los aposentos. Estaría encantada de llevar la bandeja allí para lady Elayne. Todo el mundo intentaba que comiera adecuadamente, o lo que entendían por «adecuadamente», pero eso era ridículo. ¡La salsa era una masa congelada que se quedaría pegada en el plato si se le daba la vuelta!
Tenía a las Cabezas Insignes de cuatro casas esperándola, y ya llevaban mucho. Comentó tal cosa, aunque sugirió que comieran las dos si tenían hambre. De hecho, dio a entender que podría insistir en que comieran. Aquello bastó para que Aviendha cubriera de nuevo la bandeja con el trapo a la par que se estremecía, y Rasoria tampoco perdió más el tiempo.
Sólo había un corto tramo por el helado pasillo hasta la sala de estar oficial, y aparte de ellas sólo se movían las coloridas colgaduras de invierno que se mecían con las corrientes del corredor, pero las mujeres de la guardia formaban un anillo alrededor de Elayne y Aviendha y vigilaban como si esperaran ver aparecer trollocs. Sólo merced a un esfuerzo Elayne consiguió convencer a Rasoria de que no había necesidad de registrar la sala de estar antes de que entrara ella. Las guardias la servían y la obedecían, pero también habían jurado mantenerla con vida y podían mostrar querencia hacia ese compromiso como Birgitte la tenía a decidir si era Guardián, capitán general o hermana mayor en cualquier momento dado. ¡Probablemente, a raíz del incidente con Zaida, Rasoria habría querido que los lores y ladys que esperaban dentro rindieran sus armas! Puede que también tuviera que ver la amenaza sobre ingerir esa pastosa salsa. Sin embargo, tras una corta discusión, Elayne y Aviendha entraron juntas por la ancha puerta; y solas. No obstante, la sensación de satisfacción de Elayne duró poco.
La sala era grande, pensada para acoger docenas de personas con comodidad, un espacio cubierto con paneles oscuros, alfombras sobre las baldosas y sillones de respaldo alto colocados en arco delante de un alto hogar de mármol blanco con finas vetas rojas. Allí se podía recibir a importantes dignatarios con más honor que en una audiencia ante el trono, ya que era más íntimo. Las llamas que lamían los troncos de la chimenea apenas habían tenido tiempo de caldear el frío ambiente, pero desde luego no fue ésa la razón por la que Elayne sintió como si le hubiesen golpeado el estómago. Ahora entendía el desconcierto de Birgitte.
Dyelin se calentaba las manos frente a la chimenea y se volvió al oírlas entrar. La mujer de semblante firme, con finas arrugas en las comisuras de los ojos y alguna hebra gris en el cabello dorado, no había perdido tiempo en cambiarse al llegar a palacio y seguía con el traje de montar de color gris profundo que tenía algunas manchas del viaje en el repulgo. Su reverencia se limitó a doblar mínimamente el cuello y las rodillas, pero no era por descortesía. Dyelin sabía quién era tan bien como Zaida —la única joya que lucía era un pequeño prendedor con la forma del Búho y el Roble de Taravin sobre el hombro, una declaración obvia de que la Cabeza Insigne de Taravin no necesitaba nada más—, y con todo casi había muerto para demostrar su lealtad a Elayne.
—Milady Elayne —saludó formalmente—, es un honor presentaros a lord Perival, Cabeza Insigne de la casa Mantear.
Un muchachito guapo, rubio, con una chaqueta lisa de color azul, se apartó del calidoscopio de cuatro tubos, apoyado sobre un pie dorado más alto que él, por el que estaba mirando. Tenía una copa de plata en la mano que Elayne confiaba en que no contuviera vino, o al menos que estuviera muy aguado en caso contrario. Sobre una de las mesas auxiliares había varias bandejas con jarras y copas. Y con una tetera ornamentada que sabía podría contener esa especie de agua sucia.
—Un placer, milady Elayne —dijo con voz aflautada a la par que enrojecía y se las arreglaba para hacer una reverencia aceptable a pesar de la ligera torpeza en dominar la espada sujeta a la cintura. El arma parecía enorme para él—. La casa Mantear respalda a la casa Trakand.
Elayne respondió con otra reverencia, aturdida, extendiendo los vuelos de la falda de manera mecánica.
—Lady Catalyn, Cabeza Insigne de la casa Haevin —continuó Dyelin.
—Elayne —murmuró una joven de ojos oscuros que estaba a su lado al tiempo que rozaba la falda pantalón verde oscuro y hacía una mínima inclinación que quizá significaba una reverencia, aunque seguramente sólo intentaba imitar a Dyelin. O tal vez sólo quería evitar darse con la barbilla en el enorme broche esmaltado que llevaba prendido en el cuello alto del vestido y que representaba el Oso Azul de Haevin. Llevaba el cabello recogido en una redecilla de plata adornada también con el Oso Azul, así como un gran anillo con la misma enseña. Un poco de excesivo orgullo de casa, tal vez. A despecho de su fría altanería, se le daba trato de mujer sólo por cortesía, ya que sus mejillas seguían teniendo la redondez de la infancia—. Haevin respalda a la casa Trakand, obviamente, o en caso contrario no estaría aquí.
Dyelin apretó ligeramente los labios y asestó una dura mirada a la chica que ésta pareció no advertir.
—Lord Branlet, Cabeza Insigne de la casa Gilyard —prosiguió.
Otro muchachito, éste con rebeldes rizos oscuros, vestido con ropas verdes y bordados dorados en las mangas, dejó apresuradamente la copa en una mesa auxiliar como si no se sintiera a gusto sosteniéndola. Sus ojos azules eran demasiado grandes para la cara y casi tropezó con la espada al hacer una reverencia.
—Es un placer anunciar que la casa Gilyard respalda a la de Trakand, lady Elayne. —A mitad de frase su voz pasó de un timbre de soprano a otro de bajo y el muchacho enrojeció más que Perival.
—Y lord Conail, Cabeza Insigne de la casa Northan —finalizó Dyelin.
Conail Northan sonrió por encima del borde de su copa. Alto y esbelto, con una chaqueta gris cuyas mangas quedaban algo cortas para cubrir las huesudas muñecas, tenía una sonrisa encantadora, alegres ojos castaños y una prominente nariz ganchuda.
—Echamos a suertes el orden en que os seríamos presentados y saqué el palo más corto. Northan respalda a Trakand. No se puede dejar que una boba como Arymilla ocupe el trono. —Controlaba la espada con suave agilidad y él al menos había alcanzado la mayoría de edad; pero, si tenía muchos meses más de los dieciséis años, Elayne se comería las altas botas que llevaba el chico, y también las espuelas de plata.
La juventud de todos ellos no era una sorpresa, naturalmente, pero Elayne había esperado que Conail tuviera alguien con canas a su lado para aconsejarlo y que a los otros los acompañaran sus tutores para tenerlos vigilados. No había nadie más en la estancia aparte de Birgitte, plantada de pie delante de los ventanales en arco, con los brazos cruzados sobre el pecho. La brillante luz de mediodía que penetraba por los cristales hacía de ella la silueta del desagrado.
—Trakand os da la bienvenida a todos, y yo os doy la mía —dijo Elayne, reprimiendo la consternación—. No olvidaré vuestro apoyo, ni Trakand lo olvidará tampoco. —Debió de dejar ver algo de su turbación ya que Catalyn apretó la boca y sus ojos relucieron.
—Ya he dejado atrás la edad de tutelaje, como debes saber, Elayne —dijo con voz tirante—. Mi tío, lord Arendor, dijo en la Fiesta de las Luces que ya estaba todo lo preparada que podía estarlo y que lo mismo daba darme rienda suelta entonces que al cabo de un año. A decir verdad, creo que deseaba disponer de más tiempo libre para ir de caza cuando todavía está en condiciones de hacerlo. Siempre le ha encantado cazar, y es bastante mayor. —De nuevo no reparó en el ceño de Dyelin. Arendor Haevin y ella debían de ser más o menos de la misma edad.
—Tampoco yo tengo tutor —dijo Branlet con incertidumbre, su timbre casi tan agudo como el de Catalyn.
Dyelin le dedicó una sonrisa compasiva y le apartó el cabello de la frente, pero los mechones no tardaron en caer de nuevo.
—Mayv cabalgaba sola, como le gustaba hacer, y su caballo metió la pata en un agujero de ardilla —explicó quedamente la mujer—. Para cuando la encontraron era demasiado tarde. Ha habido algo de… discusión respecto a quién debía ocupar su lugar.
—Llevan tres meses discutiendo —rezongó Branlet. Durante un instante pareció más joven que Perival, un chiquillo que intentaba hallar su camino sin nadie que se lo mostrara—. Se supone que no tengo que contárselo a nadie, pero sí puedo decíroslo a vos. Vais a ser la reina.
Dyelin posó una mano en el hombro de Perival y el muchacho se puso más erguido, aunque seguía siendo más bajo que ella.
—Lord Willin habría acompañado a lord Perival —dijo—, pero los años lo tienen postrado en el lecho. Al final la edad nos alcanza a todos. —Lanzó otra mirada a Catalyn, pero la chica observaba ahora a Birgitte con los labios fruncidos—. Willin dijo que os comunicara que os envía sus mejores deseos y también a alguien que considera un hijo.
—Tío Willin me dijo que respetara y defendiera el honor de Mantear y de Andor —intervino Perival, tan serio como sólo un muchachito podía serlo—. Lo intentaré, Elayne. Lo intentaré con todas mis fuerzas.
—Estoy convencida de que lo harás —respondió ella, consiguiendo dar a su voz algo de calidez. Quería que se marcharan y plantear a Dyelin algunas preguntas muy específicas, pero no podía ser; de momento no. Tuvieran la edad que tuvieran, todos eran Cabezas Insignes de casas poderosas y debía ofrecerles un refrigerio y al menos un mínimo de conversación antes de que fueran a cambiarse las ropas de viaje.
—¿Realmente es capitán general de la Guardia Real? —preguntó Catalyn mientras Birgitte le tendía a Elayne una fina taza de porcelana azul con agua caliente ligeramente oscurecida con té. La chica hablaba como si Birgitte no estuviera presente. Ésta enarcó una ceja antes de retirarse, pero Catalyn parecía tener mucha práctica en no ver lo que no quería. La taza de vino en su mano regordeta soltaba el penetrante olor dulzón a especias. En la mala imitación a té de Elayne no había ni una mísera gota de miel.
—Sí, y también es mi Guardián —contestó. Cortésmente. ¡Todo lo preparada que podía estarlo! Seguramente la chica lo había tomado como un halago. Merecía una azotaina por su falta de tacto, pero no se podía azotar a una Cabeza Insigne. No cuando necesitaba su respaldo.
Los ojos de Catalyn se desviaron veloces a las manos de Elayne, pero el anillo de la Gran Serpiente no hizo que cambiara la frialdad de su expresión.
—¿Os dieron eso? No sabía que os hubieran ascendido a Aes Sedai. Pensé que la Torre Blanca os había enviado a casa. Cuando murió vuestra madre. O quizá por los problemas que hemos oído tiene la Torre. Imaginaos, Aes Sedai peleando como granjeras en el mercado. Mas, ¿cómo puede ser general o Guardián sin una espada? En cualquier caso, mi tía Evelle dice que una mujer debería dejar las armas para los hombres. No pones herraduras a tu caballo cuando tienes un herrero que lo haga, ni mueles tu harina cuando tienes un molinero. —Una frase de lady Evelle, a buen seguro.
Elayne controló la expresión de su semblante haciendo caso omiso de los insultos apenas soterrados.
—Un ejército es la espada de un general, Catalyn.