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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 57
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a la colada.

Era a Faile a quien correspondía hablar, pero Alliandre se le adelantó, haciéndolo con un timbre aún más agrio que antes.

—Maighdin fue a buscar tu vara de marfil esta mañana, Galina. ¿Cuándo veremos algo de esa ayuda que nos prometiste? —Ayuda para su fuga era la zanahoria ofrecida por la Aes Sedai, sujeta al palo de la amenaza de revelar quién era Faile. Hasta ahora, sin embargo, sólo había utilizado el palo.

—¿Fue a la tienda de Therava esta mañana? —exclamó Galina, que se puso lívida.

Faile se dio cuenta entonces de que el sol empezaba a descender hacia el horizonte occidental, y el corazón empezó a latirle dolorosamente. Maighdin tendría que haberse reunido con ellas hacía mucho rato. La Aes Sedai parecía aún más conmocionada que ella.

—¿Esta mañana? —repitió Galina mientras echaba una ojeada hacia atrás. Dio un respingo y se le escapó un grito ahogado cuando Maighdin apareció de pronto entre la multitud de gai’shain que abarrotaba la plaza.

A diferencia de Alliandre, la mujer de cabello dorado se había ido endureciendo de día en día desde su captura. Su desesperación no era menor, pero parecía enfocarla completamente en determinación. Siempre mostraba un porte más propio de una reina que de la doncella de una dama, aunque muchas de éstas lo tenían. Pero esta vez pasó entre ellas tropezando, los ojos sin brillo, y metió las manos en el cubo de agua para llevársela a la boca y beber con ansia, tras lo cual se limpió los labios con el envés de la mano.

—Quiero matar a Therava cuando nos marchemos —dijo con voz ronca—. Me gustaría matarla ahora mismo. —Sus ojos azules volvieron a cobrar vida y ardor—. Estás a salvo, Galina. Creyó que había ido a robar. No había empezado a buscar. Ocurrió… algo, y se marchó. Después de dejarme atada para ocuparse de mí más tarde. —El ardor de su mirada desapareció para dar paso a una expresión de desconcierto—. ¿Qué es, Galina? Hasta yo puedo sentirlo, y mi capacidad es tan mínima que esas Aiel decidieron que no representaba ningún peligro.

Maighdin podía encauzar, pero no de un modo fiable, y muy poca cantidad. Por lo que sabía Faile, la Torre Blanca la habría echado en cuestión de semanas y ella afirmaba no haber ido nunca allí, de modo que su habilidad no sería de mucha utilidad en su huida. Faile le habría preguntado de qué estaba hablando, pero no tuvo ocasión. Galina seguía pálida, pero por lo demás era toda calma Aes Sedai. Salvo porque agarró la capucha de Maighdin —y el pelo que había debajo— y tiró bruscamente de su cabeza hacia atrás.

—A ti no te importa qué es —dijo fríamente—. No es asunto tuyo. De lo único que debes preocuparte es de conseguir lo que quiero. Y deberías preocuparte mucho.

Antes de que Faile pudiera moverse para defender a Maighdin, otra mujer que llevaba el ancho cinturón dorado sobre el ropaje blanco apareció allí y apartó a Galina de un tirón que la arrojó al suelo. Rellenita y poco agraciada, Aravine tenía una mirada cansada y huidiza y un aire de resignación la primera vez que Faile la había visto, el día que la mujer amadiciense le entregó el cinturón dorado que ahora llevaba puesto y le dijo que estaba al servicio de «lady Sevanna». No obstante, los días transcurridos habían endurecido a Aravine aún más que a Maighdin.

—¿Estás loca para ponerle las manos encima a una Aes Sedai? —espetó Galina mientras se levantaba. Se sacudió el polvo que manchaba su ropaje de seda y dirigió toda su furia contra la rellena mujer—. Haré que te…

—¿Quieres que cuente a Sevanna que estabas maltratando a una de sus gai’shain? —replicó fríamente Aravine. Su pronunciación era culta. Podría haber sido una mercader de cierto renombre o puede que incluso una noble, pero nunca hablaba de lo que era antes de vestir de blanco—. La última vez que Therava pensó que habías metido la nariz donde no quería ella, todo el mundo a cien pasos te pudo oír chillar y suplicar.

Galina temblaba de ira, y era la primera vez que Faile veía a una Aes Sedai tan sobrepujada. Con un esfuerzo evidente, recobró el control de sí misma. Lo justo. Cuando habló su voz rezumaba acritud.

—Las Aes Sedai hacemos lo que hacemos por nuestras propias razones, Aravine. Razones que no podrías entender jamás. Lamentarás haber contraído esta deuda cuando decida cobrármela. Lo lamentarás profundamente. —Tras dar una última sacudida a sus ropas se alejó, ahora no con aires de reina desdeñando a la chusma, sino como un leopardo retando a las ovejas a que se interpusieran en su camino. Aravine la siguió con la mirada, aparentemente en absoluto impresionada y tampoco predispuesta a hablar.

—Sevanna te reclama, Faile —fue cuanto dijo.

Faile no se molestó en preguntar para qué. Se limitó a secarse las manos, se bajó las mangas y siguió a la amadiciense tras prometer a Alliandre y Maighdin que regresaría lo antes posible. Sevanna estaba fascinada con las tres. Maighdin, la única doncella de una noble de verdad entre sus gai’shain, parecía interesarle tanto como la reina Alliandre y la propia Faile, una mujer lo bastante poderosa para tener a una reina como vasalla, y a veces llamaba a una de ellas para que la ayudaran a cambiarse de ropa o para tomar un baño en la gran bañera de cobre que usaba con más frecuencia que la tienda de vapor o simplemente para que le sirvieran vino. El resto del tiempo se les encargaban las mismas tareas que a otros sirvientes, pero Sevanna nunca preguntaba si se les había asignado trabajo ni las eximía por ello de acudir a su llamada. Fuera lo que fuera lo que quería Sevanna, Faile sabía que seguía siendo responsable de la colada junto con las otras dos mujeres. Sevanna quería lo que quería cuando lo quería, y no aceptaba excusas.

A Faile no le hacía falta que le mostraran el camino a la tienda de Sevanna, pero Aravine fue delante a través de la muchedumbre de acarreadores de agua hasta que llegaron a las primeras tiendas Aiel, y entonces señaló en dirección contraria a la tienda de Sevanna.

—Por aquí primero —dijo.

Faile no se movió del sitio.

—¿Por qué? —preguntó, desconfiada. De hecho había hombres y mujeres entre los sirvientes de Sevanna que estaban celosos por la atención que ésta les prestaba a Alliandre, Maighdin y ella, y aunque Faile nunca había notado eso en Aravine, algunos de los otros podrían muy bien haber intentado meterlas en problemas transmitiendo órdenes falsas.

—Querrás ver esto antes de presentarte ante Sevanna, créeme.

Faile abrió la boca para exigir más explicaciones, pero Aravine se limitó a dar media vuelta y echó a andar. Faile se recogió la falda y la siguió.

Había carros y carretas de todo tipo y tamaño entre las tiendas, con las ruedas reemplazadas por patines. La mayoría estaban abarrotados de bultos, cajones y barriles, con las ruedas atadas sobre la carga, pero no tuvo que seguir a Aravine mucho trecho antes de ver un carro de caja lisa que habían vaciado. Sólo que ahora no estaba vacío. Dos mujeres yacían en las toscas tablas, desnudas y cruelmente atadas de pies y manos, tiritando por el frío pero al tiempo jadeando como si hubiesen estado corriendo. La cabeza de las dos mujeres colgaba en una postura de cansancio, mas, como si de algún modo hubiesen sabido que Faile se encontraba allí, ambas la levantaron. Arrela, una teariana casi tan alta como muchas mujeres Aiel, apartó la mirada, avergonzada, mientras que Lacile, una cairhienina delgada y baja, se puso roja como la grana.

—Las trajeron de vuelta esta mañana —informó Aravine, que no perdía de vista el rostro de Faile—. Las desatarán antes de anochecer ya que es la primera vez que intentan escapar, aunque dudo que estén en condiciones de caminar antes de mañana.

—¿Por qué me has traído a ver esto? —inquirió Faile. Habían tenido mucho cuidado en mantener oculta la relación que había entre ellas.

—Olvidáis, milady, que estaba allí cuando os vistieron de blanco a todas. —Aravine la observó un momento y luego, de repente, tomó las manos de Faile y las giró de modo que las suyas quedaron entre las de la otra mujer. Doblando las rodillas casi hasta ponerse de hinojos, dijo rápidamente—: Por la Luz y mi esperanza de renacimiento, yo, Aravine Carnel, juro lealtad y obediencia en todo a lady Faile t’Aybara.

Aparte de Lacile nadie pareció darse cuenta; los Shaido que pasaban por allí no prestaron atención a dos mujeres gai’shain. Faile retiró bruscamente las manos.

—¿Cómo sabes ese nombre? —Había tenido que dar otro aparte del de pila, por supuesto, pero eligió el de Bashere una vez que comprendió que ninguno de los Shaido tenía la menor idea de quién era Davram Bashere. Aparte de Alliandre y las otras, sólo Galina sabía la verdad. O eso había creído—. ¿Y quién te lo dijo?

—Escucho, milady. Oí por casualidad a Galina hablando con vos una vez. —La ansiedad asomó a su voz—. No se lo he dicho a nadie. —No parecía sorprenderla que Faile quisiera ocultar su nombre, aunque era evidente que t’Aybara no significaba nada para ella. Quizás Aravine Carnel no era su verdadero nombre, o al menos no del todo—. En este sitio los secretos han de guardarse tan bien como en Amador. Sabía que estas dos mujeres eran vuestras, pero no se lo conté a nadie. Sé que os proponéis escapar. He tenido esa seguridad desde el segundo o tercer día, y nada de lo que he visto desde entonces me ha convencido de lo contrario. Aceptad mi juramento y llevadme con vos. Puedo ayudar y, lo que es más, soy de confianza. Lo he demostrado guardando vuestros secretos. Por favor. —Las dos últimas palabras sonaron como forzadas, como dichas por alguien que no estaba habituado a pronunciarlas. Entonces, era una noble, no una mercader.

Lo único que había demostrado era que podía espiar y descubrir secretos, pero eso era de por sí una aptitud útil. Por otro lado, Faile sabía al menos de dos gai’shain que habían intentado escapar y las habían delatado otros. Realmente había gente que trataba de barrer para dentro fuera en las circunstancias que fuera. Pero Aravine ya sabía suficiente para echarlo todo a rodar. Faile pensó de nuevo en el cuchillo que tenía escondido. Una mujer muerta no podía delatar a nadie. Pero el cuchillo estaba a casi un kilómetro de distancia, no se le ocurría el modo de ocultar el cadáver y, además, la mujer podría haberse ganado el favor de Sevanna con sólo decirle que creía que Faile estaba planeando la huida.

Tomó las manos de Aravine entre las suyas y habló tan deprisa como había hablado la otra mujer.

—Por la Luz, acepto tu juramento y os defenderé y protegeré a ti y a los tuyos a través de la guerra y sus azares, del invierno y sus rigores y de todo lo que el tiempo depare. Ahora, ¿conoces a alguien más en quien podamos confiar? No hablo de gente que creas que puede ser de fiar, sino que sepas que es de fiar.

—En esto no, milady —contestó sombríamente Aravine. Sin embargo, su semblante resplandeció de alivio. No había estado segura de que Faile la aceptara. Ese alivio fue, más que otra cosa, lo que hizo que Faile se inclinara a confiar en ella. Que se inclinara, lo que no significaba que lo hiciera totalmente—. La

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