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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 78
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se disipara y soltó la Fuente.

—Pídeles que pasen —dijo Elayne.

Monaelle no esperó a que Tzigan le diera paso; tan pronto como la salvaguardia desapareció, entró en la estancia en medio del tintineo de multitud de brazales de oro y marfil cuando se bajó el chal de los hombros al doblez de los brazos por la diferencia de temperatura. Elayne ignoraba la edad de Monaelle —las Sabias no se mostraban tan reticentes al tema de la edad como las Aes Sedai, pero lo soslayaban—, aunque por su aspecto no hacía mucho que había dejado atrás los años de madurez. Su cabello rubio, largo hasta la cintura, tenía reflejos rojizos, pero ni el menor atisbo de blanco. Baja para una Aiel, más que Elayne, con un rostro afable y maternal, apenas era bastante fuerte en el Poder para que se la hubiera aceptado en la Torre, pero esa fuerza no contaba entre las Sabias, y entre éstas ocupaba una posición muy alta. Y más para Elayne y Aviendha, pues había sido la matrona de su nacimiento como primeras hermanas. Elayne le dedicó una reverencia, sin hacer caso del sonido desaprobador de Dyelin, y Aviendha hizo una profunda inclinación, doblándose por encima de las manos. Aparte de las obligaciones debidas a su matrona según la costumbre Aiel, seguía siendo una aprendiza de Sabia, después de todo.

—Deduzco que vuestra necesidad de estar en privado ha acabado, ya que habéis quitado la salvaguardia —dijo Monaelle—, y es hora de que compruebe tu estado, Elayne Trakand. Debería hacerse dos veces al mes hasta el final del período. —¿Por qué miraba ceñuda a Aviendha? ¡Oh, Luz, el vestido de terciopelo!

—Y yo he venido para ver qué hace —añadió Sumeko, que entró detrás de la Sabia. Sumeko era una mujer imponente, de constitución sólida, con una mirada de confianza en sí misma; lucía un vestido de paño amarillo de buena confección, ceñido con cinturón rojo, y se adornaba el cabello, negro y liso, con peinetas de plata; un broche redondo, de plata y esmaltado, brillaba en el cuello alto del vestido. Podría haber pasado por una noble o una mercader próspera. Otrora había demostrado cierta timidez, al menos estando con Aes Sedai, pero ya no. Ni con Aes Sedai ni con soldados de la Guardia de la Reina—. Puedes irte —le dijo a Tzigan—. Esto no te concierne. —Ni con nobles, dicho fuera de paso—. Vos también podéis marcharos, lady Dyelin, y vos, lady Birgitte. —Miró a Aviendha, como considerando añadirla a la lista.

—Aviendha puede quedarse —manifestó Monaelle—. Está perdiéndose muchas clases y esto debe aprenderlo antes o después. —Sumeko asintió en conformidad, pero mantuvo una actitud de fría impaciencia hacia Dyelin y Birgitte.

—Lady Dyelin y yo tenemos asuntos que discutir —dijo Birgitte mientras se guardaba el mapa doblado dentro de la chaqueta roja y se encaminaba hacia la puerta—. Te contaré esta noche lo que se nos haya ocurrido, Elayne.

Dyelin le asestó una mirada cortante, casi tanto como la que había dirigido a Sumeko, pero dejó la copa de vino en una de las bandejas e hizo su habitual reverencia a Elayne, tras lo cual aguardó con visible impaciencia mientras Birgitte se acercaba a murmurar al oído de Monaelle algo, a lo que la Sabia respondió brevemente, pero en voz igualmente baja. ¿De qué cuchicheaban? Seguramente de la leche de cabra.

Una vez que la puerta se cerró tras Tzigan y las otras dos mujeres, Elayne ofreció mandar traer más vino, ya que el que había en las jarras estaba frío, pero Sumeko rechazó la oferta de forma cortante y Monaelle cortésmente aunque con aire ausente. La Sabia estaba estudiando a Aviendha con tal intensidad que la mujer más joven empezó a ponerse colorada y apartó la vista al tiempo que se aferraba la falda.

—No llames la atención a Aviendha a causa de su atuendo, Monaelle —dijo Elayne—. Fui yo quien le pidió que se lo pusiera, y ella accedió para hacerme un favor.

Fruncidos los labios, la Sabia reflexionó antes de contestar.

—Las primeras hermanas deben hacerse favores —respondió finalmente—. Conoces tu deber para con tu pueblo, Aviendha. Hasta ahora, has hecho bien una tarea difícil. Has de aprender a vivir en dos mundos, de modo que es adecuado que te acostumbres a llevar esas ropas. —Aviendha empezó a relajarse. Hasta que Monaelle continuó—: Pero no demasiado. De ahora en adelante, pasarás una noche en las tiendas cada tres días. Mañana puedes regresar conmigo. Te queda mucho que aprender aún antes de que te conviertas en Sabia, y eso es tu deber tanto como ser un cordón vinculante.

Elayne alargó la mano y tocó la de su hermana, y cuando Aviendha intentó soltarse tras darse un apretón, la mantuvo cogida. Aviendha vaciló un instante, pero después siguió agarrando la de Elayne. De un modo extraño, tener a Aviendha había servido de consuelo a Elayne por la ausencia de Rand; no sólo era una hermana, sino una hermana que también lo amaba. Podían compartir la fortaleza y hacerse reír una a la otra cuando habrían querido llorar, y podían llorar juntas cuando era necesario. Pasar sola una noche de cada tres seguramente significaría pasarse llorando una noche de cada tres. Luz, ¿qué estaba haciendo Rand? Aquel terrible faro en el oeste seguía resplandeciendo con tanta fuerza como al principio, y Elayne no dudaba ni por un momento que él se encontraba en el núcleo de aquello. En su vínculo no había cambiado ni una partícula, pero no tenía dudas.

De pronto se dio cuenta de que estaba apretando la mano de Aviendha con terrible fuerza y que Aviendha hacía otro tanto. Aflojaron las dos al tiempo, pero no se soltaron.

—Los hombres causan problemas aun estando ausentes —musitó Aviendha.

—Lo hacen, sí —convino Elayne.

El intercambio hizo sonreír a Monaelle. Era una de las pocas personas que sabían su vinculación con Rand y quién era el padre del bebé de Elayne. En cambio, ninguna de las Allegadas tenía noticias de ello.

—Creo que ya has dejado que un hombre te cause todos los problemas que podía, Elayne —comentó remilgadamente Sumeko. La Regla de las Allegadas seguía las normas para novicias y Aceptadas, prohibiendo no sólo los niños sino cualquier cosa que pudiera conducir a tenerlos, y la cumplían estrictamente. Otrora, una Allegada se habría tragado la lengua antes de sugerir a una Aes Sedai que no estaba a la altura de la Regla. No obstante, mucho era lo que había cambiado desde entonces—. Se supone que he de viajar a Tear hoy para traer un cargamento de grano y aceite mañana, y se está haciendo tarde; así que, si habéis acabado de hablar sobre hombres, sugiero que dejes que Monaelle empiece con lo que ha venido a hacer.

Monaelle situó a Elayne delante del hogar, lo bastante cerca para que el calor de los troncos casi consumidos resultara casi incómodo —era mejor si la madre estaba caliente, explicó—, y entonces el brillo del Saidar la envolvió y se puso a tejer hilos de Energía, Fuego y Tierra. Aviendha observaba casi tan ávidamente como Sumeko.

—¿Qué es? —preguntó Elayne mientras el tejido se ceñía a su alrededor y se hundía en ella—. ¿Es como el Ahondamiento? —Todas las Aes Sedai que había en palacio le habían hecho el Ahondamiento, aunque sólo Merilille poseía suficiente destreza con la Curación para que sirviera de algo, pero ni ellas ni Sumeko habían sido capaces de decir mucho más aparte de que estaba embarazada. Sintió un ligero cosquilleo, una especie de zumbido en su interior.

—No seas tonta, muchacha —dijo con aire absorto Sumeko.

Elayne enarcó una ceja e incluso pensó ponerle el anillo de la Gran Serpiente debajo de la nariz a Sumeko, pero la mujer de mejillas redondas no pareció darse cuenta del gesto, así que quizá tampoco advirtiera el anillo. Estaba inclinada hacia adelante, escudriñando como si pudiera ver el tejido dentro del cuerpo de Elayne.

—Las Sabias aprendieron la Curación de mí —continuó—. Y de Nynaeve, supongo —concedió al cabo de un momento. Oh, Nynaeve habría estallado como los fuegos de artificios de los Iluminadores si hubiese oído eso. Claro que Sumeko la había aventajado hacía tiempo ya—. Y aprendieron la forma sencilla de las Aes Sedai. —Un resoplido desdeñoso, semejante al ruido de la lona al rasgarse, denotó lo que Sumeko pensaba de la forma «sencilla», la única clase de Curación que las Aes Sedai habían conocido durante miles de años—. Esto es algo propio de las Sabias.

—Se llama Acariciar al Bebé —explicó Monaelle con voz abstraída, centrada casi por completo en el tejido. Un simple Ahondamiento para saber qué aquejaba a alguien era sencillo, pensándolo bien y ya habría terminado a esas alturas, pero la Sabia cambió los flujos y el zumbido dentro de Elayne varió de tono a la par que penetraba más—. Podría ser parte de la Curación, una especie de Curación, pero nosotras lo conocemos desde antes de que se nos enviara a la Tierra de los Tres Pliegues. Algunos modos en que los flujos se utilizan son similares a lo que Sumeko Karistovan y Nynaeve al’Meara nos enseñaron. En Acariciar al Bebé se descubre la salud de la madre y la de la criatura, y cambiando los tejidos se pueden saber algunos problemas de cualquiera de los dos, pero no funcionan en una mujer que no esté embarazada. Ni, por supuesto, en un hombre.

El zumbido subió de intensidad hasta que a Elayne le pareció que todo el mundo tenía que estar oyéndolo. Tuvo la impresión de que los dientes le vibraban. Una idea anterior le volvió a la cabeza.

—¿Encauzar puede perjudicar a la criatura? Si encauzo yo, quiero decir.

—Igual que respirar. —Monaelle dejó que el tejido desapareciera y sonrió—. Llevas dos. Es demasiado pronto para saber el sexo, pero gozan de buena salud, y tú también.

¡Dos! Elayne compartió una gran sonrisa con Aviendha. Casi podía sentir el placer de su hermana. Iba a tener mellizos. Los bebés de Rand. Un niño y una niña, esperaba, o dos niños. Unas mellizas constituirían todo tipo de dificultades para la sucesión. Nadie había alcanzado la Corona de la Rosa con el respaldo de todo el mundo.

Sumeko hizo un ruido gutural mientras gesticulaba hacia Elayne con impaciencia, y Monaelle asintió.

—Hazlo exactamente como te he dicho y verás.

Observó cómo Sumeko abrazaba la Fuente y formaba el tejido y volvió a asentir. La rellena Allegada dejó que éste penetrara en Elayne y dio un respingo como si fuera quien sentía el zumbido.

—No tendrás que preocuparte por los mareos matinales —prosiguió Monaelle—, pero algunas veces encontrarás dificultades para encauzar. Puede que los hilos se te escapen como si tuvieran grasa o se diluyan como niebla, de modo que habrás de volver a intentarlo una y otra vez para realizar el tejido más simple o para mantenerlo. Esto puede ir empeorando a medida que el embarazo progrese, y no podrás encauzar en absoluto durante el parto y al dar a luz, pero la capacidad volverá justo después de que las criaturas nazcan. A no tardar, también tendrás el humor cambiante, si es que no ha empezado ya, llorosa en cierto momento y enfurecida al siguiente. El padre de tus bebés hará bien si actúa con prudencia y guarda las distancias todo lo posible.

—He oído que ya le ha dado un buen repaso esta mañana —murmuró Sumeko. Soltó el tejido, se puso derecha y se ajustó el cinturón rojo al talle—. Esto es extraordinario, Monaelle. Jamás pensé que hubiese un tejido que sólo se utilizara

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