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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 26
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tipo se dejara crecer bigote para tapar el labio superior o si no que se afeitara el resto de la barba. Alguien podía relacionar a un illiano con Egeanin. Blaeric Negina, un tipo alto que se apoyaba en la carreta como si hiciera compañía a Domon, no había dudado en cortarse el mechón shienariano para no llamar la atención, si bien se pasaba la mano sobre el pelo oscuro que empezaba a crecerle, con tanta frecuencia como Egeanin comprobaba su peluca. Quizá debería llevar un gorro.

Con las oscuras chaquetas de puños deshilachados y las botas desgastadas, ambos podían pasar por gente del espectáculo, quizá cuidadores de caballos, excepto para otros que tuvieran ese trabajo. Observaban a los seanchan al tiempo que intentaban hacer como si no los miraran, pero Blaeric tenía más éxito, como podía esperarse de un Guardián. Parecía tener puesta toda su atención en Domon, salvo por alguna que otra ojeada aparentemente fortuita a los soldados. Domon miraba ceñudo a los seanchan cuando no miraba ceñudo al trozo de madera que tenía en las manos, como si con sólo ordenárselo pudiera convertirse en una bonita talla. Ese hombre se había tomado muy a pecho lo de ser so’jhin.

Mat intentaba discurrir algo para acercarse al carromato de Luca y escuchar a escondidas sin que lo vieran los soldados, cuando la puerta de la parte trasera del carromato se abrió y un seanchan de cabello claro bajó la escalera; se caló el yelmo adornado con una fina pluma azul en el momento en que sus botas tocaron el suelo. Luca apareció detrás, resplandeciente con su atuendo escarlata cuajado de bordados de dorados soles reventones y haciendo rebuscadas reverencias mientras seguía al oficial. Luca poseía al menos dos docenas de chaquetas, la mayoría rojas y a cuál más chabacana. Menos mal que su carromato era muy grande, o no habría tenido sitio para todas.

Haciendo caso omiso de Luca, el oficial seanchan montó en su castrado, se ajustó la espada y bramó órdenes que lanzaron a sus hombres rápidamente sobre las sillas y a formar en una columna de a dos que se dirigió al paso hacia la entrada. Luca los siguió con la mirada, sin borrar la sonrisa, presto para hacer otra reverencia si cualquiera de ellos se volvía a mirar.

Mat permaneció a un lado de la calle, bien apartado, y fingió quedarse boquiabierto, maravillado, mientras los soldados pasaban. Tampoco es que ninguno de ellos se dignara mirar hacia él —el oficial llevaba fija la mirada al frente y sus soldados igual—, pero nadie prestaba atención a un palurdo ni se acordaba de él.

Para su sorpresa, Egeanin permaneció con la vista clavada en el suelo, asiendo con fuerza el pañuelo atado bajo la barbilla, hasta que pasó el último jinete. Alzó la cabeza para seguirlos con la mirada y frunció los labios un instante.

—Al final resulta que conozco a ese chico —comentó en voz queda, arrastrando las palabras—. Lo llevé a Falme en el Intrépido. Su sirviente murió a mitad de la travesía y pensó que podía utilizar a uno de mis tripulantes. Tuve que ponerlo en su sitio. Habríase dicho que pertenecía a la Sangre por el escándalo que montó.

—Rayos, truenos y centellas —maldijo Mat. ¿Con cuántas personas más habría tenido choques, haciendo que su rostro se les quedara grabado en la memoria? Tratándose de Egeanin, probablemente cientos. ¡Y él había dejado que se paseara por ahí con una peluca y otro tipo de ropa por todo disfraz! ¿Cientos? Lo más probable es que fueran miles. Era capaz de irritar a un ladrillo.

En cualquier caso, el oficial se había marchado. Mat exhaló lentamente. La suerte seguía acompañándolo, desde luego. A veces pensaba que eso era lo único que le impedía ponerse a berrear como un bebé. Se encaminó hacia Luca para saber qué querían los soldados.

Domon y Blaeric llegaron junto a Luca tan deprisa como Egeanin y él, y el gesto ceñudo de la redonda cara de Domon se intensificó al mirar el brazo de Mat echado sobre el hombro de Egeanin. El illiano comprendía la necesidad de tal parodia, o eso decía, pero parecía pensar que podía hacerse sin que se tocaran siquiera las manos. Mat retiró el brazo —no había necesidad de fingir allí: Luca sabía la verdad, de todo—, y Egeanin empezó a soltarlo también, si bien, tras mirar a Domon, en lugar de eso ciñó con más fuerza la cintura de Mat, todo ello sin que su expresión cambiara lo más mínimo. Domon mantuvo un gesto ceñudo, pero ahora mirando al suelo. Mat llegó a la conclusión de que llegaría a comprender a los seanchan poco antes que a las mujeres. O que a los illianos, dicho fuera de paso.

—Caballos —gruñó Luca antes de que Mat se parara frente a él. Su mirada enojada los abarcó a todos, pero enfocó su ira principalmente en Mat. Algo más alto que él, Luca se estiró para mirarlo desde arriba—. Eso era lo que quería. Le mostré la cédula que me exime de la requisa de caballos para el sorteo, firmada por la propia Augusta Señora Suroth, pero ¿acaso le impresionó? Le dio igual que rescatara a una seanchan de alto rango. —Cerandin no era de alto rango, y más que rescatarla le había proporcionado un medio para viajar como una artista contratada, pero Luca siempre exageraba las cosas a su conveniencia.

»De todos modos no sé durante cuánto tiempo será válida esa exención. Los seanchan necesitan conseguir caballos sea como sea. ¡Podrían volver cualquier día para llevárselos! —La cara se le estaba poniendo casi tan roja como la chaqueta y no dejaba de golpear con el dedo en el pecho de Mat—. ¡Vas a conseguir que me quiten los caballos! ¿Cómo muevo mi espectáculo sin caballos? Respóndeme a eso, si puedes. Estaba dispuesto a partir tan pronto como vi la locura desatada en la bahía, hasta que tú me presionaste. ¡Harás que me corten la cabeza! ¡Podría encontrarme a más de cien kilómetros de aquí de no ser por ti, apareciendo en mitad de la noche y metiéndome con argucias en tus absurdas intrigas! ¡No estoy ganando un céntimo aquí! ¡No ha habido bastantes espectadores los últimos tres días para pagar la comida que consumen los animales en uno! ¿Qué digo en uno? ¡En medio! ¡Tendría que haberme marchado hace un mes! ¡Antes! ¡Tendría que haberlo hecho!

Mat casi se echó a reír al ver a Luca barbotar de indignación. Caballos. Eso era todo; sólo caballos. Además, la idea de que los pesados carruajes del espectáculo pudieran recorrer más de cien kilómetros en cinco días era tan ridícula como el carromato de Luca. El hombre se podría haber marchado un mes antes, dos meses, de no ser por querer sacar hasta el último cobre que pudiera a Ebou Dar y a sus conquistadores seanchan. Y, en lo tocante a convencerlo para que se quedara seis noches atrás, había sido tan fácil como caerse de la cama. En lugar de reírse, Mat puso una mano en el hombro de Luca. El tipo era un vanidoso pavo real además de codicioso, pero no tenía sentido enfadarlo más de lo que estaba ya.

—Si te hubieras marchado esa noche, Luca, ¿crees que a nadie le habría parecido sospechoso? Habrías tenido a los seanchan destrozando tus carretas antes de que hubieses recorrido dos leguas. Podría decirse que te he salvado de eso. —Luca gruñó. Algunas personas eran incapaces de ver más allá de sus narices—. En cualquier caso, ya no tienes por qué preocuparte. Tan pronto como Thom regrese de la ciudad, podemos poner de por medio tantos kilómetros como quieras.

Luca saltó tan de improviso que Mat retrocedió un paso, alarmado, pero lo único que hizo el hombre fue brincar y dar vueltas de alegría. Domon se quedó mirándolo con los ojos como platos, e incluso Blaeric lo observó de hito en hito. A veces, Luca parecía tonto de remate. Luca había empezado a brincar cuando Egeanin apartó a Mat de un empujón.

—¿Tan pronto como regrese Merrilin? ¡Di órdenes de que nadie saliera de aquí! —Sus ojos fueron alternativamente de él a Luca con una cólera fría que abrasaba—. ¡Espero que mis órdenes se cumplan!

Luca dejó de hacer cabriolas bruscamente y la miró de soslayo y después, de pronto, le hizo una reverencia con tantas florituras que prácticamente se veía la capa que no llevaba puesta. ¡Casi podía verse el bordado de la capa! Creía que tenía mano con las mujeres, vaya que sí.

—Vos ordenáis, mi encantadora señora, y yo corro a obedecer. —Se irguió y encogió los hombros en un gesto de disculpa—. Pero maese Cauthon tiene el oro, y me temo que las órdenes del oro son prioritarias para mí. —El arcón repleto de monedas en ese mismo carromato había sido toda la presión que había hecho falta para convencerlo. Quizás el hecho de que Mat fuera ta’veren había contribuido, pero por la cantidad de oro suficiente Valan Luca ayudaría a raptar al mismísimo Oscuro.

Egeanin respiró hondo, dispuesta a reprender más a Luca, pero el hombre se dio media vuelta y subió corriendo los peldaños para entrar en su carromato mientras gritaba:

—¡Latelle! ¡Latelle! ¡Hay que despertar a todos de inmediato! ¡Por fin nos vamos, en cuanto Merrilin regrese! ¡Alabada sea la Luz!

Un instante después, volvía a aparecer arrastrando casi por la pequeña escalera a su esposa, que se iba poniendo una capa de terciopelo negro adornada con relucientes lentejuelas. Era una mujer de semblante severo, y al ver a Mat encogió la nariz como si oliese mal y dedicó a Egeanin una mirada que habría hecho trepar a los árboles a sus osos amaestrados. A Latelle le desagradaba la idea de que una mujer dejara a su esposo, a pesar de saber que era mentira. Por suerte, parecía adorar a Luca por alguna razón, y le gustaba el oro casi tanto como a él. Luca corrió hacia la carreta más cercana y se puso a golpear la puerta con el puño, a la par que Latelle hacía otro tanto en la siguiente.

Sin perder tiempo, Mat se encaminó presuroso hacia una de las calles laterales. Más bien un callejón, comparado con la calle principal, serpenteaba entre el mismo tipo de carretas y tiendas, todas cerradas a cal y canto por el frío y arrojando humo por las chimeneas de metal. Allí no había plataformas para los artistas, sino cuerdas para tender la ropa entre las carretas, y aquí y allí algunos juguetes de madera esparcidos por el suelo. Esa calle era sólo para viviendas y su estrechez a propósito para desanimar a intrusos.

Avanzó deprisa a despecho de la cadera —al ejercitarla caminando casi había desaparecido el dolor—, pero no había dado ni diez pasos cuando Egeanin y Domon lo alcanzaron. Blaeric había desaparecido, seguramente para ir a informar a las hermanas que seguían a salvo y que por fin se marchaban. Las Aes Sedai, que se hacían pasar por sirvientas de Egeanin muertas de preocupación porque el esposo de su señora los atrapara, estaban hartas de tener que quedarse aisladas en el carromato, por no mencionar el tener que compartirlo con las sul’dam. Mat lo había hecho a propósito, pues así las Aes Sedai vigilaban a las sul’dam y, a su vez, éstas le ahorraban tener encima a las Aes Sedai dándole la lata. Se alegró de que Blaeric le evitara tener que visitar el carromato otra vez. Una u otra hermana le había

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