Las ocupaciones propias del invierno mantenían a casi toda la gente adulta dentro de las casas, pero los que se aventuraban al exterior, abrigados con montones de ropa para resguardarse del frío, apenas dedicaban una mirada a los soldados, los Guardianes o las Aes Sedai. La primavera no tardaría en llegar y con ella el tiempo de arar la tierra y de la siembra, y lo que las Aes Sedai hicieran no influiría en eso. Quisiera la Luz que no.
No tenía sentido llevar guardias a menos que marcharan como si esperasen un ataque, y lord Gareth había dispuesto un grupo numeroso de jinetes en vanguardia así como líneas en los flancos, con otros situados a retaguardia, mientras que él dirigía el grueso del grupo justo detrás de los Guardianes que seguían a Sheriam y al «consejo» pisándoles los talones. Todos formaban un anillo alargado en torno a Egwene y ésta casi podía imaginar que cabalgaba a solas con Delana si no miraba en derredor. O si miraba más adelante. En lugar de instar a la Asentada Gris a que hablara —había una larga tirada hasta el campamento y nadie tenía permiso de abrir un acceso donde el tejido podría ser visto; de modo que había tiempo de sobra para oír lo que Delana tuviera que decirle—, Egwene comparó las granjas por las que pasaban con las de Dos Ríos.
Quizás haberse dado cuenta de que Dos Ríos ya no era el «hogar» fue lo que le hizo observarlas. Reconocer la verdad nunca podía ser una traición, pero necesitaba recordar a Dos Ríos. Uno podía olvidar quién era si olvidabas de dónde procedía, y a veces la hija del posadero de Campo de Emond le parecía una extraña. Cualquiera de esas granjas habría resultado muy chocante ubicada cerca de Campo de Emond, aunque no acababa de discernir exactamente por qué. Diferente forma de las casas, diferente inclinación en los tejados. Y aquí los tejados eran de pizarra más a menudo que de bálago, cuando se los podía ver bajo la nieve que en muchos casos se amontonaba sobre ellos. Por supuesto, ahora había en Dos Ríos menos bálago y más piedra y ladrillos que antes. Lo había visto; en el Tel’aran’rhiod. Los cambios se producían tan despacio que uno nunca notaba cómo se le venían sigilosamente encima u ocurrían demasiado deprisa para resultar cómodos, pero llegaban. Nada seguía invariable, aun cuando uno creyera que sí. O lo esperara.
—Algunas piensan que vais a vincularlo como vuestro Guardián —dijo de repente Delana en voz baja. Habló como si sostuvieran una conversación intrascendente, y aparentemente tenía puesta toda su atención en colocarse la capucha. Cabalgaba bien, acoplándose a los movimientos de su yegua con tal facilidad que parecía no ser consciente de la presencia del animal—. Algunas creen que quizá ya lo habéis hecho. Yo no he tenido uno desde hace tiempo, pero el simple hecho de saber que tu Guardián está ahí pueda darte tranquilidad. Si se elige el adecuado.
Egwene enarcó una ceja. Se enorgulleció de no mirar boquiabierta a la mujer; en ningún momento se le había pasado por la cabeza que el tema de conversación sería éste.
—Me refiero a lord Gareth —agregó Delana—. Pasa mucho tiempo con vos. Tiene bastantes más años de lo que es habitual para un Guardián, pero a menudo las Verdes escogen a un hombre con más experiencia como su primer Gaidin. Sé que nunca tuvisteis un Ajah, pero con frecuencia pienso en vos como una Verde. Me pregunto si Siuan se sentirá aliviada o molesta si lo vinculáis. A veces me decanto por lo primero, y otras, por lo segundo. Su relación, si es que puede llamarse así, es muy peculiar, bien que ella no parece sentirse azorada en absoluto.
—Eso tendrás que preguntárselo a Siuan. —La sonrisa de Egwene tenía cierta acritud. A decir verdad, también lo tenía su tono. Ni ella misma acababa de entender la razón de que Gareth Bryne le hubiera ofrecido su lealtad, pero la Antecámara de la Torre tenía cosas mejores en las que emplear el tiempo que en chismorrear como aldeanas—. Puedes decir a quien te parezca que no he vinculado a nadie, Delana. Lord Gareth pasa tiempo conmigo, como dices tú, porque soy la Amyrlin y él mi general. También puedes recordarles eso. —Así que Delana la veía como una Verde. Era el Ajah que habría elegido, aunque a decir verdad sólo quería a un Guardián. Pero Gawyn estaba en Tar Valon o de camino a Caemlyn, y en uno u otro caso no daría con él en un futuro inmediato. Palmeó innecesariamente el cuello de Daishar y trató de que la sonrisa no se convirtiera en una mueca hostil. Había sido agradable olvidarse de la Antecámara, entre otras cosas, durante un rato. La Antecámara hacía que comprendiera la razón de que Siuan hubiera parecido un oso con dolor de muelas tan a menudo cuando era Amyrlin.
—No diré que se haya convertido en un asunto para discutir ampliamente —murmuró Delana—. De momento. Con todo, existe cierto interés en la posibilidad de que vinculéis un Guardián y quién sería. Dudo que Gareth Bryne se considerara una elección sensata. —Se giró en la silla para mirar hacia atrás. A lord Gareth, creía Egwene, pero cuando la Asentada se volvió de nuevo añadió quedamente—: Sheriam nunca fue elegida por vos como Guardiana, por supuesto, pero debéis saber que los Ajahs también pusieron a ésas para vigilaros. —Su yegua era más baja que Daishar, de manera que tenía que alzar la cara para mirar a Egwene, cosa que intentaba hacer sin que resultase obvia. Aquellos ojos de color azul desvaído se tornaron de pronto muy penetrantes—. Se pensó que Siuan podría estar aconsejándoos demasiado… bien, después del modo en que conseguisteis sacar adelante la declaración de guerra contra Elaida. Pero ella aún está resentida por el cambio en su posición, ¿verdad? A Sheriam se la ve ahora como la que tiene más probabilidades de ser la instigadora. En cualquier caso, los Ajahs quieren que se les advierta si decidís sacar otra sorpresa.
—Te agradezco la advertencia —dijo cortésmente Egwene. ¿Instigadora? Había demostrado a la Antecámara que no sería su marioneta, pero la mayoría seguía pensando que tenía que serlo de alguien. Al menos nadie sospechaba la verdad sobre su consejo. Era de esperar que nadie lo supiera.
—Hay algo más por lo que debéis ser precavida —prosiguió Delana; la intensidad de su mirada desdecía el tono intrascendente de su voz—. Tal vez estéis segura de que cualquier consejo que os dé una de ellas procede directamente de la cabeza de su Ajah, y, como sabéis, la cabeza de un Ajah y sus Asentadas no siempre están de acuerdo. Hacer un caso excesivo podría enfrentaros con la Antecámara. Recordad que no todas las decisiones conciernen a la guerra, pero querréis que algunas de ellas se resuelvan a vuestro modo.
—Una Amyrlin debería escuchar a todas las partes antes de tomar cualquier decisión —repuso Egwene—, pero recordaré tu advertencia cuando me aconsejen, hija. —¿Acaso Delana pensaba que era tonta? ¿O es que intentaba enfurecerla? La ira daba lugar a decisiones precipitadas y palabras irreflexivas de las que era difícil retractarse a veces. No entendía el propósito de Delana, pero cuando las Asentadas no podían manipularla de un modo, lo intentaban de otro. Había cogido mucha práctica en esquivar la manipulación desde que había ascendido a Amyrlin. Inhaló profunda y regularmente y buscó el equilibrio del sosiego, que encontró. Últimamente también había adquirido mucha práctica en eso.
La Gris alzó la vista hacia ella, pero enfocándola más allá de su capucha, con una expresión totalmente inexpresiva. Sin embargo, sus ojos eran ahora muy, muy penetrantes, como punzones.
—Podríais preguntarles su opinión respecto a negociar con Elaida…, madre.
Egwene casi sonrió. La pausa había sido deliberada. Al parecer, a Delana no le gustaba que la llamara «hija» una mujer más joven que la mayoría de las novicias; más joven que la mayoría de las que procedían de la propia Torre, que no de muchas de las nuevas. Claro que la propia Delana también era demasiado joven para ocupar el puesto de Asentada. Y no sabía domeñar el genio tan bien como la hija de un posadero.
—¿Y por qué iba a preguntar tal cosa?
—Porque el tema ha surgido en la Antecámara en los últimos días. No como una propuesta, pero se ha mencionado, muy discretamente, por parte de Varilin y Takima, y también de Magla. Y Faiselle y Saroiya se han mostrado interesadas en lo que tuvieran que decir al respecto.
Sosegada o no, un indicio de ira creció dentro de Egwene y aplastarlo no resultó tarea fácil. Esas cinco habían sido Asentadas antes de la división de la Torre, pero más importante aún era el hecho de que estaban divididas entre las dos facciones principales que luchaban por el control de la Antecámara. En realidad, estaban divididas entre seguir a Romanda o a Lelaine, y esas dos se opondrían la una a la otra aunque ello significara ahogarse ambas. También mantenían un férreo control sobre sus seguidoras.
Podría pensarse que las otras habían sucumbido al pánico por los acontecimientos, pero no Romanda ni Lelaine. Hacía ahora media semana que el tema sobre Elaida y la toma de la Torre había quedado casi desbancado por conversaciones preocupadas sobre aquella erupción de Poder increíblemente fuerte e increíblemente larga. La mayoría quería saber qué la había ocasionado y la mayoría tenía miedo de enterarse. Hasta el día anterior, Egwene no había podido convencer a la Antecámara de que no había peligro en que un pequeño grupo Viajara a donde había tenido lugar la erupción —incluso el recuerdo era lo bastante fuerte para que cualquiera señalara exactamente dónde había sido—, y la casi totalidad de las hermanas todavía parecía estar conteniendo la respiración hasta que Akarrin y las demás regresaran. Cada Ajah había querido tener una representante, pero Akarrin había sido la única Aes Sedai que se había ofrecido voluntaria para llevarlo a cabo.
Sin embargo, ni Lelaine ni Romanda parecían preocupadas. Por muy colosal y prolongado que hubiera sido el despliegue de Poder, también había tenido lugar muy lejos y no había ocasionado ningún daño que ellas notaran; si era obra de los Renegados, como parecía seguro, la posibilidad de descubrir algo se había ido reduciendo al mínimo, y la posibilidad de que pudiesen hacer algo para contrarrestarlo era aún más reducida. Perder tiempo y esfuerzo en imposibles era absurdo cuando les aguardaba una tarea importante justo delante de ellas. Así lo dijeron, aunque rechinando los dientes por estar de acuerdo en algo. Pero también se habían mostrado de acuerdo en que a Elaida había que despojarla de la Vara y la Estola, y Romanda había expresado casi tanto fervor como Lelaine pese a que, si el hecho de que Elaida hubiese depuesto a una Amyrlin que había pertenecido al Ajah Azul había despertado el enojo de Lelaine, la proclamación de Elaida de que el Ajah Azul quedaba disuelto la había encorajinado al máximo. ¿Y ahora permitían que se hablara de negociación? No tenía sentido.
A Egwene no le interesaba en absoluto que Delana o cualquiera sospechara que Sheriam y las otras eran algo más que un grupo de mastines puestos para vigilarla, pero las llamó con voz cortante. Eran lo bastante listas para guardar los secretos que debían guardarse, ya que sus propios Ajahs les arrancarían la piel si salía a la luz aunque sólo fuera la mitad, de modo