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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 31
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la doncella de una noble podía mostrarse muy feroz cuando se lo proponía.

Mat no sabía qué hacer ni qué decir. Sin pensarlo, se escupió en la palma y le ofreció la mano como si sellara un trato por un caballo.

—Vuestras costumbres son… primitivas —dijo Tuon en tono seco, pero se escupió en la palma y le estrechó la mano—. «Así queda escrito el trato; así se cierra el acuerdo.» ¿Qué significa esa frase de tu lanza, Juguete?

Entonces sí gimoteó y no porque la chica hubiese leído la inscripción en la Antigua Lengua de su ashandarei. Hasta una jodida piedra habría gimoteado. Los dados se habían parado en el mismo instante en que le tocó la mano. Luz, ¿qué había pasado?

Unos nudillos tocaron en la puerta y tenía los nervios tan de punta que se movió sin pensar, girando sobre los talones al tiempo que aparecía un cuchillo en cada una de sus manos, listo para arrojarlos a quienquiera que entrara.

—Poneos detrás de mí —espetó.

La puerta se abrió y Thom asomó la cabeza. Llevaba puesta la capucha y Mat reparó en que fuera llovía. Entre Tuon y los dados no había oído el sonido de la lluvia repicando en el techo de la carreta.

—Espero no haber interrumpido nada —dijo Thom mientras se atusaba el blanco bigote con los nudillos.

Mat notó que la cara le ardía. Setalle se había quedado paralizada con la aguja de bordar, enhebrada con hilo azul, suspendida en el aire, sin clavarla en la tela, y sus cejas parecían querer subir hasta el nacimiento del pelo. Al borde de la otra cama, tensa, Selucia observó con considerable interés cómo deslizaba los cuchillos bajo las mangas de nuevo. Mat nunca habría imaginado que era de esas a las que les gustaban los hombres peligrosos. La clase de mujeres que merecía la pena evitar; solían encontrar el modo de hacer que un hombre fuera peligroso. No volvió la vista hacia Tuon. Probablemente lo estaba mirando como si se hubiese puesto a hacer cabriolas, como Luca. Sólo porque no quisiera casarse no significaba que quisiera que su futura esposa lo creyera idiota.

—¿Qué has descubierto, Thom? —preguntó bruscamente. Algo había ocurrido, o los dados no se habrían parado. Tuvo una idea que hizo que se le pusiera el pelo de punta. Era la segunda vez que se habían parado en presencia de Tuon. La tercera, contando la de las puertas de salida de Ebou Dar. Tres malditas veces, y todas unidas a ella.

Renqueando ligeramente, el hombre de cabello blanco acabó de pasar mientras se retiraba la capucha y cerró la puerta a su espalda. La cojera era secuela de una vieja herida, no de ningún problema en la ciudad. Alto, delgado y de piel curtida, con penetrantes ojos azules y bigote níveo que le llegaba más abajo de la barbilla, se diría que llamaría la atención dondequiera que fuese, pero tenía práctica en pasar inadvertido a simple vista, y su chaqueta de un color bronce oscuro y capa de paño marrón eran apropiadas para un hombre con algo de dinero para gastar pero no demasiado.

—En las calles abundan los rumores sobre ella —dijo, indicando con la cabeza a Tuon—, pero nada sobre su desaparición. Invité a tomar unos tragos a unos cuantos oficiales seanchan, y al parecer creen que está cómodamente en el palacio de Tarasin o que ha salido en un viaje de inspección. No noté que estuvieran ocultando nada, Mat. No lo saben.

—¿Esperabas un comunicado público, Juguete? —inquirió con incredulidad la chica—. Tal como están las cosas, es posible que Suroth esté considerando quitarse la vida por la vergüenza. ¿Esperas que propague un augurio tan malo para el Retorno para que todo el mundo se entere, además?

De modo que Egeanin tenía razón. Todavía le parecía imposible. Y, comparándolo con que los dados se hubiesen parado, no parecía importante en absoluto. ¿Qué era lo que había pasado? Sólo se habían estrechado la mano, nada más. Chocar las manos y hacer un trato. Se proponía cumplir su parte, pero ¿qué le habían dicho los dados? ¿Que ella cumpliría la suya? ¿O que no? A saber si las nobles seanchan tenían la costumbre de casarse con… ¿Qué había dicho que iba a hacerlo? Escanciador. Quizá se casaban con escanciadores todo el tiempo.

—Hay algo más, Mat —continuó Thom, que miraba pensativo a Tuon y con un asomo de sorpresa.

A Mat se le ocurrió de repente que a la chica no parecía preocuparle mucho que Suroth pudiera suicidarse. Quizás era tan dura como creía Domon. ¿Qué habían intentado decirle los malditos dados? Eso era lo importante. Entonces Thom prosiguió, y Mat olvidó lo dura que podría ser Tuon e incluso los dados.

—Tylin ha muerto. Lo guardan en secreto por miedo a que estallen disturbios, pero uno de los guardias de palacio, un joven teniente que no aguantaba bien el brandy, me contó que planean la celebración de su funeral y la coronación de Beslan para el mismo día.

—¿Cómo? —demandó Mat. Tylin era mayor que él, ¡pero no tanto! La coronación de Beslan. ¡Luz! ¿Cómo iba Beslan a tragar con eso si odiaba a los seanchan? Había sido suyo el plan de incendiar los suministros de la calzada de la Bahía. Habría intentado un levantamiento si Mat no lo hubiese convencido de que sólo tendría como resultado una masacre, y no de seanchan.

Thom vaciló y se atusó el bigote con el pulgar. Finalmente suspiró.

—La encontraron en su dormitorio a la mañana siguiente de marcharnos, Mat, todavía atada de pies y manos. Le habían… Le habían arrancado la cabeza.

Mat no se dio cuenta de que las rodillas le habían fallado hasta que se encontró sentado en el suelo; la cabeza le daba vueltas. Todavía le parecía escucharla: «Acabarás sin cabeza si no tienes cuidado, lechoncito, y eso no me gustaría». Setalle se inclinó en la estrecha cama para apretarle la mejilla con la mano en un gesto de conmiseración.

—¿Las Detectoras de Vientos? —dijo con una voz que le sonaba hueca. No tenía que añadir más.

—Según lo que me contó ese teniente, los seanchan han echado la culpa a las Aes Sedai. Porque Tylin había prestado los juramentos seanchan. Eso será lo que anuncien en la ceremonia de su funeral.

—Tylin murió la misma noche que escaparon las Detectoras de Vientos, ¿y los seanchan creen que las Aes Sedai las mataron? —No imaginaba muerta a Tylin. «Voy a tomarte de cena, pichoncito»—. Eso no tiene sentido, Thom.

El antiguo juglar vaciló y frunció el entrecejo al reflexionar.

—En parte podría ser una maniobra política, Mat. Ese teniente dijo que estaban seguros de que las Detectoras de Vientos huían demasiado deprisa para entretenerse y desviarse de su camino, y la ruta más corta para salir de palacio desde las casetas de las damane no pasa cerca de los aposentos de Tylin.

Mat gruñó. Estaba seguro de que no era así. Y, aunque lo fuera, tampoco podía hacer nada al respecto.

—Las marath’damane tenían motivos para matar a Tylin —intervino de improviso Selucia—. Debían de temer que otros siguieran su ejemplo. ¿Qué razón tenían las damane a las que te has referido? Ninguno. La mano de la justicia requiere motivo y pruebas, incluso para damane y da’covale. —Hablaba como si estuviese leyendo algo escrito en un papel. Y atisbaba de reojo a Tuon.

Mat también la miró, pero si la diminuta mujer había utilizado las manos para indicar a Selucia lo que tenía que decir, ahora descansaban sobre su regazo. Lo estaba observando con una expresión neutral.

—¿Tan profundo era el afecto que sentías por Tylin? —inquirió en un tono circunspecto.

—Sí. No. ¡Maldita sea, la apreciaba! —Se volvió mientras se pasaba los dedos por el cabello, quitándose la gorra. Nunca se había alegrado tanto de librarse de una mujer, ¡pero esto…!—. Y la dejé atada y amordazada para que no pudiera pedir socorro, una presa fácil para el gholam —añadió amargamente—. Me buscaba a mí. No sacudas la cabeza, Thom. Lo sabes tan bien como yo.

—¿Qué es un… gholam? —preguntó Tuon.

—Un Engendro de la Sombra, milady —respondió Thom. Tenía fruncido el entrecejo por la preocupación. No era de los que se preocupan fácilmente, pero a cualquiera salvo un idiota le preocuparía un gholam—. Parece un hombre, pero puede deslizarse por un pequeño agujero o por debajo de una puerta, y es lo bastante fuerte para… —Carraspeó—. Bien, basta de eso. Mat, aunque hubiese habido cien guardias a su alrededor no habrían podido detener a esa cosa.

No habría necesitado cien guardias si no hubiese mantenido una relación con Mat Cauthon.

—Un gholam —murmuró Tuon, torciendo el gesto. De repente golpeó fuertemente a Mat en la cabeza con los nudillos. Él se llevó la mano a la cabeza y se volvió hacia la muchacha mirándola incrédulo—. Me alegra que muestres lealtad hacia Tylin, Juguete —le dijo con voz severa—, pero no te consentiré supersticiones. No lo permitiré. Eso no rinde honor a Tylin.

¡Por la Luz bendita, la muerte de Tylin parecía preocuparla tan poco como la posibilidad de que Suroth cometiera suicidio! ¿Con qué clase de mujer iba a casarse?

Cuando un puño volvió a llamar a la puerta, ni siquiera se molestó en levantarse. Se sentía embotado por dentro y en carne viva por fuera. Blaeric entró en la carreta sin pedir permiso, con la oscura capa marrón chorreando agua. Era una prenda vieja, raída en algunas partes, pero no parecía importarle si la lluvia se colaba por ellas. El Guardián hizo caso omiso de todos excepto de Mat, o casi de todos. ¡De hecho observó un momento el busto de Selucia!

—Joline quiere verte, Cauthon —dijo, todavía mirando a la mujer. ¡Luz! Era lo único que faltaba para que fuese un día perfecto.

—¿Quién es Joline? —demandó Tuon.

—Dile que iré en cuanto estemos en camino, Blaeric —contestó sin hacer caso de la muchacha. ¡Pues sólo le faltaba tener que escuchar ahora más quejas de Aes Sedai!

—Quiere verte ahora, Cauthon.

Con un suspiro, Mat se puso de pie y recogió la gorra tirada en el suelo. Blaeric parecía dispuesto a sacarlo a rastras, en caso contrario. En su actual estado de ánimo, se creyó capaz de clavarle un cuchillo en las costillas al hombre si lo intentaba. Y acabar con el cuello roto como pago a todas sus molestias, porque un Guardián no se dejaba acuchillar así como así. Estaba bastante seguro de que ya había muerto la vez que se le había concedido, y no en uno de sus viejos recuerdos. Lo bastante seguro para no correr riesgos que podía evitar.

—¿Quién es Joline, Juguete? —Si no hubiera sabido a qué atenerse, habría pensado que Tuon estaba celosa.

—Una puñetera Aes Sedai —rezongó mientras se calaba la gorra, y recibió una pequeña alegría ese día cuando Tuon se quedó boquiabierta por la impresión.

Salió y cerró la puerta a sus espaldas antes de que recobrara el habla. Una mínima alegría. Una mariposa en un gran montón de mierda. Tylin muerta, y aún se podía cargar esa muerte a las Detectoras de Vientos, dijese lo que dijese Thom. Y además lo de Tuon y los jodidos dados. Una mariposa muy pequeña en un inmenso montón de estiércol.

El cielo estaba cubierto ahora de oscuros nubarrones y la lluvia era constante. Un ensopabobos, como dirían en casa. Empezó por mojarle el pelo, a pesar de la gorra, y se filtró a través de la chaqueta nada más salir fuera. Blaeric no parecía notarlo; ni siquiera se sujetó la capa. Lo único que Mat podía hacer era encorvar los

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