viajar con seis mujeres, cuatro de ellas Aes Sedai, significaba tener motivos de irritación en cantidad.
Llegaron al lejano bosque ese primer día, cuando el sol todavía estaba alto en el cielo, y cabalgaron varias horas bajo un dosel de ramas en su mayoría desnudas, y hojas muertas y ramitas secas que crujían bajo los cascos de los caballos; finalmente acamparon cerca de un menguado arroyo, justo antes de la puesta de sol. Harnan, el jefe de fila, con su cara larga y su tatuaje de un halcón en la mejilla, se encargó de que los soldados de caballería se instalaran, de que se almohazara y maneara a los caballos, de poner centinelas y de que se encendieran lumbres. Nerim y Lopin trabajaron afanosos de aquí para allí sin dejar de rezongar por no haber llevado tiendas y de cómo podía saber uno que habría que pasar las noches al raso si su señor no decía nada y que si su señor se agarraba una pulmonía o cualquier otra enfermedad no era por su culpa. A pesar de que el uno era delgado y el otro robusto, se las ingeniaron para dar la impresión de ser calcos que se repetían como un eco. Vanin se ocupó de sí mismo, naturalmente, aunque no quitó ojo a Olver y almohazó a Viento allí donde el chico no llegaba aun utilizando la silla de montar como un taburete. Todo el mundo cuidaba de Olver.
Las mujeres compartían el campamento pero, de algún modo, la zona que ocupaban parecía estar aparte, como si se encontrara a cincuenta pasos. Daba la sensación de que una línea impalpable dividía el campamento en dos, con carteles invisibles que advertían a los soldados que no la cruzaran. Nynaeve, Elayne y las dos mujeres de cabello blanco se agruparon alrededor de su lumbre con Aviendha y la cazadora de pelo dorado, y rara vez dirigían una mirada hacia donde Mat y sus hombres estaban colocando los petates. Por lo que Mat consiguió entender, la conversación que sostenían en voz baja versaba sobre la preocupación de Vandene y Adeleas de que Aviendha se propusiera llevar de las riendas a su caballo hasta Ebou Dar en lugar de cabalgar. Thom intentó hablar con Elayne y como respuesta recibió, ¡qué ocurrencia!, una suave palmadita en la mejilla dada con aire ausente antes de que le mandara sentarse en otra lumbre donde estaban reunidos Juilin y Jaem, el nervudo y viejo Guardián de Vandene, quien parecía pasarse todo el tiempo afilando su espada.
Mat no tenía nada que objetar a que las mujeres se mantuvieran aparte. Había notado cierta tensión entre ellas que escapaba a su comprensión. Al menos la había entre las dos mujeres mayores y Nynaeve y Elayne, y la cazadora parecía estar contagiada también. A veces miraban a las Aes Sedai —las otras Aes Sedai; Mat no estaba seguro de que pudiera hacerse a la idea de que Nynaeve y Elayne lo eran también— con demasiada fijeza, aunque Vandene y Adeleas parecían darse tan poca cuenta como Aviendha. Fueran cuales fueran las razones, Mat no quería tener nada que ver en ello. Olía a una discusión a punto de estallar, y tanto si lo hacía en una llamarada como si se limitaba a arder como ascuas debajo de una capa de tierra, un hombre con sentido común se mantenía lo más lejos posible de cualquier disputa entre mujeres. Y ni con medallón ni sin él, un hombre listo se mantenía aun más apartado cuando esas mujeres eran Aes Sedai.
Aquello era un pequeño fastidio, como lo fue lo siguiente, esto último culpa suya: la comida. El olor a cordero y alguna clase de sopa no tardó en llegar de la lumbre de las Aes Sedai. Dando por hecho que llegarían a Ebou Dar enseguida, Mat no había dado instrucciones a Vanin ni a los otros respecto al avituallamiento, lo cual significaba que tenían un poco de carne seca y tortas de pan duro en sus alforjas. Mat había visto muy pocos pájaros y ardillas, cuanto menos un venado, de modo que la caza quedaba descartada. Cuando Nerim colocó una mesita y una banqueta plegables para Mat —Lopin hizo otro tanto para Nalesean— Mat le dijo que repartiera lo que había guardado en las alforjas de los animales de carga. El resultado no fue tan bueno como esperaba.
Nerim, de pie junto a la mesa de Mat, le servía agua de una jarra de plata como si se tratase de vino y observaba lastimeramente cómo desaparecían los manjares en los gaznates de los soldados.
—Huevos de codorniz escabechados, milord —anunció en un tono fúnebre—. Habrían ido muy bien para el desayuno de milord en Ebou Dar. —Y luego—: Lengua ahumada de la mejor, milord. Si milord supiera por lo que tuve que pasar para encontrar lengua ahumada en miel en ese poblacho, sin tiempo para buscar nada y con todo lo mejor retirado ya por las Aes Sedai.
De hecho, su mayor resentimiento parecía ser que Lopin hubiese encontrado alondras en conserva para Nalesean. Cada vez que éste se llevaba una a la boca y la masticaba, la sonrisa engreída de Lopin se hacía más amplia y el rostro de Nerim se ponía aun más largo. En realidad, saltaba a la vista, por el modo en que algunos soldados olisqueaban el aire, que habrían preferido un trozo de cordero y un cuenco de sopa que cualquier ración grande de lengua ahumada con miel o pudín de hígado de pato. Olver miraba hacia la lumbre de las mujeres con descarada fijeza.
—¿Quieres comer con ellas? —le preguntó Mat—. No me importa si lo haces.
—Me gustan las anguilas saladas y ahumadas —manifestó rotundamente el chico. Luego, en un tono más sombrío, añadió—: Además, ésa podría echarle algo a la comida. —Sus ojos seguían a Aviendha cada vez que ésta se movía, y parecía haberla tomado también con la cazadora, quizá porque pasaba mucho tiempo charlando de un modo claramente amistoso con la Aiel. Aviendha debía de haber notado la intensa y fija mirada del chico, porque lo observó y frunció el entrecejo.
Mat se limpió la barbilla y volvió la vista hacia la lumbre de las Aes Sedai —pensándolo bien, también él habría preferido un trozo de cordero y un poco de sopa—, y entonces advirtió que Jaem no estaba. Vanin rezongó porque lo mandara salir de nuevo, pero Mat lo hizo por la misma razón por la que enviaba al hombre a explorar durante el día a despecho de que Jaem también salía a reconocer el terreno. Mat no quería depender de lo que las Aes Sedai tuviesen a bien decirle. Quizás habría confiado en Nynaeve —no la creía capaz de mentirle, ya que durante sus años como Zahorí había descargado toda su ira sobre los embusteros— pero la mujer no dejaba de echarle ojeadas por encima del hombro de Adeleas con una actitud realmente recelosa.
Para sorpresa de Mat, Elayne se levantó tan pronto como acabó de comer y se acercó a través de la invisible línea divisoria, como deslizándose. Algunas mujeres parecían no rozar apenas el suelo cuando caminaban, y Elayne era una de ellas.
—¿Te importa hacer un aparte conmigo, maese Cauthon? —inquirió, imperturbable, no del todo amable pero tampoco abiertamente descortés.
Él le indicó con un gesto de cabeza que caminara delante y la joven se deslizó hacia los árboles bañados por la luz de la luna, más allá de los centinelas. Su dorada melena le caía sobre los hombros enmarcando un rostro que dejaría embobado a cualquier hombre, y la luz de la luna suavizaba su arrogancia. Si no hubiese sido quien era… Y no se refería únicamente a su condición de Aes Sedai; ni siquiera a que le perteneciera a Rand. Rand parecía estar enredándose con la peor clase de mujeres posible, siendo como era un hombre que siempre había sabido cómo manejarlas. Entonces Elayne empezó a hablar, y Mat olvidó todo lo demás.
—Tienes un ter’angreal —dijo sin más preámbulos y sin mirarlo. Simplemente siguió deslizándose sobre el suelo acompañada por un suave rumor de las hojas secas; parecía dar por hecho que él la seguiría como un perro faldero—. Hay quien defiende que los ter’angreal son, por derecho, propiedad de las Aes Sedai, pero no voy a pedirte que me lo entregues. Nadie te lo quitará. Sin embargo, esos objetos tienen que ser estudiados y por tal razón quiero que me dejes el ter’angreal todas las tardes, cuando nos detengamos para acampar. Te lo devolveré por las mañanas, antes de reemprender el viaje.
Mat la miró de reojo. Hablaba completamente en serio, de eso no cabía la menor duda.
—Es muy amable por tu parte permitir que conserve lo que es mío. Sólo que ¿qué te ha hecho pensar que tengo uno de esos…? ¿Cómo los has llamado? Un ter… no sé qué.
Oh, aquello sí que la hizo ponerse tensa y también que lo mirara. A Mat le sorprendió que de sus ojos no saltaran llamas suficientes para alumbrar la noche. Su voz, por otro lado, era puro hielo.
—Sabes perfectamente bien qué es un ter’angreal, maese Cauthon. Oí a Moraine hablarte de ellos en la Ciudadela de Tear.
—¿En la Ciudadela? —repitió en un tono trivial—. Oh, sí, recuerdo la Ciudadela. Todos nos divertimos allí. ¿Recuerdas algo ocurrido en la Ciudadela que te dé derecho a venirme con exigencias? Yo no. Sólo estoy aquí para evitar que tú y Nynaeve acabéis con el pellejo lleno de agujeros en Ebou Dar. Podrás preguntar a Rand todo lo que quieras sobre ter’angreal después de que te haya dejado a su cargo.
Durante unos segundos larguísimos lo miró fijamente, como si tuviese intención de doblegarlo por las buenas o por las malas, pero después giró sobre sus talones sin pronunciar palabra. Mat la siguió de vuelta al campamento y se sorprendió al verla caminar a lo largo de la línea de caballos maneados. Examinó las lumbres y el modo en que se habían colocado los petates, sacudió la cabeza al ver los restos de la cena de los soldados. Mat no tenía la menor idea de qué se traía entre manos hasta que regresó hacia él, con la barbilla bien levantada.
—Tus hombres lo han hecho bien, maese Cauthon —manifestó en voz lo bastante alta para que todo el mundo la oyera—. En general, estoy bastante satisfecha. Sin embargo, si hubieses planeado las cosas con la debida antelación, no tendrían que haberse alimentado con comida que, en el mejor de los casos, los tendrá en vela esta noche. Aun así, en conjunto lo has hecho bien. Estoy segura de que a partir de ahora planearás las cosas de antemano.
Haciendo gala de toda la altivez que podía esperarse de ella, regresó a su propia lumbre antes de que Mat fuese capaz de decir una palabra y lo dejó allí plantado, con cara de bobo.
Aun así, si eso hubiese sido todo —lo de la puñetera heredera del trono pensando que él era uno de sus súbditos y lo de la actitud tirante de Nynaeve y ella hacia Vandene y Adeleas—, si hubiese sido eso todo, Mat se habría puesto a bailar una danza popular. Justo después de la «inspección» de Elayne y antes de que él hubiese tenido tiempo de llegar a sus mantas, la cabeza de zorro se puso helada contra su pecho.
Se llevó tal impresión que se quedó plantado en el sitio, con la cabeza inclinada y mirándose el pecho antes de que se le