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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 71
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entre risas—. Claro que tú ya has gastado esa broma, Birgitte Trahelion. —Birgitte le lanzó una mirada ceñuda; en el vínculo surgió una repentina y abrumadora vergüenza y fingió una expresión tan inocente que parecía que los ojos se le saldrían de la cara.

Mejor no preguntar, decidió Elayne. «Cuando haces preguntas —solía decir Lini—, tienes que oír las respuestas tanto si quieres como si no.» Ella no quería oír nada; y menos estando Rasoria con la vista clavada en las baldosas y el resto de las guardias en posición de firme fingiendo que no escuchaban. Nunca se había dado cuenta de lo valiosa que era la intimidad hasta perderla por completo. O casi por completo.

—Voy a terminar mi baño ahora —anunció sosegadamente. Rayos y centellas, ¿qué broma le había gastado Birgitte? Algo que la había hecho… ¿derretirse? Bah, tampoco podía ser gran cosa cuando no sabía qué era.

Por desgracia, el agua del baño se había enfriado. En fin, estaba templada. Una temperatura en la que no le apetecía sentarse. Habría sido estupendo frotarse jabón un poco más, pero no a expensas de esperar hasta que se vaciaran las bañeras cubo a cubo y se volviera a subir agua caliente. El palacio entero debía de saber a esas alturas que había regresado, y la doncella primera y el jefe amanuense estarían ansiosos por presentar sus informes. Lo estaban a diario cuando se encontraba en la ciudad, de modo que se sentirían doblemente ansiosos ya que había faltado un día. El deber era antes que el placer, si es que se quería gobernar un país. Y eso se multiplicaba por dos si lo que una intentaba era ganar el trono, para empezar.

Aviendha se quitó la toalla de la cabeza y sacudió el pelo, aparentemente aliviada de no tener que volver a meterse en el agua. Se dirigió al vestidor y antes de llegar a la puerta ya se había quitado la bata; cuando Elayne y las doncellas entraron ya se había puesto casi toda la ropa. Sólo rezongó un poco antes de permitir que Naris acabara de vestirla, aunque quedaba poco aparte de meterse en la falda de grueso paño. Apartó las manos de la doncella a cachetazos y ató ella misma los cordones de las suaves botas.

Para Elayne no fue tan sencillo. A menos que se avecinara una emergencia, para Essande era un desaire si no discutían la elección del vestuario. Con los sirvientes que se tenía una estrecha relación había siempre un delicado equilibrio que mantener. Sin excepción, una doncella de cámara sabía más de los secretos de su señora de lo que ésta pensaba, además de verla en los peores momentos, malhumorada, cansada, llorando sobre la almohada de rabia o de abatimiento. El respeto tenía que funcionar en ambas direcciones o la situación se volvía insostenible. Aviendha ya se había sentado en uno de los bancos almohadillados y dejaba que Naris le peinara el cabello antes de que Elayne se hubiera puesto un vestido gris de fino paño, con bordados verdes en el cuello alto y las mangas, y orlado en piel de zorro negro. No era tanto que le resultara difícil elegir, sino que Essande no dejaba de sacar prendas de seda con perlas, zafiros o gotas de fuego, a cual más lleno de bordados. Aunque el trono no le perteneciera todavía, Essande se empeñaba en vestirla todos los días como una reina lista para dar audiencia.

En su momento había tenido motivo para hacerlo así, cuando a diario acudían delegaciones de mercaderes para presentar peticiones o sus respetos, en especial los forasteros, que esperaban que los problemas de Andor no afectaran al comercio. El viejo dicho de que quien controlaba Caemlyn controlaba Andor en realidad nunca había sido verdad, y, a los ojos de los mercaderes, las opciones de que consiguiera el trono habían disminuido con la llegada del ejército de Arymilla a las puertas de la ciudad. Podían contar las casas agrupadas en cada bando con la misma facilidad con la que contaban monedas. Ahora, hasta los comerciantes andoreños eludían el palacio y no se acercaban a la Ciudad Interior para que nadie pensara que habían ido allí. Y los banqueros acudían encapuchados y en carruajes anónimos. Que ella supiera, ninguno le deseaba ningún mal y desde luego ninguno quería encolerizarla, pero tampoco querían encolerizar a Arymilla. Empero, los banqueros acudían y hasta el momento no había oído que ningún mercader hubiese hecho peticiones a Arymilla. Ésa sería la primera señal de que su causa estaba perdida.

Ponerse el vestido llevó el doble de tiempo de lo que habría sido normal, ya que Essande dejó que Sephanie la ayudara. La chica jadeó todo el tiempo, todavía sin estar acostumbrada a vestir a otra persona y temerosa de cometer un error bajo el escrutinio de Essande. Mucho más temerosa que de cometerlo ante su señora, sospechaba Elayne. La aprensión hacía que la fornida muchacha fuera patosa, cosa que a su vez la hacía actuar de forma más meticulosa, lo que a su vez hacía que se preocupara más de cometer errores, de modo que el resultado era que se movía con más lentitud que la mujer mayor en sus peores momentos. Sin embargo, finalmente Elayne pudo sentarse enfrente de Aviendha para que Essande le pasara un peine de marfil por el cabello ondulado. Para Essande, dejar a una de las chicas meter un vestido a Elayne o abrocharle los botones era una cosa, y otra muy distinta arriesgarse a que cualquiera de ellas le enredara el pelo.

Sólo le había pasado el peine media docena de veces cuando Birgitte apareció en la puerta. Essande resopló y Elayne imaginó a la mujer torciendo el gesto. Essande había cedido a que Birgitte estuviera presente durante los baños, aunque a regañadientes, pero el vestidor era sacrosanto. Sorprendentemente, Birgitte sólo respondió a la mirada desaprobadora de la doncella con otra apaciguadora. Por lo general, se contenía de sobrepasar con ella el límite requerido por Elayne.

—Dyelin ha vuelto, Elayne. Trae compañía. Las Cabezas Insignes de Mantear, Haevin, Gilyard y Northan. —Por alguna razón, el vínculo transmitía destellos de desconcierto e irritación.

A pesar de la jaqueca compartida, Elayne se habría puesto a dar saltos de alegría. Si Essande no hubiera tenido el peine bien metido en el pelo, quizá lo hubiera hecho. ¡Cuatro! Jamás creyó que Dyelin tuviera tanto éxito. Sí, había esperado y rezado por ello, pero no se había hecho ilusiones, y menos en tan poco tiempo como una semana. A decir verdad, había tenido la seguridad de que Dyelin volvería con las manos vacías. Cuatro la ponían en igualdad de condiciones con Arymilla. Resultaba irritante pensar en estar «en igualdad de condiciones» con esa necia mujer, pero era la pura verdad. Mantear, Haevin, Gilyard y Northan. ¿Por qué no Candraed? Esa era la quinta casa con la que Dyelin iba a ponerse en contacto. No. Tenía cuatro casas más y no iba a preocuparse por la ausencia de una.

—Atiéndelos en la sala de estar principal hasta que vaya yo, Birgitte. —La salita pequeña había bastado para Zaida (confiaba en que la Señora de las Olas no hubiese reparado en el desaire), pero cuatro Cabezas Insignes de casas requerían algo más formal—. Y pide a la doncella primera que prepare aposentos. —Aposentos. ¡Luz! Las Atha’an Miere tendrían que apresurarse a dejar los suyos para tener sitio. Hasta que se marcharan, la mayoría de las camas que no tenían dos ocupantes tenían tres—. Essande, el vestido de seda verde con zafiros, creo. Y zafiros para el cabello también. Los grandes.

Birgitte se marchó sintiéndose todavía desconcertada e irritada. ¿Por qué? No habría pensado que dejaría esperando a Dyelin a causa de Zaida, ¿verdad? Oh, Luz, ahora estaba desconcertada porque Birgitte se sentía desconcertada; ¡si no impedían que esa sensación creciera, las dos acabarían mareadas! Al tiempo que la puerta se cerraba, Essande se dirigió al armario más cercano exhibiendo una sonrisa que podría haberse descrito como triunfal.

Elayne sonrió para sus adentros al ver que Aviendha rechazaba a Naris con su peine y se anudaba un pañuelo gris oscuro a las sienes para retirar el cabello de la cara. Necesitaba algo que la sacara de aquella espiral mareante.

—Quizá deberías ponerte sedas y gemas una vez más, Aviendha —dijo en un tono de afectuosa burla—. A Dyelin le dará igual, por supuesto, pero los otros no están acostumbrados a los Aiel. Quizá piensen que estoy agasajando a una trabajadora de las cuadras.

Lo dijo en broma —se las gastaban con la vestimenta cada dos por tres, y Dyelin miraba a Aviendha con recelo llevara lo que llevara puesto—, pero su hermana miró con el entrecejo fruncido los armarios que se alineaban en la pared y después asintió y dejó el pañuelo sobre el banco almohadillado.

—Sólo para que esas Cabezas Insignes tengan una buena impresión. No pienses que voy a hacerlo en cualquier momento. Es como favor a ti.

Para estar haciendo sólo un favor, examinó minuciosamente y con gran interés los vestidos que Essande sacó antes de decidirse por uno azul oscuro, de terciopelo, con cuchilladas verdes, y una redecilla de plata para recogerse el cabello. Eran atuendos suyos, hechos para ella, pero desde su llegada a Caemlyn había evitado ponérselos como si estuvieran plagados de arañas calavera. Mientras acariciaba las mangas vaciló como si fuera a cambiar de opinión, pero finalmente dejó que Naris le abrochara los minúsculos botones de perlas. Rechazó la oferta de Elayne de ponerse unas esmeraldas que habrían quedado perfectamente con el vestido, y se dejó puestos el collar de plata tallado como copos de nieve y el grueso brazalete de marfil, pero en el último momento se prendió la tortuga de ámbar en el hombro.

—Nunca se sabe cuándo puede ser necesario —dijo.

—Más vale prevenir que curar —convino Elayne—. Esos colores te sientan muy bien. —Era verdad, pero Aviendha se puso colorada. Elogiarla por lo bien que disparaba un arco y lo rápido que corría lo aceptaba como algo merecido, pero le costaba acostumbrarse al hecho de que era hermosa. Ésa era una parte de sí misma que había pasado por alto hasta hacía poco.

Essande sacudió la cabeza con desaprobación, sin saber que el broche era un angreal. El ámbar no iba bien con el terciopelo azul. O quizá fuera por el cuchillo de mango de asta que Aviendha metió bajo el cinturón de terciopelo. La mujer canosa se aseguró de que Elayne se pusiera una pequeña daga adornada con zafiros en la vaina y el pomo, colgada de un cinturón de oro tejido. Todo tenía que estar perfecto para obtener la aprobación de Essande.

Rasoria dio un respingo cuando Aviendha entró en la habitación vestida de terciopelo. Las mujeres de la guardia nunca la habían visto con otras ropas que las Aiel. Aviendha frunció el ceño como si la mujer se hubiese reído y asió firmemente la empuñadura del cuchillo, pero por suerte desvió su atención una bandeja cubierta con un paño que había sobre la mesa alargada colocada contra la pared. Habían traído la comida de Elayne mientras se vestían. Tras apartar el paño de rayas azules, Aviendha intentó despertar el apetito de Elayne sonriendo y comentando lo dulce que debía de estar la compota de ciruelas secas y prorrumpiendo en exclamaciones ante las tajadas de cerdo envueltas en una salsa muy espesa. ¿Tajadas? Tiritas, era lo que parecían. Rasoria carraspeó y mencionó que ardía un fuego acogedor en la sala de estar de

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