a sus hijos mayores de dieciséis años que rehusaban un duelo y que jamás volvían a reconocerlos como tal.
Finalmente, Tylin levantó la cabeza. Su semblante mostraba un gesto afable y su mano se apartó del cuchillo del cinturón, pero continuó toqueteando el cuchillo de esponsales con aire ausente.
—Beslan, mi hijo, tiene tu misma edad, Elayne. Quiero que me suceda en el Trono de los Vientos —confió en voz suave—. Tal cosa se daría por sentada si estuviésemos en Andor, aunque en ese caso tendría que ser una mujer —aquí sonrió, aparentemente con genuino regocijo—. Se daría por sentado en cualquier otro país excepto en Murandy, donde las cosas funcionan de un modo muy parecido a Altara. En el milenio transcurrido desde Artur Hawkwing, sólo una casa ha sido capaz de conservar el trono durante cinco generaciones seguidas, y la caída de Anarina fue tan en picado que al día de hoy la casa Todande es un perrillo faldero de quien quiera aceptarla como tal. Ninguna otra casa ha tenido más de dos generaciones en reinados sucesivos.
»Cuando mi padre ascendió al trono, otras casas ostentaban más poder que la de Mitsobar en la propia ciudad. Si hubiese salido de palacio sin ir acompañado por su guardia, lo habrían metido dentro de un saco con grandes piedras y lo habrían arrojado al río. Cuando murió, me entregó lo que ahora poseo. Poco, comparado con lo que tienen otros dirigentes. Un hombre cabalgando de continuo en caballos de refresco podría alcanzar en un solo día el límite del territorio bajo mi autoridad. Empero, no he permanecido ociosa. Cuando llegaron las nuevas sobre el Dragón Renacido, tuve la certeza de que podría transmitirle a Beslan el doble de lo que poseo ahora y, llamémoslos, ciertos aliados. La Ciudadela de Tear y Callandor lo cambiaron todo. Ahora le doy las gracias a Pedron Niall cuando arregla las cosas para que Illian se apropie de otra franja fronteriza de ciento cincuenta kilómetros en lugar de invadir Altara. Oigo a Carridin y a Teslyn y a Merilille, y rezo para que pueda legar algo a mi hijo en lugar de que me encuentren ahogada en el baño el día que Beslan sufra un accidente de caza.
Tylin hizo una profunda inhalación. El gesto plácido de su semblante no se alteró, pero al hablar su voz había adquirido un timbre cortante.
—Bien, y ahora que me he desnudado ante vosotras en plena lonja del mercado, respondedme: ¿Por qué este honor de que acudan a mi corte otras cuatro Aes Sedai?
—Estamos aquí para encontrar un ter’angreal —respondió Elayne y, mientras Nynaeve la miraba estupefacta, explicó a la reina todo, desde el Tel’aran’rhiod hasta la capa de polvo que cubría la habitación donde se encontraba el cuenco.
—Lograr que el tiempo vuelva a ser normal sería un milagro y una bendición —musitó lentamente Tylin—; pero, por tu descripción de ese barrio, me suena que es el Rahad, al otro lado del río. Incluso la Fuerza Civil va con mil ojos por esa zona. Disculpadme, pero, aunque entiendo que sois Aes Sedai, en el Rahad podríais acabar con un cuchillo clavado en la espalda antes de daros cuenta de lo que ha pasado. Quizá deberíais dejar esa búsqueda a Vandene y Adeleas. Creo que tienen unos cuantos años más que vosotras y, por ende, habrán visto sitios así con anterioridad.
—¿Os hablaron del cuenco? —preguntó Nynaeve, frunciendo el ceño.
—No. —La reina sacudió la cabeza—. Sólo me dijeron que estaban aquí para buscar algo. Las Aes Sedai jamás dicen una palabra más de lo que es absolutamente necesario. —De nuevo la fugaz sonrisa asomó a su cara; parecía un gesto divertido, aunque hacía que las cicatrices de las mejillas semejaran finas arrugas—. Al menos, hasta que llegasteis vosotras dos. Ojalá los años no os cambien demasiado. A menudo deseo que Cavandra no hubiese regresado a la Torre; con ella podía hablar así. —Se puso de pie al tiempo que les indicaba con un gesto que permanecieran sentadas y después cruzó la estancia para tocar un gong de plata con un macillo de marfil; para ser tan pequeño, produjo un sonido fuerte y agudo—. Pediré un poco de té de menta frío y charlaremos. Me diréis en qué modo puedo ayudaros; si envío soldados al Rahad se repetirán las algaradas de los Disturbios del Vino. Tal vez hasta podríais explicarme por qué la bahía está llena de barcos de los Marinos pero sin que ninguno de ellos atraque ni haga transacciones.
Pasaron un largo rato tomando té y charlando, especialmente sobre los peligros del Rahad y lo que Tylin no podía hacer; la reina mandó llamar a Beslan, un joven de voz suave que saludó con una reverencia respetuosa y las miró fijamente con unos hermosos ojos negros que quizá traslucieron alivio cuando su madre le dijo que podía marcharse. Desde luego, él no dudó ni por un momento que fueran Aes Sedai. Finalmente, sin embargo, las dos mujeres jóvenes se encontraron regresando a sus aposentos por los pasillos pintados con vivos colores.
—Así que también se proponen ocuparse ellas de la búsqueda —rezongó Nynaeve al tiempo que echaba una ojeada en derredor para asegurarse de que ninguno de los sirvientes uniformados estaba lo bastante cerca para oírla. Tylin se había enterado de muchas cosas sobre ellas demasiado pronto. Y, por mucho que sonriera, le había molestado la presencia de Aes Sedai en Salidar—. Elayne, ¿te parece prudente haberle contado todo? Podría decidir que el mejor modo de que el chico ascienda al trono es dejarnos encontrar el cuenco y después informar a Teslyn. —Conocía sólo por encima a la Roja, pero la recordaba como una mujer desagradable.
—Sé lo que pensaba mi madre sobre que unas Aes Sedai fueran y vinieran por territorio de Andor sin informarle jamás lo que se traían entre manos. Sé cómo me sentiría yo de estar en lugar de Tylin. Además, recordé finalmente que me enseñaron esa frase, la de reclinarse en su cuchillo y todo lo demás. El único modo de insultar a alguien que te dice eso, es mentirle. —Elayne levantó la barbilla—. En cuanto a Vandene y Adeleas, sólo creen que han asumido el control, porque en realidad no lo han hecho. Ese barrio, el Rahad, será peligroso, pero dudo mucho que sea peor que Tanchico. Y aquí no tendremos que preocuparnos por el Ajah Negro. Te apuesto a que en diez días el cuenco estará en nuestro poder. Y que sabré por qué el ter’angreal de Mat hace lo que se supone no podría hacer y tendré a ese patán saludándonos militarmente con la misma rapidez que maese Vanin. Y que estaremos de camino para reunirnos con Egwene, mientras Vandene y Adeleas se quedan aquí plantadas con Merilille y Teslyn, tratando de explicarse lo que ha pasado.
Nynaeve no pudo evitar echarse a reír con todas sus ganas. Un sirviente larguirucho que cambiaba de sitio un jarrón de porcelana dorada la miró de hito en hito, a lo que la antigua Zahorí respondió sacándole la lengua. Faltó poco para que el hombre dejara caer el jarrón al suelo.
—No aceptaré esa apuesta, salvo en lo referente a Mat, Elayne. Quedamos en que en diez días.
49. El Espejo de las Nieblas
Rand daba chupadas a la pipa con satisfacción; estaba en mangas de camisa, sentado en el suelo y con la espalda apoyada en una de las columnas blancas que rodeaban el pequeño patio oval, y contemplaba los chorros de la fuente de mármol centelleando como gemas bajo la luz del sol. Era por la mañana, y en esa parte del patio todavía duraba una agradable sombra. Hasta Lews Therin estaba tranquilo y callado.
—¿Seguro que no quieres replantearte lo de Tear? —preguntó.
Perrin estaba, como él, sentado en el suelo y apoyado en la siguiente columna y tampoco tenía puesta la chaqueta. Expulsó el humo en dos perfectos aros antes de ponerse de nuevo entre los dientes su pipa, un objeto muy adornado con tallas de cabezas de lobo.
—¿Y qué pasa con lo que vio Min? —preguntó a su vez.
El intento de Rand de hacer también un anillo se echó a perder a costa del gruñido que soltó, de modo que el humo salió en una bocanada. Min no tenía derecho a sacar a relucir eso cuando Perrin podía escucharla.
—¿De verdad quieres estar atado a mi cinturón, Perrin?
—Lo que quiero no parece haber contado gran cosa desde la primera vez que vimos a Moraine en Campo de Emond —repuso secamente su amigo, que suspiró—. Eres quien eres, Rand. Si fracasas tú, fracasa todo. —De repente se retiró de la columna y se sentó erguido al tiempo que miraba con el entrecejo fruncido hacia una amplia puerta que había a la izquierda, detrás de las columnas.
Pasaron varios segundos hasta que Rand oyó pisadas en esa dirección, demasiado fuertes para ser de un humano. La inmensa figura que se agachó para cruzar el umbral y que entró en el patio era el doble de alta que la sirvienta que tenía que ir casi corriendo para mantener el paso de las largas piernas del Ogier.
—¡Loial! —exclamó Rand mientras se incorporaba rápidamente.
Perrin y él llegaron al mismo tiempo junto al Ogier, cuya ancha sonrisa realmente casi dividía su cara en dos. La larga casaca, cuyos vuelos caían por encima de las botas altas con los bordes vueltos, todavía tenía polvo del camino y en los enormes bolsillos se marcaban formas cuadradas, como siempre; Loial necesitaba tener libros a mano.
—¿Estás bien, Loial?
—Pareces cansado —abundó Perrin mientras conducía al Ogier hacia la fuente—. Siéntate en el borde del pilón.
Loial se dejó llevar, aunque enarcó sus largas y colgantes cejas y agitó las copetudas orejas en un gesto de desconcierto mientras miraba alternativamente a ambos. Sentado era tan alto como Perrin de pie.
—¿Que si estoy bien? ¿Que si estoy cansado? —Su voz retumbaba como un temblor de tierra—. ¡Pues claro que estoy bien! Y si estoy cansado es lógico, ya que he caminado mucho. He de decir que resulta muy agradable depender sólo de mis piernas. Uno siempre sabe dónde lo llevan sus propios pies, pero nunca puede estar seguro con un caballo. De todos modos, mis piernas son más rápidas. —De improviso soltó una atronadora risa—. Me debes una moneda de oro, Perrin. ¡Tú y tus diez días! Apostaría otra corona a que no has llegado ni cinco días antes que yo.
—Tendrás tu corona —rió Perrin. En un aparte con Rand y que hizo que las orejas de Loial vibraran de indignación, añadió—: Gaul lo ha echado a perder. Ahora juega a los dados y hace apuestas en carreras de caballos aunque es incapaz de distinguir un pura sangre de un jamelgo.
Rand sonrió. Loial nunca había tenido muy buena opinión de los caballos y no era de extrañar, ya que sus piernas eran más largas que las patas de los animales.
—¿Seguro que estás bien, Loial? —insistió.
—¿Encontraste ese stedding abandonado? —inquirió Perrin, sin quitarse la pipa de entre los dientes.
—¿Has estado allí el tiempo suficiente?
—¿De qué habláis vosotros dos? —El ceño fruncido de Loial en un gesto de incertidumbre hizo que las puntas colgantes de sus cejas cayeran sobre sus mejillas—. Sólo quería volver a ver un stedding, sentirlo. Ya estoy listo para otros diez años más.
—Pues no es eso lo que dice tu madre —replicó seriamente Rand.
Antes de que Rand hubiese acabado de hablar, ya estaba Loial de pie y mirando frenéticamente en derredor, con las orejas aplastadas y temblando.
—¿Mi madre?