le vino a la cabeza era la figura vaga de un hombre gordinflón, calvo, que parpadeaba sin cesar. Había servido a su madre y, que recordara, a la reina Mordrellen con anterioridad. Nadie hizo comentarios respecto a que también servía al Ajah Marrón. En todos los palacios de dirigentes, desde la Columna Vertebral del Mundo hasta el Océano Aricio, había informadores de la Torre. Cualquier gobernante con dos dedos de frente lo daba por hecho. Sin lugar a dudas, a no tardar los seanchan se encontrarían también bajo observación de la Torre, si es que no lo estaban ya. Reene había descubierto varios espías para el Ajah Rojo, a buen seguro legados del tiempo que Elaida había pasado en Caemlyn, pero este bibliotecario era el primero que trabajaba para otro Ajah. A Elaida no le habría gustado que otros Ajahs supieran lo que ocurría en palacio mientras actuaba como consejera de la reina.
—Lástima no tener historias falsas que queramos que el Ajah Marrón dé por ciertas —dijo como quitándole importancia.
La pena era que ellas y las Rojas estuvieran enteradas de la existencia de las Allegadas. Como mínimo, tenían que saber que en palacio había un gran número de mujeres que podían encauzar y no les llevaría mucho tiempo deducir quiénes eran. Ello crearía más o menos problemas en el futuro, pero tales dificultades aún estaban por llegar. «Siempre hay que hacer planes por adelantado —solía decir Lini—, pero si uno se preocupa demasiado por lo que ocurra el año próximo es posible que tropiece con lo que pase al día siguiente.»
—Que se vigile a maese Harnder y se intente descubrir quiénes son sus amistades. De momento tendrá que bastar con eso —concluyó.
Algunos espías dependían de sus propios oídos, ya fuera para enterarse de rumores o para escuchar detrás de las puertas; otros hacían que se soltaran las lenguas con unas cuantas copas de vino. El primer paso para contrarrestar la labor de un espía era descubrir cómo llegaba a su conocimiento lo que vendía.
Aviendha resopló sonoramente y empezó a extenderse la falda para sentarse en la alfombra antes de caer en la cuenta de lo que llevaba puesto. En lugar de ello, tras lanzar una mirada de advertencia a Dyelin, se sentó al borde de un sillón, muy tiesa, la viva imagen de una dama de la corte de ojos relucientes. Salvo porque una dama de la corte no habría pasado el pulgar por el filo del cuchillo de su cinturón. De haber hecho las cosas a su modo, Aviendha habría degollado a todos los espías a la primera ocasión que se le hubiera presentado. Espiar era abyecto a su modo de ver, por mucho que Elayne le explicara que cada espía descubierto era una herramienta que podían utilizar para que sus enemigos creyeran lo que les interesaba.
Tampoco significaba que todos los espías trabajaran para un enemigo. La mayoría de los descubiertos por la doncella primera recibían dinero de más de una mano, y entre las identificadas estaban la del rey Roedran de Murandy, varias de Grandes Señores y Señoras tearianos, unas cuantas de nobles cairhieninos y bastantes de mercaderes. Había mucha gente interesada en lo que ocurría en Caemlyn, ya fuera por el efecto que podría tener en el comercio o por otras razones. A veces daba la impresión de que todos espiaban a todos.
—Señora Harfor, no habéis encontrado ningún informador de la Torre Negra —dijo Elayne.
Como la mayoría de la gente que oía mencionar la Torre Negra, Dyelin se estremeció y bebió un buen trago de vino, pero Reene sólo hizo una ligera mueca. Había decidido pasar por alto el hecho de que eran hombres que encauzaban, ya que no podía cambiar las cosas. Para ella, la Torre Negra era… una molestia.
—No han tenido tiempo, milady. Dejad que pase un año y encontraréis lacayos y bibliotecarios aceptando también su dinero.
—Supongo que sí. —Una idea espantosa—. ¿Qué más tenéis que comunicarnos hoy?
—He tenido una charla con Jon Skellit, milady. A menudo, el hombre que cambia de chaqueta una vez suele estar bien dispuesto a cambiarla de nuevo, y Skellit es de ésos. —Skellit, un barbero, estaba comprado por la casa Arawn, lo que actualmente lo convertía en un hombre de Arymilla.
Birgitte contuvo una maldición pronunciada a medias; por alguna razón, procuraba no decir palabrotas estando presente Reene Harfor.
—¿Que habéis tenido una charla con él? —inquirió con voz forzada—. ¿Sin consultar con nadie?
—¡Por los pechos de una madre lactante! —exclamó Dyelin, que no tenía esa clase de reparos con la doncella primera.
Era la primera vez que Elayne la oía usar tal lenguaje. Maese Norry parpadeó y casi dejó caer su cartapacio, tras lo cual se afanó en mirar a cualquier parte salvo a Dyelin. La doncella primera, sin embargo, se limitó a hacer una pausa hasta estar segura de que ella y Birgitte no iban a decir nada más, y después continuó tranquilamente.
—Skellit estaba a punto de caramelo y me pareció el momento oportuno. Uno de los hombres a los que entrega sus informes para que los saque de la ciudad no ha regresado aún, mientras que el otro se ha roto una pierna. Las calles están heladas cuando se pone el sol. —Aquello lo dijo en un tono tan ligero que más parecía que hubiese urdido la caída del individuo. En tiempos difíciles, se revelaban aptitudes increíbles en las personas más insospechadas—. Skellit está de acuerdo en llevar personalmente su próxima comunicación a los campamentos. Vio hacer un acceso y no tendrá que fingir terror. —Habríase dicho que ella misma llevaba toda la vida presenciado la salida de carretas de mercaderes por agujeros abiertos en el aire.
—¿Y qué impedirá que ese barbero huya una vez que haya salido de la jod… de la ciudad? —demandó Birgitte, irritada, mientras empezaba a pasear delante de la chimenea con las manos enlazadas a la espalda. Por cómo se sentía, la gruesa trenza rubia tendría que estar erizada—. Si se va, Arawn pagará a cualquier otro y tendréis que descubrir de nuevo al espía. Luz, Arymilla ha de haberse enterado de los accesos casi nada más llegar, y Skellit tiene que saberlo. —La idea de que Skellit huyera no era lo que la irritaba, o al menos no era sólo por eso. Los mercenarios entendían que se los había contratado para impedir que entraran soldados, pero por unas cuantas monedas de plata permitirían que una o dos personas cruzaran las puertas disimuladamente por la noche, en una u otra dirección. A su modo de ver, una o dos personas no podían causar ningún daño. A Birgitte no le gustaba que se lo recordaran.
—Se lo impedirá la codicia, milady —contestó calmosamente la señora Harfor—. La idea de ganar oro de lady Elayne así como de lady Naean es suficiente para que a un hombre se le altere el pulso. Es cierto que lady Arymilla ya tiene que haber oído lo de los accesos, pero eso da más credibilidad a los motivos de Skellit para ir en persona.
—¿Y si su codicia es tanta como para que intente ganar aún más oro cambiando de chaqueta por tercera vez? —inquirió Dyelin—. Podría ocasionar un gran… perjuicio, señora Harfor.
—Lady Naean lo mandaría enterrar bajo el ventisquero más cercano, milady, como me ocupé de que comprendiera bien. —El tono de Reene se había tornado un tanto seco. Nunca sobrepasaría los límites, pero le desagradaba que cualquiera la creyera descuidada—. Lady Naean nunca ha sido paciente, como imagino que sabéis de sobra. En cualquier caso, las noticias que tenemos de los campamentos son muy escasas, por decir algo, y Skellit podría ver algunas cosas que nos gustaría saber.
—Si ese hombre nos dice en qué campamento estarán Arymilla, Elenia y Naean y cuándo, le entregaré el oro con mi propia mano —dijo pausadamente Elayne. Elenia y Naean permanecían cerca de Arymilla, o ésta hacía que lo estuvieran, y la propia Arymilla era mucho menos paciente que Naean y mucho menos dada a creer que cualquier cosa pudiera funcionar sin su presencia. Se pasaba la mitad del día yendo y viniendo de un campamento a otro y nunca dormía en el mismo dos noches seguidas, que se supiera—. Eso es lo único que puede contarnos sobre los campamentos que me interese.
—Como digáis, milady. —Reene inclinó la cabeza—. Me encargaré de ello. —A menudo, también ella procuraba no decir las cosas claramente delante de Norry, pero no dio señales de que hubiese oído nada parecido a una reconvención.
Ni que decir tiene que Elayne no estaba segura de ser capaz de reprenderla abiertamente. Aunque hiciera tal cosa, la señora Harfor seguiría realizando sus funciones de un modo adecuado y desde luego seguiría buscando espías con infatigable empeño, aunque sólo fuera porque su presencia en palacio resultaba una afrenta para ella, pero aun así Elayne podía topar con docenas de inconvenientes a diario o pequeñas molestias que le amargaran la vida sin que pudiera atribuir directamente ninguna a la doncella primera. «Hemos de seguir los pasos del baile tanto como nuestra servidumbre —le había dicho su madre en una ocasión—. Puedes contratar de continuo nuevos criados y emplear todo el tiempo que tienes en enseñarles y pasarlo mal hasta que aprenden sólo para encontrarte otra vez en el punto de partida, o puedes aceptar las reglas como ellos y vivir cómodamente mientras empleas tu tiempo en gobernar.»
—Gracias, señora Harfor —dijo, por lo que recibió otra reverencia meticulosa. Reene Harfor era otra que conocía su valía—. Maese Norry…
El hombre de aspecto de grulla dio un respingo y dejó de mirar con el entrecejo fruncido a Reene. En ciertos aspectos consideraba los accesos como algo suyo, no un tema con el que jugar.
—Sí, milady. Por supuesto. —Su voz era monótona como un tono gris—. Confío en que lady Birgitte ya os haya informado sobre las caravanas de mercaderes a vuestro regreso a la ciudad.
Por un instante sus ojos se detuvieron en Birgitte con expresión de reproche. Jamás se le ocurriría causar el menor inconveniente a Elayne aunque ésta le gritara, pero vivía según sus propias reglas y, aunque sin arrebato —o al menos eso esperaba Elayne; no parecía haber mucho fuego en Norry—, le sentaba mal que Birgitte lo hubiese privado de la oportunidad de enumerar las carretas, los toneles y los barriles que habían llegado. Adoraba sus cifras.
—Lo hizo —respondió con un leve dejo de disculpa, no tanto como para avergonzarlo—. Me temo que algunas de las mujeres de los Marinos nos dejan. A partir de hoy sólo dispondremos de la mitad para hacer accesos.
Los dedos del hombre pasaron suavemente sobre la superficie del cartapacio como si tanteara los papeles que había dentro. Elayne jamás lo había visto consultar uno.
—Ah. Bien. Nos… las arreglaremos, milady. —Halwin Norry siempre se las arreglaba—. Para continuar, hubo otros nueve incendios provocados a lo largo de ayer y de anoche, ligeramente más de lo habitual. Tres intentos fueron para prender fuego a almacenes en los que se acopian alimentos. Ninguno tuvo éxito, me apresuro a añadir. —Quizá se apresurara, pero lo hizo en el mismo tono monótono—. Si se me permite, las rondas de los guardias que patrullan las calles están surtiendo efecto, ya que el número de asaltos y robos ha descendido a poco más de lo normal en esta época del año, pero parece evidente que hay una mano que dirige lo de los incendios. Se destruyeron diecisiete edificios, todos salvo uno deshabitado. —Apretó la boca en un