poco hacia adelante. Ninguna de las dos sabía más detalles del asunto que los rumores propagados por Egwene y que todo el mundo había dado por hecho que provenían de los informadores de Siuan.
—Bastante más que un millar —la corrigió Egwene—, y ninguna espontánea. Todas son mujeres a las que la Torre mandó marcharse, salvo unas cuantas fugitivas que eludieron la captura. —No alzó la voz, pero expuso cada punto con firmeza, sosteniendo la mirada de Romanda—. En cualquier caso, ¿cómo propones que se las capture? Están repartidas por todos los países, dedicadas a todo tipo de ocupaciones. Ebou Dar era el único sitio donde se reunían o se encontraban por casualidad y todas huyeron de allí cuando llegaron los seanchan. Desde la Guerra de los Trollocs, las Allegadas han dejado que la Torre sepa sólo lo que querían que supiera. Dos mil años, escondidas bajo las narices de la Torre Blanca. Su número ha ido creciendo mientras que el de las hermanas en la Torre ha ido menguando. ¿Cómo propones que se las encuentre ahora, entre todas las espontáneas que pululan por ahí y que la Torre desestimó porque eran «demasiado mayores» para hacerse novicias? Las Allegadas no tienen nada que las distinga y las haga sobresalir, Romanda. Usan el Poder casi con tanta asiduidad como las Aes Sedai, pero presentan signos de envejecimiento como cualquier persona, aunque más lentamente. Si quieren seguir ocultas, nunca podremos encontrarlas. —Y con eso Egwene se apuntó varios golpes más, sin recibir ninguno. La frente de Romanda tenía una fina película de sudor, una señal certera de desesperación en una Aes Sedai. Myrelle estaba sentada muy tiesa, pero Maigan parecía a punto de caerse de bruces por estable que fuera su banqueta. Romanda se humedeció los labios.
—Si encauzan, acabarán teniendo el aspecto intemporal. Si envejecen, no pueden estar encauzando tan a menudo, después de todo. ¡Y ni de un modo ni de otro pueden vivir quinientos o seiscientos años! —Al parecer, se habían acabado los disimulos.
—Sólo hay una diferencia real entre las Aes Sedai y las Allegadas —manifestó quedamente Egwene, pero aun así sus palabras dieron la impresión de sonar altas. Hasta Romanda parecía estar conteniendo la respiración—. Abandonaron la Torre Blanca antes de que juraran en la Vara Juratoria. —¡Ea! Ya estaba dicho.
Romanda se sacudió como si hubiera recibido un golpe mortal.
—Aún no habéis prestado los Juramentos —repuso con voz ronca—. ¿Queréis decir que vais a relegarlos?, ¿que vais a pedir a las hermanas que los releguen?
Myrelle —o Maigan— ahogó una exclamación. Tal vez habían sido las dos.
—¡No! —negó secamente Egwene—. ¡Los Tres Juramentos son los que nos hacen Aes Sedai y los prestaré sobre la Vara Juratoria tan pronto como sea nuestra! —Respiró hondo y moderó el tono, pero también se inclinó hacia la otra mujer en un intento de involucrarla, de incluirla. De convencerla. Casi tendió la mano—. Hasta ahora, las hermanas se han retirado para pasar sus últimos años tranquilas y en paz, Romanda. ¿No sería mejor si ésos no fueran sus últimos años? Si las hermanas se retiran con las Allegadas, podrían ligarlas a la Torre y entonces no sería necesario emprender una caza fútil. —Si ya había llegado hasta allí, tanto daba si seguía hasta el final—. La Vara Juratoria puede desvincular al igual que vincular.
Maigan cayó de rodillas en la alfombra y se levantó a trompicones mientras se sacudía la falda con tanta indignación como si la hubiesen empujado. El semblante oliváceo de Myrelle parecía haber palidecido un poco.
Despacio, Romanda dejó la taza al borde del escritorio y se puso de pie, ciñéndose el chal. Impasible el semblante, miró fijamente a Egwene desde arriba mientras Theodrin le echaba la capa con bordados amarillos sobre los hombros, cerraba el broche y arreglaba los pliegues con tanto esmero como lo haría cualquier doncella de una noble.
—De pequeña soñaba con ser Aes Sedai. Desde el día en que llegué a la Torre Blanca intenté vivir como una Aes Sedai. He vivido como una Aes Sedai y moriré siendo Aes Sedai. ¡No puede permitirse algo así!
Al volverse para marcharse tiró la banqueta en la que había estado sentada, pero no pareció darse cuenta. Theodrin corrió tras ella; cosa extraña, su semblante denotaba preocupación.
—Madre… —Myrelle respiró profundamente y sus dedos se cerraron crispados en la falda verde—. Madre, ¿de verdad estáis sugiriendo que…? —No acabó la frase, incapaz, al parecer, de pronunciarla. Maigan permanecía sentada en la banqueta como si hiciera un esfuerzo para no caerse de nuevo.
—He expuesto los hechos —respondió Egwene con calma—. Cualquier decisión se tomará en la Antecámara. Dime, hija, ¿elegirías morir cuando podrías seguir viva y sirviendo a la Torre?
La hermana Verde y la hermana Azul intercambiaron una mirada; entonces se dieron cuenta de lo que estaban haciendo y giraron la cabeza con brusquedad, para actuar de nuevo como si la otra no existiera. Ninguna respondió, pero Egwene casi veía detrás de sus ojos el agitado bullir de sus pensamientos. Al cabo de unos instantes, se levantó y puso derecha la pata de la banqueta. Ni siquiera eso consiguió hacerlas reaccionar más allá de ofrecer automáticamente sus disculpas por dejar que se ocupara ella en persona de eso. Después volvieron a sumirse en un silencio pensativo.
Egwene intentó centrarse en las páginas de las carpetas de Siuan —el conflicto de la Ciudadela seguía estancado en un punto muerto y nadie admitía tener idea de cómo acabaría—, pero poco después de marcharse Romanda llegó Lelaine.
A diferencia de Romanda, la esbelta Asentada Azul acudía sola y se sirvió el té ella misma. Acomodándose en la banqueta vacía, echó hacia atrás la capa forrada de piel, sobre los dos hombros, colgada de un broche de plata con grandes zafiros engarzados. También llevaba el chal puesto; las Asentadas solían tenerlo por costumbre. Lelaine era más directa que Romanda, o ésa era la impresión que daba de cara al exterior. En sus ojos había un brillo penetrante.
—La muerte de Kairen pone otro obstáculo en la posibilidad de hacer cualquier tipo de acuerdo con la Torre Negra —murmuró por encima del borde de la taza, inhalando el vapor—. Y queda el tema de encargarse del pobre Llyw. Quizá Myrelle quiera tomarlo. Dos de sus tres Guardianes habían pertenecido antes a otra hermana. Nadie más ha salvado a dos Guardianes cuyas Aes Sedai habían muerto.
Egwene no fue la única que notó una énfasis especial en aquellas palabras. El semblante de Myrelle se puso completamente pálido. Tenía dos secretos que ocultar y uno de ellos era que sus Guardianes no eran tres sino cuatro. La cesión del vínculo de Lan Mandragoran de Moraine a ella era algo que no se había hecho en cientos de años. En la actualidad se consideraba igual que vincular a un hombre en contra de su voluntad, cosa que llevaba sin hacerse incluso más cientos de años.
—Con tres tengo suficientes —musitó con un hilo de voz—. ¿Me disculpáis, madre?
Maigan rió quedamente mientras Myrelle abandonaba la tienda a toda prisa. Pero no tan deprisa para que no abrazara el Saidar antes de que las solapas de la entrada cayeran tras ella.
—Por supuesto —comentó Lelaine, que intercambió una mirada divertida con la otra Azul—, se dice que se casa con sus Guardianes. Con todos. Quizás el pobre Llyw no sirve para marido.
—Es grande como un caballo —parafraseó Maigan. A despecho de su regocijo por la precipitada salida de Myrelle, no había malicia en su voz. Simplemente exponía un hecho. Lo cierto es que Llyw era un hombre muy grande—. Conozco a una joven Azul que podría cogerlo. No está interesada en los hombres en ese aspecto.
Lelaine asintió de forma que establecía que la joven Azul había encontrado a su Guardián.
—Las Verdes pueden ser muy raras. Mirad a Elayne Trakand, por ejemplo. En realidad jamás pensé que Elayne elegiría el Verde. La tenía seleccionada para el Azul. La chica tiene instinto para las corrientes en la política. Aunque también tiende a adentrarse en aguas más profundas de lo que sería seguro. ¿No os parece, madre? —Sonriendo, sorbió un poco de té.
Esto no era en absoluto el sutil tanteo de Romanda, era una arremetida doble, con la espada apareciendo de la nada. ¿Sabía Lelaine lo de Myrelle y Lan? ¿Había enviado a alguien a Caemlyn y, en caso afirmativo, qué y cuánto había descubierto? Egwene se preguntó si Romanda se había sentido también desconcertada y aturdida.
—¿Crees que el asesinato de Kairen impedirá que se llegue a un acuerdo? —inquirió—. Que sepamos, podría tratarse de Logain que hubiera vuelto para vengarse. —¿Por qué demonios había dicho eso? Tenía que contener la lengua y mantener la cabeza en su sitio—. O más probablemente, algún pobre necio de una granja de los alrededores o de una de las villas de los puentes.
La sonrisa de Lelaine se acentuó, y era burlona, no divertida. Luz, esa mujer no había mostrado tanta falta de respeto hacía meses.
—Si Logain buscara venganza, madre, supongo que estaría en la Torre matando Rojas. —A pesar de su sonrisa su voz sonó fría e impasible. Un contraste inquietante. Quizás era ésa su intención—. Tal vez sea una lástima que no lo esté haciendo. Podría derrocar a Elaida. Pero sería una final más fácil de lo que se merece. No, la muerte de Kairen no impedirá un acuerdo como no lo hizo la de Anaiya, pero ambas muertes combinadas hará que las hermanas se preocupen más aún sobre salvaguardas y restricciones. Puede que necesitemos a esos hombres, pero debemos asegurarnos de tener el control. Un completo control.
Egwene asintió. Levemente. Estaba de acuerdo, pero…
—Es posible que topemos con dificultades para conseguir que acepten eso —arguyó. Dificultades. Ese día estaba haciendo alarde de un auténtico talento en el uso de eufemismos.
—El vínculo de Guardián podría modificarse ligeramente —intervino Maigan—. Tal como es ahora, se puede conseguir que un hombre haga lo que quiere con un pequeño aguijonazo, pero la necesidad de ese estímulo podría quitarse fácilmente.
—Eso recuerda demasiado a la Compulsión —manifestó Egwene con firmeza. Había aprendido dicho tejido de Moghedien, pero sólo para trabajar en el modo de contrarrestarlo. Era abyecto despojar a otra persona de su voluntad, de todo su ser. Alguien Compelido hacía cualquier cosa que se le ordenara. Cualquier cosa. Y creyendo que era por decisión propia. Sólo pensarlo la hacía sentir sucia.
Sin embargo, Maigan le sostuvo la mirada casi con tanta impasibilidad como había hecho Lelaine y su rostro denotaba tanta frialdad como sonó en su voz.
—La Compulsión se utilizó con hermanas en Cairhien. Eso parece ser seguro ahora. Pero yo me refería al vínculo, algo totalmente distinto.
—¿Crees que puedes convencer a los Asha’man para que acepten el vínculo? —Egwene no pudo disimular el tono incrédulo de su voz—. Aparte de eso, ¿quién va a llevar a cabo esa vinculación? Aun en el caso de que todas las hermanas que no tienen Guardián tomaran un Asha’man, y todas las Verdes tomaran dos o tres, no hay suficientes hermanas. Eso si es que encuentras a una a quien no le importe vincularse a un hombre que va a volverse loco.
Maigan fue asintiendo en cada punto como si lo aceptara. Y se arregló la falda como si en realidad no estuviera escuchando.
—Si el vínculo se puede cambiar en un sentido, se podría cambiar en otros —adujo cuando Egwene hubo terminado—. Puede que haya una forma de anular lo concerniente a compartir y quizás algo de la percepción que implica el vínculo. Tal vez así la