¿Aquí? ¿Está ella aquí?
—No, no está —contestó Perrin, y las orejas de Loial quedaron fláccidas por el alivio—. Al parecer se encuentra en Dos Ríos. O lo estaba hace un mes. Rand utilizó algún método de saltar de un sitio a otro y los llevó a ella y al Mayor Haman… ¿Qué te pasa?
A medio gesto de volver a sentarse, Loial se había quedado petrificado, con las rodillas dobladas, al oír el nombre del Mayor Haman. Luego cerró los ojos y se dejó caer lentamente en el borde del pilón.
—El Mayor Haman —musitó al tiempo que se frotaba la cara con la enorme manaza—. El Mayor Haman y mi madre. —Miró a Perrin. Miró a Rand. Después, en un tono de voz que sonaba demasiado quedo e indiferente, preguntó—: ¿Iba alguien más con ellos? —En fin, era un tono bajo tratándose de un Ogier; sonaba como el zumbido de un gigantesco abejorro metido en una gran botella de cristal.
—Una joven Ogier llamada Erith —le respondió Rand—. Tu… —Dejó la frase en el aire, incapaz de terminarla.
Exhalando un gemido, Loial volvió a incorporarse de un salto. En puertas y ventanas asomaron las cabezas de criados para ver qué era aquel ruido tremendo, pero desaparecieron enseguida cuando vieron a Rand. El Ogier empezó a pasear arriba y abajo, orejas y cejas tan caídas que parecía como si se le estuviesen derritiendo.
—Una esposa —farfulló Loial—. No puede ser de otro modo, si están involucrados mi madre y el Mayor Haman. Una esposa. ¡Soy demasiado joven para casarme!
Rand se tapó la boca con la mano para ocultar una sonrisa; puede que Loial fuera joven para la media de vida de los Ogier, pero en su caso significaba que tenía más de noventa años.
—Me llevará a rastras de vuelta al stedding Shangtai —continuó Loial—. Sé que no me dejará viajar contigo y aún no tengo suficientes notas en mi libro. Oh, tú puedes sonreír, Perrin. Al fin y al cabo, Faile hace lo que dices. —Perrin se atragantó con el humo de la pipa y resolló hasta que Rand le dio unas palmadas en la espalda—. Con nosotros es diferente —continuó Loial—. En nuestra sociedad se considera de muy mala educación no hacer lo que dice la esposa. Una gran grosería. Sé que me hará dedicarme a algo serio y respetable, como cantar a los árboles o… —Se puso ceñudo de repente y dejó de pasear de un lado a otro—. ¿Dijiste Erith?
Rand asintió; Perrin parecía estar recuperando la respiración, pero observaba a Loial con una especie de sorna malévola.
—¿Erith, hija de Iva, nieta de Alar? —preguntó el Ogier, a lo que Rand volvió a asentir. Loial regresó junto a la fuente y tomó asiento de nuevo en el borde del pilón—. Pero si la conozco. Tienes que acordarte, Rand. La conocimos en el stedding Tsofu.
—Eso es lo que intentaba decirte —respondió pacientemente Rand, que también parecía estar pasándolo en grande—. Era la que comentó que le parecías muy apuesto. Y te regaló una flor, si no recuerdo mal.
—Puede que lo dijera —masculló Loial, a la defensiva—. Tal vez, pero no me acuerdo. —Pese a sus palabras, se llevó la mano a uno de los bolsillos repleto de libros, en el que Rand habría apostado cualquier cosa a que guardaba la flor cuidadosamente prensada. El Ogier carraspeó con un retumbante sonido—. Erith es muy hermosa. Nunca había visto una belleza tal. Y es inteligente. Escuchó con gran atención cuando le expliqué la teoría de Serden, hijo de Kolom, nieto de Radin; la escribió hace unos seiscientos años, y se refiere a cómo los Atajos se… —Dejó la frase en el aire al reparar en sus sonrisitas—. En fin, que escuchó con interés. Con gran interés.
—Seguro que sí —dijo evasivamente Rand. La mención de los Atajos lo hizo pensar. La mayoría de los accesos se encontraban cerca de steddings y, si se daba crédito a la madre de Loial y al Mayor Haman, lo que a Loial le hacía falta era un stedding. Ni que decir tiene que lo más cerca de uno que él podía trasladar a su amigo era en los aledaños; no se podía encauzar hacia dentro de un stedding del mismo modo que no se podía encauzar estando en uno de ellos—. Escucha, Loial, quiero poner bajo vigilancia todos los accesos a los Atajos y para ello necesito a alguien que no sólo pueda encontrarlos sino que tenga posibilidad de hablar con los Mayores y obtener su permiso para llevarlo a cabo.
—Luz —gruñó, malhumorado, Perrin. Dio golpecitos a su pipa para vaciarla y pisó con el tacón de la bota los restos quemados del tabaco—. ¡Luz! Enviaste a Mat a hacer frente a unas Aes Sedai. Quieres lanzarnos a mí y a unos pocos cientos de hombres de Dos Ríos, algunos de los cuales conoces, en medio de una guerra contra Sammael. Y ahora quieres que Loial emprenda camino cuando acaba de llegar. ¡Maldita sea, Rand, míralo! Necesita descansar. ¿Hay alguien a quien no utilices? A lo mejor se te ocurre mandar a Faile a la caza de Moghedien o de Semirhage. ¡Luz!
La ira se acumuló dentro de Rand cual una tempestad que lo hizo temblar. Aquellos ojos amarillos lo contemplaban sombríamente, pero les devolvió una mirada igual de tormentosa.
—Utilizo a quien sea preciso. Tú mismo lo has dicho: soy quien soy. Estoy utilizándome a mí mismo hasta consumirme porque he de hacerlo, igual que utilizaré a cualquiera que deba. No tenemos opción. Yo no. Ni tú. ¡Ni nadie!
—Rand, Perrin —musitó, preocupado, Loial—. Calmaos, por favor. No peleéis. Vosotros no. —Una mano grande como un jamón palmeó torpemente los hombros de uno y otro—. Los dos deberías descansar en un stedding. En los steddings reina una gran paz, un ambiente muy relajante.
Rand y Perrin seguían mirándose fijamente. En los ojos del primero todavía centelleaba la ira, como relámpagos de una tormenta que no acaba de amainar. Los rezongos de Lews Therin resonaban vacilantes, lejanos.
—Lo siento —musitó, hablando por los dos.
Perrin hizo un gesto con la mano como quitándole importancia, quizá dando a entender que no había nada por lo que disculparse o tal vez que aceptaba la disculpa, pero él no hizo lo propio. En cambio, su cabeza giró de nuevo hacia las columnas, a la puerta por la que había llegado Loial. Una vez más, transcurrieron varios segundos antes de que Rand oyera unos pasos precipitados. Min entró en el patio a todo correr. Haciendo caso omiso de Perrin y de Loial se echó en brazos de Rand.
—Vienen hacia aquí —jadeó—. Están de camino hacia aquí.
—Cálmate, Min —pidió Rand—. Tranquilízate. Empezaba a pensar que todas estaban guardando cama como… ¿Cómo dijiste que se llama? ¿Demira? —En realidad, sentía un gran alivio a pesar de que los rezongos y risas jadeantes de Lews Therin crecieron de intensidad con la mención de Aes Sedai. Durante tres días Merana había acudido con dos hermanas cada tarde, tan puntual como la pieza más precisa de un artesano en relojes, pero las visitas habían cesado de manera repentina hacía cinco días, sin una palabra de explicación. Min no tenía ni idea del porqué. Rand había estado preocupado de que se hubiesen sentido lo bastante ofendidas por sus reglas para marcharse de Caemlyn.
Pero el rostro de Min, alzado hacia él, tenía una expresión de angustia. Se dio cuenta de que la joven estaba temblando.
—¡Escúchame! Son siete, no tres, y no me enviaron para pedirte permiso ni para informarte de su venida ni nada. Me escabullí y he traído a Galabardera a galope tendido todo el camino para adelantarme. Se proponen entrar en palacio antes de que sepas que están aquí. Oí a Merana hablar con Demira cuando creían que yo no estaba. Tienen intención de llegar al salón del trono antes que tú para que así tengas que acudir tú a su presencia.
—¿Crees que esto está relacionado con tu visión? —preguntó sosegadamente. Mujeres capaces de encauzar le harían mucho daño, había dicho Min. «¡Siete! —susurró roncamente Lews Therin—. ¡No! ¡No! ¡No!» Rand hizo caso omiso de él; la verdad es que no podía hacer mucho más.
—Lo ignoro, Rand —contestó Min en un tono angustiado. Rand se sorprendió al reparar que el brillo de sus oscuros ojos se debía a las lágrimas que pugnaban por derramarse—. ¿Crees que no te lo diría si lo supiese? Sólo sé que vienen y que…
—No hay nada que temer —la interrumpió firmemente. Las Aes Sedai debían de haberla asustado de verdad para que Min estuviese a punto de llorar. «Siete —gimió Lews Therin—. No puedo dominar a siete, no a la vez. A siete no.» Rand pensó en el angreal del hombrecillo gordo y la voz se redujo a murmullos, aunque seguía sonando intranquila. Al menos Alanna no era una de ellas; Rand podía sentirla a cierta distancia, sin moverse y, desde luego, no desplazándose hacia él. No estaba seguro de atreverse a enfrentarse cara a cara con ella otra vez—. Y tampoco hay tiempo que perder. ¡Jalani!
La joven Doncella de mejillas llenitas salió de detrás de una columna tan de repente que las orejas de Loial se irguieron bruscamente. Min pareció reparar en el Ogier por vez primera; y en Perrin. También ella dio un respingo.
—Jalani, dile a Nandera que me dirijo al salón del trono —instruyó Rand—, donde espero la llegada de Aes Sedai a no tardar.
La joven Doncella trató de mantener el gesto impasible, pero el atisbo de una sonrisa ufana resaltó sus mejillas haciéndolas parecer aun más llenitas.
—Beralna ya ha ido a informar a Nandera, Car’a’carn.
Las orejas de Loial se agitaron por la sorpresa ante el título.
—Entonces, dile a Sulin que se reúna conmigo en los vestidores de detrás del salón del trono. Que lleve mi chaqueta y el Cetro del Dragón.
La sonrisa de Jalani se ensanchó aun más.
—Sulin ya ha ido corriendo, con su vestido de mujer de las tierras húmedas, tan deprisa como una liebre de hocico gris que se ha sentado en las espinas de una segade.
—En tal caso, puedes traer mi caballo al salón del trono.
La joven Doncella se quedó boquiabierta, sobre todo cuando Perrin y Loial prorrumpieron en carcajadas, doblándose por la cintura. Min le asestó un puñetazo en las costillas falsas que le hizo soltar un gruñido de dolor.
—¡Esto no es asunto para tomárselo a broma, pastor ignorante! Merana y las demás se ajustaron los chales como quien se pone una armadura. Y ahora, atiéndeme. Me situaré a un lado, detrás de las columnas, de manera que tú puedas verme pero ellas no, y, si vislumbro algo, te haré algún tipo de señal.
—Tú te quedas aquí, con Loial y Perrin —le dijo él—. No sé qué clase de señal podrías hacer que pudiera entender, y si te descubren sabrán que me has advertido. —Ella le lanzó una de aquellas miradas, puesta en jarras, entre hosca y obcecada—. Min…
Para su sorpresa, la joven suspiró y dijo:
—Sí, Rand. —Tan suave como una malva.
Esa reacción en ella lo hacía tan suspicaz como si viniera de Elayne o Aviendha, pero no tenía tiempo para indagar más si quería llegar al salón del trono antes de que lo hiciera Merana. Asintió, confiando en no traslucir la incertidumbre que sentía.
Preguntándose si no habría debido pedirles a Perrin y a Loial que la retuvieran allí —¡a ella le habría encantado eso!— fue trotando todo el camino hasta los vestidores anexos al salón del trono, con Jalani pisándole los talones