de Elenia como para evitar caerse. Una ráfaga de aire zarandeó su capa y no hizo nada para sujetarla. Tampoco hizo el menor esfuerzo para ocultar su miedo. Quizás es que ya no podía ocultarlo. Su voz se tornó entrecortada, llena de pánico.
—Sé que tú y Jarid estáis planeando algo, Elenia. ¡Lo sé! Llevadme con vosotros y… Y comprometeré a Arawn contigo tan pronto como esté libre de Arymilla.
Vaya. Sí que tenía que estar desesperada para hacer tal oferta.
—¿Quieres llamar la atención más de lo que ya has hecho? —espetó Elenia mientras se soltaba de la mano de la otra mujer con un tirón.
Viento del Alba y el castrado negro patearon nerviosos al captar el estado de ánimo de sus amazonas, y Elenia tiró de las riendas para controlar a su zaino. Dos de los hombres apostados junto a la hoguera se apresuraron a agachar la cabeza. Sin duda creían que las dos nobles estaban discutiendo en el gris atardecer y no querían atraer parte de esa ira sobre sí mismos. Sí, tenía que ser eso. Puede que chismorrearan, pero sabían que mejor era no mezclarse en los enfrentamientos de sus superiores.
—No tengo planes para huir. Ninguno en absoluto —añadió en tono muy bajo. Volvió a cerrarse la capa y giró la cabeza para observar los dos carros y las tiendas más próximas. Si Naean estaba lo bastante asustada… Cuando se presentaba una brecha… No había nadie que estuviera tan cerca como para oírlas, pero aun así mantuvo el tono bajo—. Las cosas pueden cambiar, desde luego. ¿Quién sabe? Si cambiaran, te prometo por la Luz y por mi esperanza de salvación y renacimiento que no me marcharé sin ti. —Una repentina esperanza afloró al semblante de Naean. Y ahora tocaba echar el anzuelo—. Es decir, si tengo en mi posesión una carta escrita de tu puño y letra, firmada y sellada, en la que renuncias explícitamente a dar respaldo a Marne, por voluntad propia, y juras que la casa Arawn dará su apoyo para que yo ocupe el trono. Por la Luz y por la esperanza de tu salvación y renacimiento. No admitiré ninguna otra cosa.
Naean echó la cabeza bruscamente hacia atrás y se pasó la lengua por los labios. Sus ojos fueron de un lugar a otro como si buscasen ayuda o una escapatoria. El caballo negro siguió resoplando y pateando, pero la mujer sólo tensó las riendas lo suficiente para impedir que se desbocara, e incluso eso pareció hacerlo sin darse cuenta. Sí, estaba asustada. Pero no tanto como para no saber lo que le exigía. La historia de Andor tenía demasiados ejemplos como para ignorarlo. Quedaban miles de posibilidades mientras no hubiese nada escrito, pero la mera existencia de una carta así pondría el bocado entre los dientes de la otra mujer y las riendas en las manos de Elenia. Si se hacía pública significaría la destrucción de Naean a menos que Elenia fuese tan necia como para admitir coacción. Naean podría intentar aguantar después de esa revelación, pero hasta una casa en la que existieran muchos menos antagonismos que en la de Arawn, muchos menos primos, tías y tíos dispuestos a competir unos con otros para socavar su autoridad, se dividiría. Las casas menores que habían estado unidas a Arawn durante generaciones buscarían protección en otro sitio. En cuestión de años, si no antes, Naean se encontraría siendo la Cabeza Insigne de los vestigios de una casa desacreditada. Oh, sí; esto ya había ocurrido antes.
—Ya hemos estado juntas demasiado tiempo. —Elenia asió las riendas—. No me gustaría que la gente le diera a la lengua. Quizá tengamos ocasión de volver a hablar a solas antes de que Arymilla ocupe el trono. —¡Qué horrible idea!—. Quizá.
La otra mujer exhaló como si soltase todo el aliento que había en su cuerpo, pero Elenia siguió dando media vuelta a su caballo, ni deprisa ni despacio, pero sin detenerse hasta que Naean exclamó:
—¡Espera!
Miró hacia atrás e hizo justamente eso: esperar. Sin pronunciar palabra. Lo que tenía que decir ya lo había dicho. Lo único que quedaba era ver si la mujer estaba tan desesperada como para ponerse en sus manos. Debería estarlo. Ella no tenía a Jarid para que trabajara a su favor. De hecho, cualquiera de la casa Arawn que sugiriese que había que rescatar a Naean seguramente acabaría prisionero por ir en contra del deseo expreso de Naean. Sin Elenia, se haría vieja en cautividad. No obstante, con la carta, Elenia podría darle una apariencia completa de libertad. Por lo visto era lo bastante lista para darse cuenta de eso. O quizá simplemente tenía mucho miedo del tarabonés.
—Te la entregaré tan pronto como me sea posible —aceptó finalmente, con voz resignada.
—Estaré encantada de recibirla —murmuró Elenia sin apenas molestarse en disimular su satisfacción. «Pero no te demores demasiado», estuvo a punto de añadir, mas se contuvo a tiempo. Naean estaría vencida, pero hasta un enemigo vencido aún podía clavarte un cuchillo en la espalda si lo provocabas demasiado. Además de que temía la amenaza de Naean tanto como ésta temía la suya. Quizá más. No obstante, mientras Naean no supiera eso, su cuchillo no tenía punta.
Mientras cabalgaba de vuelta hacia sus mesnaderos, Elenia se sintió más optimista de lo que había estado desde… Desde que sus «rescatadores» resultaron ser hombres de Arymilla. Tal vez desde antes de que Dyelin la encarcelara en Aringill, aunque allí nunca había perdido la esperanza. Su prisión había sido la casa del gobernador, bastante cómoda aun cuando tuvo que compartir los aposentos con Naean. Ni que decir tiene que la comunicación con Jarid no había presentado el menor problema, y pensaba que habían hecho ciertos avances con los guardias de la reina en Aringill. Un gran número de ellos acababan de llegar de Cairhien y no estaban… seguros de en qué bando se encontraba su lealtad.
Ahora, el encuentro fortuito con Naean le había levantado el ánimo tanto que sonrió a Janny y le prometió renovar todo su vestuario cuando estuvieran en Caemlyn. Lo que provocó una sonrisa adecuadamente agradecida de la mujer de mejillas regordetas. Elenia siempre compraba vestidos nuevos a su doncella cuando se sentía especialmente generosa, todos ellos lo bastante buenos para satisfacer a una mercader próspera. Era un modo de asegurarse lealtad y discreción, y durante veinte años Janny había cumplido bien en ambas.
Para entonces el sol era un mero reborde rojo encima de los árboles, y era hora de encontrar a Arymilla para que le dijera dónde dormiría esa noche. Quisiera la Luz que fuese un lecho decente, en una tienda cálida en la que no hubiese mucho humo, y con una cena decente antes. En las circunstancias actuales no podía pedir más. Sin embargo, ni siquiera ese detalle hizo mella en su estado de ánimo. Y no se limitó a saludar con una inclinación de cabeza a los grupos de hombres y mujeres junto a los que pasó, sino que les sonrió. Faltó poco para que agitara la mano. Las cosas marchaban mejor de lo que habían ido hacía tiempo. Naean no sólo había quedado descartada como rival al trono, sino que la tenía atada de pies y manos, lo que podría bastar —¡bastaría!— para que se agregaran Karind y Lir. Y estaban los que aceptarían en el trono a cualquiera que no fuera una Trakand. Ellorien, por ejemplo. ¡Morgase había hecho que la azotaran! Ellorien apoyaría a cualquiera que no fuera una Trakand. También Aemlyn, Arathelle y Abelle eran posibilidades si se explotaban las ofensas que se les habían hecho. Quizá también Pelivar o Luan. Tenía personas tanteando el terreno. Y no desaprovecharía la ventaja de Caemlyn como esa marimacho de Elayne había hecho. Históricamente, controlar Caemlyn bastaba por sí mismo para contar con el respaldo de cuatro o cinco casas al menos.
Ciertamente, la sincronización para actuar en el momento oportuno sería la clave o toda la ventaja redundaría a favor de Arymilla, pero Elenia ya se veía sentada en el Trono del León, con las Cabezas Insignes de rodillas para jurarle lealtad. Ya tenía la lista de qué Cabezas Insignes habría que reemplazar. A nadie que se le hubiera opuesto se le daría ocasión de causarle problemas posteriormente. Una serie de desafortunados accidentes se ocuparían de eso. Lástima que no pudiera elegir personalmente a los reemplazos, pero los accidentes podían ocurrir con increíble frecuencia.
Su feliz ensoñación saltó en pedazos a causa del escuálido hombre que de repente apareció a su lado en un achaparrado rucio; los ojos le relucían con un brillo febril bajo la menguante luz. Por alguna razón, Nasin llevaba ramitas verdes de abeto enganchadas en el ralo y canoso cabello, como si hubiera trepado a un árbol. Su roja chaqueta de seda estaba tan recargada de bordados de coloridas flores que más parecía una alfombra illiana. Era ridículo. Y también era Cabeza Insigne de la casa más poderosa de Andor. Y estaba chiflado.
—Elenia, mi precioso tesoro —cacareó, salpicando saliva al hablar—, tu presencia es un dulce regalo para mis ojos. Haces que la miel parezca amarga y las rosas anodinas.
De forma instintiva, Elenia se apresuró a hacer recular a Viento del Alba hacia atrás y a la derecha, poniendo a la yegua marrón de Janny entre el hombre y ella.
—No soy tu prometida, Nasin —espetó, furiosa por tener que decirlo en voz alta y que todo el mundo la oyera—. ¡Estoy casada, viejo idiota! ¡Esperad! —añadió a la par que alzaba una mano.
La imperativa orden y el gesto iban dirigidos a sus mesnaderos, que habían llevado las manos a las espadas y miraban ferozmente a Nasin. Unos treinta o cuarenta hombres que lucían la insignia de la Estrella y la Espada de la casa Caeren seguían al noble y no vacilarían en acabar con cualquiera que pensaran que amenazaba a su Cabeza Insigne. De hecho, algunos ya habían desenvainado las armas. A ella no le harían daño, desde luego. Nasin los mandaría ahorcar a todos aunque sólo sufriera un rasguño. Luz, no sabía si reír o echarse a llorar.
—¿Todavía tienes miedo de ese joven zopenco, Jarid? —demandó Nasin mientras hacía girar a su montura para seguirla—. No tiene derecho a seguir molestándote. Ganó el mejor, y debería aceptarlo. ¡Lo desafiaré! —Una de sus manos, que se notaba huesuda bajo el ajustado guante de cuero rojo, toqueteó una espada que probablemente no había enarbolado hacía veinte años—. ¡Lo mataré como a un perro por asustarte!
Elenia desplazó a Viento del Alba de manera que describió un círculo alrededor de Janny, la cual musitó unas disculpas a Nasin y fingió intentar quitar de en medio a su yegua cuando lo que hacía realmente era interponerla entre el hombre y su señora. Elenia tomó nota mental de añadir algo de bordado a los vestidos que le compraría. En su chifladura, Nasin podía pasar en un visto y no visto de las palabras melosas del amor cortés a manosearla como si fuera una moza de taberna de la clase más baja. No podía soportarlo; otra vez no, y aún menos en público. Sin frenar al caballo, se obligó a esbozar una sonrisa preocupada, aunque, a decir verdad, le costó más sonreír que fingir ansiedad.
—Sabes que no consentiría que dos hombres lucharan por mí, Nasin. —Su voz sonaba entrecortada e inquieta, pero no intentó controlarla ya que ese timbre era bastante adecuado—. ¿Cómo podría amar a un hombre con las manos manchadas de sangre?
El ridículo viejo arrugó el