ceño y también la larga nariz hasta que Elenia empezó a preguntarse si no habría llegado demasiado lejos. Estaba más loco que una cabra, pero no en todos los sentidos. No siempre.
—No me había dado cuenta de que eras tan… sensible —dijo finalmente. Todo ello sin cejar en su empeño de rodear a Janny y llegar a ella. Su semblante decrépito se iluminó—. Pero debí suponerlo. Lo recordaré, de ahora en adelante. Jarid vivirá. Siempre y cuando no te moleste. —De pronto pareció reparar en Janny por primera vez y, con una mueca de irritación, levantó el puño. La rellena mujer se preparó para recibir el golpe, sin apartarse, y Elenia rechinó los dientes. Seda bordada. Decididamente inapropiado para una doncella, pero Janny se lo había ganado.
—Lord Nasin, os he buscado por todas partes —dijo la afectada voz de una mujer, y los movimientos en círculo cesaron.
Elenia respiró con alivio al ver a Arymilla aproximarse con su séquito y tuvo que ahogar una repentina rabia por haber sentido alivio. Arymilla vestía ropas de seda verde profusamente bordadas y encajes bajo la barbilla y en las muñecas. Tenía una constitución llenita que rozaba la corpulencia, su sonrisa resultaba vacua, y sus ojos castaños siempre estaban abiertos en un gesto de fingido interés aunque no hubiese nada en lo que interesarse. Carente de inteligencia para discernir la diferencia, poseía justo la suficiente astucia para saber que había cosas que debían interesarle, y no quería que nadie pensara que se le habían pasado por alto. Su única preocupación real era su propia comodidad y los ingresos para asegurársela, y la única razón de que quisiera el trono era que los cofres reales podrían proporcionarle mayor comodidad que los ingresos de cualquier Cabeza Insigne. Su séquito era más numeroso que el de Nasin, aunque sólo la mitad estaba formado por mesnaderos que lucían las cuatro Lunas Plateadas de su casa. Casi todos los demás eran aláteres y aduladores, nobles de segunda fila de casas menores y otros deseosos de lamer la mano a Arymilla a cambio de un lugar próximo al poder. Le encantaba que la adularan. También estaba Naean, al borde del grupo, con sus mesnaderos y su doncella, aparentemente fría y de nuevo controlada. Pero se mantenía a distancia de Jaq Lounalt, un tipo delgado con uno de esos ridículos velos taraboneses cubriéndole el enorme bigote y, debajo de la capucha de la capa, un gorro cónico que la alzaba de forma ridícula. El tipo, además, sonreía demasiado. No parecía en absoluto un hombre capaz de llevar a alguien a suplicar con sólo unas pocas cuerdas.
—Arymilla —dijo Nasin con un timbre de desconcierto, tras lo cual miró ceñudo su puño como si lo sorprendiera encontrarlo levantado. Bajó la mano a la perilla de la silla y sonrió a la tonta mujer—. Arymilla, querida —saludó cálidamente. Al parecer, por alguna razón había llegado a estar medio convencido de que Arymilla era su hija; y su favorita, dicho fuera de paso. En tiempos, Elenia le había oído rememorar largo y tendido con ella sobre su «madre», su esposa, muerta hacía treinta años. Arymilla se las había arreglado para llevar su parte de la conversación aunque nunca conoció a Miedelle Caeren, que Elenia supiera.
Con todo, a despecho de las sonrisas paternales para Arymilla, sus ojos buscaron entre la muchedumbre montada a caballo detrás de ella y su rostro se relajó al encontrar a Sylvase, su nieta y heredera, una joven robusta y apacible que le sostuvo la mirada, sin sonreír, y después se bajó bien la capucha oscura ribeteada de piel. Nunca sonreía ni fruncía el ceño ni mostraba emoción alguna que Elenia hubiese visto, y conservaba una invariable expresión bovina. Obviamente también tenía la inteligencia de una vaca. Arymilla mantenía a Sylvase más controlada que a Elenia o Naean, ya que mientras hiciera tal cosa no habría peligro de que Nasin se viera obligado a retirar su compromiso. Estaba loco, indudablemente, pero era astuto.
—Confío en que te ocuparás bien de mi pequeña Sylvase, Arymilla —murmuró—. Hay cazadores de fortuna por todas partes y quiero que la querida niña esté a salvo.
—Por supuesto que la cuido —repuso Arymilla, que pasó con su gorda yegua junto a Elenia sin dirigir a ésta una sola mirada a pesar de que casi se rozaron. Su tono era meloso y asquerosamente afectuoso—. Sabes que la mantendré tan a salvo como a mí misma. —Esbozó aquella sonrisa necia y colocó bien la capa de Nasin sobre sus hombros, alisándola como quien coloca un chal a un ser querido inválido—. Hace demasiado frío aquí fuera para ti. Sé lo que necesitas. Una cálida tienda y un poco de vino caliente con especias. Tendré mucho gusto en ordenar a mi doncella que te lo prepare. Arlene, acompaña a lord Nasin a su tienda y prepárale un buen vino caliente.
Una mujer delgada de su séquito sufrió una violenta sacudida, y después hizo avanzar despacio a su montura mientras se retiraba la capucha de la sencilla capa azul, dejando a la vista una cara bonita y una sonrisa trémula. De pronto todos los lameculos y tiralevitas se pusieron a ajustarse las capas o los guantes mirando a cualquier parte excepto a la doncella de Arymilla. Sobre todo las mujeres. Cualquiera de ellas podría haber sido elegida, y lo sabían. Curiosamente, Sylvase no apartó la vista. Era imposible verle la cara oculta en las sombras de la capucha, pero la cabeza giró para seguir a la esbelta mujer con la mirada.
Nasin enseñó los dientes al sonreír, lo que le dio una semejanza a una cabra mayor de lo habitual.
—Sí. Sí, vino caliente con especias estará bien. Arlene, ¿verdad? Vamos, Arlene, buena chica. Vaya, ¿tienes frío? —La chica soltó un chillido cuando él le echó un extremo de su capa sobre los hombros y la estrechó contra sí hasta casi desmontarla de su silla—. Entrarás en calor en mi tienda, te lo prometo. —Sin mirar atrás se alejó en el caballo a paso lento, soltando risitas satisfechas y hablando en susurros a la chica que llevaba bajo el brazo. Sus mesnaderos los siguieron acompañados por el crujido de cuero y el lento chapoteo de cascos en el barro. Uno de ellos rió como si otro hubiese dicho algo gracioso.
Elenia sacudió la cabeza con asco. Poner una mujer bonita ante Nasin para distraerlo era una cosa —ni siquiera hacía falta que fuese guapa; cualquier mujer a la que el viejo necio pudiera acorralar corría peligro—, pero utilizar a la propia doncella resultaba repugnante. Aunque no tanto como el propio Nasin.
—Prometiste mantenerlo alejado de mí, Arymilla —dijo en voz baja y tensa. Ese libidinoso carcamal habría olvidado su existencia de momento, pero la recordaría en el instante que la viera—. Prometiste mantenerlo ocupado.
El gesto de Arymilla se tornó hosco y se ajustó los guantes con aire enfurruñado. No había recibido lo que quería y eso, para ella, era un gran pecado.
—Si quieres estar a salvo de admiradores deberías permanecer cerca de mí en lugar de deambular por ahí sola. ¿Acaso puedo evitar que atraigas a los hombres? Y te rescaté. Pero no he oído que me hayas dado las gracias por ello.
Elenia apretó los dientes con tanta fuerza que empezaron a dolerle. Fingir que respaldaba a esa mujer por elección propia bastaba para que le entraran ganas de morder. Le habían dejado muy claras sus opciones: escribir a Jarid o soportar una larga luna de miel con su «prometido». Luz, habría elegido lo segundo si no hubiese estado segura de que Nasin la habría encerrado bajo llave en alguna casona de campo apartada y, después de que hubiese tenido que aguantar sus manoseos, él se habría olvidado de que la tenía allí. Y la habría dejado allí. Sin embargo, Arymilla insistía en la charada. Insistía en muchas cosas, algunas absolutamente insufribles, pero había que soportarlas. De momento. Quizá, cuando las cosas se arreglaran, maese Lounalt podría ofrecer sus atenciones a Arymilla durante unos cuantos días.
De algún lugar extrajo una sonrisa de disculpa y se obligó a inclinar la cabeza como si fuera otra de aquellas sanguijuelas lameculos que la observaban ávidamente. Después de todo, si ella se arrastraba ante Arymilla sólo demostraba que tenían derecho a hacerlo también. Sentir sus miradas le despertó el deseo de bañarse. Y humillarse delante de Naean hizo que quisiera gritar.
—Tienes toda la gratitud que hay en mí, Arymilla. —Bueno, eso no era una mentira. Toda la gratitud que había en ella igualaba más o menos las ganas de estrangularla. Muy despacio. Empero, tuvo que respirar hondo antes de decir lo siguiente—. Disculpa mi dilación, por favor. —Dos palabras muy amargas—. Nasin me tenía muy desazonada. Sabes cómo reaccionaría Jarid si se enterara del comportamiento de Nasin. —Su voz adquirió un timbre cortante al final, pero la necia mujer soltó una risita divertida. ¡Divertida!
—Pues claro que te disculpo, Elenia. —Rió con aire jovial—. Sólo tenías que pedirlo. Jarid es impetuoso, ¿verdad? Debes escribirle y decirle lo contenta que estás. Porque lo estás, ¿no? Puedes dictarle la carta a mi secretario. Odio mancharme los dedos de tinta, ¿tú no?
—Claro que estoy contenta, Arymilla. ¿Cómo no iba a estarlo? —En esta ocasión, sonreír no le supuso ningún esfuerzo. Esa mujer creía que era muy lista. Utilizar a su secretario descartaba cualquier posibilidad de tintas invisibles, pero podía decirle a Jarid sin reparo que no hiciese nada en absoluto sin su consejo, y la muy estúpida creería que sólo la obedecía.
Asintiendo con un gesto de ufana petulancia, Arymilla cogió las riendas y su círculo de tiralevitas la imitó. Si se pusiera una cazuela en la cabeza y dijera que era un sombrero, todos se pondrían cazuelas.
—Se hace tarde —dijo—, y quiero partir pronto por la mañana. La cocinera de Aedelle Baryn nos tiene preparado un excelente ágape. Naean y tú cabalgaréis a mi lado, Elenia. —Lo dijo como si les concediese un honor, y no tuvieron más remedio que actuar como si lo fuera y colocarse una a cada lado—. Y Sylvase, por supuesto. Ven, Sylvase.
La nieta de Nasin se acercó con su yegua, pero no hasta la altura de las tres, sino que las siguió un poco retrasada, con los aduladores de Arymilla apiñándose tras ella ya que no los había invitado a cabalgar a su lado. A despecho del gélido viento que sacudía las capas, varias de las mujeres y dos o tres hombres intentaron, sin éxito, entablar conversación con la chica, que rara vez pronunciaba más de dos palabras seguidas. Aun así, al no tener una Cabeza Insigne a mano a quien adular, la heredera de una Cabeza Insigne serviría, y puede que alguno de los hombres aspirara también a casarse con ella. Seguramente uno o dos de ellos actuaban como guardias —o al menos espías— para asegurarse de que la chica no intentaba comunicarse con nadie de su casa. A esa pandilla le parecería excitante el hecho de rozar el borde del poder. Elenia tenía sus propios planes para Sylvase.
Arymilla era otra que no tenía inconveniente en cotorrear cuando cualquier otra persona con sentido común se habría resguardado bajo la capucha, y su cháchara no cesó mientras avanzaban bajo la mortecina luz, saltando de lo que la hermana de Lir les ofrecería de cena a los planes para su coronación. Elenia sólo le prestó la atención suficiente para poder asentir con un murmullo aprobador en los momentos que parecían oportunos. Si la