eran menos de una cuarta parte, varios cientos de ellos conductores de carretas, mozos y otros que serían más un estorbo que una ayuda a la hora de luchar; no obstante, con tres Aes Sedai y dos Asha’man, por no mencionar a seis Sabias Aiel, podría parar a Masema. Las Sabias y las dos Aes Sedai estarían ansiosas de tomar parte en ello. O más que simplemente bien dispuestas, como mínimo. Querían muerto a Masema. No obstante, dispersar el ejército de Masema haría surgir cientos de bandas más pequeñas que se desperdigarían por Altara y más allá, todavía saqueando y matando para sí mismos en lugar de hacerlo en nombre del Dragón Renacido. «Desbaratar a los Shaido tendrá el mismo resultado», pensó, y apartó la idea de su mente. Frenar a Masema llevaría un tiempo que él no tenía. Lo de ese hombre tendría que esperar hasta que Faile estuviera a salvo. Hasta que los Shaido acabaran reducidos a astillas.
—¿Qué es eso tercero que has sabido esta noche, Selande? —inquirió bruscamente. Para su sorpresa, el olor a preocupación en la mujer se incrementó.
—Haviar vio a alguien —respondió lentamente—. No me lo dijo al principio. —Su voz se endureció un momento—. Tomé las medidas oportunas para que eso no vuelva a ocurrir. —Respiró hondo, dando la impresión de que se debatía consigo misma, y después soltó de corrido—: Masuri Sedai ha visitado a Mase… al Profeta. Es verdad, milord, ¡creedme! Haviar la ha visto en más de una ocasión. Entra subrepticiamente en el campamento, encapuchada, y se marcha del mismo modo, pero vio su cara claramente dos veces. En ambas ocasiones la acompañaba un hombre, y a veces otra mujer. Haviar no ha visto al hombre con bastante claridad para estar seguro, pero la descripción encaja con Rovair, el Guardián de Masuri, y Haviar no tiene la menor duda de que la otra mujer es Annoura Sedai.
Enmudeció de golpe y sus ojos brillaron sombríos a la luz de la luna, prendidos en él. Luz, ¡estaba más preocupada por cómo se lo tomaría él que por lo que aquello implicaba! Se obligó a aflojar los puños. Masema despreciaba a las Aes Sedai tanto como a los Amigos Siniestros; casi las consideraba como tal. ¿Por qué iba a recibir a dos hermanas? ¿Por qué iban a acudir ellas a Masema? La opinión de Annoura sobre Masema quedaba oculta tras el misterio y tras comentarios de doble sentido que podían significar cualquier cosa, pero Masuri había manifestado sin tapujos que había que acabar con Masema como con un perro rabioso.
—Asegúrate de que Haviar y Nerion estén pendientes de la aparición de las hermanas y a ver si pueden escuchar a escondidas en uno de sus encuentros con Masema. —¿Podría estar equivocado Haviar? No, en el campamento de Masema había pocas mujeres, relativamente hablando, y era inverosímil que el teariano confundiera a Masuri con una de esas viejas brujas sucias de mirada asesina. Por lo general, la clase de mujer que seguía a Masema hacía que los hombres parecieran gitanos en comparación—. Pero diles que tengan cuidado. Más vale dejar pasar la oportunidad a que los pillen. No servirán de mucho a nadie colgados de un árbol. —Perrin sabía que sus palabras sonaban bruscas e intentó suavizar el tono de voz. Eso le costaba más desde el rapto de Faile—. Lo habéis hecho bien, Selande. —Al menos no parecía que le estuviera gritando—. Tú, Haviar y Nerion. Faile se sentiría orgullosa si lo supiera.
Una sonrisa iluminó la cara de la mujer, que se irguió un poco más si tal cosa era posible. ¡El orgullo, limpio e intenso, el orgullo del logro, arrolló casi todos los demás olores de su efluvio!
—Gracias, milord. ¡Gracias!
Cualquiera habría pensado que le había dado un galardón. Quizá sí, pensándolo bien. Aunque pensándolo bien quizás a Faile no le hiciera gracia que estuviera utilizando a sus informadores o siquiera que supiera que existían. En su día, la idea de que Faile estuviera contrariada le habría causado intranquilidad, pero eso era antes de haberse enterado de lo de sus espías. Y de ese asuntillo de la Corona Rota que se le había escapado a Elyas. ¡Todo el mundo decía que las esposas guardaban bien sus secretos, pero había límites!
Mientras se ajustaba la capa sobre los estrechos hombros con una mano, Balwer se llevó la otra a la boca y tosió.
—Bien dicho, milord. Muy bien dicho. Milady, sin duda querréis transmitir las instrucciones de lord Perrin lo antes posible. No tendría sentido dejar que un malentendido lo echara todo a perder.
Selande asintió con la cabeza sin apartar la vista de Perrin. Abrió la boca y Perrin tuvo la certeza de que se proponía decir algo como que esperaba que encontrara agua y sombra. ¡Luz, el agua era algo que tenían de sobra, aunque fuera congelada en su mayor parte, y en esa época del año nadie necesitaba sombra ni en pleno mediodía! Seguramente era lo que iba a decir, porque vaciló antes de manifestar:
—Que la Gracia os sea propicia, milord. Si se me permite el atrevimiento, la Gracia le ha sido propicia a lady Faile con vos.
Perrin inclinó la cabeza dándole las gracias. En su boca había un regusto a ceniza. La Gracia tenía una forma curiosa de serle propicia a Faile, dándole un esposo que todavía no la había encontrado después de más de dos semanas de búsqueda. Las Doncellas afirmaban que se la había hecho gai’shain, que no se la trataría mal, pero tenían que admitir que esos Shaido ya habían roto sus costumbres de cien formas distintas. En su opinión, que lo raptaran a uno era maltrato de sobra. Cenizas muy amargas.
—La señora lo hará muy bien, milord —musitó Balwer, que seguía con la mirada a Selande hasta que ésta se desvaneció en la oscuridad, entre las carretas. Su aprobación resultó una sorpresa; había intentado convencer a Perrin de que no utilizara a Selande y a sus amigos basándose en que eran exaltados e irresponsables—. Posee el instinto necesario. Por lo general los cairhieninos lo tienen, y los tearianos hasta cierto punto, al menos los nobles, sobre todo una vez que… —Se interrumpió bruscamente y miró a Perrin con cautela. De haberse tratado de otro hombre, Perrin habría pensado que había dicho más de la cuenta, pero dudaba que Balwer cometiera esa clase de desliz. El olor del hombre permanecía estable, no con los altibajos propios de quien se sintiera inseguro—. ¿Puedo comentar uno o dos puntos de su informe, milord?
El crujido de la nieve bajo los cascos de un caballo anunció la aproximación de Aram conduciendo al semental pardo de Perrin y a su propio castrado gris. Los dos animales intentaban mordisquearse y Aram los mantenía bastante apartados, aunque no sin dificultad. Balwer suspiró.
—Podéis decir lo que sea delante de Aram, maese Balwer —manifestó Perrin.
El hombrecillo inclinó la cabeza en un gesto aquiescente, pero también volvió a suspirar. Todo el mundo en el campamento sabía que Balwer tenía la habilidad de unir rumores y comentarios escuchados por casualidad y cosas que había hecho la gente para formar un cuadro de lo que había ocurrido realmente o lo que podría ocurrir, y el propio Balwer consideraba eso como parte de su trabajo como secretario, pero por alguna razón le gustaba fingir que no hacía tal cosa. Era una simulación inofensiva y Perrin solía seguirle la corriente.
—Camina detrás de nosotros un rato, Aram —le dijo mientras le cogía las riendas de Brioso—. Tengo que hablar con maese Balwer en privado.
El suspiro de Balwer fue tan leve que Perrin casi no lo oyó. Aram se situó detrás sin decir palabra al tiempo que echaban a andar. La helada nieve crujía bajo sus pies, pero su efluvio volvió a tornarse susceptible; y vibrante. Un olor tenue y acre. Esta vez Perrin lo reconoció, aunque no prestó más atención de la habitual. Aram tenía celos de cualquiera que pasara tiempo con él, excepto Faile. Perrin no sabía cómo frenar algo así y, de todos modos, estaba tan acostumbrado a la actitud posesiva de Aram como al modo en que Balwer caminaba a saltitos a su lado, echando ojeadas hacia atrás para ver si Aram se hallaba lo bastante cerca para escuchar, hasta que finalmente se decidió a hablar. El efluvio afilado de sospecha de Balwer, curiosamente seco y ni siquiera caliente, pero aun así de sospecha, daba el contrapunto a los celos de Aram. No se podía cambiar a los hombres que no querían cambiar.
Las estacadas de caballos y las carretas de suministros se encontraban localizadas en el centro del campamento, donde los ladrones lo tendrían difícil para llegar hasta ellas, y aunque el cielo todavía aparecía negro a los ojos de casi todo el mundo, los conductores de carretas y los mozos, que dormían cerca de lo que tenían a su cargo, ya estaban despiertos y enrollando sus mantas; algunos arreglaban los refugios hechos con ramas de pino y otras ramas pequeñas de árboles recogidas en el bosque circundante, por si acaso se necesitaban para otra noche. Empezaban a encenderse lumbres, sobre las que se ponían cazos negros, si bien había poco para comer excepto gachas de avena o judías secas. La caza contribuía con algo de carne de venados y conejos, perdices, becadas y similares, pero eso no daba para mucho con tanta gente a la que alimentar, y no habían pasado por ningún sitio donde abastecerse desde que habían cruzado el Eldar. Una sucesión de reverencias y murmullos de «Buenos días, milord» y «La Luz os guarde, milord» siguió a Perrin, pero los hombres y las mujeres que lo veían dejaron de reforzar sus refugios, y unos cuantos se pusieron a desmontarlos, como si percibieran su determinación en su modo de caminar. Tendrían que conocer sus intenciones a estas alturas. Desde el día en que se había dado cuenta del error garrafal que había cometido, no habían pasado dos noches en el mismo sitio. Devolvió los saludos sin aminorar el paso.
El resto del campamento formaba un estrecho anillo alrededor de los caballos y las carretas, de cara al bosque circundante, con los hombres de Dos Ríos divididos en cuatro grupos y los lanceros de Ghealdan y de Mayene separados entre ellos. Quienquiera que viniera contra ellos, desde cualquier dirección, se encontraría con los arcos largos de Dos Ríos y la caballería entrenada. No era una inesperada aparición de los Shaido lo que Perrin temía, sino a Masema. El hombre parecía seguirlo dócilmente; pero, aparte de las noticias de las incursiones, nueve ghealdanos y ocho mayenienses habían desaparecido en las dos últimas semanas, y nadie creía que hubieran desertado. Antes de eso, el día que raptaron a Faile se había tendido una emboscada a veinte mayenienses y todos habían muerto, y todos estaban convencidos de que los autores habían sido hombres de Masema. De modo que existía una paz precaria, una extraña clase de paz peliaguda, pero apostar una moneda de cobre porque duraría siempre era perder esa moneda. Masema simulaba no darse cuenta de que esa paz peligrara, pero a sus seguidores parecía darles lo mismo y, fingiera lo que fingiera Masema, ellos seguían sus directrices. De algún modo, sin embargo, Perrin se proponía que durara hasta que Faile estuviera libre. Hacer de su campamento una nuez demasiado dura de cascar era un modo de conseguir que la paz durara.
Los Aiel habían insistido en tener su pequeña porción de la extraña tarta,