seguro que casi todas estaban escuchando—. He dormido suficiente. ¿Hay alguna otra cosa que quieras preguntarme? —El énfasis en la última palabra hizo que las mejillas de Aviendha enrojecieran ligeramente.
—Creo que tengo todas las respuestas que necesito de momento —repuso Birgitte sin el menor asomo del rubor que Elayne esperaba ver en ella. La mujer sabía muy bien que estaba cansada, sabía que tenía que estar mintiendo respecto a lo de dormir suficiente.
Indiscutiblemente, el vínculo resulta un inconveniente en ocasiones. Ella sólo había tomado media copa de vino aguado la noche anterior, pero ya empezaba a padecer la jaqueca por la resaca y la acidez de estómago que tenía Birgitte. Ninguna de las Aes Sedai con las que había hablado sobre el vínculo había mencionado nada por el estilo, pero Birgitte y ella eran reflejo la una de la otra, tanto física como anímicamente, demasiado a menudo. Lo último presentaba verdaderos problemas, considerando que su estado de ánimo era un continuo vaivén. En cuanto a lo físico, a veces se las arreglaba para no dejar que la afectara o para frenarlo, pero ese día sabía que iba a tener que sufrirlo hasta que se Curara a Birgitte. Creía que el hecho de que experimentaran ese reflejo se debía a que las dos eran mujeres. No se sabía de nadie que hubiese vinculado a otra mujer. Un Guardián era un varón, tan seguro como que un toro era macho. Todo el mundo lo sabía, y no había mucha gente que se parara a pensar que cualquier cosa que «sabía todo el mundo» merecía examinarse con detenimiento.
Verse sorprendida en una mentira, cuando intentaba seguir la orden de Egwene de vivir como si ya hubiese prestado los Tres Juramentos, hizo que Elayne se pusiera a la defensiva, lo que a su vez la llevó a hablar con brusquedad.
—¿Ha vuelto Dyelin?
—No —repuso con igual sequedad Birgitte, y Elayne suspiró.
Dyelin llevaba días ausente de la ciudad, desde antes de que apareciera el ejército de Arymilla. Se había llevado a Reanne Corly para que hiciera accesos y apresurara el Viaje, y era mucho lo que dependía de su regreso. De las noticias que trajera. O de si traía algo más que noticias.
Elegir quién sería reina de Andor era bastante sencillo, si se reducía a lo esencial. Había más de cuatrocientas casas en el reino, pero sólo diecinueve eran lo bastante fuertes para que otras siguieran su liderazgo. Por lo habitual, las diecinueve —o la mayoría— respaldaban a la heredera del trono a menos que ésta fuera obviamente incompetente. La casa Mantear había perdido el trono ante la casa Trakand al morir Mordrellen porque Tigraine, la heredera del trono, había desaparecido, y en Mantear sólo quedaban hijos varones. Y porque Morgase Trakand había logrado el respaldo de trece casas. Sólo era necesario el de diez de las diecinueve para ascender al trono, según ley y tradición. Incluso las aspirantes que seguían pensando que el trono debería ser suyo acababan por lo general uniéndose al resto o, al menos, guardaban silencio y renunciaban a su pretensión una vez que otra mujer tenía diez casas que la respaldaban.
Las cosas ya pintaban mal cuando tenía tres rivales declaradas, pero ahora Naean y Elenia se habían unido en apoyo de Arymilla Marne, nada menos, la aspirante con menos posibilidades de las tres, y ello significaba que Elayne contaba con dos casas —dos lo bastante importantes para tener peso, pues Matherin y esas otras dieciocho que había visitado eran demasiado pequeñas—: la suya propia, Trakand, y la casa Taravin de Dyelin, en contra de seis. Oh, sí, Dyelin insistía en que Carand, Coelan y Renshar se unirían a ella, además de Norwelyn, Pendar y Traemane, pero las tres primeras querían a la propia Dyelin en el trono y las otras tres parecían haber entrado en hibernación. Sin embargo, Dyelin se mantenía firme en su lealtad e incansable en su labor a favor de Elayne. Persistía en su opinión de que a algunas de las casas que no se pronunciaban se las podía convencer para que la respaldaran. Ni que decir tiene que Elayne no podía abordarlas directamente, pero Dyelin sí. Y ahora la situación rayaba en la gravedad. Seis casas apoyaban a Arymilla, y sólo una necia pensaría que ésta no había enviado mediadores para tantear a las demás. O que algunas podrían prestarle oídos porque ya contaba con seis.
Pese a que Caseille y sus guardias habían abandonado el patio, Elayne y las otras tuvieron que abrirse paso entre el gentío, pues los hombres de Matherin por fin habían desmontado y tenían organizado un alboroto. Las alabardas iban a parar al suelo mientras intentaban descargar el albardón en el patio, para luego recogerlas y volver a dejarlas caer. Uno de los chicos perseguía a una gallina que a saber cómo se había soltado y se escabullía entre las patas de los caballos, en tanto que uno de los hombres mayores lanzaba gritos de ánimo, si bien no quedaba claro si era al chico o a la gallina. Un alférez de rostro apergaminado y con un mínimo cerquillo de pelo blanco, que vestía una chaqueta de un tono rojo desvaído y demasiado ajustada sobre el vientre, trataba de restablecer el orden con la ayuda de otro guardia no mucho más joven que él; a buen seguro que los dos se habían reincorporado dejando su jubilación, al igual que habían hecho muchos. Pero otro de los chicos parecía a punto de conducir su peluda montura al propio palacio, y Birgitte tuvo que ordenarle que se quitara de en medio para que Elayne pudiera pasar. El muchacho, un chaval con pelusilla en las mejillas que no podía tener más de catorce años, miró a Birgitte tan boquiabierto como había contemplado el palacio. Sin duda la arquera resultaba mucho más pintoresca con su uniforme que la heredera del trono con el traje de montar, además de que a la heredera del trono ya la había visto. Rasoria lo apartó de un empujón hacia el viejo alférez mientras sacudía la cabeza.
—No tengo puñetera idea de qué hacer con ellos —rezongó Birgitte al tiempo que una doncella con el uniforme rojo y blanco recogía la capa y los guantes de Elayne en el pequeño vestíbulo de entrada. Pequeño en función del Palacio Real. Con lámparas de pie doradas titilando entre las blancas y estrechas columnas estriadas, era un cincuenta por ciento más grande que el vestíbulo principal de Matherin, si bien el techo no era tan alto. Otra doncella con el León Blanco en el lado izquierdo de la pechera del uniforme, una muchacha que no sería mucho mayor que el chico que había intentado meter el caballo allí, le tendió una bandeja de plata tallada a semejanza de cuerdas entretejidas, con copas altas llenas de vino caliente con especias antes de que los ceños simultáneos de Aviendha y Birgitte la hicieran recular intimidada—. Los condenados chicos se quedan dormidos si están de guardia —continuó Birgitte sin dejar de mirar ceñuda a la criada que se alejaba—. Los viejos se mantienen despiertos, pero la mitad no recuerda qué mierda tiene que hacer si ve a alguien intentando escalar la puñetera muralla, y la otra mitad ni al completo podría rechazar a seis pastores con un perro.
Aviendha miró a Elayne con una ceja enarcada y asintió.
—No están aquí para luchar —les recordó Elayne mientras echaban a andar por un corredor de baldosas azules jalonado por lámparas de pie y arcones trabajados con incrustaciones, con Birgitte y Aviendha flanqueándola y las guardias repartidas unos cuantos pasos delante y detrás. «Luz, ¡tendría que haber tomado el vino!», pensó. La cabeza le martilleaba al mismo ritmo que la de Birgitte, y se frotó las sienes al tiempo que se preguntaba si debería ordenar a su Guardián que fuera a que la Curaran de inmediato.
Pero Birgitte tenía otras ideas. Miró a Rasoria y las que iban delante con ella, y después miró por encima del hombro e hizo una seña a las que venían detrás para que se separaran un poco más. Qué extraño. Ella había elegido a todas las mujeres de la Guardia y confiaba en ellas. Aun así, cuando habló lo hizo en un susurro apresurado y acercando la cabeza a Elayne.
—Ocurrió algo justo antes de que volvieras. Le estaba pidiendo a Sumeko que me Curara antes de tu regreso y de repente se desmayó. Se le pusieron los ojos en blanco y se fue al suelo. Y no ha sido la única. Nadie admitirá una maldita cosa, a mí al menos, pero las otras Allegadas que he visto están casi muertas de miedo, y también las Detectoras de Vientos. Ninguna de ellas podría escupir aunque tuviera que hacerlo. Regresaste antes de que pudiera encontrar a una hermana, pero sospecho que cualquiera de ellas también me habría respondido con una mirada más vacía que la de un besugo. Sin embargo, a ti te lo dirán.
El palacio necesitaba la población de un pueblo grande para que funcionaran las cosas, y los sirvientes empezaban a aparecer, hombres y mujeres de uniforme que se movían presurosos por los pasillos, se pegaban contra las paredes o se metían en los pasillos laterales para dejar espacio a la escolta de Elayne, de modo que ésta explicó lo poco que sabía en un tono igualmente bajo y resumiendo todo lo posible. No le importaba que algunos rumores llegaran a las calles e, inevitablemente, a Arymilla, pero los cuentos sobre Rand podían ser tan malos como los que se referían a los Renegados para cuando hubieran pasado por unas cuantas versiones distorsionadas. Peores, en cierto modo. Nadie creería que los Renegados intentaban sentarla en el trono como una marioneta.
—En cualquier caso —finalizó—, no tiene nada que ver con nosotros y lo que pasa aquí.
Creyó que había hablado de un modo convincente, muy frío y objetivo, pero Aviendha alargó la mano para apretar la suya, lo que para una Aiel era tanto como un abrazo confortador habiendo gente a la vista, y la compasión de Birgitte fluyó a través del vínculo. Era más que conmiseración; era el sentimiento compartido de una mujer que ya había sufrido la pérdida que ella temía y más. Gaidal Cain estaba perdido para Birgitte tan seguro como si estuviera muerto y, por si fuese poco, los recuerdos de las vidas pasadas de la mujer se estaban borrando. Casi no se acordaba claramente de nada ocurrido antes de la fundación de la Torre Blanca, y de eso no todo. Algunas noches, el miedo de que Gaidal se desvaneciese también de su memoria, de que perdiera todo recuerdo de haberlo conocido y amado, la dejaba en vela hasta que bebía tanto brandy como podía tragar. Ésa era una pobre solución y Elayne habría querido poder darle otra mejor, pero sabía que sus propios recuerdos de Rand sólo morirían con ella y no imaginaba el horror de saber que esos recuerdos podrían abandonarla. Aun así, confiaba en que alguien Curara la resaca a Birgitte enseguida, antes de que la cabeza le estallara como un melón pasado. Su habilidad con la Curación no llegaba a tanto y Aviendha no era mejor.
A despecho de la emoción que percibía en Birgitte, ésta mantuvo el semblante sereno e indiferente.
—Los Renegados —masculló en tono seco. Y quedo. No era un término para andar pronunciándolo alegremente—. Bien, mientras no tenga nada que ver con nosotras, me trae al fresco. —Un gruñido que supuestamente