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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 73
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Gareth Bryne dice que un general que utiliza el arma de otro está confundiendo el trabajo. —El nombre tampoco pareció impresionarla. ¡Pero si hasta los niños de los mineros de las Montañas de la Niebla conocían el nombre de Gareth Bryne!

Aviendha apareció al lado de Elayne sonriendo como si le encantara la oportunidad de hablar con la chica.

—Las espadas no sirven para nada —dijo dulcemente. ¡Dulcemente! ¡Aviendha! Elayne no se había dado cuenta de que su hermana pudiera fingir tan bien. También ella tenía una copa de vino con especias. Habría sido esperar mucho que siguiera bebiendo té amargo por afecto fraternal—. Deberías aprender a manejar la lanza. También el cuchillo y el arco. Birgitte Trahelion podría acertarte entre los ojos a doscientos pasos de distancia con su arco. Tal vez a trescientos.

—¿La lanza? —preguntó débilmente Catalyn. Y entonces, con un tono ligeramente incrédulo, repitió—: ¿Entre mis ojos?

—No os he presentado a mi hermana —dijo Elayne—. Aviendha, lady Catalyn Haevin. Catalyn, Aviendha de los Nueve Valles de los Taardad. —Quizá tendría que haberlo dicho al revés, pero Aviendha era su hermana, e incluso una Cabeza Insigne debía aceptar ser presentada a la hermana de la heredera del trono—. Aviendha es Aiel. Estudia para ser Sabia.

La boca de la estúpida chiquilla se abrió desde el principio y la barbilla le fue bajando más y más con cada frase hasta que semejó un pez boqueando fuera del agua. Muy satisfactorio. Aviendha dedicó una leve sonrisa a Elayne, y sus verdes ojos chispearon de aprobación por encima de la copa de vino. Elayne mantuvo el gesto impasible, pero habría querido devolverle la sonrisa.

Los otros eran más fáciles de manejar, mucho menos irritantes. Perival y Branlet visitaban Caemlyn por primera vez y, por ende, el palacio, y se mostraban tímidos al punto de que no decían dos palabras seguidas a menos que alguien se las sacara casi a la fuerza. Conail pensó que la afirmación de que Aviendha era Aiel debía de ser una broma, y casi acabó con el cuchillo de Aviendha en el pecho por empezar a reír a carcajadas, pero afortunadamente pensó que eso también era una broma. Aviendha adoptó una gélida compostura que la habría hecho parecer una Sabia con su ropa habitual; vestida con terciopelo, su apariencia de dama de la corte se acentuaba, por mucho que toqueteara su cuchillo. Y Branlet no dejaba de echar ojeadas de soslayo a Birgitte. Elayne tardó un poco en caer en la cuenta de que observaba sus andares con las botas de tacón —de hecho, esos anchos pantalones se ajustaban mucho a las caderas—, pero se limitó a suspirar. Por suerte Birgitte no lo advirtió, ya que el vínculo se lo habría revelado aun en el caso de que la arquera hubiera querido ocultarlo. A Birgitte le gustaba que los hombres la miraran. Hombres adultos. Habría sido un flaco favor a su causa que su Guardián hubiera dado un azote al joven Branlet.

Lo que más interés tenían en saber era si Reanne Corly era una Aes Sedai. Ninguno de los cuatro había visto a una hermana antes, pero creían que tenía que serlo ya que podía encauzar y transportarlos, a ellos y a sus mesnaderos, a través de cientos de kilómetros con un solo paso. Era una buena oportunidad de practicar la evasiva sin mentir realmente, ayudada por el anillo de la Gran Serpiente que lucía en el dedo. Una mentira empañaría su relación con los cuatro desde el principio, pero tampoco tenía sentido esperar que se filtraran a Arymilla rumores de ayuda Aes Sedai si al mismo tiempo se propagaba abiertamente la verdad. Por supuesto, los cuatro estaban ansiosos por explicarle cuántos mesnaderos habían llevado, algo más de tres mil en total, casi la mitad de ellos ballesteros o alabarderos que serían especialmente útiles en las murallas. Era una fuerza considerable para que cuatro casas hubieran podido agruparlas en el momento en que Dyelin había acudido a pedir apoyo, aunque naturalmente ninguna casa querría que su Cabeza Insigne estuviera sin la debida protección en los tiempos que corrían. El secuestro no era un recurso desconocido cuando el trono estaba en disputa. Conail lo comentó así, entre risas; parecía que a todo le encontraba motivo de risa. Branlet asintió y se pasó los dedos por el pelo. Elayne se preguntó cuántos de sus numerosos tíos, tías y primos sabían que se había marchado y qué harían cuando se enteraran.

—Si Dyelin hubiese querido esperar unos días —dijo Catalyn—, podría haber traído más de estos mil doscientos hombres. —Era la tercera vez que en otras tantas frases se las había arreglado para resaltar que el suyo era el contingente mayor por un margen considerable—. He mandado aviso a todas las casas comprometidas con Haevin.

—Y yo a todas las comprometidas con Northan —añadió Conail. Sonriendo, por supuesto—. Puede que Northan no agrupe tantas espadas como Haevin o Trakand… o Mantear —agregó a la par que hacía una inclinación de cabeza a Perival—, pero quienesquiera que marchen cuando las Águilas llamen lo harán hacia Caemlyn.

—No podrán marchar muy deprisa en invierno —comentó Perival en voz queda y, sorprendentemente, por propia iniciativa, sin que nadie le hubiese hablado—. Creo, que hagamos lo que hagamos, tendrá que ser con los efectivos que contamos ahora.

Conail se echó a reír y le dio un golpe amistoso en el hombro mientras le decía que levantara el ánimo, porque todos los hombres con arrestos estaban de camino a Caemlyn para apoyar a lady Elayne. Ésta observó con más atención a Perival. Los ojos azules del muchacho se encontraron con los suyos y sostuvieron su mirada un momento antes de que bajase la vista tímidamente. Sería un crío, pero sabía en lo que se había metido mejor que Conail o Catalyn, la cual procedió a decirles de nuevo cuántos mesnaderos había llevado y a cuántos más podía convocar Haevin, como si todos los presentes —excepto Aviendha— no supieran con exactitud el número que podía agrupar cada casa entre soldados y granjeros que hubiesen manejado una alabarda o una pica en alguna guerra, así como aldeanos a los que se podía recurrir en caso de necesidad. O con bastante exactitud. Lord Willin había hecho un buen trabajo con Perival. Ahora le tocaba a ella evitar que se malograra.

Por fin llegó el momento de intercambiar besos, con Branlet ruborizándose hasta la raíz del cabello, Perival parpadeando con timidez cuando Elayne se inclinó hacia él y Conail jurando que ya no se lavaría la mejilla jamás. Catalyn respondió con un beso sorprendentemente vacilante en la mejilla de Elayne, como si acabara de ocurrírsele que había consentido en encumbrar a Elayne por encima de ella, pero al cabo de un momento asintió para sí misma y la expresión de frío orgullo reapareció, envolviéndola como un manto. Una vez que los cuatro jóvenes quedaron al cuidado de la servidumbre que se ocuparía de conducirlos a sus aposentos —Elayne confiaba en que la doncella primera hubiese tenido tiempo para prepararlos—, Dyelin llenó de nuevo su copa de vino y se acomodó en uno de los sillones con un suspiro de cansancio.

—Una buena semana de trabajo como nunca he hecho, si se me permite decirlo. Descarté de inmediato a Candraed. Jamás pensé que Danine fuera capaz de tomar una decisión y sólo hizo falta una hora para probar que estaba en lo cierto, aunque tuve que quedarme tres para no ofenderla. ¡Esa mujer se queda en la cama hasta mediodía al ser incapaz de decidir por qué lado del colchón levantarse! El resto estaba bien dispuesto a entrar en razón con sólo un poco de persuasión. Nadie con sentido común quiere correr el riesgo de que Arymilla alcance el trono.

Contempló con el entrecejo fruncido su copa de vino durante unos instantes y después clavó la vista en Elayne. Nunca dudaba en decir lo que pensaba, creyera o no que Elayne estaría de acuerdo, y obviamente era lo que intentaba hacer en ese momento.

—Tal vez haya sido un error hacer pasar a esas Allegadas por Aes Sedai, por muy ambiguas que hayamos sido al respecto. Quizá sea demasiado pedirles aguantar la presión y tal vez nos pongan en peligro a todos. Esta mañana, sin razón aparente, la señora Corly se quedó mirando fijamente al vacío y boquiabierta como una aldeana al llegar a la ciudad. Creo que estuvo a punto de no poder tejer el acceso para traernos aquí. Eso habría sido maravilloso, con todo el mundo en fila esperando para cabalgar a través del milagroso agujero en el aire que no habría llegado a materializarse. Por no mencionar que me habría dejado atascada en compañía de Catalyn durante sólo la Luz sabe cuánto tiempo. ¡Odiosa chiquilla! Hay una buena cabeza ahí si alguien se ocupara de ella unos cuantos años, pero tiene una dosis doble de la lengua viperina de los Haevin.

Elayne rechinó los dientes. Sabía lo hirientes que podían llegar a ser los Haevin. ¡Toda la familia se enorgullecía de ello! Y no había duda de que Catalyn lo hacía. Elayne estaba cansada de explicar qué era lo que ocurría ese día para atemorizar a cualquier mujer que encauzara. Estaba cansada de que le recordaran lo que intentaba olvidar. Aquel puñetero faro seguía rutilando en el oeste, algo imposible tanto por su tamaño como por su duración. ¡Llevaba horas así, sin cambiar! Cualquiera que encauzara tanto tiempo sin descansar tendría que haber caído desplomado por el agotamiento a esas alturas. Y el maldito Rand al’Thor se encontraba justo allí, en el mismísimo centro. ¡No había duda alguna! Seguía vivo, pero esa convicción sólo la hacía desear darle de bofetadas por obligarla a pasar por aquello. Bueno, su cara no la tenía a mano, pero…

Birgitte soltó la copa de plata sobre la mesa lateral con tal brusquedad que el vino saltó por el aire. Alguna lavandera iba a sudar para quitar la mancha de la manga de su chaqueta y una criada tendría que trabajar durante horas para restaurar el pulimento de la mesa.

—¡Niños! —barbotó la arquera—. ¡Morirá gente por las decisiones que tomen y son condenados niños, Conail el que más! Ya lo oísteis, Dyelin. Quiere retar al campeón de Arymilla como el jodido Artur Hawkwing! ¡Hawkwing nunca combatió con el condenado campeón de nadie, y teniendo menos años que lord Northan sabía que era una soberana necedad jugarse tanto en un puñetero duelo, pero Conail cree que puede ganar el condenado trono para Elayne con su condenada espada!

—Birgitte Trahelion tiene razón —intervino ferozmente Aviendha. Sus manos apretaban la falda, crispadas—. ¡Conail Northan es un necio! Pero ¿cómo puede nadie seguir a esos críos a la danza de las lanzas? ¿Cómo puede nadie pedirles que dirijan?

Dyelin las miró a las dos y eligió responder a Aviendha en primer lugar. Saltaba a la vista que estaba desconcertada por el atuendo de la Aiel. Claro que también la desconcertaba que Aviendha y Elayne se hubiesen adoptado como hermanas; y, para empezar, que Elayne tuviera a una Aiel como amiga. Que Elayne decidiera incluir a esa amiga en los consejos era algo que toleraba, aunque haciendo patente su tolerancia.

—Me convertí en Cabeza Insigne de Taravin a los quince años, cuando mi padre murió en una escaramuza en las Marcas Altaranesas. Mis dos hermanos menores murieron luchando contra cuatreros de Murandy ese mismo año. Escuché a los consejeros, pero fui yo quien dijo a los jinetes de Taravin dónde atacar, y enseñamos a

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