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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 77
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que las gentes de las Tierras Fronterizas han acampado para pasar el invierno.

Elayne chasqueó la lengua mientras miraba ceñuda el mapa y seguía las distancias con un dedo. Había contado con la noticia sobre la presencia de la gente de las Tierras Fronterizas, ya que no con su apoyo. La noticia de un ejército de ese tamaño penetrando en Andor lo habría precedido como un incendio en una pradera seca. Sólo un necio habría pensado que habían recorrido todas esas centenares de leguas para intentar conquistar Andor, pero cualquiera que lo oyera se pondría a especular sobre sus intenciones y qué hacer con ellos, una opinión diferente en cada boca. Es decir, una vez que la nueva empezara a propagarse. Cuando ocurriera tal cosa, ella tendría ventaja sobre todos los demás. Para empezar, había acordado con los norteños que entraran en Andor, y también estaba arreglada su marcha.

La elección no había sido difícil. Detenerlos habría desembocado en derramamiento de sangre, si es que hubiera habido alguna posibilidad de hacerlo, y lo único que querían era una calzada para continuar viaje a Murandy, donde creían que encontrarían al Dragón Renacido. También eso era obra suya. Ocultaron la razón que tenían para buscar a Rand, y ella no estuvo dispuesta a proporcionarles una ubicación verdadera, sobre todo considerando que viajaba con ellos una docena de Aes Sedai y que también habían ocultado ese detalle. Pero una vez que la noticia de su avance llegara a oídos de las Cabezas Insignes…

—Tendría que funcionar —musitó—. Si es preciso, nosotras mismas sembraremos rumores sobre los norteños.

—Debería funcionar —convino Dyelin, que añadió con voz sombría: siempre y cuando Bashere y Bael mantengan bien controlados a sus hombres. Va a ser una mezcla explosiva las gentes de las Tierras Fronterizas, los Aiel y la Legión del Dragón agrupados todos a pocos kilómetros de distancia unos de otros. Y no veo forma de asegurarnos que los Asha’man no hagan una locura. —Terminó con una aspiración despectiva. A su entender, para elegir convertirse en Asha’man un hombre tenía que estar loco, de entrada. Aviendha asintió con la cabeza. Estaba en desacuerdo con Dyelin casi con tanta frecuencia como Birgitte, pero en lo concerniente a los Asha’man era algo en lo que coincidían.

—Me aseguraré de que la gente de las Tierras Fronterizas se mantenga a distancia de la Torre Negra —las tranquilizó Elayne, aunque ya había hecho lo mismo en ocasiones anteriores. Hasta Dyelin sabía que Bael y Bashere controlarían a sus fuerzas; ninguno de los dos hombres deseaba una batalla innecesaria y por supuesto Davram Bashere no lucharía contra sus compatriotas. Pero cualquiera tenía derecho a no sentirse seguro sobre los Asha’man y lo que éstos podrían hacer. Elayne deslizó el dedo desde la estrella de seis puntas que identificaba a Caemlyn hasta esos pocos kilómetros de terreno que los Asha’man habían usurpado. La Torre Negra no aparecía señalada en el mapa, pero sabía perfectamente dónde se ubicaba. Al menos era un punto bastante apartado de la calzada de Lugard. Dirigir a los norteños hacia el sur, a Murandy, sin perturbar a los Asha’man no sería difícil.

Apretó los labios al pensar que no debía perturbar a esos hombres, pero no había nada que hacer en ese asunto a corto plazo, de modo que apartó a un lado en su mente a los hombres de chaqueta negra. Las cosas que no podían solucionarse ahora, habría que solucionarlas más adelante.

—¿Y las demás? —No tuvo que ser más explícita. Seis grandes casas seguían sin decantarse, al menos a favor de Arymilla o de ella. Dyelin mantenía que todas acudirían finalmente a Elayne, pero hasta el momento no habían dado señales de hacerlo. Sabeine y Julanya también habían buscado noticias de esas seis. Las dos mujeres habían pasado los últimos veinte años como buhoneras y estaban acostumbradas a los viajes duros, a dormir en establos o bajo los árboles y a escuchar tanto lo que la gente no decía como lo que decía. Eran unas exploradoras perfectas. Sería una gran pérdida tener que cambiarlas para mantener abastecida la ciudad.

—Los rumores sitúan a lord Luan en una docena de sitios distintos, al este y al oeste. —Observando ceñuda el mapa surcado de arrugas como si la posición de Luan tuviera que aparecer marcada en él, Birgitte masculló una maldición más fuerte de lo que justificaba el momento, seguramente porque ahora no estaba la señora Harfor—. Siempre en el pueblo de más adelante o dos más allá. Lady Ellorien y lord Abelle parecen haber desaparecido por completo, por difícil que pueda ser tal cosa para una Cabeza Insigne. Al menos, la señora Ocalin y la señora Fote no han conseguido enterarse de la menor indicación sobre ellos o de ninguno de los mesnaderos de la casa Pendar o de la casa Traemane. Ni hombres ni caballos. Eso sí que es inusitado. Alguien ha estado realizando un gran esfuerzo.

—Abelle siempre fue un fantasma cuando quiso —murmuró Dyelin—, siempre capaz de pillarte desprevenida. Ellorien… —Se pasó los dedos por los labios y suspiró—. Esa mujer es demasiado llamativa para desaparecer. A menos que esté con Abelle o Luan. O con ambos. —Aquella idea no le gustaba, dijera lo que dijera.

—En cuanto a nuestros otros «amigos» —continuó Birgitte—, lady Arathelle cruzó la frontera de Murandy hace cinco días, aquí. —Tocó ligeramente el mapa, unos trescientos kilómetros al sur de Caemlyn—. Hace cuatro días, lord Pelivar la cruzó a unos ocho o diez kilómetros de ese punto, y lady Aemlyn aquí, a otros ocho o diez kilómetros.

—No van juntos —dijo Dyelin mientras asentía con la cabeza—. ¿Trajeron murandianos? ¿No? Estupendo. Podrían estar de camino a sus predios, Elayne. Si se distancian aún más entonces lo sabremos con seguridad. —Esas tres casas eran las que más ansiedad despertaban en ella.

—Sí, podrían dirigirse a casa —convino Birgitte, de mala gana como siempre que coincidía con Dyelin. Se echó la trenza sobre el hombro y la aferró casi como hacía Nynaeve—. Hombres y caballos deben de estar agotados después de marchar hasta Murandy en invierno, pero de lo único que podemos estar seguras es de que están en movimiento.

Aviendha resopló. Con su elegante vestido de terciopelo resultó un sonido sorprendente.

—Siempre hay que dar por hecho que el enemigo hará lo que uno no quiere que haga. Que decidirá lo que uno menos querría que hiciera. Y entonces hacer planes sobre eso.

—Aemlyn, Arathelle y Pelivar no son enemigos —protestó Dyelin sin demasiada convicción. Por mucho que creyera que su respaldo llegaría con el tiempo, esos tres habían anunciado su apoyo a la propia Dyelin para ocupar el trono.

Elayne no sabía de ninguna reina a la que hubiesen forzado a ocupar el solio —esa clase de cosas no se reflejarían en la historia, de todos modos—, pero Aemlyn, Arathelle y Pelivar parecían dispuestos a intentarlo y no con vistas a ganar poder para sí mismos. Dyelin no quería el trono, pero difícilmente sería una dirigente pasiva. El hecho es que el último año de reinado de Morgase Trakand había quedado marcado por un error garrafal tras otro, y pocos sabían o creían que durante ese tiempo hubiera estado cautiva de uno de los Renegados. Algunas casas querían a cualquiera en el trono salvo otra Trakand. O eso pensaban.

—¿Y qué es lo que menos querríamos que hicieran? —dijo Elayne—. Si se dispersan en sus respectivos predios, entonces estarán fuera del asunto hasta primavera cuando menos, y para entonces todo se habrá decidido. —Sería así, si la Luz quería—. Mas ¿y si continúan hasta Caemlyn?

—Sin los murandianos, no cuentan con suficientes mesnaderos para desafiar a Arymilla. —Birgitte se rascó la mejilla mientras estudiaba el mapa—. Si a estas alturas no saben que los Aiel y la Legión del Dragón no toman parte en esto, no tardarán en enterarse, pero querrán actuar con precaución. Ninguno de ellos parece tan necio como para provocar una lucha que no pueden ganar cuando no hay motivo que la haga necesaria. Yo diría que acamparán en algún punto al este o al sudeste, donde pueden seguir la marcha de los acontecimientos y tal vez influir en ellos.

Dyelin apuró el vino, que ya debía de estar frío, suspiró hondo y fue a llenar de nuevo la copa.

—Si vienen a Caemlyn —dijo en tono sombrío—, entonces es que esperan que Luan o Abelle o Ellorien se reúnan con ellos. Quizá los tres.

—En tal caso hemos de discurrir cómo impedirles que lleguen a Caemlyn antes de que nuestros planes fructifiquen, y sin crear una enemistad permanente con ellos. —Elayne se esforzó para que su voz sonara tan firme y segura como desanimada la de Dyelin—. Y hemos de planear qué hacer en caso de que lleguen aquí demasiado pronto. Si eso ocurre, Dyelin, tendrás que convencerlos de que la elección está entre Arymilla y yo. De otro modo, nos encontraremos en una maraña de la que quizá no salgamos nunca, y Andor con nosotras.

Dyelin emitió un sonido como si hubiese recibido un puñetazo. La última vez que las casas se habían dividido a partes iguales entre tres aspirantes al Trono del León había sido hacía casi quinientos años, y hubo siete años de guerra antes de que se coronara a una reina. Para entonces, las tres aspirantes originales habían muerto.

Sin pensarlo, Elayne cogió la taza y dio un sorbo. El té se había enfriado, pero el sabor a miel le inundó la boca. ¡Miel! Miró estupefacta a Aviendha y los labios de su hermana se curvaron en una ligera sonrisa. Una sonrisa de complicidad, como si Birgitte no supiera exactamente lo que había pasado. Ni siquiera su vínculo extrañamente aumentado llegaba a que saboreara lo mismo que Elayne, pero sin duda habría notado la sorpresa y el placer al probar el té. Puesta en jarras, adoptó una actitud de reproche. O más bien lo intentó, porque a su pesar también apareció una sonrisa en su rostro. De repente Elayne se dio cuenta de que el dolor de cabeza de Birgitte había desaparecido. Ignoraba cuándo se le había pasado, pero desde luego ya no estaba ahí.

—Esperar lo mejor y planear para lo peor —dijo—. A veces ocurre lo mejor.

Dyelin, ajena a lo de la miel o cualquier otra cosa que no fuera que las tres sonreían, resopló con fuerza.

—Y a veces no. Si tu avispado plan sale exactamente como se proyectó, Elayne, no necesitaremos a Aemlyn ni a Ellorien ni a los otros, pero es un juego terrible. Para que salga mal sólo hace falta que…

La hoja izquierda de la puerta se abrió para dar paso a una ráfaga de frío y a una mujer de mejillas sonrosadas, ojos gélidos y el nudo dorado de subteniente en el hombro. Quizás había llamado antes, pero si lo había hecho, la salvaguardia había tapado el sonido. Como Rasoria, Tzigan Sokorin había sido cazadora del Cuerno antes de unirse a la escolta de Elayne. Al parecer había habido cambio de guardia.

—La Sabia Monaelle desea ver a lady Elayne —anunció Tzigan mientras se ponía muy recta—. La señora Karistovan la acompaña.

A Sumeko podía decirle que la recibiría más tarde, pero no a Monaelle. La gente de Arymilla no pondrían obstáculos a una Aiel del mismo modo que no lo hacían con una Aes Sedai, pero sólo algo importante habría llevado a una Sabia a la ciudad. Birgitte también lo sabía y de inmediato se puso a doblar de nuevo el mapa. Aviendha dejó que el tejido de la salvaguardia

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