cara cuadrada de la robusta hermana, que sacudía la cabeza.
—Bien, he dejado a las mujeres de los Marinos en Tear, Cadsuane. No me acerqué a la Ciudadela, pero oí que el Gran Señor Astoril había dejado de quejarse de sus articulaciones y se había reunido dentro con Darlin. ¿Quién habría imaginado que Astoril saldría de su inactividad y menos para ponerse de parte de Darlin? Las calles están abarrotadas de mesnaderos, la mayoría emborrachándose y provocando peleas entre sí cuando no están luchando con los Atha’an Miere. Hay tantos Marinos en la ciudad como todos los demás juntos. Harine estaba horrorizada. Salió rápidamente hacia los barcos tan pronto como pudo alquilar un bote, esperando que se la nombre Señora de los Barcos y arreglarlo todo. Parece incuestionable que Nesta din Reas ha muerto.
Cadsuane dejó que la baja y regordeta mujer parloteara. Verin no era ni de lejos tan despistada como aparentaba. Algunas Marrones realmente podían tropezar con sus propios pies por no reparar en ellos, pero Verin era de las que mostraban una actitud de alejamiento del mundo que era artificiosa. Parecía creer que Cadsuane aceptaba esa actitud como real, pero si había que plantear algo, lo hacía. Y lo que no decía también podría ser revelador. Cadsuane confiaba menos en la otra hermana de lo que habría querido.
Por desgracia, Min debía de estar escuchando en la puerta, y la joven tenía poca paciencia.
—Le dije a Harine que no ocurriría así —protestó mientras irrumpía en la estancia—. Le dije que se la castigaría por el acuerdo hecho con Rand. Sólo después se convertirá en la Señora de los Barcos, y no puedo saber si eso ocurrirá dentro de diez días o de diez años. —Delgada y guapa, alta con las botas de tacón y los oscuros rizos rozándole los hombros, Min tenía una voz de timbre bajo, femenina, pero vestía chaqueta roja y pantalón azul de chico. La chaqueta iba bordada con flores de colores en las solapas y las mangas, y los pantalones con franjas en los laterales exteriores, pero seguía siendo un atuendo masculino.
—Puedes entrar, Min —dijo sosegadamente Cadsuane. Usó un tono que por lo general hacía que la gente se sentara derecha y prestara atención. Al menos quienes la conocían, aunque fuera por encima. Unas manchas rojas aparecieron en las mejillas de Min—. Me temo que la Señora de las Olas ya sabe todo lo que podía saber sobre tu visión. Mas, a juzgar por tu aire de urgencia, quizás has interpretado el halo de alguna otra persona y quieres decirme lo que has visto. —La peculiar habilidad de la chica había resultado útil en el pasado y sin duda podía serlo otra vez. Quizá. Que Cadsuane supiera, no mentía sobre lo que veía en las imágenes y halos que percibía flotando alrededor de la gente, pero tampoco era muy comunicativa siempre. Sobre todo cuando estaba relacionado con la persona sobre la que Cadsuane quería saber por encima de todas las demás.
A pesar de la rojez de las mejillas Min alzó la barbilla en un gesto obstinado. Había cambiado desde Shadar Logoth, o quizás había empezado antes, pero en cualquier caso el cambio no era para mejor.
—Rand quiere que vayáis a verlo. Me dijo que os lo pidiera, así que no os pongáis en plan intransigente.
Cadsuane se limitó a mirarla y dejó que el silencio se prolongara. ¿Intransigente? Definitivamente no había sido un cambio para mejor.
—Dile que iré cuando pueda —manifestó al cabo—. Cierra bien la puerta cuando salgas, Min.
La joven abrió la boca como si fuese a añadir algo, pero al menos le quedaba sentido común suficiente para callárselo. Incluso hizo una reverencia pasable, a despecho de esas ridículas botas, y cerró con firmeza la puerta a su espalda. De hecho, casi dio un portazo.
Verin volvió a sacudir la cabeza y soltó una risa que sólo sonó ligeramente divertida.
—Está enamorada del muchacho, Cadsuane. Y, digas lo que digas, se deja llevar por el corazón, que ha guardado en un bolsillo del chico. Creo que temió que se le cayera muerto encima, y sabes hasta qué punto algo así hace que una mujer se empeñe en seguir adelante.
Cadsuane apretó los labios. Verin sabía más sobre ese tipo de relaciones que ella —nunca había sido partidaria de tenerlas con sus Guardianes, como hacían algunas Verdes, y con otros hombres estaba completamente descartado—, pero la Marrón no andaba desencaminada y casi había dado en el clavo sin saberlo. O al menos creía que la otra hermana ignoraba que Min estaba vinculada con el chico al’Thor. Ella sólo lo sabía porque la muchacha había dicho más de la cuenta en un momento de descuido. Hasta la ostra más cerrada acababa rindiendo su carne una vez que uno había abierto la primera grieta en la concha. A veces incluso daba una inesperada perla. Sí, estuviera o no enamorada de él, Min querría mantener al chico con vida, pero no más que ella.
Verin dejó la capa en el alto respaldo de la silla y se acercó a la chimenea más próxima para extender las manos frente al fuego y calentárselas. De Verin no se diría que se deslizaba, pero sus movimientos eran más gráciles de lo que su corpulencia sugeriría. ¿Cuánto de esa mujer sería un engaño? Con el tiempo, todas las Aes Sedai se ocultaban tras varias máscaras. Acababa convirtiéndose en una costumbre.
—Creo que la situación en Tear aún puede solucionarse pacíficamente —dijo mientras contemplaba las llamas, casi como si hablase consigo misma. O como si quisiera que Cadsuane creyera que era así—. Hearne y Simaan están bastante desesperados, temerosos de que otros Grandes Señores regresen de Illian y los atrapen en la ciudad. Quizá se mostraran bien dispuestos a aceptar a Darlin, considerando sus otras opciones. Estanda está hecha de pasta más fuerte, pero si se la puede convencer de que saldría favorecida con el arreglo…
—Te dije que no te acercases a ellos —la interrumpió Cadsuane con severidad.
La fornida mujer la miró parpadeando, sorprendida.
—No lo hice. Las calles están llenas de rumores y sé cómo mezclarlos y pasarlos por la criba para sacar una pequeña verdad. Sí vi a Alanna y Rafela, pero me metí detrás de un vendedor callejero que voceaba las empanadas que llevaba en un carretón antes de que me vieran. Estoy segura de que no me vieron. —Hizo una pausa, esperando obviamente que Cadsuane explicara por qué le había ordenado que evitara también a las hermanas.
—Tengo que ir a ver al chico ahora, Verin —dijo en cambio. Ése era el problema de aceptar aconsejar a alguien. Aun cuando una consiguiera poner todas las condiciones que quería, o casi todas, tenía que acudir antes o después cuando la llamaban. Sin embargo, aquello le daba una excusa para eludir la curiosidad de Verin. La respuesta era sencilla. Si se intentaba resolver todos los problemas, se acababa sin solucionar ninguno. Y, con algunos problemas, a la larga no importaba realmente cómo se solucionaban. Pero no responder dejaba a Verin con algo en lo que pensar; un poco de mantequilla resbaladiza para las patas. Cuando Cadsuane no se sentía segura de alguien, quería que esa persona tampoco se sintiera segura de ella.
Verin recogió la capa y salió de la habitación con ella. ¿Acaso se proponía acompañarla? Mas, al salir de la sala de estar, se encontraron con Nesune, que caminaba a paso vivo pasillo adelante. Se paró de golpe. Salvo un puñado de gente, nadie había conseguido hacer caso omiso de Cadsuane nunca, pero Nesune se las ingeniaba bastante bien, manteniendo fija la mirada en Verin.
—Así que has vuelto, ¿no? —Lo mejor de algunas Marrones era su modo de constatar lo que era obvio—. Según recuerdo, escribiste algo sobre los animales de las Tierras Anegadas. —Lo que significaba que Verin lo había hecho; Nesune recordaba todo lo que veía; una cualidad útil si Cadsuane hubiese confiado lo bastante en ella para utilizarla—. Lord Algarin me ha enseñado la piel de una gran serpiente que según él procede de las Tierras Anegadas, pero estoy convencida de que es igual a la que vi en… —Verin dirigió una mirada de impotencia a Cadsuane por encima del hombro mientras la mujer más alta la alejaba agarrada de la manga; pero, antes de que hubiesen dado tres pasos corredor adelante, ya estaba metida a fondo en una discusión sobre esa absurda serpiente.
Era una situación sorprendente y en cierto modo inquietante. Nesune era leal a Elaida, o lo había sido, en tanto que Verin era una de las que querían destituir a Elaida. O lo había sido. Y ahora charlaban amigablemente sobre serpientes. El hecho de que ambas hubiesen jurado lealtad al chico al’Thor podía achacarse a su condición de ta’veren, lo que le hacía tejer inconscientemente el Entramado a su alrededor, mas ¿ese juramento bastaba para que pasaran por alto su postura contraria sobre quién ocupaba la Sede Amyrlin? Le habría gustado saber eso. Ninguno de sus adornos la protegía contra los ta’veren. Claro que no sabía la función de dos de los peces y una de las lunas, pero no parecía probable que sirvieran para eso. La explicación podía ser tan sencilla como que Verin y Nesune eran Marrones. Las Marrones podían olvidar cualquier cosa cuando se ponían a estudiar algo. Serpientes. ¡Bah! Los pequeños adornos se mecieron cuando sacudió la cabeza antes de dar media vuelta, dejando a su espalda a las dos Marrones que caminaban en dirección contraria. ¿Qué querría el chico? Nunca le había gustado actuar de consejera, fuera o no necesario.
Las corrientes en los pasillos movían los contados tapices de las paredes, todos de estilo antiguo y con el aspecto de haber sido descolgados y vueltos a colgar muchas veces. La casona había crecido como una vieja granja llena de recovecos más que ser una construcción grande, con ampliaciones añadidas cada vez que los fondos y los miembros de la familia crecían. La casa Pendaloan nunca había sido rica, pero había habido momentos en que sus miembros eran numerosos. Los resultados se notaban no sólo en desgastados tapices pasados de moda. Las cornisas estaban pintadas en intensos colores rojos, azules o amarillos, pero los pasillos variaban en anchura y altura, y a veces se encontraban en un ligero sesgo. Ventanas que en tiempos se asomaban a los campos daban ahora a patios —por lo general vacíos salvo por unos cuantos bancos— y que existían simplemente para que hubiese luz. A veces no había forma de llegar de aquí a allí excepto tomando una galería que asomaba a uno de esos patios. Las columnas eran de madera las más de las veces, aunque magníficamente pintadas si bien no talladas.
En una de esas galerías, de gruesas columnas verdes, dos hermanas contemplaban juntas la actividad en el patio. Al menos, eso era lo que hacían cuando Cadsuane abrió la puerta a la galería. Beldeine la vio salir y se puso tensa, retorciendo el chal de flecos verdes que llevaba hacía menos de cinco años. Bonita, con altos pómulos y ojos marrones algo rasgados, todavía no poseía la cualidad de intemporalidad, y parecía más joven que Min, sobre todo cuando lanzó a Cadsuane una mirada gélida y se alejó presurosamente en dirección contraria.
Merise, su compañera, la siguió con la mirada, sonriendo divertida mientras ajustaba su chal de flecos verdes. Alta e inusitadamente seria, con su cabello retirado del pálido rostro y sujeto prietamente, Merise no era muy dada a sonreír.
—A Beldeine empieza a