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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 69
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lo que significaba que tenía que estar fuera de sí por la rabia. La propia Elayne se sentía así casi—. Y seguiré tomándolo tan pronto como os hayáis ido. Hablaré con vosotras cuando haya acabado. Si quiere la Luz. —¡Vaya! ¡Si entraban dando empujones en sus aposentos, que rumiaran qué les parecía eso como formalidad!

—Que la gracia de la Luz sea también contigo, Elayne Sedai —repuso suavemente Zaida. Miró a Aviendha con una ceja enarcada, aunque no por el brillo del Saidar, ya que Zaida no encauzaba, ni por su desnudez, pues los Marinos eran bastante despreocupados sobre eso, al menos cuando no tenían a la vista a la gente del continente—. Nunca me has invitado a bañarme contigo, aunque habría sido cortés, pero no hablaremos de eso. Me he enterado de que Nesta din Reas Dos Lunas ha muerto, asesinada por los seanchan. Lloramos su pérdida.

Las tres mujeres tocaron sus estolas y se llevaron los dedos a los labios, pero Zaida parecía tan impaciente con las formalidades como Elayne. Sin levantar la voz ni apresurar las palabras, se limitó a seguir hablando, casi directa al grano y sorprendentemente brusca para ser una mujer de los Marinos.

—Las Doce Primeras de los Marinos han de reunirse para elegir a otra Señora de los Barcos. Lo que está ocurriendo en el oeste deja claro que no puede haber retrasos.

La boca de Shielyn se apretó y Chanelle se llevó a la nariz la cajita de perfume como para apagar el olor de algo. Su penetrante perfume era tan intenso que cortaba el aroma del aceite de rosas que impregnaba la habitación. Fuera como fuera la descripción que le habían hecho de lo que percibían, Zaida no denotaba inquietud ni ninguna otra cosa salvo certidumbre. Su mirada se mantuvo firme en el rostro de Elayne.

—Hemos de estar preparados para lo que se avecine —prosiguió—, y para eso necesitamos una Señora de los Barcos. Prometiste veinte maestras en nombre de la Torre Blanca. No puedo llevarme a Vandene en este momento de duelo para ella, ni a ti, pero me llevaré a las otras tres. El resto es una deuda de la Torre conmigo y espero que se salde pronto. He enviado aviso a las hermanas alojadas en El Cisne de Plata para ver si alguna quiere cumplir con la deuda de la Torre, pero no puedo esperar su respuesta. Si la Luz quiere, esta noche me bañaré con otras Señoras de las Olas en la bahía de Illian.

Elayne tuvo que realizar un gran esfuerzo para mantener el gesto impasible. ¿La mujer anunciaba simplemente que se proponía recoger a todas las Aes Sedai que hubiera por Caemlyn y llevárselas? Y hablaba como si no pensara dejar a ninguna de las Detectoras de Vientos. Eso hizo que a Elayne se le cayera el alma a los pies. Hasta que Reanne regresara, había siete Allegadas con fuerza suficiente para abrir un acceso, pero dos de ellas no podían hacerlos más grandes que lo justo para que cupiera un carro. Sin las Detectoras de Vientos los planes para mantener Caemlyn abastecido desde Tear e Illian se volvían problemáticos en el mejor de los casos. ¡El Cisne de Plata! ¡Luz, quienquiera que Zaida hubiera enviado descubriría hasta el último punto y coma del trato que había hecho! Egwene no iba agradecerle que tirara esa porquería a la vista de todos. No creía que jamás le hubiesen venido encima tantos problemas de golpe en el curso de una corta frase.

—Lamento vuestra pérdida, y la de los Atha’an Miere —dijo, pensando deprisa—. Nesta din Reas era una gran mujer. —Bueno, había sido una mujer poderosa y con una fuerte personalidad. Elayne se había dado por satisfecha de escapar con algo más que la muda interior después de su reunión con ella. Hablando de mudas, no podía perder tiempo vistiéndose. Puede que Zaida no esperara. Se ciñó la bata con el cinturón—. Hemos de hablar. Manda que traigan vino para nuestras invitadas, Essande, y té para mí. Té flojo —suspiró al sentir la repentina advertencia a través del vínculo de Birgitte—. En la salita de estar pequeña. ¿Quieres acompañarme, Señora de las Olas?

Para su sorpresa, Zaida se limitó a asentir con la cabeza como si hubiese esperado que ocurriera esto. Ello hizo que Elayne empezara a pensar en la parte de Zaida en el trato entre ellas. Los tratos; había dos en realidad y ésa podía ser la clave.

Nadie esperaba que la salita pequeña se utilizara a aquellas horas, de modo que la temperatura era baja aun después de que Sephanie corriera a encender con una rueda de chispas las astillas que había debajo de los trozos de roble colocados en la ancha chimenea blanca y saliera del cuarto con igual premura. Las llamas saltaron de las astillas y prendieron en el tronco apoyado en los morillos mientras las mujeres se acomodaban en las sillas de respaldo bajo y apenas talladas que estaban colocadas en un semicírculo delante del hogar. Es decir, tomaron posiciones, Elayne arreglándose meticulosamente la bata sobre las rodillas y deseando que Zaida se hubiese retrasado una hora para haber estado adecuadamente vestida, en tanto que las Detectoras de Vientos esperaron a que la Señora de las Olas tomara asiento y entonces se situaron una a cada lado de Zaida. Birgitte se quedó delante del escritorio, puesta en jarras y con los pies bien separados, el gesto tormentoso. El vínculo transmitía el claro deseo de retorcer un cuello Atha’an Miere. Aviendha se apoyaba con aparente displicencia en uno de los aparadores, e incluso cuando Essande le llevó la bata y la sostuvo de forma harto significativa ante ella, se limitó a ponérsela y de nuevo adoptó la misma postura, con los brazos cruzados sobre el pecho. Había soltado el Saidar, pero seguía con la tortuga en la mano y Elayne sospechó que estaba lista para volver a abrazar el Poder en un instante. Empero, ni la fría mirada de Aviendha ni el ceño de Birgitte afectaron en lo más mínimo a las mujeres de los Marinos. Eran quienes eran y lo sabían.

—A las Atha’an Miere se les prometieron veinte maestras —dijo Elayne, poniendo un ligero énfasis en el plural. Zaida había dicho que se le habían prometido a ella, que ella cobraría la deuda, pero el trato se había hecho con Nesta din Reas. Por supuesto, Zaida suponía tal vez que sería la próxima Señora de los Barcos—. Maestras adecuadas y seleccionadas por la Sede Amyrlin. Sé que los Atha’an Miere se precian de cumplir sus tratos al cien por cien, y la Torre también los cumple. Pero sabes que cuando las hermanas que están aquí accedieron a enseñaros era de modo temporal. Y fue un trato completamente aparte del que se hizo con la Señora de los Barcos. Lo admitisteis cuando aceptasteis que las Detectoras de Vientos tejieran accesos para traer suministros a Caemlyn desde Illian y Tear. Sin duda no os habríais involucrado en los asuntos de los confinados en tierra por ningún otro motivo que saldar un trato. Pero, si os vais, vuestra ayuda se acaba y, en consecuencia, también termina nuestra obligación de enseñar. Me temo que tampoco recogeréis maestras en El Cisne de Plata. Las Atha’an Miere tendrán que esperar hasta que la Amyrlin las envíe. Según el trato hecho con la Señora de los Barcos. —Lástima no poder exigirles que no se acercaran a la posada, pero quizá ya era demasiado tarde para eso, y cualquier razón que se le ocurría sonaba vana. Un razonamiento que se viniera abajo por carecer de base en el que centrarlo sólo conseguiría que Zaida se envalentonara. Las Atha’an Miere eran regateadoras feroces. Escrupulosas, pero feroces. Tenía que ir muy despacio, con mucho cuidado.

—Mi hermana te tiene pillada, Zaida din Parede —dijo Aviendha riendo mientras se daba palmadas en el muslo—. De hecho, colgada por los tobillos.

Elayne ahogó una oleada de irritación. Aviendha disfrutaba las ocasiones que se le presentaban para pellizcar la nariz a las mujeres de los Marinos —había empezado a hacerlo durante la huida de Ebou Dar y lo cierto era que no lo había dejado desde entonces—, pero éste no era el momento para eso.

Chanelle se puso tiesa y la tranquilidad de su semblante desapareció bajo una expresión iracunda. La esbelta mujer había sido el objetivo de las pullas de Aviendha en más de una ocasión, incluido el lamentable episodio en el que estuvo implicado el oosquai, una fortísima bebida Aiel. ¡Y ahora se había envuelto en el brillo del Saidar! Zaida no lo veía, pero estaba enterada de lo del oosquai y de que a Chanelle habían tenido que llevarla a la cama, vomitando todo el camino; levantó una mano con gesto perentorio en dirección a la Detectora de Vientos. El brillo desapareció y la tez de Chanelle adquirió un color más oscuro, tal vez por sonrojo o quizá de rabia.

—Lo que dices puede que sea así —respondió Zaida, lo que no distaba mucho de ser un insulto, sobre todo si iba dirigido a una Aes Sedai—. En cualquier caso, Merilille no era parte de eso. Accedió a ser una de las maestras mucho antes de llegar a Caemlyn y vendrá conmigo para que siga con sus enseñanzas.

Elayne respiró hondo. Ni siquiera estaba en condiciones de intentar discutir con Zaida sobre eso. Gran parte de la influencia de la Torre Blanca se apoyaba en el hecho de que cumplía su palabra tan indefectiblemente como los Marinos; que se sabía que la cumplía. Oh, sí, la gente decía que había que escuchar con mucha atención para estar seguro de que una Aes Sedai había prometido lo que uno creía que había prometido, y a menudo eso era cierto; pero, una vez que la promesa era evidente, valía tanto como un juramento por la Luz. No era probable que las Detectoras de Vientos dejaran que se les escapara Merilille. Casi nunca la perdían de vista.

—Es posible que tengas que devolvérmela si la necesito por algo en particular. —Si Vandene y sus dos ayudantes encontraban pruebas de que pertenecía al Ajah Negro—. De ocurrir tal cosa, me ocuparé de que alguien la sustituya. —Y no tenía ni idea de quién podría ser.

—Le queda el resto del año de servicio. Al menos un año, según el trato. —Zaida gesticuló como si hiciese una concesión—. Pero siempre y cuando entiendas que su reemplazo habrá de llegar antes de que ella se marche. No permitiré que se vaya sin tener a otra en su lugar.

—Supongo que eso servirá —repuso sosegadamente Elayne. ¡Y tanto que tendría que servir, ya que no tenía otra opción!

Zaida esbozó una sonrisa y dejó que el silencio se alargara. Chanelle movió los pies, pero más por impaciencia que porque fuera a levantarse; la Señora de las Olas ni se inmutó. Obviamente quería algo más, intentaba alcanzar otro trato y resultaba evidente que deseaba que Elayne hablara primero. Elayne se dispuso a aguantar a que la otra mujer rompiera el silencio. Las llamas del hogar ardían y chisporroteaban, lanzando chispas por el tiro de la chimenea e irradiando un agradable calor en la sala, pero la bata mojada absorbía el frío del ambiente y lo traspasaba a su piel. Hacer caso omiso del frío era estupendo, pero ¿cómo se suponía que uno podía pasar por alto frío y humedad a la vez? Sostuvo la mirada de Zaida sin inmutarse y respondió a la sonrisa insinuada

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