ni chillaría si al vestido se le prendiera fuego. No necesitan su atención. Podría ocuparse de su parte en la enseñanza de esas malditas espontáneas. ¡También Vandene tiene que empezar a comportarse como una Aes Sedai!
Ni que la posición de Elayne fuera alta ni que no, ni que la hubiera regañado ni que no, le lanzó una mirada torva que le costó unos segundos reprimir. Era Elayne la que había llegado al acuerdo que obligaba a las Aes Sedai a enseñar a las Detectoras de Vientos, pero hasta el momento ella misma se las había arreglado para no dar más que un puñado de lecciones, alegando asuntos más urgentes e importantes. Además, las mujeres de los Marinos consideraban a una maestra de los confinados en tierra como a una empleada, aunque fuera una Aes Sedai, y una empleada con menos posición que un grumete, dicho fuera de paso. Un grumete que quizás intentaría escaquearse. Seguía pensando que Nynaeve se había marchado para evitar dar esas lecciones. Ciertamente ninguna esperaba acabar en la situación de Merilille, pero incluso unas pocas horas ya era bastante malo.
—Oh, no, Careane —intervino Sareitha, que seguía evitando los ojos de Elayne. Y los de Merilille. En su opinión, la Gris se había metido en ese arreglo y por consiguiente se merecía lo que le viniera de ello, pero no intentó restregar sal en las heridas—. Vandene está deshecha por lo de su hermana, y Kirstian y Zarya la ayudan a tener la mente ocupada. —Pensara lo que pensara de las otras Allegadas, admitía que Zarya era una fugitiva ya que era una de las que Careane había reconocido, y si Kirstian, por fuerza, era una embustera, su propia mentira se lo haría pagar con creces. A las fugitivas no se las trataba con amabilidad—. También paso horas con ella y casi nunca habla de otra cosa que de Adeleas. Es como si quisiera añadir mis recuerdos a los suyos. Creo que se le debe dar tanto tiempo como necesite, y esas dos evitan que esté sola demasiado a menudo. —Miró de reojo a Elayne y respiró hondo—. Con todo, enseñar a las Detectoras de Vientos es, por supuesto… todo un reto. Tal vez una hora de vez en cuando serviría para sacarla de su abatimiento, aunque sólo fuera por ponerla furiosa. ¿No estás de acuerdo, Elayne? Sólo una hora o dos, de rato en rato.
—A Vandene se le dará tanto tiempo como necesite y quiera para llorar la muerte de su hermana —repuso Elayne en tono inexpresivo—. Y no se volverá a hablar de este asunto.
Careane suspiró profundamente y volvió a arreglarse el chal. Sareitha suspiró débilmente y empezó a girar el anillo de la Gran Serpiente en el índice de la mano izquierda. Quizás habían notado su estado de ánimo o quizá sólo era que a ninguna le apetecía tener otra sesión con las Detectoras de Vientos. La permanente expresión sorprendida de Merilille no cambió; claro que sus sesiones duraban todo el día y toda la noche a menos que Elayne se las ingeniara para arrancarla de allí, y las Detectoras de Vientos cada vez se mostraban menos dispuestas a dejarla marchar por mucho que Elayne forzara las cosas.
Al menos había conseguido no ser cortante con las tres. Le costó trabajo, sobre todo estando Aviendha. Elayne no sabía qué haría si alguna vez perdía a su hermana. Vandene no sólo lloraba la muerte de su hermana, sino que buscaba a la asesina de Adeleas, y no cabía duda de que la culpable tenía que ser Merilille Ceandevin, Careane Fransi o Sareitha Tomares. Una de ellas o, peor aún, más de una. Costaba trabajo creer autora del asesinato a Merilille, considerando las condiciones en las que estaba actualmente, pero tampoco era fácil creerlo de cualquier hermana. Como Birgitte había hecho notar, uno de los peores Amigos Siniestros que había conocido, durante la Guerra de los Trollocs, fue un muchacho que parecía la afabilidad en persona y que se sobresaltaba con un ruido un poco alto. Y que envenenó el suministro de agua de una ciudad. La propuesta de Aviendha era someter a interrogatorio a las tres, cosa que horrorizaba a Birgitte, pero a su hermana las Aes Sedai la intimidaban mucho menos que al principio. Debían mantener los buenos modos hasta que hubiese pruebas para hacer una acusación. Entonces no habría cortesía alguna.
—Oh —dijo Sareitha, que se animó de repente—. Ahí está el capitán Mellar. Volvió a ser un héroe mientras estabas ausente, Elayne.
Aviendha asió la empuñadura del cuchillo que llevaba en el cinturón y Birgitte se puso tensa. El semblante de Careane se tornó impasible, frío, e incluso Merilille se las arregló para mostrar una altiva desaprobación. Ninguna de las dos hermanas ocultaba su desagrado por Doilin Mellar.
De rostro estrecho, no era guapo, ni siquiera atractivo, pero se movía con la ágil soltura de un espadachín que denotaba fuerza física. Como capitán de la escolta de Elayne, lucía tres nudos dorados de rango que llevaba soldados en las hombreras del bruñido peto. Un observador ignorante podría haber pensado que superaba en rango a Birgitte. Las chorreras de encaje blanco que adornaban el cuello y las bocamangas eran el doble de voluminosas y el doble de largas que las de cualquier mujer de la guardia, pero, de nuevo, no se había puesto el tahalí, quizá porque le taparía uno de los juegos de tres nudos dorados. Proclamaba que no había nada que deseara más en la vida que tener el mando de su escolta, pero hablaba frecuentemente de batallas en las que había combatido como mercenario. Al parecer nunca había estado en el bando perdedor, y a menudo la victoria se había debido a sus esfuerzos no reconocidos en el campo de batalla. Realizó un floreo con el sombrero, controlando hábilmente la espada con una mano, y a continuación dedicó otra reverencia algo más ligera a Birgitte con un brazo cruzado sobre el torso, en un saludo. Elayne esbozó una sonrisa.
—Sareitha dice que volvisteis a comportaros como un héroe, capitán Mellar. ¿Cómo es eso?
—Simplemente mi deber para con mi reina. —A despecho del tono cargado de excesiva modestia, su sonrisa era más cálida de lo que debería. La mitad de palacio pensaba que era el padre del bebé de Elayne, y que ella no hubiese acallado ese rumor al parecer le hacía creer que tenía posibilidades. Sin embargo, la sonrisa no tuvo reflejo en sus ojos, que siguieron fríos como la muerte—. Cumplir mi deber con vos es un placer, mi reina.
—Ayer el capitán Mellar dirigió otra salida sin tener órdenes —intervino Birgitte en un tono cuidadosamente inexpresivo—. Esta vez la lucha casi se extendió dentro de la puerta de Far Madding, que había ordenado dejar abierta en previsión de su regreso.
Elayne sintió endurecérsele el gesto.
—Oh, no —protestó Sareitha—. No ocurrió así en absoluto. Cien hombres armados de lord Luan intentaron llegar a la ciudad por la noche, pero se marcharon demasiado tarde y el sol los sorprendió. Como también los sorprendió un efectivo de hombres de lord Nasin tres veces superior. Si el capitán Mellar no hubiese abierto las puertas y dirigido el rescate, los habrían destrozado a la vista de las murallas. De ese modo consiguió salvar a ochenta hombres para tu causa. —Sonriente, Mellar se deleitó con las alabanzas de la Aes Sedai como si no hubiese escuchado la crítica de Birgitte. Naturalmente, tampoco parecía ser consciente de las miradas desaprobadoras de Careane y Merilille.
—¿Cómo sabíais que eran hombres de lord Luan, capitán? —inquirió Elayne con tono sosegado. Una leve sonrisa, que debería haber dado un toque de advertencia a Mellar, apareció en el semblante de Birgitte. Claro que el hombre era uno de los que parecían no creer que ésta fuera un Guardián. Aun en el caso de que lo hubiese creído, pocas personas a excepción de Guardianes y Aes Sedai sabían lo que confería el vínculo. Si acaso, la expresión de Mellar se hizo más petulante.
—No me guié por el estandarte, mi reina. Cualquiera puede llevar uno. Reconocí a Jurad Accan con mi visor de lentes. Accan es leal a Luan a carta cabal. Una vez lo identifiqué… —Hizo un ademán quitándole importancia—. El resto no fue más que un pequeño ejercicio.
—¿Y el tal Jurad Accan trajo algún mensaje de lord Luan?, ¿algo firmado y sellado afirmando el apoyo de la casa Norwelyn a Trakand?
—Nada escrito, mi reina, pero como he dicho…
—Lord Luan no se ha pronunciado a mi favor, capitán.
La sonrisa de Mellan se borró un tanto. No estaba acostumbrado a que lo interrumpieran.
—Pero, mi reina, lady Dyelin dice que puede darse por hecho que Luan está en vuestro bando. Que Accan haya aparecido es prueba de…
—De nada, capitán —lo cortó fríamente Elayne—. Quizá lord Luan esté finalmente en mi bando, pero hasta que se pronuncie lo que me habéis dado son ochenta hombres a los que habrá que vigilar. —Ochenta de cien. ¿Y cuántos de ella había perdido ese hombre? ¡Y había puesto en peligro Caemlyn, así lo abrasara la Luz!—. Ya que podéis sacar tiempo libre de vuestras obligaciones de dirigir a mi escolta para encabezar salidas, también lo encontraréis para hacer los arreglos pertinentes para que se los tenga vigilados. No prescindiré de nadie que preste servicio en las murallas para esa tarea. Poned a maese Accan y a sus compañeros a entrenar a los hombres que he traído de los predios. Eso los mantendrá ocupados a todos y apartados de problemas la mayor parte del día, pero os dejo a vos la responsabilidad de tenerlos alejados de las murallas y de cualquier conflicto, capitán. Podéis ir a ocuparos de ello ahora.
Mellar la miró estupefacto. Nunca le había llamado la atención y no le hizo gracia que lo hiciera, sobre todo delante de tantos testigos. Ahora no hubo sonrisas en exceso cálidas. Su boca se torció y un brillo hosco surgió en sus ojos. Pero no le quedó más remedio que hacer una brusca reverencia, murmurar «Como ordene mi reina» con voz ronca, y marcharse con toda la dignidad que fue capaz de mostrar. Antes de haberse alejado tres metros iba caminando corredor adelante como si quisiera arrollar a cualquiera que se interpusiera en su camino. Elayne pensó que debería advertir a Rasoria que llevara cuidado. Cabía la posibilidad de que ese hombre tratara de calmar la ira descargándola en los que habían visto y oído la escena. Merilille y Careane asintieron con sendos cabeceos casi idénticos; de ser por ellas, hacía mucho tiempo que le habrían leído la cartilla a Mellar y, preferiblemente, lo habrían expulsado de palacio.
—Aunque hiciera mal —intervino Sareitha con cautela—, y no estoy convencida de ello, el capitán Mellar salvó tu vida a riesgo de la suya, Elayne, y también la de lady Dyelin. ¿Realmente era necesario avergonzarlo delante de nosotras?
—No pienses jamás que no saldo mis deudas, Sareitha. —Elayne sintió que Aviendha le agarraba una mano y Birgitte la otra. Se las apretó ligeramente. Cuando se estaba rodeado de enemigos era una suerte tener cerca a una hermana y una amiga—. Voy a darme un baño caliente, y a menos que alguna de vosotras quiera frotarme la espalda…
Se dieron cuenta de… que les estaba diciendo que se marcharan y lo hicieron, aunque con más estilo que el capitán Mellar, Careane y Sareitha comentando si las Detectoras de Vientos querrían tomar lecciones o no ese día, y Merilille tratando de mirar en