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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 50
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de petos bruñidos y brillantes yelmos cónicos que se intercalaron entre los mayenienses bajo los árboles. Berelain irradió un atisbo de irritación en su efluvio, se apartó de Perrin y cabalgó hacia Gallenne. Situaron juntas sus monturas, rodilla contra rodilla, y el hombre tuerto agachó la cabeza para escuchar lo que la Principal tenía que decirle. La mujer habló en voz baja, pero Perrin sabía cuál era el tema de la conversación, al menos en parte. De vez en cuando uno de ellos lo seguía con la mirada en su ir y venir a lomos de Brioso. Arganda se plantó con su ruano en un punto y miró fijamente al sur, en dirección al campamento, quieto como una estatua pero irradiando impaciencia como el fuego irradiaba calor. Era la estampa de un soldado con el morrión, la espada y la armadura plateada, el semblante duro como la piedra, pero su olor delataba que estaba al borde del pánico. Perrin se preguntó cómo olería él. Uno no podía captar su propio olor a menos que estuviera en un sitio cerrado. No creía que oliera a pánico, sólo a miedo y a ira. Todo volvería a su cauce cuando hubiera recuperado a Faile. Todo volvería a su cauce. Atrás y adelante, de aquí para allí.

Por fin apareció Aram con un bostezador Jur Grady montado en un castrado zaino oscuro, tan oscuro que la franja blanca del hocico lo hacía parecer casi negro. Dannil y una docena de hombres de Dos Ríos, abandonadas de momento picas y alabardas a favor de sus arcos largos, cabalgaban detrás de ellos, pero no muy cerca. Grady, un tipo bajo y fornido con un rostro curtido en el que ya empezaban a marcarse arrugas a pesar de que apenas había entrado en la madurez, parecía un soñoliento granjero a pesar de la espada de empuñadura larga que llevaba a la cintura y la chaqueta negra con el alfiler de la espada de plata prendido en el cuello alto, pero había dejado atrás la granja para siempre y Dannil y los otros mantenían la distancia con él invariablemente. También lo hacían con Perrin, y se quedaron retrasados y mirando el suelo, aunque a veces lanzaban rápidas y avergonzadas miradas a él o a Berelain. Daba igual. Todo volvería a su cauce.

Aram intentó conducir a Grady hasta Perrin, pero el Asha’man sabía para qué lo habían llamado. Con un suspiro, desmontó junto a Elyas, que se puso en cuclillas en un trozo donde llegaba la luz del sol para extender un mapa en la nieve y señalar con el dedo un punto mientras indicaba distancia y dirección, describiendo con detalle el lugar adonde querían ir, un claro en una ladera que estaba casi de cara al sur, y la cresta que remataba el monte con tres cortes como tres muescas. Con la distancia y la dirección era suficiente, si tales datos eran precisos, pero cuanto mejor fuera la imagen formada en la mente de un Asha’man, más se acercaría al punto exacto.

—Aquí no hay margen para el error, muchacho. —Los ojos de Elyas parecieron brillar más con la intensidad de su mirada. Otros pensarían lo que fuera de los Asha’man, pero a él no lo intimidaban—. Hay montones de cerros y crestas en ese terreno, y el campamento principal se encuentra a poco más de un kilómetro de la otra vertiente de este monte. Habrá centinelas, grupos pequeños que acampan en sitios distintos cada noche, puede que a menos de tres kilómetros en el lado opuesto. Si nos sitúas demasiado lejos del punto, nos localizarán a buen seguro.

Grady le sostuvo la mirada sin parpadear. Después asintió y se pasó los rechonchos dedos por el cabello al tiempo que inhalaba profundamente. Parecía tan cauteloso como Elyas. Y tan agotado como el propio Perrin.

—¿Estás suficientemente descansado? —le preguntó Perrin. Los hombres cansados cometían errores, y los errores con el Poder Único podían resultar mortales—. ¿Mando venir a Neald?

Grady alzó los ojos adormilados hacia él y después denegó con la cabeza.

—Fager no está más descansado que yo. Quizá menos aún. Soy más fuerte que él, un poco. Es mejor que lo haga yo.

Se volvió de cara al norte y, sin previo aviso, una línea vertical azul plateada apareció junto a la piedra marcada de huellas. Annoura retiró bruscamente su yegua a la par que soltaba una exclamación ahogada cuando la línea luminosa se ensanchó hasta convertirse en un acceso, un agujero en el aire que mostraba un claro alumbrado por la luz del sol en un terreno empinado, entre árboles mucho más pequeños que los que rodeaban a Perrin y a los otros. El pino ya partido se estremeció al perder otra fina loncha, crujió, y el tramo restante se desplomó al suelo con un golpe que en parte amortiguó la nieve y que hizo que los caballos recularan y resoplaran. Annoura lanzó una mirada furibunda al Asha’man y su semblante se tornó severo, pero Grady se limitó a parpadear.

—¿Te parece que ése es el sitio correcto? —preguntó a Elyas, que simplemente asintió con la cabeza tras encajarse mejor el sombrero.

Ese gesto de asentimiento era todo cuanto Perrin estaba esperando. Agachó la cabeza y condujo a Brioso a través del acceso hacia una capa de nieve que llegaba al pardo por encima de las cernejas. Era un pequeño claro, pero el cielo con nubes blancas en lo alto lo hacía parecer muy abierto en contraste con el bosque dejado atrás. La luz casi resultaba cegadora en comparación, aunque el sol seguía escondido tras la cresta cubierta de árboles que se alzaba sobre el claro. El campamento Shaido se encontraba al otro lado de esa cresta. Perrin contempló fijamente la cumbre, anhelante. Tuvo que hacer un inmenso esfuerzo para quedarse donde estaba en lugar de salir a galope en busca de Faile. Se obligó a hacer dar media vuelta a Brioso, de cara al acceso, en el momento en que Marline lo cruzaba.

Todavía estudiándolo, sin apenas apartar los ojos de él el tiempo suficiente para caminar por la nieve sin tropezar, la mujer se hizo a un lado y dejó que Aram y los hombres de Dos Ríos pasaran a caballo. Acostumbrados al Viaje ya que no a los Asha’man, ni siquiera inclinaron la cabeza para esquivar la parte superior de la abertura, a excepción del más alto de ellos. De repente Perrin cayó en la cuenta de que el acceso era más grande que el primero hecho por Grady. En aquél había tenido que desmontar para pasar a través de él. Fue una idea vaga, tan irrelevante como el zumbido de una mosca. Aram se dirigió directamente hacia Perrin, tenso el semblante y oliendo a impaciencia y ansiedad por seguir adelante. Una vez que Dannil y los otros se hubieron apartado del acceso, desmontaron y encajaron tranquilamente las flechas en los arcos mientras escrutaban los árboles del entorno. A continuación apareció Gallenne, que oteó con gesto sombrío la fronda del entorno como si esperase que un enemigo saliera repentinamente de ella; tras él salió en tropel media docena de mayenienses, los cuales tuvieron que inclinar las lanzas ornamentadas con cintas rojas.

Hubo una larga pausa en la que el acceso permaneció vacío; pero, justo en el momento en que Perrin decidía regresar para ver qué retenía a Elyas, el hombre barbudo apareció conduciendo su montura, con Arganda y seis ghealdanos pisándole los talones; en sus rostros había grabado un profundo descontento. Los relucientes petos y yelmos no se veían por ningún sitio, y por su ceño habríase dicho que les habían hecho quitarse los pantalones.

Perrin asintió para sus adentros. Por supuesto. El campamento Shaido se encontraba al otro lado del monte, al igual que el sol. Las brillantes armaduras habrían sido como espejos. Tendría que haber pensado en ello. Aún dejaba que el miedo lo empujara a la impaciencia y le impidiera pensar con claridad. Debía tener la mente despejada, ahora más que nunca. Cualquier detalle que pasara por alto en ese momento podía matarlo y dejar a Faile en manos de los Shaido. Sin embargo, era más fácil decir que tenía que dejar a un lado el miedo que hacerlo. ¿Cómo no tener miedo por Faile? Tenía que controlarlo, pero ¿cómo?

Para su sorpresa, Annoura cruzó el acceso a caballo, justo delante de Grady, que conducía su oscuro zaino. Igual que todas las veces que Perrin la había visto pasar a través de un acceso, la mujer iba inclinada sobre la yegua hasta donde se lo permitía la perilla de la silla y mirando con una mueca el agujero creado con la contaminada mitad masculina del Poder; tan pronto como lo hubo cruzado, azuzó su montura alejándola todo lo posible, cuesta arriba, sin entrar en los árboles. Grady dejó que el acceso se cerrara bruscamente, dejando la imagen purpúrea de una barra vertical grabada en las retinas de Perrin, y Annoura se encogió y apartó los ojos para lanzar una mirada iracunda a Marline y a Perrin. De no haber sido una Aes Sedai, Perrin habría pensado que estaba a punto de estallar de rabia y resentimiento. Berelain debía de haberle dicho que la acompañara, pero no era a la Principal a la que culpaba por tener que estar allí.

—A partir de ahora seguimos a pie —anunció Elyas en voz queda que apenas se oía por encima de algún que otro golpe de los cascos de los caballos. Había dicho que los Shaido no estaban alerta y que casi no tenían centinelas, pero habló como si se encontraran a veinte pasos—. Un hombre a caballo destaca. Los Shaido no están ciegos; sólo lo están considerando que son Aiel, lo que significa que tienen una vista el doble de aguda que cualquiera de vosotros, de modo que no os pongáis perfilados contra el horizonte cuando remontemos la cresta. E intentad hacer el menor ruido posible. Tampoco están sordos. Acabarán encontrando nuestras huellas, lo que no se puede evitar con la nieve, pero hemos de impedir que descubran que hemos estado aquí hasta después de habernos marchado.

Irritado ya por haber tenido que desprenderse de armadura y morrión, Arganda empezó a discutir las órdenes dadas por Elyas. Al no ser necio del todo, mantuvo un tono bajo que no resonaría, pero había sido soldado desde los quince años, había dirigido tropas en la lucha contra Capas Blancas, altaraneses y amadicienses, y, como le gustaba señalar, había combatido en la Guerra de Aiel y había sobrevivido a la Batalla de la Nieve Sangrienta, en Tar Valon. Conocía a los Aiel y no necesitaba que un montaraz barbudo le dijera cómo tenía que calzarse las botas. Perrin lo dejó estar, ya que el hombre manifestó su protesta al tiempo que reñía a dos de sus soldados para que controlaran sus caballos. En realidad no era necio, sólo tenía miedo por su reina. Gallenne dejó atrás a todos sus hombres, mascullando que las lanzas eran completamente inútiles sin ir a caballo y que probablemente se romperían el cuello si los hacía caminar un tramo. Tampoco era tonto, pero siempre veía el lado malo en primer lugar. Elyas se puso a la cabeza y Perrin se demoró en seguirlo sólo lo que tardó en pasar el visor de lentes, montado en un grueso tubo de bronce, de las albardas de Brioso al bolsillo de su chaqueta.

El sotobosque crecía en parches bajo los árboles, que en su mayoría eran pinos y

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