en el hombro. Al principio no se fijaron en mí. Pero poco después lo hicieron. Conrad me echó un vistazo rápido, igual que lo hacían los chicos en el centro comercial. Nunca antes me había mirado así. Ni una sola vez. Sentí que volvía a sonrojarme como en el coche. Jeremiah, por otro lado,
echó un segundo vistazo. Me miró como si no me reconociese. Todo ocurrió en unos tres segundos, pero pareció una eternidad.
Conrad me abrazó primero, un abrazo lejano, con cuidado de no acercarse demasiado. Acababa de cortarse el pelo y la piel de la nuca se veía nueva y sonrosada, como la de un bebé. Olía a océano. Olía a Conrad.
—Me gustas más con gafas —me susurró al oído.
Eso dolió. Le aparté de un empujón y dije:
—Pues lo siento. Las lentes de contacto han venido para quedarse.
Me sonrió, y esa sonrisa, simplemente, te llega. Su sonrisa siempre lo conseguía.
—Creo que te han salido algunas nuevas —dijo, dándome golpecitos en la nariz.
Sabía cuánto me acomplejaban mis pecas y siempre me fastidiaba.
En ese momento, Jeremiah me agarró y casi me levanta del suelo.
—Belly Button, has crecido mucho —cacareó.
Me reí.
—Bájame. Hueles a sudor —le dije.
Jeremiah soltó una carcajada.
—La misma Belly de siempre —dijo, pero se me quedó mirando como si no estuviera del todo seguro de quién era yo. Ladeó la cabeza y dijo:
—Estás distinta, Belly.
Me preparé para la broma que vendría a continuación.
—¿Qué? Llevo lentillas. —Yo misma no estaba del todo acostumbrada a verme sin gafas. Mi mejor amiga Taylor llevaba desde sexto curso intentando convencerme de que me las pusiera y por fin le había hecho caso.
—No es eso. Es sólo que te ves diferente —sonrió.
Volví al coche y los chicos me siguieron. Lo descargamos de prisa y en cuanto terminamos, tomé mi maleta y la bolsa con los libros y me dirigí directamente a mi vieja habitación, el antiguo dormitorio de Susannah cuando era niña. Tenía un papel de pared estampado y descolorido y muebles blancos a conjunto. También había una caja de música que me encantaba. Al abrirla, aparecía una bailarina que giraba al ritmo de la canción de la película Romeo y Julieta, la versión antigua. Guardaba allí todas mis joyas. Todo lo que había en la habitación estaba viejo y desgastado, pero me encantaba. Sentía que podía haber secretos escondidos entre las paredes, en la cama con dosel y, especialmente, en la caja de música.
Después de volver a ver a Conrad y de que me mirase de esa forma, necesitaba un segundo para respirar. Agarré el oso polar de peluche del tocador y lo abracé con fuerza; se llamaba Junior Mint, Junior para los amigos. Me senté con Junior en la
cama doble. El corazón me latía tan fuerte que podía oírlo. Todo era igual y a la vez no lo era. Me habían mirado como a una chica de verdad, no sólo como a la hermana de alguien.
Capítulo dos
12 años
La primera vez que me rompieron el corazón fue en esa casa. Tenía doce años.
Fue durante una de esas raras ocasiones en que los chicos no estaban juntos.
Steven y Jeremiah hicieron una salida de pesca nocturna con otros chicos que habían conocido en el salón de videojuegos. Conrad dijo que no le apetecía ir y, como siempre, yo no estaba invitada, así que nos quedamos solos él y yo.
Bueno, no precisamente juntos, pero sí en la misma casa.
Yo estaba leyendo una novela romántica en mi habitación con los pies apoyados en la pared cuando pasó Conrad. Se detuvo y dijo:
—Belly, ¿qué haces esta noche?
Escondí con prisas la cubierta del libro.
—Nada —respondí. Intentaba mantener una voz tranquila, ni muy excitada ni muy ansiosa. Había dejado la puerta de la habitación abierta a propósito, con la esperanza de que se acercara.
—¿Quieres
venir
al
paseo
marítimo
conmigo?
—preguntó.
Sonaba
despreocupado, casi demasiado.
Era el momento que había esperado toda mi vida y por fin era lo bastante mayor.
Una parte de mí lo sabía, estaba lista. Le eché un vistazo, igual de despreocupada que él un momento antes.
—Puede ser. Me apetece una manzana de caramelo.
—Te compraré una. Arréglate de prisa y nos vamos. Nuestras madres van al cine y nos llevarán —se ofreció.
Me levanté y dije:
—Vale.
En cuanto salió Conrad, cerré la puerta y corrí hacia el espejo. Me deshice las trenzas y me cepillé el pelo. Ese verano lo tenía largo, casi hasta la cintura. Después me quité el bañador y me puse unos shorts blancos y mi camisa gris favorita. Mi padre decía que hacía juego con el color de mis ojos. Me embadurné los labios de brillo de fresa y me guardé el tubo en el bolsillo, para después. En caso de que necesitara renovarlo.
En el coche, Susannah no dejaba de sonreírme por el retrovisor. Le eché una mirada que decía: «Déjalo ya, por favor», pero yo también tenía ganas de sonreír. No era que Conrad prestara demasiada atención, se pasó todo el viaje mirando por la ventanilla.
—¡Que os divirtáis! —dijo Susannah guiñándome el ojo mientras cerraba la puerta.
Conrad me compró la manzana de caramelo y él sólo se compró un refresco; normalmente se comía una o dos manzanas o un gofre. Parecía nervioso, lo que hizo que yo me sintiera menos intranquila.
Mientras paseábamos, dejé un brazo libre, por si acaso. Pero no me dio la mano.
Era una de esas noches perfectas de verano, con brisa fresca, pero sin una gota de lluvia.
—Vamos a sentarnos para que pueda comerme la manzana —dije. Y así lo hicimos.
Nos sentamos en un banco frente a la playa.
Mordí la manzana con cuidado; me preocupaba que me quedara caramelo pegado entre los dientes, y entonces ¿cómo iba a besarme?
Sorbió su coca-cola haciendo mucho ruido y después miró al reloj.
—Cuando termines, vamos a la caseta de las anillas.
¡Quería ganar un animal de peluche para mí! Yo ya sabía cuál elegir, el oso polar con las gafas de metal y la bufanda. Llevaba todo el verano echándole el ojo. Ya me imaginaba a mí misma enseñándoselo a Taylor. «Ah, ¿eso? Conrad Fisher me lo regaló.»
Engullí el resto de la manzana en dos mordiscos.
—Bien —dije mientras me limpiaba la boca con el dorso de la mano—. Vamos.
Conrad fue directamente a la caseta y yo tuve que andar superrápido para poder seguirle. Como de costumbre, no hablaba demasiado, así que empecé a hablar yo para compensar.
—Creo que cuando volvamos, mi madre pondrá por fin la tele por cable. Steven, mi padre y yo llevamos tiempo intentando convencerla. Dice que está en contra de la televisión, pero cuando estamos aquí ve las películas del canal A&E todo el rato. Es tan hipócrita —dije y mi voz se fue apagando cuando comprendí que Conrad no me escuchaba. Estaba mirando a la chica que trabajaba en la caseta.
Debía de tener unos catorce o quince años. Lo primero que me llamó la atención fueron sus shorts. Eran de color amarillo canario y muy, muy cortos. El mismo tipo de shorts que los muchachos habían usado de excusa para burlarse de mí dos días antes.
Me había sentido muy bien mientras compraba los pantalones con Susannah, pero los chicos se habían reído de mí por su culpa. Los shorts le sentaban mucho mejor a ella.
Tenía las piernas delgadas y llenas de pecas, igual que los brazos. Todo lo tenía delgado, incluso los labios. Tenía el pelo largo y ondulado. Era pelirrojo, pero de un tono tan claro que era casi de color melocotón. Creo que tenía el pelo más bonito que había visto en mi vida. Lo tenía recogido a un lado y era tan largo que tenía que ir
apartándoselo a medida que entregaba las anillas a los clientes.
Conrad había ido al paseo marítimo sólo por ella. Me había llevado porque no quería ir solo ni que Steven o Jeremiah le fastidiasen. Aquélla era la única explicación. Lo pude ver por cómo la miraba, por la forma en la que aguantaba la respiración.
—¿La conoces? —pregunté.
Dio un respingo, como si hubiese olvidado que yo estaba allí.
—¿A ella? No, la verdad es que no.
—¿Y bien, quieres? —Me mordí el labio.
—¿Si quiero el qué? —Conrad estaba confundido, lo que resultaba irritante.
—¿Quieres conocerla? —pregunté impaciente.
—Supongo.
Lo agarré por la manga de la camisa y lo arrastré a la caseta. La chica nos sonrió y yo le devolví la sonrisa pero sólo para mantener las apariencias. Llevaba aparatos, pero en ella ofrecían un aspecto interesante, como si fuesen joyas para los dientes y no ortodoncias.
—Queremos tres —le dije—. Me gustan tus shorts.
—Gracias —respondió.
Conrad se aclaró la garganta.
—Son bonitos.
—Pensaba que habías dicho que eran demasiado cortos cuando me puse unos exactamente iguales hace dos días. —Me volví hacia la chica y le dije—: Conrad es tan sobreprotector. ¿Tienes algún hermano mayor?
—No —se rió y le dijo a Conrad—: ¿Te parecen demasiado cortos?
Él se sonrojó. Era la primera vez que lo veía así. Miré el reloj de forma exagerada y dije:
—Con, voy a subirme a la noria antes de que nos marchemos. Gana algún premio para mí, ¿vale?
Conrad asintió, me despedí de la chica y me marché. Fui hasta la noria lo más rápido que pude para que no me vieran llorar.
Más adelante supe que la chica se llamaba Angie. Conrad acabó por ganarme el oso polar con las gafas de metal y la bufanda. Me dijo que Angie le había dicho que era el mejor premio que tenían. Dijo que creyó que me iba a gustar. Yo le respondí que habría preferido la jirafa, pero que gracias de todos modos. Lo bauticé Junior Mint y lo dejé en el lugar al que pertenecía, la casa de verano.
Capítulo tres
Después de deshacer las maletas, fui directamente a la piscina, donde sabía que iban a estar los chicos. Estaban tendidos en las tumbonas con los pies sucios colgando de los bordes.
En cuanto me vio, Jeremiah se levantó de un salto.
—Damas y caballeroooooos. Creo que es la hora de… nuestra primera plancha del verano —proclamó teatralmente a la vez que hacía una graciosa reverencia de director de circo.
Me