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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 70
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de ésta con otra idéntica. Essande regresó seguida de Naris y Sephanie, que llevaban sendas bandejas, una con una tetera de plata que tenía forma de león y delicadas tazas verdes de porcelana de los Marinos, y la otra con copas de plata batida y una jarra de cuello alto de la que salía olor a especias. Todas tomaron vino excepto Elayne, a la que ni siquiera se le dio ocasión de elegir. La joven miró el té y suspiró. Podía ver el fondo de la taza sin dificultad. ¡Si lo hubiesen preparado más flojo tanto habría dado que le sirvieran agua!

Al cabo de un momento, Aviendha cruzó la habitación para dejar su copa de vino en la bandeja, encima de uno de los aparadores, y se sirvió una taza de té. Hizo un leve asentimiento con la cabeza a Elayne y le dedicó una sonrisa en la que se mezclaba la solidaridad con una sugerencia de que realmente prefería el té aguado al vino. Las hermanas primeras compartían lo malo tanto como lo bueno. Birgitte sonrió por encima del borde de su copa de plata y procedió a vaciar la mitad de un trago. El vínculo transmitía su regocijo por el malhumor que notaba en Elayne. Y seguía con la jaqueca, sin menguar un ápice. Elayne se frotó las sienes. Tendría que haberle dicho a Merilille que Curara a la mujer nada más verla. Varias Allegadas aventajaban a Merilille en la Curación, pero ella era la única hermana que había en palacio con una habilidad medianamente decente.

—Tienes mucha necesidad de mujeres que hagan esos accesos —dijo de repente Zaida. Su boca carnosa había dejado de sonreír. A la mujer no le gustaba haber hablado primero.

Elayne bebió un sorbo de aquella pobre imitación de té y no contestó.

—Quizá la Luz querría que dejara a una o dos Detectoras de Vientos aquí —prosiguió Zaida—. Durante un tiempo establecido.

Elayne frunció el entrecejo como si considerara sus palabras. Necesitaba a esas malditas mujeres, y más que una o dos.

—¿Qué pedirías a cambio? —dijo al cabo.

—Doscientas cincuenta hectáreas de tierra junto al río Erinin. De buena tierra, ojo, nada de pantanosa o cenagosa. Tendrá que pertenecer a los Atha’an Miere a perpetuidad. Sometida a nuestras leyes, no a las de Andor —añadió como si se tratara de un detalle secundario que casi no merecía la pena mencionar.

Elayne se atragantó con el té. Los Atha’an Miere detestaban dejar el mar, odiaban perderlo de vista. ¿Y Zaida pedía un trozo de tierra situado a mil quinientos kilómetros del agua salada más próxima? Y pidiendo que se le cediera absolutamente, dicho fuera de paso. Cairhieninos y murandianos e incluso altaraneses habían derramado sangre en su intento de apoderarse de trozos de Andor, y los andoreños habían derramado sangre para conservarlos. Aun así, doscientas cincuenta hectáreas era un trozo pequeño y un pequeño precio por mantener abastecida a Caemlyn. Aunque no pensaba dejar que Zaida supiera eso. Y si los Marinos empezaban a comerciar directamente en Andor, entonces las mercancías andoreñas podrían viajar en las bodegas de los Marinos a cualquier lugar adonde éstos navegaran o, lo que era lo mismo, a todas partes. A buen seguro Zaida ya se había dado cuenta de eso, pero no tenía sentido dejar que advirtiera que Elayne también había caído en ese detalle. El vínculo de Guardián la instó a tener precaución, pero había momentos para la audacia, como Birgitte debería saber mejor que nadie.

—A veces el té se va por mal sitio. —No era una mentira; simplemente una evasiva—. Por doscientas cincuenta hectáreas en Andor merezco más que dos Detectoras de Vientos. Las Atha’an Miere consiguieron veinte maestras y más por ayudar a usar el Cuenco de los Vientos, y cuando partan tendréis veinte para reemplazarlas. Tienes veintiuna Detectoras de Vientos contigo. Por doscientas cincuenta hectáreas obtendré las veintiuna, y veintiuna más que las reemplacen cuando se vayan, durante todo el tiempo que las Aes Sedai estén enseñando a las mujeres de los Marinos. —Mejor no dejar que la mujer pensara que era su forma de rechazar la oferta de plano—. Por supuesto, las habituales tasas de frontera se aplicarían a cualesquiera mercancías que pasaran de esa tierra a Andor.

Zaida se llevó la copa de plata a los labios y cuando la bajó exhibía una mínima sonrisa. Pero a Elayne le pareció que era de alivio en lugar de triunfo.

—Las mercancías que entren en Andor, pero no las que vengan por el río a nuestra tierra. Podría dejar tres Detectoras de Vientos. Durante medio año, digamos. Y no se las utilizará para combatir. No permitiré que mi gente muera por ti, ni que otros andoreños se enfaden con nosotros porque gente de los Marinos han matado a los suyos.

—Sólo se les pedirá que abran accesos —dijo Elayne—, aunque habrán de hacerlo siempre que se les requiera. —¡Luz! ¡Como si se propusiera utilizar el Poder como arma! Las mujeres de los Marinos lo hacían sin dudar demasiado, pero ella trataba con todas sus fuerzas de comportarse como Egwene exigía, como si ya hubiese prestado los Tres Juramentos. Además, si destruyera esos campamentos instalados fuera de las murallas con Saidar o permitiera que lo hicieran otras, ni una sola casa de Andor la respaldaría—. Deberán quedarse hasta que mi corona esté segura, ya sea medio año o más tiempo. —La corona sería suya mucho antes que eso, pero como su vieja nodriza, Lini, solía decir, una contaba las ciruelas que tenía en el cesto, no las que había en el árbol. Sin embargo, cuando la corona fuera suya, no necesitaría a las Detectoras de Vientos para abastecer Caemlyn, y, a fuer de ser sincera, le encantaría perderlas de vista—. Pero tres no son ni de lejos suficiente. Querrás contar con Shielyn, ya que es tu Detectora de Vientos. Me quedaré con las demás.

Los medallones de la cadena de honor de Zaida se mecieron suavemente cuando la mujer sacudió la cabeza.

—Talaan y Metarra aún son aprendizas. Deben volver a su entrenamiento. Las otras también tienen servicios. Se podría prescindir de cuatro hasta que tu corona esté segura.

A partir de ahí sólo era cuestión de regateo. Elayne no había esperado en ningún momento quedarse con las aprendizas, y también había contado con que las Señoras de las Olas no podrían prescindir de sus Detectoras de Vientos. La mayoría de las Señoras de las Olas tenían a sus Detectoras de Vientos y Maestros de Espadas como consejeros y era tan impensable que renunciaran a ellos como que Elayne renunciara a Birgitte. Zaida intentó excluir a otras también, por ejemplo a las Detectoras de Vientos de los barcos grandes, como los surcadores y rasadores, pero eso habría descalificado a la mayoría, por lo que Elayne rehusó, como también se negó a reducir sus demandas a menos que Zaida aumentara su oferta. Cosa que la mujer hizo poco a poco, cediendo en cada concesión a regañadientes. Pero no tan lentamente como Elayne habría esperado. Saltaba a la vista que la Señora de las Olas necesitaba este trato tanto como ella necesitaba mujeres que pudieran tejer accesos.

—Por la Luz, queda acordado —pudo decir por fin, besándose las puntas de los dedos de la mano derecha y posándolos después en los labios de Zaida. Aviendha sonrió, obviamente impresionada. Birgitte mantuvo el gesto impasible, pero el vínculo revelaba que le resultaba difícil creer que Elayne hubiese salido tan bien del acuerdo.

—Queda acordado, por la Luz —murmuró Zaida. Los dedos que rozaron los labios de Elayne eran duros y callosos, aunque la mujer no hubiese jalado un cabo desde hacía muchos años. Parecía bastante satisfecha para ser alguien que había cedido nueve de las catorce Detectoras de Vientos que se habían puesto sobre la mesa. Elayne se preguntó cuántas de esas nueve serían mujeres cuyos barcos habían destruido los seanchan en Ebou Dar. Perder un barco era un asunto serio entre los Atha’an Miere, fuera por la razón que fuera, y quizá causa suficiente para desear permanecer lejos del hogar un poco más de tiempo. Daba igual.

Chanelle parecía hosca, y sus manos tatuadas se apretaban sobre las rodillas de sus pantalones brocados, pero no tan hosca como podría esperarse de una mujer de los Marinos que tendría que quedarse en tierra un poco más. Ella estaría al mando de las Detectoras de Vientos que se quedaban y no le gustaba que Zaida hubiese aceptado que estuviera bajo la autoridad de Elayne y de Birgitte. Se había acabado que las Atha’an Miere anduvieran por palacio como si les perteneciera y que dieran órdenes a diestro y siniestro. Claro que Elayne sospechaba que Zaida había acudido a la entrevista sabiendo que dejaría a algunas de su grupo, y Chanelle había ido sabiendo que ella se quedaría al mando. Eso tampoco importaba mucho, ni qué ventaja esperaba obtener Zaida con vistas a convertirse en Señora de los Barcos. Que veía una era tan claro como el agua. Lo único que importaba era que Caemlyn no pasaría hambre. Eso… y el puñetero faro que seguía rutilando en el oeste. No, sería reina, y no podía actuar como una lunática. Caemlyn y Andor eran lo único que podía importarle.

13. Cabezas Insignes

Zaida y las dos Detectoras de Vientos se marcharon de los aposentos de Elayne con movimientos gráciles y aparentemente sin prisa, pero casi con tan poca ceremonia como habían entrado, un mero deseo de que la Luz iluminara a Elayne y la guardara. Tratándose de Atha’an Miere eso era como salir corriendo sin decir palabra. Elayne llegó a la conclusión de que, si Zaida se proponía convertirse en la próxima Señora de los Barcos, debía de tener una rival a la que confiaba sacar una buena ventaja. Podría ser conveniente para Andor que Zaida alcanzara el trono de los Atha’an Miere o comoquiera que lo llamaran los Marinos; ni que hubiese sido un trato ni que no, siempre tendría presente que Andor la había ayudado y eso sólo podía ser positivo. Aunque si ella fracasaba, su rival sabría quiénes habían recibido el favor de Andor. No obstante, todo era «quizá» y «si». El momento presente era otra cosa.

—No espero que nadie zarandee a un embajador —dijo sin levantar la voz una vez que las puertas se hubieran cerrado tras ellas—, pero en el futuro quiero tener intimidad en mis aposentos. No se permitirá siquiera a embajadores que entren así como así. ¿Me he explicado bien?

Rasoria asintió con la cabeza, el semblante pétreo; pero, por el rubor que le encendió las mejillas, se sentía mortificada por haber dejado que las mujeres de los Marinos pasaran, al igual que Birgitte; el vínculo… vibró y se retorció hasta que la propia Elayne sintió la cara enrojecida de vergüenza.

—No es que hayáis hecho mal algo, exactamente, pero que no ocurra otra vez. —¡Luz, ahora hablaba como una estúpida!—. No volveremos a referirnos a ello —terminó con voz tensa. ¡Oh, maldita Birgitte y maldito vínculo! ¡Deberían haber impedido a Zaida que entrara, pero sumar una intensa humillación a la jaqueca de la otra mujer era echar insulto sobre herida! Y Aviendha no tenía derecho a sonreír de esa… esa manera melosa. Elayne ignoraba cómo o cuándo había descubierto su hermana que Birgitte y ella a veces se reflejaban una en la otra, pero a Aviendha le parecía algo muy divertido. Su sentido del humor podía ser tosco en ocasiones.

—Creo que vosotras dos conseguiréis que la otra se derrita algún día —dijo

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