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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 56
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se derramaba en el suelo más cantidad de lo que los hombres habrían permitido de saber que Rolan se encontraba lo bastante cerca para verlo. Faile se había planteado escapar gateando por el acueducto en forma de túnel, pero no había forma de mantener nada seco y, las condujera a donde las condujese, estarían caladas hasta los huesos y seguramente se morirían congeladas antes de haber recorrido un par de kilómetros por la nieve.

Había otros dos sitios en la ciudad donde coger agua, ambos alimentados por conductos subterráneos de piedra, pero al pie de la pared de la cisterna había una mesa de resistente madera oscura, con las patas rematadas en tallas con forma de pata de león. Otrora había sido una mesa de banquetes, con incrustaciones de marfil en el tablero, pero las piezas de marfil se habían arrancado y sobre la mesa había ahora varias tinas de lavar. Junto a la mesa había un par de cubos de madera, y a un extremo, sobre la lumbre hecha con sillas rotas, una olla de cobre echaba vapor. Faile dudaba que Sevanna hiciera llevar su ropa sucia a la ciudad para ahorrar a sus gai’shain el trabajo de acarrear agua hasta las tiendas, pero, fuera por la razón que fuera, Faile lo agradecía. Eran muchos los que había acarreado para saberlo. Sobre la mesa se veían dos cestos pero no había más que una mujer trabajando; llevaba el cinturón y el collar dorados, y lavaba con las mangas de su vestidura blanca remangadas lo más posible para no meterlas en el agua de la tina.

Cuando Alliandre vio acercarse a Faile con Rolan se puso erguida y se secó los brazos desnudos en la prenda blanca. Alliandre Maritha Kigarin, por la gracia de la Luz reina de Ghealdan, Defensora del Muro de Garen y una docena más de títulos, había sido una mujer elegante y reservada, de porte circunspecto y majestuoso. Alliandre la gai’shain seguía siendo bonita, pero exhibía una perpetua expresión agobiada. Con las manchas de humedad en la ropa y las manos arrugadas de tenerlas mucho tiempo metidas en el agua, habría pasado por una bonita lavandera. Al ver que Rolan soltaba el cesto y sonreía a Faile antes de marcharse y que Faile le devolvía la sonrisa, enarcó una ceja con gesto interrogante.

—Es el que me capturó —dijo Faile mientras sacaba las prendas del cesto y las ponía en la mesa. Aun encontrándose rodeadas sólo de gai’shain era mejor hablar mientras se trabajaba—. Es uno de los Sin Hermanos y creo que no aprueba que se haga gai’shain a los habitantes de las tierras húmedas. Me parece que podría ayudarnos.

—Entiendo —repuso Alliandre. Luego sacudió delicadamente con una mano la parte posterior del ropaje de Faile.

Fruncido el entrecejo, ésta se giró para mirar hacia atrás. Durante un instante observó el barro y la ceniza que la cubrían de los hombros para abajo; entonces se puso colorada.

—Me caí —se apresuró a explicar. No podía contarle a Alliandre lo que había pasado con Nadric. No creía ser capaz de contárselo a nadie—. Rolan se ofreció a llevarme el cesto.

—Si me ayudara a escapar, hasta me casaría con él —comentó Alliandre mientras se encogía de hombros—. O no, dependiendo de lo que él quisiera. No es muy guapo, pero no resultaría desagradable. Y mi marido, si estuviera casada, no tendría por qué enterarse nunca. Si tuviera dos dedos de frente, estaría rebosante de alegría por haberme recuperado y no haría preguntas de las que no querría oír las respuestas.

Estrujando la blusa entre las manos, Faile apretó los dientes. Alliandre era su vasalla, a través de Perrin, y cumplía con ella bastante bien, al menos en lo tocante a obedecer órdenes, pero la relación había adquirido cierta tirantez. Habían acordado que debían pensar como si fueran sirvientas, intentar ser realmente sirvientas si querían sobrevivir, pero eso significaba que ambas se habían visto hacer reverencias y obedecer con premura. Los castigos de Sevanna los llevaba a cabo el gai’shain que estuviera más a mano, una vez que había tomado la decisión, y un día a Faile le había ordenado que azotara a Alliandre. Lo que era peor, a Alliandre se le había ordenado devolverle el favor por partida doble. Contener el brazo significaba probar de lo mismo, además de que la otra mujer tenía que soportar una dosis doble a manos de alguien que no andaría remiso en soltar el brazo. Era imposible que la relación no se viera afectada cuando por tu culpa tu vasalla pateaba y chillaba dos veces seguidas.

De pronto se dio cuenta de que la blusa que estrujaba era una de las que se habían manchado más cuando el cesto se cayó. Aflojó los dedos y examinó la tela con ansiedad. No parecía que hubiese rozado el tejido con el polvo y el barro. Durante un instante sintió alivio, y a continuación se irritó por sentirse así. Lo más irritante era que el alivio no desaparecía.

—Arrela y Lacile escaparon hace tres días —dijo en voz baja—. Deberían estar bien lejos a estas alturas. ¿Dónde se ha metido Maighdin?

La frente de la otra mujer se arrugó en un ceño preocupado.

—Está intentando colarse en la tienda de Therava. Nos cruzamos con ella y un grupo de Sabias y, por lo que oímos, parecían ir a reunirse con Sevanna. Maighdin me entregó su cesto y dijo que iba a intentarlo. Creo… Creo que su desesperación es tal que está corriendo demasiados riesgos —comentó con un timbre de desesperanza en su propia voz—. Tendría que haber llegado ya.

Faile inhaló hondo y soltó despacio el aire. Todas estaban desesperándose. Había reunido provisiones para la huida —cuchillos, comida, botas, pantalones y chaquetas de hombre que les quedaban bastante bien de talla, todo escondido con cuidado en las carretas; los ropajes blancos les servirían de mantas, así como de capas para confundirse con el paisaje nevado—, pero la ocasión de utilizar todos esos preparativos no parecía más próxima ahora que el día que las habían capturado. Sólo dos semanas. Veintidós días para ser exactos. No había pasado suficiente tiempo para que variara nada, pero su fingimiento de ser sirvientas las estaba cambiando a despecho de todo cuanto hicieran para evitarlo. Sólo dos semanas, y obedecían prontamente cualquier orden, sin pensar, preocupadas por los castigos y por si estarían complaciendo a Sevanna. Lo peor era que se veían actuar así, que sabían que una parte de ellas se estaba amoldando en contra de su voluntad. De momento, podían decirse a sí mismas que simplemente hacían lo necesario para evitar sospechas hasta que pudieran escapar, pero las reacciones eran más automáticas de día en día. ¿Cuánto pasaría antes de que la idea de huir se convirtiera en un borroso anhelo soñado de noche, tras un día de ser una perfecta gai’shain tanto en pensamiento como en hechos? Hasta ahora ninguna se había atrevido a plantear esa pregunta en voz alta, y Faile sabía que ella misma procuraba no pensarlo, pero la cuestión se hallaba siempre rozando el estrecho filo que separaba el subconsciente del consciente. En cierto modo le daba miedo que desapareciera. Cuando ocurriera tal cosa ¿habría tenido respuesta ya?

No sin esfuerzo se obligó a salir del abatimiento. Ésa era la segunda trampa que sólo la fuerza de voluntad mantenía abierta.

—Maighdin sabe que tiene que ir con cuidado —manifestó con voz firme—. No tardará en llegar, Alliandre.

—¿Y si la sorprenden?

—¡No la sorprenderán! —suplicó secamente Faile. Si la pillaban… No. Tenía que pensar en el éxito, no en la derrota. Los pusilánimes nunca triunfaban.

Lavar seda llevaba mucho tiempo. El agua con la que llenaban cubos en las bombas de la cisterna estaba helada, pero mezclándola en las tinas con el agua que se recogía caliente de la olla de cobre se entibiaba apropiadamente; la seda no podía lavarse con agua caliente. Con la temperatura del aire tan baja, meter las manos en las tinas era muy agradable, pero al sacarlas el frío era el doble de cortante. No había jabón, al menos no uno que fuera lo bastante delicado, de manera que tenían que sumergir cada falda y cada blusa una por una y frotar delicadamente la prenda. Después se ponía sobre un trozo de felpa y se enrollaba suavemente para escurrir toda el agua posible. La prenda húmeda se volvía a sumergir en otra tina que estaba llena con una mezcla de agua y vinagre —así se reducía la pérdida de color y se realzaba el brillo de la seda—, tras lo cual se volvía a enrollar en la felpa. Las piezas de felpa se retorcían con fuerza después y se extendían al sol donde se pudiera para que se secaran, en tanto que las prendas de seda se colgaban en un palo horizontal, a la sombra de un pabellón de tosca lona instalado a un lado de la plaza, y se alisaban a mano para quitarles las arrugas. Con suerte, no hacía falta planchar nada. Las dos mujeres sabían cómo había que tratar la seda, pero plancharla requería una experiencia de la que carecían ambas. Ninguna de las gai’shain de Sevanna la tenía, ni siquiera Maighdin a pesar de que había sido doncella de una dama antes de entrar al servicio de Faile, pero Sevanna no admitía excusas. Cada vez que Faile o Alliandre iban a colgar otra prenda, revisaban las que ya estaban tendidas y estiraban las que parecieran que necesitaban que las alisaran más.

—Ahí viene la Aes Sedai —dijo Alliandre en tono agrio cuando Faile empezaba a añadir agua caliente a una de las tinas.

Galina era Aes Sedai, y como tal tenía el semblante intemporal y el dorado anillo de la Gran Serpiente en el dedo, pero también vestía las ropas blancas de gai’shain —¡de seda tan gruesa como el paño de las demás, nada menos!— así como un cinturón, ancho y de complejo diseño, de oro y gotas de fuego que le ceñía el talle y una gargantilla alta a juego, unas joyas apropiadas para una soberana. Era Aes Sedai y a veces salía a caballo del campamento, sola, pero siempre volvía, y acudía prestamente cuando una Sabia la llamaba con el dedo, en especial Therava, cuya tienda compartía a menudo. En cierto modo eso era lo más raro de todo. Galina sabía quién era Faile, sabía quién era su marido y la conexión de Perrin con Rand al’Thor, y amenazaba con contárselo a Sevanna a menos que Faile y sus compañeras robaran algo que había en la tienda donde la propia Galina dormía. Ésa era la tercera trampa que les habían tendido. Sevanna estaba obsesionada con al’Thor; tenía la demente convicción de que acabaría casándose con él de algún modo, y, si se enteraba de lo de Perrin, a Faile le resultaría imposible alejarse fuera de su vista lo bastante para pensar en la huida. La usaría como una cabra atada a una estaca haciendo de cebo para un león.

Faile había visto a Galina encogerse y acobardarse, pero ahora la hermana atravesaba la plaza como una reina desdeñando a la plebe que la rodeaba; una Aes Sedai de pies a cabeza. Lo cual dejaba en el aire la cuestión de por qué seguía allí cuando Therava parecía aprovechar cualquier oportunidad para humillarla.

Galina se paró a un paso de la mesa y las observó con una sonrisa insinuada que podría describirse como de lástima.

—No estáis progresando mucho en vuestra tarea —dijo. No se refería

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