Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 44
Prev
Next

que Berelain le hubiera mentido. Suroth Sabelle Meldarath tenía que ser alguien importante para entregar ese tipo de documento—. Esto acabará con él una vez que Santes atestigüe dónde lo encontró. —¿En su servicio al imperio? ¡Masema sabía que Rand había combatido a los seanchan! El arco iris estalló dentro de su cabeza y luego se desvaneció. ¡Ese hombre era un traidor!

Berelain rió como si hubiese dicho algo ocurrente, pero ahora saltaba a la vista que su sonrisa era forzada.

—Santes me dijo que nadie lo vio con el ajetreo de montar el campamento, de modo que dejé que Gendar y él regresaran con mi último barrilete de buen vino tunaighano. Los esperaba de regreso una hora después de anochecer, pero no volvió ninguno de los dos. Supongo que podrían estar durmiendo la borrachera, pero ellos nunca…

Se interrumpió con un sonido de sobresalto, mirándolo de hito en hito, y entonces Perrin cayó en la cuenta de que había partido en dos el hueso del muslo, de un mordisco, sin ser consciente.

—Tengo más hambre de lo que pensaba —rezongó. Escupió los trozos de hueso en la palma del guantelete y los tiró al suelo—. Es más seguro dar por hecho que Masema sabe que esto se encuentra en tu poder. Espero que tengas una nutrida escolta a tu alrededor en todo momento, no sólo cuando sales a cabalgar.

—Gallenne puso a cincuenta hombres durmiendo alrededor de mi tienda anoche —contestó, todavía mirándolo fijamente, y Perrin suspiró. Cualquiera habría pensado que nunca había visto a nadie partir un hueso de un mordisco.

—¿Qué te ha dicho Annoura?

—Quería que se lo entregara para destruirlo, para que así, si me preguntaban, pudiera decir que no lo tenía y que no sabía dónde estaba, y ella ratificarlo. Dudo que eso satisficiera a Masema, no obstante.

—No, dudo que se conformara con eso. —Y Annoura también tenía que saber eso. Las Aes Sedai podían ser testarudas o incluso necias de vez en cuando, pero nunca estúpidas—. ¿Te dijo que lo destruiría o que si se lo dabas podría destruirlo?

Berelain frunció la frente en un gesto pensativo y tardó unos segundos en contestar.

—Que lo destruiría. —El caballo pateó impaciente, pero la mujer lo controló sin esfuerzo y sin prestar atención—. No se me ocurre para qué otra cosa iba a quererlo —agregó tras una pausa—. Masema no me parece de los que se dejan persuadir por… presiones. —Lo que quería decir era chantaje. Tampoco Perrin imaginaba a Masema quedándose de brazos cruzados ante eso. Sobre todo si el chantaje venía de una Aes Sedai.

Ocultando sus movimientos con el fingimiento de arrancar el otro muslo del ave, se las arregló para doblar el papel y guardárselo en una manga; el guantelete impediría que se cayera. Seguía siendo una prueba. Pero ¿de qué? ¿Cómo podía ese hombre ser a la vez un fanático del Dragón Renacido y un traidor? ¿Habría quitado el documento a…? ¿A quién? ¿Algún colaborador al que había capturado? ¿Y por qué iba a guardarlo bajo llave si no fuera para él? Se había reunido con seanchan. ¿Cómo se proponía utilizarlo? A saber qué podía requerir un hombre con ese papel. Perrin suspiró hondo. Muchas preguntas y ninguna respuesta. Las respuestas requerían una mente más ágil que la suya. A lo mejor Balwer tenía alguna noción sobre eso.

Una vez probada la comida, su estómago lo empujaba a devorar el muslo que tenía en la mano y también el resto del ave, pero Perrin cerró la tapa del cesto firmemente e intentó morder con comedimiento. Había una cosa que podía descubrir por sí mismo.

—¿Qué más dijo Annoura sobre Masema?

—Nada, aparte de que es peligroso y que debería evitarlo, como si yo no supiera eso de sobra. No le cae bien y no le gusta hablar de él. —Se produjo otra breve pausa y después añadió—: ¿Por qué? —La Principal de Mayene estaba acostumbrada a las intrigas políticas y sabía leer entre líneas.

Perrin dio otro mordisco para disponer de algo de tiempo mientras masticaba y tragaba. Él, en cambio no estaba acostumbrado a las intrigas, pero se había encontrado expuesto en suficientes para saber que revelar demasiado podía ser peligroso. Y también revelar demasiado poco, dijera lo que dijese Balwer.

—Annoura ha estado reuniéndose con Masema en secreto. Y también Masuri.

La sonrisa forzada de Berelain no se borró, pero en su olor surgió la alarma. Empezó a girarse en la silla como si fuera a mirar hacia atrás, a las dos Aes Sedai, pero se contuvo. Se lamió los labios.

—Las Aes Sedai siempre tienen sus razones —se limitó a decir.

Vaya, ¿la inquietaba que su consejera se reuniera con Masema o que él lo supiera o…? Perrin detestaba todas esas complicaciones. Eran un obstáculo en el camino de lo que realmente importaba. ¡Luz, se había comido el segundo muslo! Esperando que Berelain no se diera cuenta, se apresuró a tirar los huesos. El estómago gruñía pidiéndole más.

Los soldados de la Principal se habían mantenido a distancia, pero Aram había acortado un poco el trecho y se inclinaba hacia adelante para observarlos atentamente a través de los árboles. Las Sabias seguían de pie a un lado y hablaban entre ellas sin que aparentemente se dieran cuenta de que estaban hundidas hasta los tobillos en la nieve o que el helado viento se había levantado y sacudía los extremos de sus chales. De vez en cuando, alguna de las tres miraba también hacia Perrin y Berelain. El concepto de la intimidad de las personas nunca impedía a una Sabia meter las narices en lo que quisiera y cuando quisiera. En eso eran como las Aes Sedai. Masuri y Annoura también los observaban, si bien parecía que guardaban las distancias entre sí. Perrin habría apostado a que, de no encontrarse allí las Sabias, las dos hermanas habrían utilizado el Poder Único para escuchar lo que hablaban. Probablemente las Sabias también sabían hacerlo; y habían permitido que Masuri visitara a Masema. ¿Alguna de las dos Aes Sedai enseñaría los dientes si viera a las Sabias escuchando con el Poder? Annoura parecía ser tan cauta con las Sabias como la propia Masuri. ¡Luz, él no tenía tiempo para este espinoso enredo! Pero no le quedaba más remedio que vivir en medio de semejante zarzal.

—Creo que ya tienen suficiente para que le den a la lengua —dijo. Tampoco era que necesitaran más de lo que tenían antes. Metió las asas del cesto en la perilla de la silla y taconeó los flancos de Brioso. Comerse un ave no podía ser desleal.

Berelain no lo siguió de inmediato, pero antes de que llegara a donde esperaba Aram lo alcanzó y avanzó a su lado.

—Descubriré lo que Annoura se trae entre manos —dijo con determinación, fija la mirada al frente. En sus ojos había una expresión dura.

Perrin habría compadecido a Annoura si no fuera porque él mismo estaba dispuesto a sacarle respuestas bien que mal. En realidad, rara vez las Aes Sedai necesitaban compasión y rara vez respondían lo que no querían responder. Un instante después, Berelain volvía a ser toda sonrisas y jovialidad, si bien el olor a resolución seguía prendido en su efluvio, casi aplastando el de miedo.

—El joven Aram nos ha estado contando todo eso de Ponzoña del Corazón recorriendo estos bosques con la Cacería Salvaje, lord Perrin. ¿Creéis que puede ser verdad? Recuerdo haber oído esos cuentos en el cuarto de niños. —Su voz sonaba intrascendente y divertida, lo bastante alta para que los otros la escucharan. Las mejillas de Aram se tiñeron de rojo y algunos de los hombres que se encontraban detrás de él se echaron a reír.

Sus risas se cortaron cuando Perrin les enseñó las huellas marcadas en la lisa piedra con forma de losa.

7. El rompecabezas de herrero

Cuando se cortaron las risas, Aram esbozó una sonrisa petulante, y sin que en su efluvio hubiera el miedo que había exhalado antes. Se diría que había seguido el rastro él mismo y que ya sabía cuanto había que saber del asunto. Sin embargo, nadie prestó atención a su mueca o a cualquier otra cosa que no fueran las enormes huellas de perro impresas en la piedra, ni siquiera a las explicaciones de Perrin de que los Sabuesos del Oscuro se habían marchado hacía mucho. Por supuesto, no les diría cómo sabía eso, pero nadie pareció darse cuenta del detalle. Uno de los oblicuos haces de luz de primeras horas del día caía directamente sobre la lisa piedra gris iluminándola perfectamente. Brioso se había acostumbrado al cada vez más débil hedor a azufre quemado —al menos sólo resopló y echó las orejas hacia atrás—, pero los otros caballos recularon espantados de la inclinada piedra. Ninguno de los humanos salvo Perrin detectaba el hedor, de modo que la mayoría rezongó por el comportamiento rebelde de las monturas; contemplaron la piedra y las extrañas marcas como si fuese una curiosidad expuesta en un espectáculo ambulante.

La oronda sirvienta de Berelain chilló cuando vio las huellas y se tambaleó a punto de caerse de su rechoncha yegua, que se agitaba nerviosa, pero la Principal se limitó a pedirle a Annoura con aire distraído que se ocupara de ella mientras miraba las marcas tan inexpresivamente como si fuera Aes Sedai. Con todo, sus manos apretaron las riendas hasta que la piel de los guantes se puso tensa sobre los nudillos. Bertain Gallenne, mayor de la Guardia Alada, con su yelmo rojo en el que aparecían grabadas en relieve unas alas y rematado por tres finas plumas carmesí, tenía el mando de la escolta de Berelain esa mañana, y obligó al alto castrado negro que montaba a acercarse más a la piedra; después bajó de la silla a la profunda nieve, se quitó el yelmo y estudió ceñudo la lisa roca con su único ojo. Un parche de cuero escarlata le cubría la cuenca vacía del otro; la correa le ceñía el cabello canoso, largo hasta los hombros. Su mueca denotaba que esperaba problemas, pero era de los que siempre veían primero la peor posibilidad. Perrin suponía que en un soldado era mejor eso que no ver siempre la mejor.

Masuri también desmontó, pero no bien acababa de pisar el suelo cuando hizo una pausa, sosteniendo las riendas de su yegua pinta, y echó una mirada insegura a las Aiel. Unos cuantos soldados mayenienses murmuraron con inquietud al darse cuenta del detalle, aunque tendrían que haber estado acostumbrados a ello a esas alturas. Annoura se cubrió más la cara con la capucha como si no quisiera ver la roca y dio una brusca sacudida a la sirvienta de Berelain; la mujer la miró aturdida y sorprendida. Por otro lado, Masuri esperaba junto a su yegua con actitud paciente que sólo echaba a perder el gesto, al parecer inconsciente, de alisarse la falda del traje de montar de seda. Las Sabias intercambiaron una mirada en silencio, el semblante tan impasible como las hermanas. Carelle estaba a un lado de Nevarin, una mujer flaca de ojos verdes, y Marline al otro lado, ésta con los ojos de un azul crepuscular y el cabello, cubierto sólo parcialmente con el chal, de color negro, algo poco frecuente en los Aiel. Las tres eran altas, tanto como algunos hombres, y ninguna parecía ser más que unos pocos años mayor que el propio Perrin, pero no habrían conseguido esa actitud de tranquila seguridad en sí mismas sin tener más años de lo que sus rostros daban a entender. A despecho de

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

Conan el destructor
Conan el destructor
August 3, 2020
El ojo del mundo
El ojo del mundo
August 3, 2020
El señor del caos
El señor del caos
August 3, 2020
Conan el defensor
Conan el defensor
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.