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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 113
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querer encontrarse allí, como un chico guapo y enfurruñado al que han llevado de la oreja a un sitio. A menudo las Asentadas se plantaban cuando la cabeza de su Ajah intentaba presionarlas, pero no estaba fuera de lo posible que Suana hubiera encontrado un modo de conseguirlo.

—Muchas Blancas también apoyan las conversaciones —intervino Ferane, que frunció el entrecejo mirando con gesto distraído una mancha de tinta que tenía en uno de sus regordetes dedos—. Es el curso más lógico que podemos seguir, dadas las circunstancias actuales.

Era la Razonadora Mayor, cabeza del Ajah Blanco, pero no parecía tan inclinada como Suana a tomar sus opiniones como las de todo el Ajah. Bueno, un poco menos que ella. Con frecuencia, Ferane se mostraba tan distraída como la peor de las Marrones —el largo cabello negro que enmarcaba su cara redonda necesitaba un cepillado, y parecía haber metido parte de los flecos de su chal en el té del desayuno—, pero era capaz de pillar el más mínimo fallo en la lógica de un argumento. Podría haber estado sola allí, ya que no creía necesitar ayuda de las otras Asentadas Blancas.

Elaida se recostó en el sillón y frunció el ceño mientras sus dedos acariciaban la tortuga con más rapidez, y Andaya se apresuró a hablar sin mirar directamente a Elaida al tiempo que fingía ajustarse el chal de flecos grises sobre los brazos.

—La cuestión, madre, es que debemos encontrar el modo de poner fin a esto pacíficamente —manifestó con el acento tarabonés muy marcado, como le ocurría siempre que se sentía incómoda. Casi siempre se mostraba insegura en presencia de Elaida, y miró a Yukiri como si esperara su respaldo, pero la esbelta y menuda mujer giró levemente la cabeza hacia un lado. La notoria testarudez de Yukiri chocaba en una mujer tan pequeña; a diferencia de Doesine, no se habría doblegado a la presión, así pues ¿por qué se encontraba allí si no quería estar? Al comprender que sólo contaba consigo misma, Andaya se apresuró a continuar—. No se puede permitir llegar a una lucha en las calles de Tar Valon. Ni en la Torre. Especialmente esto último. Otra vez, no. Hasta ahora, las rebeldes parecen contentarse con esperar y vigilar la ciudad, pero eso no puede durar. Han descubierto de nuevo cómo Viajar, madre, y lo han utilizado para trasladar un ejército a través de cientos de leguas. Hemos de iniciar las conversaciones antes de que decidan usar el Viaje para introducir su ejército en Tar Valon, o todo se habrá perdido aunque ganemos.

Con los puños prietos, Alviarin tragó saliva con dificultad. Creyó que los ojos acabarían saliéndosele de las cuencas. ¿Que las rebeldes sabían cómo Viajar? ¿Que ya estaban en Tar Valon? ¿Y esas necias querían parlamentar? Podía ver cómo unos planes cuidadosamente preparados se evaporaban como la niebla con el sol de verano. Quizás el Señor Oscuro escucharía si rezaba con fervor.

El ceño de Elaida no se borró, pero soltó la tortuga de marfil con cuidado y su voz sonó casi normal. Como era su voz normal antes de que Alviarin la controlara, con un fondo acerado bajo la suavidad de sus palabras.

—¿Las Marrones y las Verdes apoyan también las conversaciones?

—Las Marrones… —empezó Shevan, que frunció los labios y resultó obvio que cambiaba lo que iba a decir. Daba la impresión de estar totalmente serena, pero se frotaba los largos pulgares contra los huesudos índices de manera inconsciente—. Las Marrones tienen muy claros los precedentes históricos. Todas habéis leído los informes secretos, o deberíais haberlo hecho. Cada vez que la Torre estuvo dividida, acaeció un desastre en el mundo. Avecinándose la Última Batalla y existiendo la Torre Negra, no podemos permitirnos seguir divididas un solo día más de lo imprescindible.

Parecía imposible que la expresión de Elaida se tornase más tormentosa, pero la mención de la Torre Negra lo consiguió.

—¿Y las Verdes? —Su voz seguía sonando controlada.

Las tres Asentadas Verdes se encontraban allí, lo que indicaba un respaldo muy fuerte entre su Ajah o una gran presión de la cabeza del Verde. Al ser la mayor, Talene tendría que haber contestado a Elaida —las Verdes se atenían a la jerarquía en todo—, pero la alta mujer de cabello rubio miró a Yukiri por alguna razón y después, también sorprendentemente, miró a Doesine, tras lo cual bajó la vista al suelo y se puso a toquetearse la falda de seda verde. Rina frunció levemente el entrecejo y arrugó su nariz respingona en un gesto de desconcierto, pero había llevado el chal poco menos de cincuenta años, de modo que le correspondía contestar a Rubinde. Ésta, una mujer fornida, parecía cachigorda al lado de Talene y casi tan poco agraciada a despecho de sus ojos azules como zafiros.

—Se me han dado instrucciones para que presente los mismos puntos que Shevan —dijo, pasando por alto la mirada sobresaltada que Rina le lanzó. Obviamente había existido presión por parte de Adelorna, la «Capitán General» del Verde, y era evidente que Rubinde no estaba de acuerdo si no le importaba demostrarlo en público—. El Tarmon Gai’don se aproxima, la Torre Negra es una amenaza casi tan peligrosa como la Última Batalla y el Dragón Renacido ha desaparecido, si es que no ha muerto. No podemos permitirnos seguir divididas más tiempo. Si Andaya puede convencer a las rebeldes de que se reintegren a la Torre, entonces debemos permitirle que lo intente.

—Entiendo —dijo Elaida en tono inexpresivo. Mas, curiosamente, el tono de su tez mejoró y el atisbo de sonrisa asomó de nuevo a sus labios—. Entonces, por supuesto, convencedlas de que regresen si podéis. Pero mi edicto sigue vigente. El Ajah Azul ya no existe y todas las hermanas que siguen a esa chiquilla, Egwene al’Vere, deben recibir su castigo bajo mi supervisión antes de que se las readmita en cualquier Ajah. Me propongo «soldar» a golpe de martillo la Torre para hacer de ella un arma a utilizar en el Tarmon Gai’don.

Ferane y Suana abrieron la boca, con la protesta reflejada en sus semblantes, pero Elaida las acalló levantando la mano.

—He hablado, hijas. Dejadme ahora. Y ocupaos de vuestras… conversaciones.

A las Asentadas no les quedaba más opción que obedecer o ponerse en abierta rebeldía. Lo que era derecho de la Antecámara era su derecho, pero la Antecámara rara vez se atrevía a infringir en exceso la autoridad de la Sede Amyrlin. No a menos que la Antecámara estuviese unida contra la Amyrlin, y esta Antecámara no lo estaba en ningún punto. La propia Alviarin se había encargado de que fuera así. Se marcharon, Ferane y Suana muy recta la espalda y los labios prietos, y Andaya casi escabulléndose. Ninguna de ellas se dignó mirar en dirección a Alviarin. Ésta casi no esperó a que la puerta se cerrara tras la última.

—Esto no cambia realmente nada, Elaida, tienes que darte cuenta, sin duda. Has de pensar con claridad, no caer en un arrebato. —Sabía que estaba diciendo tonterías, pero no podía parar—. El desastre de los pozos de Dumai, el casi seguro desastre en la Torre Negra, todavía pueden derrocarte. Me necesitas para conservar la Vara y la Estola. Me necesitas, Elaida. Me… —Cerró la boca de golpe antes de que su lengua lo echara todo a perder. Aún tenía que haber una forma.

—Me sorprende que hayas regresado —dijo Elaida mientras se levantaba y se alisaba la falda de cuchilladas rojas. No había renunciado a vestir como si todavía fuera una Roja. Cosa extraña, sonreía mientras rodeaba el escritorio. Nada de un atisbo, sino una sonrisa plena, complacida, curvaba sus labios—. ¿Has estado escondida en algún lugar de la ciudad desde que las rebeldes llegaron? Pensé que habías cogido un barco tan pronto como supiste que se encontraban aquí. ¿Quién habría pensado que habían vuelto a descubrir el Viaje? Imagina lo que podremos hacer una vez que sepamos cómo llevar a cabo eso. —Sonriendo, cruzó la alfombra.

»Bien, veamos. ¿Qué tengo que temer de ti? Las historias de Cairhien son la comidilla de la Torre, pero aun en el caso de que haya hermanas que realmente obedecen al chico al’Thor, cosa que yo no creo, todo el mundo culpa de ello a Coiren. Ella tenía la responsabilidad de traerlo aquí, y en la mente de las hermanas es como si ya se la hubiese juzgado y condenado. —Se detuvo delante de Alviarin, arrinconándola en la esquina. La sonrisa no se reflejó en sus ojos un solo momento. Sonreía y sus ojos relumbraban. Alviarin era incapaz de apartar la vista de esa mirada—. En la última semana también hemos oído muchas cosas de esa «Torre Negra». —Sus labios se curvaron en una mueca de desagrado al pronunciar el nombre—. Al parecer hay incluso más hombres de los que suponías. Pero todas creen que Toveine debió de tener el sentido común de enterarse de eso antes de atacar. Ha habido muchas discusiones sobre el asunto. Si vuelve arrastrándose derrotada, se llevará las culpas. De modo que tus amenazas…

Alviarin se tambaleó y chocó con la pared, lo que la hizo parpadear para librarse de los puntitos negros que surgieron ante sus ojos, antes incluso de darse cuenta de que la otra mujer la había abofeteado. Sentía la mejilla hinchada ya. El brillo del Saidar envolvía a Elaida, y la escudó antes de que pudiera reaccionar, cortándole el contacto con el Poder. Pero Elaida no tenía intención de usar el Poder. Echó un puño hacia atrás. Sin dejar de sonreír.

Lentamente, respiró hondo y bajó el puño. Sin embargo, no retiró el escudo.

—¿De verdad usarías eso? —inquirió en un tono casi afable.

La mano de Alviarin se retiró prestamente de la empuñadura del cuchillo de la cintura. Asirla había sido un movimiento reflejo; pero, aun en el caso de que Elaida no hubiese asido el Poder, matarla cuando tantas Asentadas sabían que se encontraban juntas habría sido un buen modo de matarse a sí misma. Con todo, su rostro se encendió cuando Elaida resopló con desprecio.

—Espero con ansiedad ver tu cuello extendido en el tajo del verdugo por traición, Alviarin, pero hasta que tenga la prueba que necesito, todavía quedan cosas que pueden hacerse. ¿Te acuerdas de cuántas veces hiciste venir a Silviana para darme un castigo en privado? Espero que lo recuerdes, porque vas a sufrir multiplicado por diez cada día que yo sufrí. Y… ¡ah, sí! —Le quitó la estola de Guardiana de un violento tirón—. Puesto que nadie pudo encontrarte cuando las rebeldes llegaron, le pedí a la Antecámara que se te destituyera como Guardiana. No a la Antecámara en pleno, por supuesto. Es posible que todavía tengas algo de influencia ahí. Pero resultó sorprendentemente fácil obtener el consenso de las que estaban en sesión ese día. Se supone que una Guardiana debe estar con su Amyrlin, no vagabundeando a su antojo. Pensándolo bien, es posible que no tengas nada de influencia, ya que ha resultado que estuviste escondida todo este tiempo en la ciudad. ¿O volviste en barco para ver el desastre, creyendo que podrías recuperar algo de las ruinas?

»Da igual. Habría sido mejor para ti meterte en el primer barco que hubieses encontrado que partiera de Tar Valon. Pero he de admitir que la idea de imaginarte yendo de pueblo en pueblo a escondidas, avergonzada de mostrar tu rostro a otra hermana, parece nimia comparada con la satisfacción que sentiré al verte sufrir. Y ahora, fuera de mi vista antes de que decida que sea la vara

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