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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 45
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los largos collares y pesados brazaletes de oro y marfil que lucían, las amplias faldas oscuras y los chales, también oscuros y que casi tapaban las blusas blancas, eran ropas apropiadas para granjeras, pero no había lugar a dudas de quién tenía el mando entre ellas y las Aes Sedai. A decir verdad, lo que a veces no parecía estar tan claro era quién tenía el mando, si ellas o Perrin.

Finalmente Nevarin asintió con la cabeza y esbozó una cálida sonrisa de aprobación. Perrin nunca la había visto sonreír. No es que Nevarin fuera por ahí con gesto ceñudo, pero por lo general parecía estar buscando a alguien a quien reprender.

Hasta que no se produjo aquel asentimiento de cabeza Masuri no entregó las riendas a uno de los soldados. A su Guardián no se lo veía por ningún lado y su ausencia debía de ser obra de las Sabias, ya que Rovair siempre iba pegado a ella como un abrojo. La hermana se remangó la falda pantalón y avanzó a través de la nieve, que era más profunda alrededor de la piedra a la que se acercó. Allí empezó a pasar las manos sobre las huellas, obviamente encauzando, aunque a simple vista no ocurrió nada que Perrin pudiera apreciar. Las Sabias la observaban atentamente; claro que los tejidos de Masuri tenían que ser visibles para ellas. Por su parte, Annoura no demostró el menor interés. Las puntas de las trencillas de la hermana Gris se mecieron como si la mujer sacudiera la cabeza bajo la capucha, tras lo cual hizo retroceder a su yegua junto a la de la doncella, fuera del campo visual de las Sabias, a pesar de que haciéndolo se situaba más lejos de Berelain y cualquiera habría supuesto que ésta requeriría su consejo en ese momento. Realmente Annoura evitaba a las Sabias todo lo posible.

—Cuentos al amor de la lumbre que caminan —masculló Gallenne mientras apartaba el castrado de la piedra y lanzaba una mirada de reojo a Masuri. Respetaba a las Aes Sedai, pero pocos hombres querían hallarse cerca de una de ellas cuando encauzaba—. Aunque no sé por qué me sorprendo después de todo lo que he visto desde que salí de Mayene. —Concentrada en las huellas, Masuri no pareció reparar en él.

Se produjo cierta agitación entre los lanceros montados, como si realmente no hubiesen dado crédito a sus propios ojos hasta que su comandante lo confirmó, y algunos de ellos empezaron a oler a agitado temor, como si esperaran que los Sabuesos del Oscuro fueran a aparecer de repente de las sombras. Perrin no podía distinguir efluvios individuales entre tantos, pero el apestoso miedo era tan fuerte que tenía que provenir de bastantes, no sólo unos cuantos.

Gallenne pareció percibir lo que Perrin olía; tenía sus faltas, pero llevaba mucho tiempo al frente de soldados. Colgó el yelmo en la larga empuñadura de su espada y sonrió. El parche del ojo otorgó a la mueca un aire macabro, el del hombre que veía un chiste teniendo delante la muerte y esperaba que los demás también lo vieran.

—Si los Perros Negros nos molestan les salaremos las orejas —anunció en voz alta y animosa—. Es lo que se hace en los cuentos, ¿no? Se les echa sal en las orejas y desaparecen. —Algunos lanceros rieron, aunque la peste a miedo no disminuyó de forma apreciable. Los cuentos relatados al amor de la lumbre eran una cosa, y otra muy distinta que esos mismos cuentos caminaran por ahí en carne y hueso.

Gallenne condujo su corcel negro hacia Berelain y puso la mano enguantada en el cuello del zaino. Dirigió a Perrin una mirada pensativa que éste sostuvo impasible, negándose a coger la indirecta. Lo que quiera que tuviera que decir, que lo dijera delante de Aram y de él. Gallenne suspiró.

—Mantendrán el valor, milady —aseguró quedamente—, pero lo cierto es que nuestra posición es precaria, con enemigos por todas partes y los suministros acabándose. Los Engendros de la Sombra sólo empeorarán las cosas. Mi deber es para con vos y Mayene, milady. Y con todo el respeto a lord Perrin, quizá queráis cambiar vuestros planes.

La ira bulló dentro de Perrin. ¡Ese hombre abandonaría a Faile! Pero Berelain habló antes de que tuviera tiempo de sugerirlo.

—No habrá cambios, lord Gallenne. —A veces resultaba fácil olvidar que era una dirigente, por pequeña que fuese Mayene, pero en su voz hubo un timbre regio que habría sido adecuado para la reina de Andor. Recta la espalda, la mujer hacía que la silla de montar pareciera un trono, y habló lo bastante alto para que todos escucharan su decisión y con la suficiente firmeza para que entendieran que ya estaba tomada—. Si estamos rodeados de enemigos, entonces seguir adelante es tan seguro como retroceder o desviarse. No obstante, aunque retroceder o desviarse fuera diez veces más seguro seguiría adelante. Mi intención es conseguir la liberación de lady Faile aunque para ello tengamos que abrirnos paso luchando con un millar de Sabuesos del Oscuro y también de trollocs. ¡He jurado hacerlo!

Un clamor de vítores le respondió, mientras los soldados de la Guardia Alada gritaban y agitaban las lanzas en el aire haciendo ondear las cintas rojas. El olor a miedo persistía, pero su actitud era de estar dispuestos a abrirse paso enfrentándose a cualquier número de trollocs antes que caer en demérito a los ojos de Berelain. Gallenne los mandaba, pero sentían más que aprecio por su dirigente a despecho de su reputación con los hombres. O quizá precisamente por eso, en parte. Berelain había evitado que Tear engullera Mayene haciendo que un hombre que la encontraba hermosa se enfrentara a otro. Por su parte, a Perrin le costó trabajo no quedarse boquiabierto por la sorpresa. ¡Su voz sonaba tan resuelta como lo estaba él! ¡Olía a resolución! Gallenne inclinó la canosa cabeza en señal de aceptación contra su voluntad, y Berelain hizo un leve y satisfecho gesto de asentimiento antes de volver su atención a la Aes Sedai que se encontraba junto a la piedra.

Masuri había dejado de pasar las manos por encima y miraba fijamente las huellas mientras se daba golpecitos en el labio con un dedo, pensativa. Era una mujer guapa sin llegar a hermosa, aunque parte de ello podría deberse a su condición de Aes Sedai. A menudo resultaba difícil distinguir a una hermana nacida en una granja donde había que arrancar penosamente los frutos a la tierra de otra nacida en un espléndido palacio. Perrin la había visto congestionada y enfadada, agotada y a punto de no aguantar más, mas a pesar de la dureza del viaje y la vida en las tiendas Aiel su oscuro cabello y sus ropas tenían un aspecto como si dispusiera de una doncella para atenderla. Podría haberse encontrado en una biblioteca.

—¿Qué has descubierto, Masuri? —preguntó Berelain—. Masuri, si haces el favor. ¡Masuri!

Pronunció el nombre en tono cortante y la Aes Sedai dio un respingo como si se sorprendiera al descubrir que no estaba sola. Posiblemente se había sobresaltado; en muchos aspectos parecía más del Ajah Verde que del Marrón, más concentrada en la acción que en la contemplación, directa al asunto y nunca imprecisa, pero aun así era capaz de ensimismarse completamente en lo que quiera que captara su interés. Enlazó las manos en la cintura y abrió la boca, pero en lugar de hablar vaciló y dirigió una mirada interrogante a las Sabias.

—Habla, muchacha —instó Nevarin, impaciente, al tiempo que se ponía en jarras en medio de un tintineo de brazaletes. El ceño la hacía parecer más adusta de lo habitual, pero tampoco el gesto de ninguna de las otras Sabias era más aprobador. Tres entrecejos fruncidos en hilera como tres cuervos de ojos claros posados en una valla—. No te estamos dejando ejercitar tu curiosidad simplemente. Di lo que sea. Cuéntanos lo que hayas descubierto.

Las mejillas de Masuri enrojecieron, pero la hermana habló de inmediato, con los ojos prendidos en Berelain. No podía gustarle que le llamaran la atención en público aunque todo el mundo supiera su relación con las Sabias.

—Es relativamente poco lo que se sabe de los Sabuesos del Oscuro, pero yo he estudiado algo sobre ellos, aunque poca cosa. A lo largo de los años me he topado con el rastro de siete manadas, cinco de ellas en dos ocasiones y tres veces las otras dos. —El enrojecimiento empezó a desvanecerse en su tez y poco a poco su tono de voz sonó como si estuviera dando una clase—. Algunos historiadores antiguos dicen que hay sólo siete manadas, otros que son nueve, o trece o cualquier otro número que consideren de especial importancia; pero, durante la Guerra de los Trollocs, Sorelana Alsahhan escribió sobre «el centenar de jaurías de perros de presa de la Sombra que cazaban en la noche», e, incluso antes, Ivonell Bharatiya escribió supuestamente sobre «sabuesos engendrados por la Sombra tan numerosos que superaban las pesadillas de la humanidad». Aunque a decir verdad estos escritos podrían ser apócrifos. En cualquier caso, el… —Gesticuló, como tratando de hallar una palabra—. «Olor» no sería el término correcto, y tampoco lo sería «sabor». La percepción de cada jauría es única, y puedo afirmar con certeza que nunca había topado con ésta antes, de modo que sabemos que el número de siete es erróneo. Tanto si el número correcto es nueve o trece o algún otro, las historias sobre los Sabuesos del Oscuro son mucho más comunes que los propios engendros y aquí, tan al sur de la Llaga, sus supuestas apariciones son extremadamente infrecuentes. Otra cosa fuera de lo común es que podría haber hasta cincuenta bestias en esta jauría. Diez o doce es el límite habitual. Una máxima útil: dos singularidades combinadas requieren una rigurosa atención. —Hizo una pausa con un dedo levantado para dar énfasis a esto último; después asintió con la cabeza cuando creyó que Berelain lo había cogido, y volvió a enlazar las manos. Una ráfaga de aire le retiró la capa de color marrón amarillento por encima de un hombro, pero la hermana no pareció advertirlo.

»Siempre hay una sensación de urgencia en el rastro de los Sabuesos del Oscuro, pero varía dependiendo de varios factores y no sé con certeza todos ellos. Este rastro tenía una intensa yuxtaposición de… Podría calificarse de «impaciencia», pero no es, ni de lejos, lo bastante contundente; es como llamar «pinchazo» a una cuchillada, pero tendrá que servir. Da igual lo que digan los cuentos… Por cierto, lord Gallenne, la sal no daña en absoluto a los Sabuesos del Oscuro. —De modo que no había estado tan absorta en sus pensamientos, después de todo—. Digan lo que digan los cuentos, nunca cazan al azar, aunque matarán si se presenta la ocasión y no interfiere en su persecución. Para ellos la caza es primordial. Su presa siempre es importante para la Sombra, aunque a veces no entendamos el porqué. Se sabe que han pasado por encima de grandes y poderosos para matar a una sencilla granjera o a un artesano, o que han entrado en una ciudad o un pueblo y se han ido sin matar, aunque obviamente iban por alguna razón. Mi primera idea del motivo que los trajo aquí he de descartarla, puesto que han seguido su marcha. —Su mirada pasó fugaz sobre Perrin, tan deprisa que éste dudó que alguien más se hubiese dado cuenta—. En vista de eso, no creo que regresen. Ah,

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