Ahora! Libro gratis para leer en línea ✅
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
Advanced
Sign in Sign up
  • Home
  • Todos los libros
    • Libros más populares
    • Libros de tendencia
    • Libro mejor calificado
  • BLOG
  • Adult
  • Bestseller
  • Romanticas
  • Fantasía
  • Ciencia ficción
  • Thriller
  1. Home
  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 32
Prev
Next

hombros y chapotear en los charcos cada vez más grandes que había en las calles de tierra. Para cuando llegara a su carreta para coger una capa ya estaría calado de todos modos. Además, el tiempo era acorde con su ánimo.

Para su sorpresa, a pesar de la lluvia se había trabajado mucho en el corto tiempo que había pasado dentro. El muro de lona había desaparecido en ambas direcciones hasta donde alcanzaba la vista, y también faltaba la mitad de las carretas de almacenaje que antes rodeaban a la de Tuon. Otro tanto ocurría con los animales que habían estado sujetos en las estacadas. Una gran jaula de barrotes de hierro, en la que iba un león de negra melena, pasó traqueteando hacia la calzada tirada por un tronco que avanzaba a paso lento y pesado, los caballos tan indiferentes al felino aparentemente dormido que llevaban detrás como a la lluvia. También algunos artistas se dirigían hacia la calzada, aunque cómo habían determinado el orden de marcha era un misterio. La mayoría de las tiendas habían desaparecido; en un sitio faltaban tres carromatos seguidos, y en otro, uno de cada dos, mientras que en otra parte los vehículos que esperaban seguían formando una sólida masa. Lo único que probaba que las gentes del espectáculo no estaban desperdigándose era el propio Luca, que, protegido con una capa roja, recorría una calle y se detenía de vez en cuando para palmear el hombro a un hombre o murmurar algo a una mujer que la hacía reír. Si el espectáculo se hubiera deshecho, Luca habría salido en persecución de los que intentaran marcharse. Mantenía el espectáculo unido más por persuasión que por cualquier otra cosa, y nunca dejaba que nadie se fuera sin intentar convencerlo hablando hasta quedarse afónico. Mat sabía que debería sentirse bien de ver a Luca por allí todavía, aunque nunca se le había ocurrido que el hombre huyera con el oro, pero en ese momento dudaba que nada pudiera cambiar su estado entumecido y la sensación de rabia.

El carromato al que lo condujo Blaeric era casi tan grande como el de Luca, pero en vez de pintura tenía encalado. El blanco se había desvaído y corrido en chorretones hacía tiempo, y la lluvia lo iba destiñendo un poco más hacia un tono gris allí donde la madera no estaba ya pelada del todo. La carreta pertenecía a una compañía de payasos, cuatro hombres taciturnos que se pintaban las caras para hacer su número, se empapaban de agua unos a otros y se golpeaban con vejigas de cerdo infladas; aparte de eso, el resto del tiempo lo pasaban gastando dinero ingiriendo tanto vino como podían pagar. Con lo que Mat había pagado de alquiler quizás estuvieran borrachos durante meses, y le había costado aún más conseguir que alguien los alojara.

Cuatro caballos hirsutos y de aspecto anodino ya estaban enganchados al carromato y Fen Mizar, el otro Guardián de Joline, se encontraba en el asiento del conductor envuelto en una capa gris y asidas las riendas. Sus ojos rasgados observaron a Mat del modo que lo haría un lobo a un insolente perro callejero. A los Guardianes no les había gustado el plan de Mat desde el principio, convencidos de que habrían podido poner a salvo a las hermanas una vez que hubieran dejado atrás las murallas de la ciudad. Quizá lo habrían hecho, pero los seanchan buscaban con tenaz empeño mujeres que encauzaban —al parecer, se había registrado el recinto del espectáculo en cuatro ocasiones en los días de la caída de Ebou Dar—, y sólo habría bastado un desliz para que todos acabaran en la cazuela. Por lo que contaban Egeanin y Domon, los Buscadores eran capaces de hacer que una piedra contara todo lo que había visto. Por suerte, no todas las hermanas se mostraban tan convencidas como los Guardianes de Joline. Las Aes Sedai tendían a ponerse nerviosas cuando no estaban de acuerdo sobre qué hacer.

Cuando Mat llegó a los escalones de la parte trasera del carromato, Blaeric lo paró plantándole la mano en el pecho. El rostro del Guardián parecía una talla, tan indiferente a la lluvia que le resbalaba por las mejillas como si fuera un trozo de madera.

—Fen y yo te agradecemos que la hayas sacado de la ciudad, Cauthon, pero esto no puede continuar. Las hermanas están apiñadas, compartiendo la carreta con esas otras mujeres, y no se llevan bien. Va a haber problemas si no encontramos otra carreta.

—¿Era eso de lo que quería hablarme? —inquirió Mat enfadado mientras se levantaba el cuello de la chaqueta y se lo ajustaba, aunque no sirvió de mucho. Tenía empapada la espalda, y por delante no estaba mucho mejor. Si Joline lo había hecho llamar para gimotear de nuevo sobre el alojamiento…

—Ya te dirá ella de qué se trata, Cauthon. Pero recuerda lo que te he comentado.

Rezongando entre dientes, Mat subió los peldaños manchados de barro y entró cerrando a su espalda no de un portazo, pero casi.

El carromato estaba distribuido más o menos como el que ocupaba Tuon, aunque con cuatro camas, dos de ellas recogidas contra la pared por encima de las otras dos. No tenía ni idea de cómo se las arreglaban las mujeres para dormir, pero suponía que no era de un modo pacífico. El ambiente dentro de la carreta casi chisporroteaba como grasa sobre una plancha caliente. En cada una de las dos camas inferiores había tres mujeres sentadas, cada cual observando a las que se encontraban enfrente o haciendo caso omiso de ellas. Joline, que nunca había estado retenida como damane, se comportaba como si las tres sul’dam no existieran. Enfrascada en la lectura de un pequeño libro encuadernado en madera, era la viva imagen de una Aes Sedai y de la arrogancia a pesar del vestido azul bastante desgastado, cuya última propietaria había sido una mujer que enseñaba trucos a los leones. Las otras dos hermanas, en cambio, sabían personalmente lo que era ser damane. Edesina observaba recelosamente a las tres sul’dam, con una mano cerca del cuchillo del cinturón, en tanto que los ojos de Teslyn no dejaban de moverse y miraban cualquier cosa excepto a las sul’dam mientras sus manos crispadas apuñaban la oscura falda de paño. Mat no sabía cómo había coaccionado Egeanin a esas tres mujeres para que ayudaran a escapar a unas damane; pero, aunque debían de estar persiguiéndolas al igual que a Egeanin, no habían cambiado su actitud hacia las mujeres que encauzaban. Bethamin, alta y de tez tan oscura como Tuon, con un vestido ebudariano de escote muy profundo y falda cosida a un lado por encima de la rodilla para dejar a la vista unas enaguas de un tono rojo desvaído, parecía una madre esperando el inevitable mal comportamiento de los hijos, en tanto que la rubia Seta, con un vestido gris de cuello alto que la cubría completamente, daba la impresión de estar estudiando unos perros peligrosos a los que habría que enjaular antes o después. Renna, la que había hablado de cortar manos y pies, también fingía estar leyendo, pero cada dos por tres sus ojos castaños, engañosamente afables, se alzaban del fino volumen para observar a las Aes Sedai, y, cuando lo hacían, sonreía de un modo desagradable. A Mat ya le entraron ganas de maldecir antes incluso de que ninguna de las mujeres hubiese abierto la boca. Un hombre prudente se mantenía alejado cuando había mujeres enfrentadas, sobre todo si entre ellas había Aes Sedai, pero siempre que iba a esa carreta pasaba lo mismo.

—Más vale que sea importante, Joline. —Se desabrochó la chaqueta e intentó sacudir algo de agua de la prenda. Pensó que lo mejor sería retorcerla—. Acabo de enterarme de que el gholam mató a Tylin la noche que nos marchamos y no estoy de humor para oír quejas.

Joline señaló la hoja con un marcador bordado y cerró el libro antes de hablar. Las Aes Sedai nunca se apresuraban; simplemente esperaban que los demás se dieran prisa. Sin él, seguramente también llevaría puesto el a’dam a estas alturas, pero tampoco conocía ninguna Aes Sedai que destacara por ser agradecida. Joline pasó por alto lo que había dicho sobre Tylin.

—Blaeric me ha informado que el espectáculo ya se ha puesto en marcha —empezó fríamente—, pero tienes que pararlo. Luca sólo te hará caso a ti. —Sus labios se apretaron levemente al decir esto último. Las Aes Sedai no estaban acostumbradas a que no les hicieran caso, y las Verdes no eran muy buenas disimulando su desagrado—. Hemos de abandonar la idea de Lugard de momento. Tenemos que coger el transbordador que cruza la bahía y dirigirnos a Illian.

De todas, ésa era la peor sugerencia que le había hecho, aunque no lo decía como sugerencia, por supuesto; era peor que Egeanin en ese aspecto. Con la mitad del espectáculo ya en la calzada, o casi, llevaría todo el día simplemente conducir a todo el mundo hasta el embarcadero del transbordador, además de que habría que entrar en la ciudad. Dirigirse a Lugard conducía al espectáculo lejos de los seanchan lo antes posible, mientras que tenían soldados acampados a lo largo de toda la frontera con Illian y quizá más allá. Egeanin era reacia a contar lo que sabía, pero Thom tenía sus propios medios para enterarse de esas cosas. No obstante, Mat no se molestó en sonreír enseñando los dientes. No tuvo necesidad.

—No —dijo Teslyn en voz tensa, haciéndose evidente su acento illiano. Inclinada por detrás de Edesina, el gesto duro y firme de la mandíbula le daba el aire de quien mastica piedras las tres comidas del día, pero había un atisbo de nerviosismo en sus ojos, producto de las semanas pasadas como damane—. No, Joline. Te lo he dicho. ¡No correremos ese riesgo! ¡No podemos!

—¡Luz! —espetó Joline, que tiró el libro al suelo con fuerza—. ¡Contrólate, Teslyn! ¡Sólo porque te hayan tenido prisionera un poco de tiempo no es razón para que te desmorones!

—¿Desmoronarme? ¿Desmoronarme? ¡Que te pongan el collar a ti y después hablaremos! —Teslyn se llevó la mano al cuello como si todavía sintiese el roce del a’dam—. Ayúdame a convencerla, Edesina. ¡Conseguirá que nos encadenen otra vez si la dejamos!

Edesina se recostó en la pared que había detrás de la cama; era una mujer delgada y atractiva, con el negro cabello largo hasta la cintura, y siempre guardaba silencio cuando la Roja y la Verde discutían, como hacían tan a menudo. Pero Joline ni siquiera la miró.

—¿Pides ayuda a una rebelde, Teslyn? ¡Tendríamos que haberla dejado con los seanchan! Escúchame. Puedes sentirlo tan bien como yo. ¿De verdad aceptarías correr un riesgo mayor por evitar otro menor?

—¡Menor! —bramó Teslyn—. ¡Tú no sabes nada de…!

Renna sostuvo el libro con el brazo extendido y lo dejó caer al suelo con un fuerte golpe.

—Si milord nos disculpa un rato, todavía tenemos nuestros a’dam y a no tardar podemos enseñar a estas chicas a comportarse bien de nuevo. —Su acento tenía una cualidad musical, pero la sonrisa de sus labios no se reflejó en sus ojos—. Nunca funciona dejarlas haraganear así.

Seta asintió severamente y se puso de pie como si fuera a coger las correas.

—Creo que hemos terminado con los a’dam —intervino Bethamin, pasando por alto las miradas escandalizadas de las otras dos sul’dam—, pero hay otros medios para tranquilizar a estas chicas. ¿Puedo sugerir a milord que vuelva dentro de una hora? Os dirán

Prev
Next

YOU MAY ALSO LIKE

El corazón del invierno
El corazón del invierno
August 3, 2020
Conan el invicto
Conan el invicto
August 3, 2020
Conan el destructor
Conan el destructor
August 3, 2020
Conan el invencible
Conan el invencible
August 3, 2020
  • Privacy Policy
  • About Us
  • Contact Us
  • Copyright
  • DMCA Notice

© 2020 Copyright por el autor de los libros. All rights reserved.