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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 120
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hizo bien el enemigo. Entonces cambian lo que tengan que cambiar para ganar.

—Un modo de actuar muy inteligente —opinó Cadsuane cuando él dejó de hablar. Saltaba a la vista que esperaba un comentario—. Conozco hombres que actúan igual. Davram Bashere, por ejemplo. Gareth Bryne, Rodel Ituralde, Agelmar Jagad. Incluso Pedron Niall lo hacía, cuando vivía. A todos se los considera grandes capitanes.

—Sí —convino el chico, sin dejar de pasear. No la miró, o quizá ni siquiera la veía, pero sí escuchaba. Había que confiar en que también prestara atención—. Cinco hombres, todos ellos grandes capitanes. Los seanchan lo hacen del primero al último. Así es como lo han hecho durante mil años. Cambian lo que tienen que cambiar, pero no se dan por vencidos.

—¿Estás considerando la posibilidad de que no se los pueda vencer? —inquirió con calma.

La tranquilidad siempre era aconsejable hasta que se conocían los hechos, y por lo general también después. El chico se volvió hacia ella, tenso y con los ojos como trozos de hielo.

—Puedo vencerlos con el tiempo —repuso, luchando para mantener un tono educado. Eso estaba bien. Cuantas menos veces tuviera que demostrarle que podía castigar las transgresiones a sus reglas y lo haría, mejor—. Pero… —Se interrumpió con un gruñido cuando el ruido de voces discutiendo llegó desde el pasillo.

Un instante después se abría la puerta y Elza entraba de espaldas, todavía discutiendo en voz alta e intentando detener a otras dos hermanas extendiendo los brazos. Erian, con la pálida tez encendida, empujaba a la otra Verde. Sarene, una mujer tan hermosa que hacía que Erian casi pareciera poco agraciada, exhibía una expresión más tranquila, como podría esperarse de una Blanca, pero sacudía la cabeza con exasperación y con bastante fuerza para que las cuentas de colores de las finas trencillas tintinearan unas contra otras. Sarene tenía genio, aunque por lo general lo mantenía bajo un férreo control.

—Bartol y Rashan vienen hacia aquí —anunció Erian en voz alta; la agitación hacía resaltar su acento illiano. Eran sus dos Guardianes, que había dejado en Cairhien—. No mandé llamarlos, pero alguien Viajó con ellos. Hace una hora, los sentí de repente más cercanos, y justo ahora, más próximos aún. Vienen hacia nosotros.

—Y mi Vitalien también se está acercando —anunció Sarene—. Creo que estará aquí en unas pocas horas.

Elza dejó caer los brazos, aunque a juzgar por la tensión de su espalda seguía mirando furibunda a las otras dos hermanas.

—También mi Fearil estará aquí en unas horas —murmuró.

Era su único Guardián; se comentaba que estaban casados, y las Verdes que se casaban rara vez tomaban otro Guardián al mismo tiempo. Cadsuane se preguntó si Elza lo habría dicho si las otras no hubieran hablado.

—No pensé que sucediera tan pronto —dijo suavemente el chico. Suavemente, pero había un timbre acerado en su voz—. Pero no habría tenido que confiar en que la marcha de los acontecimientos se acomodara a mi conveniencia, ¿verdad, Cadsuane?

—Los acontecimientos nunca esperan a nadie —repuso ella mientras se ponía de pie.

Erian se encogió como si acabara de reparar en su presencia, aunque Cadsuane estaba segura de que su semblante era tan inexpresivo como el del chico. Y sin duda tan pétreo. Qué los había hecho venir desde Cairhien a esos Guardianes y quién Viajaba con ellos eran problemas suficientes de los que preocuparse, pero creía haber dado con otra respuesta para el chico e iba a tener que meditar cuidadosamente cómo aconsejarle en ello. A veces, las respuestas eran más espinosas que las preguntas.

24. Una tormenta que cobra fuerza

El sol de media tarde tendría que haber penetrado en sesgo a través de las ventanas del dormitorio de Rand, pero fuera caía un intenso aguacero y todas las lámparas estaban encendidas para combatir la oscuridad crepuscular. Los truenos hacían tintinear los cristales de las ventanas. Era una tormenta violenta que había descendido de la Pared del Dragón más veloz que un caballo a galope y que había traído consigo un frío más intenso, casi lo suficientemente intenso para nevar. Las gotas de lluvia que acribillaban la casa eran de aguanieve, y a despecho de los leños ardiendo en el hogar de piedra la habitación estaba destemplada.

Tendido en el lecho con los pies calzados puestos uno sobre otro, trataba de poner sus pensamientos en orden con la mirada perdida en el dosel. Podía hacer caso omiso de la tormenta, pero Min, acurrucada bajo su brazo, era otro asunto. No es que ella quisiera distraerlo; lo conseguía sin intentarlo. ¿Qué iba a hacer con ella? Y con Elayne y Aviendha. Estas dos eran sólo una vaga presencia en su mente, encontrándose tan lejos, en Caemlyn. Al menos suponía que seguían allí. Era arriesgado dar por hecho algo con esas dos. Lo que percibía de ellas en ese momento era una sensación aproximada de dirección y la certeza de que estaban vivas. Sin embargo, el cuerpo de Min se apretaba contra su costado y el vínculo la convertía en algo vibrante en su mente, como lo era en su carne. ¿Era demasiado tarde para mantenerla a salvo, para mantener a salvo a Elayne y a Aviendha?

«¿Qué te hace pensar que puedes mantener a salvo a nadie? —susurró Lews Therin dentro de su cabeza. Ahora el hombre muerto era un viejo amigo—. Todos vamos a morir. Lo único que puedes esperar es no ser tú mismo quien las mate.» Un viejo amigo que no era bien recibido, sino uno del que no podía librarse. Ya no temía matar a Min, Elayne o Aviendha como no temía volverse loco. O, al menos, no más loco de lo que estaba ya, con un hombre muerto dentro de su cabeza y a veces un rostro borroso que casi llegaba a reconocer. ¿Debería arriesgarse a preguntarle a Cadsuane sobre cualquiera de los dos?

«No confíes en nadie —murmuró Lews Therin, que a continuación soltó una risa burlona—. Ni tampoco en mí.»

Sin previo aviso, Min le propinó un puñetazo en las costillas lo bastante fuerte para hacerle soltar un gemido.

—Te estás poniendo melancólico, pastor —gruñó—. Si empiezas a preocuparte de nuevo por mí, te juro que…

Tenía muchas formas de gruñir, vaya que sí, cada cual acorde con las distintas sensaciones percibidas a través del vínculo. Estaba la ligera irritación que le llegaba ahora, esta vez teñida de preocupación, y a veces había un ribete de vehemencia, como si estuviera conteniéndose para no partirle la cabeza. Había un gruñido que casi lo hacía reír —o lo más próximo a reír de lo que había estado hacía mucho tiempo— por la sensación divertida en la mente de ella, y ese otro gruñido gutural que le habría hecho hervir la sangre incluso sin el vínculo.

—Olvida eso ahora —dijo la joven en tono de advertencia antes de que él tuviera tiempo de mover la mano que apoyaba en su espalda, y, rodando sobre un costado, se bajó de la cama para ponerse bien la chaqueta a la par que le dirigía una mirada de reproche. Desde que se habían vinculado le leía la mente incluso mejor, y eso que antes ya se le daba estupendamente bien—. ¿Qué vas a hacer respecto a ellos, Rand? ¿Qué va a hacer Cadsuane? —Un relámpago centelleó tras las ventanas, casi tan brillante como para ahogar la luz de las lámparas, y el trueno retumbó contra los cristales.

—Todavía no he sido capaz de imaginar por anticipado qué va a hacer, Min. ¿Por qué iba a ser distinto hoy?

El grueso edredón de plumas se hundió bajo él cuando pasó las piernas por el lado de la cama y se sentó para mirar a la joven. Casi se llevó la mano al costado de las heridas de manera instintiva, pero se frenó a tiempo y cambió el movimiento para abrocharse la chaqueta. Medio curadas y sin curar del todo nunca, esas dos heridas superpuestas le dolían desde Shadar Logoth. O quizás es que era más consciente del dolor punzante, del calor febril que irradiaban, como un horno en una zona más pequeña que la palma de su mano. Había confiado en que al menos una de ellas empezara a sanarse con la desaparición de Shadar Logoth. Quizá no había pasado bastante tiempo para que notara un cambio. No era el costado donde Min le había dado el puñetazo —siempre era muy cuidadosa con eso, aunque no con el resto de su cuerpo—, pero creía que le había mantenido oculto el dolor. No tenía sentido darle más preocupaciones. La preocupación que había en sus ojos, en su mente, tenía que ser por Cadsuane. O por los otros.

La casona y todos los edificios circundantes estaban abarrotados ahora. Había sido inevitable que antes o después alguien intentara utilizar a los Guardianes dejados en Cairhien; sus Aes Sedai no habían anunciado a bombo y platillo que iban a buscar al Dragón Renacido, pero tampoco habían sido especialmente discretas. Aun así, Rand no había previsto la aparición de quienes llegaron con ellos: Davram Bashere con cien de sus jinetes saldaeninos de caballería ligera, que desmontaron bajo una tromba de agua, rezongando por las sillas de montar estropeadas; y más de media docena de Asha’man de chaquetas negras, quienes, por alguna razón, no se habían escudado del aguacero. Cabalgaban con Bashere, pero separados claramente en dos grupos que mantenían en todo momento cierta distancia entre sí y emitían un intenso tufo a vigilante recelo. Y uno de los Asha’man era Logain Ablar. ¡Logain! ¡Un Asha’man luciendo la Espada y el Dragón en el cuello de la chaqueta! Los dos, Bashere y Logain, querían hablar con él, pero no delante de nadie, sobre todo no delante del otro, al parecer. Sin embargo, inesperada o no, su visita no era la más sorprendente. Rand había pensado que las ocho Aes Sedai debían de ser amigas de Cadsuane, pero habría jurado que la mujer se había sorprendido tanto como él al ver a la mayoría de ellas. ¡Más extraño aún era que todas menos una parecían estar con los Asha’man! No como prisioneras, y desde luego no como guardianas, pero Logain se había mostrado reacio a explicar el asunto estando Bashere delante, y Bashere se había mostrado reacio a dar ocasión a Logain de hablar con Rand a solas en primer lugar. Ahora estaban todos secándose e instalándose en sus cuartos mientras él intentaba poner en orden sus ideas. Hasta donde podía, teniendo cerca a Min. ¿Qué haría Cadsuane? Bien, había intentado pedirle consejo, pero los acontecimientos los habían desbordado a los dos. Pensara lo que pensara Cadsuane, la decisión ya se había tomado. De nuevo resplandeció un relámpago a través de las ventanas. Cadsuane era como los relámpagos, que uno nunca sabía cuándo iban a descargar.

«Alivia podría acabar con ella —murmuró Lews Therin—. Va a ayudarnos a morir; nos quitará de en medio a Cadsuane si le dices que lo haga.»

«No quiero matarla —respondió mentalmente Rand al hombre muerto—. No puedo permitirme el lujo de que muera.»

Lews Therin lo sabía tan bien como él, pero de todos modos rezongó entre dientes. Desde Shadar Logoth, en ocasiones parecía estar algo menos demente. O quizás era que él estaba un poco más loco. Después de todo, hablaba mentalmente con un hombre muerto como la cosa más normal del mundo y eso difícilmente era estar en sus cabales.

—Tienes que hacer algo —dijo Min mientras se cruzaba de brazos—. El halo de Logain sigue indicando gloria, más fuerte que nunca. Quizás aún piensa que es el verdadero Dragón

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