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  2. Elantris
  3. Capítulo 2
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de 1888), Joseph Campbell (THE HERO WITH A THOUSAND FACES, de 1972), Ursula K. Le Guin («Mith and Archetype in Science Fiction» en THE LANGUAGES OF THE NIGHT, de 1979), y el mismo Orson Scott Card (HOW TO WRITE SCIENCE FICTION AND FANTASY, de 1990).

Para defender su manera de construir ELANTRIS, una novela de fantasía épica que rehúye los esquemas habituales, Sanderson la contrapone al esquema tradicional ya indicado en la clásica referencia de Campbell sobre el «héroe de las mil caras». Un esquema que hallamos en EL SEÑOR DE LOS ANILLOS de Tolkien y en su incasable séquito de imitadores, casi siempre como un viaje iniciático de búsqueda (quest) que emprende el protagonista, ya sea éste Frodo o, por poner ejemplos cinematográficos cuyo autor, George Lucas, ha hecho explícita referencia a la tesis de Campbell, Luke Skywalker o Willow.

Sanderson comenta que Moshe Feder, editor de Tor, se sorprendió al leer ELANTRIS y le hizo notar que «no hay viaje. No es como los otros libros de fantasía». Es cierto, ELANTRIS es una fantasía distinta, como la que ahora escribe George R. R. Martin a quien, lógicamente, Sanderson también aprecia y alaba.

El joven autor desarrolla su tesis en favor del cambio:

Muchos escritores contemporáneos, algunos de ellos muy buenos, se han restringido a sí mismos al estándar asumido de la fantasía. Escriben relatos sobre jóvenes héroes que son llamados a una búsqueda misteriosa, ambicionan el poder, y llegan a la madurez al superar sus tribulaciones. Siguen el Síndrome de Campbell paso a paso, e intentan asegurarse de que no dejan nada al margen.

El movimiento ha ganado tal impulso (en parte por Tolkien, cuya obra exhibe el mito del héroe pero no lo sigue) que se ha convertido en sinónimo de fantasía. Y, debido a ello, el género corre el peligro de estancarse.

Esto, por supuesto, plantea un interrogante. La fantasía es todavía un género en su adolescencia, ya que el movimiento contemporáneo no empezó hasta los años setenta. Las historias que utilizan el mito del héroe siguen vendiéndose bien; en realidad se venden mejor ahora que antes. Por lo tanto, ¿por qué cambiar?

Respondo que debemos cambiar porque la adolescencia pasa y los lectores de fantasía crecen. Los lectores de fantasía empiezan a estar cansados. Muchos de mis amigos, antes lectores ávidos de fantasía, han dejado de leer novelas del género debido a su redundancia. Lo que antes sugería maravillas, ahora se ve como obsoleto y excesivamente trillado. Preveo serios problemas en el futuro si no reconocemos el Síndrome de Campbell y lo afrontamos.

Coincido al cien por cien con esa idea de Sanderson, y debo decir que bastantes novelas de fantasía actuales (esos epígonos de Tolkien tan abundantes) me aburren. Hay pocos títulos (demasiado pocos) en mi lista de novelas imprescindibles de fantasía y, con toda seguridad, es por agotamiento de un cliché que, como le ocurre a Sanderson y a sus amigos, hace ya tiempo que me cansa.

Es posible que la apuesta de Sanderson sea arriesgada. Existe un lector acomodaticio que se conforma con «más de lo mismo» (ese lector al que Julio Cortázar tuvo el desacierto de llamar «lector hembra» en un desliz machista imperdonable). Pero, y ésa ha sido siempre mi apuesta como editor, hay lectores inteligentes y amantes de la novedad. Y son (somos) muchos. Muchos más de lo que suelen pensar una gran mayoría de editores.

Ésta es la situación y ésta es la apuesta, la de Sanderson como autor y la mía como editor. No es una apuesta solitaria: en Estados Unidos la gran editorial Tor ha creído en Sanderson y su ELANTRIS, y, por si ello fuera poco, la novela se está traduciendo ya al francés, al alemán y al ruso, sin olvidar los sorprendentes derechos de traducción al tailandés y al checo que la novela ya tiene vendidos. Hay muchos editores que creen en la inteligencia de sus lectores y en la necesidad de renovar los esquemas ya demasiado trillados de la fantasía, tal vez excesivamente impregnados por la magna obra de Tolkien y su ejemplo como gran éxito de ventas. Los lectores nos merecemos más.

Me enorgullece pensar que es muy posible que la primera de las muchas traducciones que va a tener ELANTRIS sea la que aparece en español en NOVA. Espero que la disfruten. Sinceramente, como yo ya he hecho.

MIQUEL BARCELÓ

Dedicado a mi madre,

que quería un médico,

acabó con un escritor,

pero lo amó lo suficiente

para no quejarse (mucho).

AGRADECIMIENTOS

Primero y ante todo me gustaría dar las gracias a mi agente, Joshua Nilmes, y a mi editor, Moshe Feder, por ayudarme a exprimir todo el potencial de este manuscrito. Sin su magnífica visión editorial ahora tendrían ustedes en las manos un libro muy distinto.

A continuación, quiero expresar todo mi agradecimiento y alabar a los miembros de mis talleres de escritura. Alan Layton, Janette Layton, Kaylynn ZoBell y Ethan Skarstedt. Daniel Wells, Benjamin R. Olsen, Nathan Goodrich y Peter Ahlstrom. Ryan Dreher, Micah Demoux, Annie Gorringe y Tom Conrad (¡fuisteis una taller de escritura, aunque no lo supierais!). Muchas gracias a todos por vuestro trabajo y vuestras sugerencias.

Además, hay docenas de personas que leyeron este libro durante mis años de búsqueda de editor, y no tengo palabras para expresarles mi agradecimiento por su entusiasmo, sus críticas y sus albanzas. Kristina Kugler, Megan Kauffman, Izzy Whiting, Eric Ehlers, Greg Creer, Ethan Sproat, Robert ZoBell, Deborah Anderson, Laura Bellamy, Kraig Hausmann, Nate Hatfield, Steve Frandson, Robinson E. Wells, y Krista Olsen. ¡Si me olvido de alguno, lo nombraré en el próximo libro!

También me gustaría dar especialmente las gracias a los profesores que me ayudaron en mi carrera universitaria: a Sally Taylor, Dennis Perry y John Bennion (que trabajaron en mi tesis de licenciatura); a la profesora Jacqueline Thursby por su fe en mí; a Dave Wolverton, que me envió al mundo, y al profesor Douglas Thayer, a quien algún día convenceré para que lea un libro de fantasía (¡va a recibir un ejemplar de éste, lo quiera o no!).

Finalmente, me gustaría dar las gracias a mi familia. A mi padre por comprarme libros cuando era niño; a mi madre por convertirme en un erudito; a mis hermanas por sus sonrisas y a Jordan por soportar un hermano mayor dominante. Pueden comprobar sus habilidades como programador (así como disfrutar el sorprendente diseño artístico de Jeff Creer) en mi página web: www.brandonsanderson.com.

Muchas gracias, a todos, por creer en mí.

Prólogo

Elantris fue hermosa, en otro tiempo. La llamaban la ciudad de los dioses: un lugar de poder, esplendor y magia. Los visitantes dicen que las piedras mismas brillaban con una luz interior, y que la ciudad contenía maravillosos portentos arcanos. De noche, Elantris resplandecía como un gran fuego plateado, visible incluso desde una gran distancia.

Sin embargo, por magnífica que fuera Elantris, sus habitantes lo eran todavía más. Con el pelo de un blanco esplendoroso, la piel casi de un plateado metálico, los elantrinos parecían refulgir como la ciudad misma. Según las leyendas eran inmortales, o casi. Sus cuerpos sanaban rápidamente y estaban dotados de gran fuerza, sabiduría y velocidad. Podían hacer magia apenas agitando la mano; los hombres visitaban Elantris desde todo Opelon para ser objeto de curación, recibir alimento o conocimientos elantrinos. Los elantrinos eran divinidades.

Y cualquiera podía convertirse en una divinidad elantrina.

La Shaod, se llamaba. La Transformación. Golpeaba al azar, normalmente de noche, durante las misteriosas horas en que la vida se detenía para descansar. La Shaod podía tomar a un mendigo, un artesano, un noble o un guerrero. Cuando llegaba, la vida de la persona afortunada terminaba y recomenzaba; descartada su antigua existencia mundana, se marchaba a Elantris. A Elantris, donde podía vivir bendita, gobernar con sabiduría y ser adorada por toda la eternidad.

La eternidad terminó hace diez años.

Primera parte:

LA SOMBRA DE ELANTRIS

1

El príncipe Raoden de Arelon despertó temprano esa mañana, completamente ignorante de que había sido condenado para toda la eternidad. Todavía adormilado, Raoden se incorporó, parpadeando con la suave luz de la mañana. Por las ventanas abiertas de su balcón podía ver la enorme ciudad de Elantris en la distancia, sus murallas desnudas proyectando una profunda sombra sobre la ciudad más pequeña de Kae, donde vivía Raoden. Las murallas de Elantris eran increíblemente altas, pero Raoden distinguía las cimas de las negras torres alzándose tras ellas con los capiteles rotos, una muestra de la majestad caída y oculta tras aquellos muros.

La ciudad abandonada parecía más oscura que de costumbre. Raoden la contempló un instante, luego apartó la mirada. Resultaba imposible ignorar las enormes murallas elantrinas, pero la gente de Kae lo intentaba con todas sus fuerzas. Era doloroso recordar la belleza de la ciudad y preguntarse por qué hacía diez años la bendición de la Shaod se había convertido en una maldición…

Raoden sacudió la cabeza y se levantó de la cama. Hacía un calor desacostumbrado para una hora tan temprana; no sintió ni siquiera un poco de fresco cuando se puso la túnica. Luego tiró del cordón que pendía junto a la cama para indicar a sus criados que quería el desayuno.

Otra cosa extraña, además: tenía hambre, mucha hambre. Sentía un apetito casi voraz. Nunca le habían gustado los desayunos copiosos, pero esa mañana descubrió que ansiaba que llegara la comida. Finalmente, decidió enviar a alguien a ver por qué tardaba tanto.

—¿Ien? —llamó, en los aposentos a oscuras.

No hubo ninguna respuesta. Raoden frunció levemente el ceño. La ausencia de la seon le extrañó. ¿Dónde podría estar Ien?

Se levantó y, al hacerlo, sus ojos volvieron a posarse en Elantris. A la sombra de la gran ciudad, Kae parecía en comparación una aldea insignificante. Elantris. Un enorme bloque de ébano: ya no era una ciudad, sólo su cadáver. Raoden se estremeció levemente.

Llamaron a la puerta.

—Por fin —dijo Raoden, y se acercó a abrir. La vieja Elao esperaba fuera con una bandeja de fruta y pan caliente.

La bandeja cayó al suelo con estrépito, resbalando de los dedos de la criada cuando Raoden tendía las manos para tomarla. Raoden se quedó quieto mientras el sonido metálico de la bandeja reverberaba en el silencioso pasillo.

—¡Misericordioso Domi! —susurró Elao, con los ojos desorbitados. Con mano temblorosa agarró el colgante korathi que llevaba al cuello.

Raoden tendió la mano, pero la asustada criada retrocedió un paso y tropezó con un pequeño melón en su prisa por escapar.

—¿Qué? —preguntó Raoden. Entonces se vio la mano. Lo que había estado oculto en las sombras de su habitación a oscuras quedaba ahora iluminado por la fluctuante linterna del pasillo.

Raoden se dio media vuelta, apartando los muebles de su camino mientras se acercaba al espejo de cuerpo entero que había en un extremo de sus aposentos. La luz del amanecer había aumentado lo suficiente para que viera el reflejo que le devolvía la mirada. El reflejo de un extraño.

Sus ojos azules eran los mismos, aunque los tenía desencajados de terror. Su pelo rubio arena, sin embargo, se había vuelto gris. La piel era lo peor. El rostro del espejo estaba cubierto de repulsivas manchas negras, como hematomas oscuros. Las manchas sólo podían significar una cosa.

La Shaod lo había alcanzado.

La puerta de la ciudad de Elantris resonó tras él cerrándose con un sorprendente sonido de punto final. Raoden se desplomó contra ella, aturdido por los acontecimientos del día.

Era

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