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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 123
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la confianza en sí misma. La vara nunca funcionaba con Samitsu, pero sí unas palmaditas en la espalda y era ridículo no utilizar lo que funcionaba. A medida que Cadsuane le recordaba lo inteligente que era, lo hábil en la Curación —eso siempre era preciso con Samitsu; podía entrar en una depresión por ser incapaz de Curar a un muerto—, lo lista, la hermana arafelina empezó a recobrar la compostura. Y la seguridad en sí misma.

—Puedes contar con que Sashalle no se cambiará de medias sin que yo lo sepa —manifestó resueltamente. A decir verdad, Cadsuane no esperaba menos—. Pero, si no te importa que lo pregunte, ¿por qué estás aquí, en una punta de Tear? —Recobrada la seguridad en sí misma, el tono de Samitsu redujo al mínimo la cortesía; no era una flor acobardada salvo cuando su confianza se debilitaba—. ¿Qué va a hacer el joven al’Thor? ¿O debería decir qué vas a encargarte de que haga?

—Intenta algo muy peligroso —contestó Cadsuane. El relámpago centelleó al otro lado de las ventanas trazando un plateado zigzag en un cielo tan negro como la noche. Sabía exactamente lo que se proponía. Lo que no sabía era si debía impedírselo.

—¡Esto ha de acabar! —tronó Rand mientras los estampidos en el cielo le hacían eco. Se había quitado la chaqueta antes de iniciar la reunión que tenía ahora, y se subió las mangas de la camisa para dejar a la vista los dragones escarlatas y dorados enroscados en sus brazos, con las cabezas de melenas doradas descansando en el envés de las manos. Quería que el hombre que tenía frente a él recordara cada vez que lo miraba que se encontraba ante el Dragón Renacido. Pero tenía las manos empuñadas para no ceder a las instigaciones de Lews Therin y estrangular al maldito Logain Ablar—. ¡Sólo me faltaba una guerra con la Torre Blanca, y vosotros, los jodidos Asha’man, no vais a meterme en una contra esas mujeres! ¿Me he expresado con claridad?

Logain, con las manos descansando en la empuñadura de la espada, no se inmutó. Era un hombretón, aunque más bajo que Rand, con una mirada firme que no denotaba que se le había echado una reprimenda y se le habían pedido explicaciones. La espada plateada y el dragón rojo y dorado brillaban a la luz de las lámparas en el cuello alto de su negra chaqueta, que parecía recién planchada.

—¿Estáis diciendo que se las libere? —preguntó con calma—. ¿Liberarán las Aes Sedai a los nuestros que han tomado?

—¡No! —replicó secamente Rand. Y con acritud—. Lo hecho, hecho está. —Merise se había quedado tan conmocionada cuando él le había sugerido que liberara a Narishma que cualquiera habría pensado que le pedía que dejaba abandonado a un perrillo a un lado del camino. Y sospechaba que Flinn se aferraría con tanta fuerza a Corele como ésta a él; estaba bastante seguro de que entre esos dos había algo más que el vínculo. Bueno, si una Aes Sedai podía vincular a un varón que encauzaba, ¿por qué no iba una mujer guapa a decidirse por un viejo baldado?—. Pero te das cuenta del lío que has organizado, ¿verdad? Tal como están las cosas, el único hombre capaz de encauzar que Elaida quiere vivo soy yo, y eso únicamente hasta que acabe la Última Batalla. Cuando se entere de esto, redoblará su empeño de acabar con todos vosotros sea como sea. Ignoro cómo reaccionará el otro grupo, pero Egwene fue siempre una negociadora dura. Quizá tenga que ceder Asha’man para que los vinculen las Aes Sedai hasta que tengan tantos como Aes Sedai tenéis vosotros. Eso si no deciden que debéis morir todos tan pronto como puedan arreglarlo. ¡Lo hecho, hecho está, pero no puede haber más!

Logain fue poniéndose un poco más rígido con cada palabra, pero su mirada sostuvo la de Rand sin vacilar. Estaba claro como el agua que hacía caso omiso de los otros que había en la sala. Min no había querido tomar parte en esa reunión y se había marchado a leer; Rand no conseguía encontrarles pies ni cabeza a los libros de Herid Fel, pero a ella la fascinaban. Sin embargo, Rand había insistido en que Loial se quedara y el Ogier fingía observar atentamente las llamas del hogar. Excepto cuando echaba ojeadas a la puerta, agitando las copetudas orejas, como si se preguntara si debería escabullirse sin que lo vieran aprovechando el estruendo de la tormenta. Davram Bashere —canoso y de oscuros ojos rasgados, nariz aguileña y espeso bigote que le caía por los lados de la boca— parecía más bajo de lo que era al estar al lado del Ogier. También llevaba espada, más corta que la de Logain y de hoja serpentina. Bashere tenía la mirada prendida en su copa más tiempo que en cualquier otro sitio, pero cada vez que sus ojos se encontraban con Logain pasaba el pulgar a lo largo de la empuñadura de la espada en un gesto inconsciente. O Rand creía que era inconsciente.

—Taim dio la orden —argumentó Logain con un aire de fría incomodidad al tener que dar explicaciones delante de otros. Un repentino relámpago se descargó cerca de la casa y alumbró su rostro en un cárdeno juego de luz y sombras, dándole el aspecto de una lóbrega máscara de oscuridad—. Di por sentado que la orden provenía de vos. —Sus ojos se desviaron fugazmente hacia Bashere y sus labios se apretaron—. Taim hace muchas cosas que la gente piensa que son instrucciones vuestras —prosiguió de mala gana—, pero tiene sus propios planes. Flinn, Narishma y Manfor están en la lista de desertores, como todos los Asha’man que escogisteis para que se quedaran con vos. Y tiene un círculo de veinte o treinta hombres que mantiene a su lado y a los que entrena en privado. Todos los hombres que llevan el dragón en la chaqueta pertenecen a ese grupo excepto yo, y habría impedido que lo tuviera de haberse atrevido. Sea lo que sea lo que hayáis estado haciendo, es hora de que volváis los ojos hacia la Torre Negra antes de que Taim la divida más de lo que está la Torre Blanca. Si lo hace, descubriréis que la mayor parte es leal a él, no a vos. A él lo conocen. A vos, la mayoría nunca os ha visto.

Rand se bajó las mangas con gesto irritado y se dejó caer en una silla. Lo que había estado haciendo no era asunto de Logain. El hombre sabía que el Saidin estaba limpio, pero no podía creer que la limpieza fuera obra de Rand ni de ningún hombre. ¿Acaso pensaba que el Creador había decidido tender una mano misericordiosa después de tres mil años de padecer esa mácula? El Creador había creado el mundo y después había dejado que la humanidad hiciera de él lo que quisiera, un paraíso o la Fosa de la Perdición, a su elección. El Creador había dado vida a muchos mundos, observando cómo florecían o morían, sin dejar de crear un sinfín de mundos más. Un jardinero no lloraba por cada flor que se deshojaba.

Por un instante pensó que esas reflexiones debían de ser de Lews Therin. Él nunca había pensado de ese modo sobre el Creador ni sobre nada, que recordara. Pero podía sentir a Lews Therin asintiendo en conformidad al escuchar las palabras de otro. Aun así, no era el tipo de reflexión que habría hecho antes de aparecer Lews Therin. ¿Cuánto espacio restaba entre ambos?

—Taim tendrá que esperar —dijo cansinamente. ¿Cuánto tiempo podría esperar Taim? Le sorprendió que Lews Therin no se pusiera a bramar enfurecido instándolo a matar a ese hombre. Ojalá esa falta de reacción lo hubiera hecho sentirse mejor—. ¿Viniste sólo para asegurarte de que Logain llegaba sano y salvo ante mí, Bashere, o para contarme que alguien había apuñalado a Dobraine? ¿O tienes también alguna tarea urgente para mí?

Bashere enarcó una ceja ante el tono de Rand y apretó los dientes al mirar a Logain, pero al cabo de un momento resopló con tanta fuerza que el espeso bigote tendría que haberse agitado.

—Dos hombres registraron mi tienda —dijo mientras dejaba la copa de vino en una mesa azul que había contra la pared—. Uno llevaba una nota que hasta yo habría jurado que estaba escrita de mi puño y letra de no saber que no lo había hecho. Era para llevarse «ciertos objetos». Loial me ha dicho que el tipo que acuchilló a Dobraine tenía el mismo tipo de nota, también escrita aparentemente por Dobraine. Hasta un ciego vería qué iban buscando con sólo pensarlo un poco. Dobraine y yo somos los candidatos más probables para que os guardáramos los sellos. Tenéis tres, y decís que otros tres se han roto. Quizá la Sombra sabe dónde está el séptimo.

Loial había dejado de mirar el fuego y se había dado la vuelta a medida que el saldaenino hablaba, rígidas las orejas.

—Eso es muy serio, Rand —saltó en ese momento—. Si alguien rompe los sellos de la prisión del Oscuro o quizá sólo uno o dos más, el Oscuro podría liberarse. ¡Ni siquiera tú puedes enfrentarte a él! Quiero decir que sé lo que las Profecías dicen de ti, pero eso tiene que ser un modo figurado de hablar.

Hasta Logain parecía preocupado, y sus ojos estudiaban a Rand como midiendo sus posibilidades en un enfrentamiento con el Oscuro. Rand se recostó en la silla, cuidando de no dejar ver su cansancio. Los sellos de la prisión del Oscuro por un lado y Taim dividiendo a los Asha’man por otro. ¿Se habría roto ya el séptimo sello? ¿Empezaba ya la Sombra a hacer sus primeros movimientos de la Última Batalla?

—Una vez me dijiste algo, Bashere. Si tu enemigo te ofrece dos blancos…

—Ataca a un tercero —finalizó prontamente Bashere, y Rand asintió. De todos modos, ya había tomado una decisión. Los truenos hicieron temblar los cristales de las ventanas. La tormenta estaba cobrando fuerza.

—No puedo luchar contra la Sombra y contra los seanchan a la vez. Voy a enviaros a los tres a acordar una tregua con los seanchan.

La estupefacción dejó mudos a Bashere y a Logain. Hasta que empezaron a discutir, quitándose la palabra. Loial, simplemente, parecía a punto de desmayarse.

Elza no podía quedarse quieta mientras Fearil informaba lo que había ocurrido desde que ella se había marchado de Cairhien sin él. No era la áspera voz del hombre lo que la irritaba. Odiaba los relámpagos y habría querido ser capaz de aislar el cuarto con una salvaguardia para no verlos a través de las ventanas del mismo modo que lo había aislado contra oídos indiscretos. A nadie le parecería extraño su deseo de intimidad, ya que había pasado veinte años convenciendo a todo el mundo de que estaba casada con el hombre de cabello claro. A despecho de su voz, Fearil era el tipo de hombre con el que una mujer se casaría, alto y delgado y muy guapo. El gesto duro de su boca hacía más atractivo su rostro, a decir verdad. Por supuesto, a alguien le podría parecer curioso el hecho de que nunca hubiera tenido más de un Guardián a la vez si se paraba a pensarlo. Resultaba difícil dar con un hombre que tuviera las condiciones requeridas, pero quizá debería empezar a buscarlo. La luz de otro relámpago volvió a iluminar la ventana.

—Sí, sí, vale —lo interrumpió finalmente—. Hiciste lo correcto, Fearil. Habría

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