar. En realidad, la mujer no sabía cómo hacer nada —al menos no había revelado tal conocimiento por mucho que la había presionado, y no se había quedado corta en eso—, pero Moghedien tenía una marcada vena de codicia, e incluso en la Era de Leyenda el cuendillar había sido un lujo muy valorado. Sabía lo suficiente del proceso de fabricación para que Egwene discurriera el resto. En cualquier caso, tanto daba quién hiciese objeciones ni lo enérgicamente que lo hiciera; la necesidad de obtener dinero significaba que la producción de cuendillar continuaría. Aunque, en lo tocante a ella, cuanto más se tardara en vender cualquiera de esos objetos, mejor.
Sharina dio una sonora palmada en la parte posterior de la tienda que hizo que todas volvieran bruscamente la cabeza en esa dirección. Kairen y Ashmanaille también se volvieron, y la Azul soltó incluso los flujos, de manera que la copa rebotó en el tablero con un ruido metálico. Eso era un signo de aburrimiento. El proceso tendría que empezar de nuevo desde el principio, aunque encontrar el punto preciso resultaba muy difícil y algunas hermanas aprovechaban cualquier oportunidad para hacer cualquier otra cosa durante la hora que tenían que pasar en la tienda cada día. Una hora, o hasta que acabaran el objeto que hubieran empezado, una de las dos cosas. Se suponía que eso las empujaría a intentar con más ahínco dominar la técnica, pero muy pocas habían progresado hasta el momento.
—Bodewhin, Nicola, id a vuestra siguiente clase —ordenó Sharina. No habló alto, pero su timbre tenía fuerza para cortar un murmullo de voces, cuanto más el silencio en la tienda—. Tenéis el tiempo justo para lavaros las manos y la cara. Vamos, deprisa. No querréis que den un mal informe vuestro.
Bode —Bodewhin— se movió con rapidez, soltando el Saidar y dejando el brazalete de cuendillar terminado a medias sobre uno de los arcones colocados a lo largo de la pared para que otra lo acabara, y después recogió su capa. De mejillas llenas y guapa, llevaba el oscuro cabello peinado en una larga trenza, aunque Egwene no estaba segura de que hubiese recibido permiso del Círculo de Mujeres. Claro que ese mundo ya había quedado atrás para la chica. Mientras se ponía las manoplas y salía de la tienda, Bode no levantó la vista ni miró en dirección a Egwene. Obviamente todavía no entendía que una novicia no pudiera pararse para hablar con la Sede Amyrlin cada vez que quisiera, aun cuando hubiesen crecido juntas.
A Egwene le habría encantado hablar con Bode y alguna de las otras, pero también una Amyrlin tenía lecciones que aprender. Una Amyrlin tenía muchas obligaciones, pocas amigas y ninguna predilección por nadie. Además, incluso lo que pudiera tomarse por favoritismo hacia las chicas de Dos Ríos —sin serlo— sólo conseguiría que las otras novicias les hicieran la vida imposible. «Y a mí tampoco me haría ningún favor con la Antecámara», pensó con amarga ironía. Sin embargo, le habría gustado que las chicas de Dos Ríos lo entendieran.
La otra novicia que Sharina había nombrado no se levantó del banco ni dejó de encauzar. Los negros ojos de Nicola lanzaron una mirada centelleante a Sharina.
—Podría ser la mejor en esto si se me permitiera practicar realmente —rezongó, malhumorada—. Estoy mejorando. Sé que es así. Poseo el Talento de la Predicción, ¿sabéis? —Como si una cosa tuviera que ver con la otra—. Tiana Sedai, decidle que puedo quedarme más tiempo. Terminaré este cuenco antes de mi próxima clase y estoy segura de que a Adine Sedai no le importará si llego un poco tarde. —Si su clase empezaba pronto, no se retrasaría sólo un poco si se demoraba hasta acabar el cuenco; en la hora que llevaba trabajando había conseguido volver blanca sólo la mitad.
Tiana abrió la boca; pero, antes de que tuviese ocasión de pronunciar una palabra, Sharina levantó un dedo y al momento levantaba el segundo. Debía de tener un significado especial, porque Nicola se puso pálida, soltó los tejidos al instante y se levantó con tal premura que movió el banco, ganándose por ello el gesto ceñudo de las otras dos novicias que lo compartían. No obstante, volvieron a inclinar las cabezas sobre su trabajo al punto, y Nicola llevó casi corriendo el cuenco medio acabado hasta un arcón antes de coger precipitadamente su capa. Para sorpresa de Egwene, una mujer en la que no había reparado, vestida con una chaqueta corta de color marrón y pantalones amplios, se incorporó de un brinco de donde había permanecido sentada en el suelo, detrás de las mesas. Los azules ojos de la ceñuda Areina lanzaron miradas penetrantes como cuchillos a todas las presentes, tras lo cual la chica salió corriendo de la tienda en pos de Nicola, ambas la viva imagen del descontento y el malhumor. Verlas juntas a las dos le produjo inquietud a Egwene.
—Ignoraba que se permitiera la entrada a amigas —dijo—. ¿Nicola sigue causando problemas? —Nicola y Areina habían intentado chantajearla, y también a Myrelle y a Nisao, pero no era a lo que se refería; eso también era un secreto.
—Mejor que la chica tenga amistad con Areina que con uno de los mozos de cuadra —comentó Tiana a la par que resoplaba con aire desdeñoso—. Tenemos a dos embarazadas, ¿sabéis? Y diez más que posiblemente lo estén. Sin embargo, esa chica necesita más amigas. Las amigas serán lo que la harán cambiar.
Se interrumpió cuando otras dos novicias de blanco entraron presurosas en la tienda, parloteando, y se frenaron en seco al encontrarse con Aes Sedai plantadas justo delante. Se apresuraron a hacer reverencias y se dirigieron a la parte trasera de la tienda obedeciendo a un gesto de Tiana. Dejaron las capas dobladas en un banco y cogieron una copa parcialmente blanca y otra casi blanca del todo de