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  2. Encrucijada en el crepúsculo
  3. Capítulo 105
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la falda.

—Me temo que ya es demasiado tarde para eso —dijo Moria en voz alta. Y tuvo que alzarla para hacerse oír por encima del murmullo excitado de las hermanas situadas detrás de los bancos, semejante al zumbido de una colosal colmena alborotada—. Lo dicho, dicho está y lo han escuchado demasiadas hermanas para que nadie intente ahora mantenerlo en secreto. —Su busto se alzó al respirar profundamente; su voz subió un tono más—. Presento a la Antecámara la propuesta de que lleguemos a un acuerdo con la Torre Negra para que podamos incluir hombres en nuestros círculos a necesidad. —Que la voz le sonase un poco estrangulada al final no era de extrañar. Pocas Aes Sedai podían pronunciar ese nombre sin sentir desagrado cuando no puro odio. Su sonido tuvo el efecto de acallar de golpe el zumbido de voces y se produjo un absoluto silencio durante dos o tres segundos.

—¡Es una locura! —chilló Sheriam, cuya calma había saltado en pedazos en más de un sentido. La Guardiana no participaba en las discusiones de la Antecámara. Ni siquiera podía entrar en la Antecámara sin acompañar a la Amyrlin. Con la cara roja como la grana, Sheriam se puso erguida, quizá para afrontar la inevitable reprimenda o quizá para defenderse. Sin embargo, la Antecámara tenía otras cosas en la mente para pensar en reprenderla.

Incorporándose de un salto en sus bancos el tiempo justo para dar su opinión, las Asentadas empezaron a hablar, a gritar, a veces quitándose la palabra.

—¡Locura no lo describe ni de lejos! —chilló Faiselle.

—¿Cómo vamos a aliarnos con hombres que encauzan? —gritó al mismo tiempo Varilin.

—¡Esos presuntos Asha’man están contaminados! —bramó Saroiya sin el más leve atisbo de la tan cacareada reserva del Ajah Blanco. Prietas las manos sobre el chal, temblaba tan violentamente que los largos flecos blancos trepidaban—. ¡Contaminados con la infección del Oscuro!

—Incluso sugerir tal cosa nos pone contra todo lo que simboliza la Torre Blanca —afirmó duramente Takima—. ¡Nos ganaríamos el desprecio de cualquier mujer que se llame Aes Sedai, de las Aes Sedai que llevan siglos en sus tumbas!

—¡Sólo una Amiga Siniestra sugeriría algo así! ¡Sólo una Amiga Siniestra! —gritó Magla, que llegó incluso a agitar un puño con una cólera que no se molestó en ocultar.

Moria palideció ante la acusación, y después se puso roja de rabia.

Egwene no sabía de qué lado decantarse. La Torre Negra era creación de Rand, y quizá necesaria si querían tener una esperanza de ganar la Última Batalla, pero los Asha’man eran hombres que encauzaban, algo que se había temido durante tres mil años, y encauzaban el Saidin contaminado por la Sombra. El propio Rand era un hombre que podía encauzar; mas, sin él, la Sombra podría ganar el Tarmon Gai’don. La Luz la amparara por considerarlo con tanta frialdad, pero era la dura verdad. Fuera cual fuera su postura en ese asunto, las cosas se estaban yendo de las manos en ese momento. Escaralde intercambiaba insultos con Faiselle, ambas a voz en cuello. ¡Insultos sin paliativos! ¡En la Antecámara! Saroiya había abandonado los últimos resquicios de frialdad del Ajah Blanco y le chillaba a Malind, que le chillaba a su vez, ambas al mismo tiempo. Habría sido un milagro que cualquiera de las dos entendiera lo que la otra decía, y puede que hubiera que dar gracias por ello. Sorprendentemente, ni Romanda ni Lelaine habían abierto la boca desde que aquello había empezado. Permanecían sentadas, mirándose de hito en hito la una a la otra, sin pestañear. Seguramente las dos intentaban descubrir qué postura adoptaría la otra para adoptar justo la contraria. Magla bajó de su banco y se dirigió hacia Moria con el aire furioso de quien está ansioso por llegar a las manos. Nada de palabras, sino puñetazos. Magla tenía prietos los suyos, a los costados. El chal le había resbalado al suelo, sin que ella se percatara.

Egwene se puso de pie y abrazó la fuente. Excepto para ciertas funciones prescritas con precisión, encauzar en la Antecámara estaba prohibido —otra de las costumbres que apuntaban a días oscuros en la historia de la Antecámara—, pero hizo un sencillo tejido de Aire y Fuego.

—Se ha planteado una propuesta a la Antecámara —dijo, y soltó el Saidar. No costaba tanto como antes. No es que fuera fácil, ni de lejos, pero al menos no era tan duro. Un recuerdo de la dulzura del Poder permaneció, lo suficiente para sustentarla hasta la próxima vez.

Magnificadas por el tejido, sus palabras retumbaron en el pabellón como un trueno. Las Aes Sedai recularon haciendo un gesto de dolor y tapándose los oídos. El silencio que sobrevino pareció increíblemente estrepitoso. Magla la miró boquiabierta por la estupefacción, y entonces dio un respingo al caer en la cuenta de que estaba de pie a mitad de camino de los bancos de las Azules. Aflojó precipitadamente los puños, se agachó para recoger el chal y regresó a su asiento con premura. Sheriam lloraba sin rebozo. No podía haber sonado tan alto.

—Se ha planteado una propuesta a la Antecámara —repitió Egwene en el profundo silencio. Tras el grito magnificado por el Poder, la voz resonó en sus oídos. Quizá sí había sido más fuerte de lo que pensaba. Ese tejido no estaba pensado para espacios cerrados, ni siquiera cerrados por paredes de lona—. ¿En qué se basa tu apoyo de una alianza con la Torre Negra, Moria? —Tomó asiento tan pronto como acabó de hablar. ¿Cuál era su postura en aquello? ¿Qué dificultades le acarreaba? ¿Cómo podía utilizarlo a su favor? Sí, que la Luz la asistiera. Ésas fueron las dos primeras ideas que acudieron a su mente. Ojalá Sheriam se enjugara los ojos y recobrara la presencia de ánimo. Era la Sede Amyrlin y necesitaba una Guardiana, no una gallina.

Tuvieron que pasar unos minutos para que se restableciera el orden. Las Asentadas se alisaban las ropas sin necesidad, evitando los ojos de las demás y en especial eludiendo a las hermanas apiñadas detrás de los bancos. Los semblantes de algunas Asentadas enrojecieron, y esta vez no por la ira. Las Asentadas no se chillaban unas a otras como mozos de granja en el esquileo. Y menos delante de otras hermanas.

—Nos enfrentamos a dos dificultades aparentemente insalvables —dijo al fin Moria. Su voz sonaba serena y fría de nuevo, pero en sus mejillas aún quedaba un atisbo de rojez—. Los Renegados han descubierto una arma que no podemos contrarrestar; la han descubierto o han dado con ella; a buen seguro la habrían utilizado antes si la hubiesen tenido. Una arma que no podemos igualar, aunque sólo la Luz sabe por qué querríamos hacerlo. Pero lo más importante es que no podemos detenerla ni sobrevivir a ella. Al mismo tiempo, los… Asha’man han crecido como la mala hierba. Informes fidedignos señalan su número parejo al de todas las Aes Sedai vivas. Aun en el caso de que se haya hinchado esa cifra, no podemos permitirnos considerarla exagerada en exceso. Y llegan más hombres a diario. Los informadores coinciden en esto de forma tan general que hay que darlo por bueno. Deberíamos capturar a esos hombres y amansarlos, desde luego, pero los hemos pasado por alto a causa del Dragón Renacido. Hemos postergado el asunto para ocuparnos de ellos más adelante. La amarga realidad es que ya es demasiado tarde para intentar capturarlos. Son demasiados. Quizá ya era tarde cuando supimos por primera vez lo que estaban haciendo.

»Si no podemos amansarlos, entonces hemos de controlarlos de algún modo. Un acuerdo con la Torre Negra (el término «alianza» sería demasiado fuerte), un acuerdo cuidadosamente formulado, nos permitiría dar los primeros pasos hacia el propósito de proteger el mundo de ellos. También podemos incluirlos en nuestros círculos. —Moria levantó el índice en un gesto de advertencia mientras su mirada pasaba por los bancos, pero su voz se mantuvo fría y serena. Y firme—. Hemos de dejar muy claro que siempre será una hermana la que combine los flujos. No sugiero dejar que un hombre controle un círculo coligado, ¡en absoluto! Sin embargo, con hombres en los círculos podemos ampliarlos. Incluso, así lo quiera la Luz, quizá podamos ampliarlos lo bastante para contrarrestar esa arma de los Renegados. Mataremos dos liebres de una pedrada. Mas esas dos liebres son leones, y si no lanzamos la piedra, alguno de ellos acabará con nosotras. Así de simple.

Se hizo el silencio. Salvo por Sheriam. De pie, encogida sobre sí misma a pocos palmos de Egwene, temblorosos los hombros, seguía sollozando quedamente. Entonces Romanda soltó un sonoro suspiro.

—Quizá podamos ampliar los círculos lo suficiente para contraatacar a los Renegados —dijo en voz baja. De algún modo, que hablara en un tono tan quedo dio más peso a sus palabras que si hubiese gritado—. Quizá podamos controlar a los Asha’man. Pero, en cualquiera de esos dos contextos, «quizás» es un término inconsistente.

—Cuando te estás ahogando, te agarras a cualquier rama que pasa a tu lado aunque no sepas si va a aguantar tu peso hasta que te sujetas a ella —respondió Moria en un tono igualmente quedo—. El agua no se ha cerrado sobre nuestras cabezas, Romanda, pero nos estamos hundiendo. Nos estamos hundiendo.

De nuevo se hizo el silencio a excepción del lloriqueo de Sheriam. ¿Es que esa mujer había perdido el control por completo? Claro que ninguna Asentada tenía buena cara, ni siquiera Moria o Malind o Escaralde. No era una perspectiva agradable la que tenían ante sí. El rostro de Delana se había tornado ceniciento. Daba la impresión de que podría vomitar antes que Sheriam.

Egwene volvió a ponerse en pie el tiempo justo para hacer la pregunta obligada. Incluso cuando lo propuesto era inconcebible, había que seguir el ritual. Quizá con más motivo en un caso así.

—¿Quién se opone a esta propuesta?

No faltaron oradoras entonces, aunque todas habían conseguido recobrar el control lo suficiente para seguir el protocolo. Varias Asentadas se movieron a la vez, pero Magla fue la primera en ponerse de pie y las otras volvieron a sentarse sin mostrar señales de impaciencia. Faiselle fue la siguiente, y Varilin lo hizo a continuación de Faiselle. Entonces le llegó el turno a Saroiya y por último a Takima. Todas hablaron extensamente, Varilin y Saroiya casi rozando los prohibidos discursos, y todas se expresaron con la máxima elocuencia que pudieron. Nadie llegaba a Asentada si le faltaba la elocuencia requerida. Aun así, no tardó en hacerse patente que repetían los mismos argumentos con otras palabras.

Los Renegados y sus armas no se mencionaron en ningún momento. El tema de las Asentadas era la Torre Negra. La Torre Negra y los Asha’man. La primera era una llaga en la faz del mundo, una amenaza tan grande como la propia Última Batalla. El mismo nombre sugería conexión con la Sombra, por no mencionar que era una bofetada directa a la Torre Blanca. Los presuntos Asha’man —ninguna pronunció el nombre sin añadir «presuntos» o diciéndolo con un timbre de mofa; significaba «custodio» o «defensor» en la Antigua Lengua, y eran cualquier cosa salvo eso—, ¡los presuntos Asha’man eran hombres que encauzaban! Hombres condenados a volverse locos si la mitad masculina del Poder no los mataba antes. Dementes manejando el Poder Único. Desde Magla a Takima, todas ellas confirieron a sus palabras hasta la última pizca del horror que sentían. Tres mil años de terror en el mundo, y antes del eso el Desmembramiento del Mundo. Hombres como éstos habían destruido el mundo, destruido la Era

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